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19. Pequeña esperanza.


Sabrina ríe estrepitosamente a costa mía mientras sorbo de mi chocolate. No es gracioso.

— ¿Y entonces te empujó? —pregunta mientras ríe como caballo. ¿Qué? No me voy a poner a apreciar su sonrisa cuando se está burlando de mí.

—Sí—refunfuño. La atropelladora realidad es algo cruel y despiadado. Tras de que ayer compartiéramos un momento íntimo y cálido, todo se derrumbó. Cuando Alex cayó en cuenta de lo que estaba pasando, me quitó de un empujón y me hizo caer de la cama. Esta vez estaba demasiado enojado como para preocuparse por mí, y empezó a llamarme por un montón de groserías que no quiero ni recordar, además de tacharme como el títere de su madre—Al menos el perro no me empujó. ¡¿Pero él?! ¡Es un desagradecido! ¡Claramente le gustó que lo abrazara!

Sabrina sonríe hacia mí, cómplice.

—Sí, y a ti también te gustó—insinúa mientras alza sus cejas repetidamente. Trago grueso. ¿Qué está insinuando?

Un silencio nos invade, a excepción del sonido de pasos acercándose por el pasillo.

— ¿Qué? —pregunto sin entender su interrogatorio visual.

—Pillina—sonríe pícaramente. En ese momento, todas mis capacidades para hablar con fluidez se vuelven nulas.

— ¿Q-Qué? Y-Y-Yo n-no...

Y es que sí, ¡Me gustó! Pero admitirlo es algo embarazoso.

—Vaya, vaya. ¿Levantada tan temprano, Blair? —irrumpe una tercera voz.

Diana.

Suspiro, y me doy la vuelta lentamente para darle la cara. Sabrina la mira en forma de interrogación por su tono de arrogancia. Es impresionante que no se hayan conocido aún, aunque ahora que lo pienso no vi a Diana en todo el día de ayer.

—Buenos días—saludo, aunque hoy no me siento especialmente en buenos términos. Solo tengo deseos de abrazarme a Alex otra vez y eso hace que me sienta ridícula.

—Faltan quince minutos para las seis, ¿por qué estás despierta? —pregunta Diana en tono burlón.

Bufo.

—Lo mismo digo.

—Ehh...—Sabrina vacila a mi lado, y entonces me doy cuenta de algo. Ambas son muchachas de servicio, y ambas están levantadas a la misma hora. Oh... ya veo.

—Reglamento—se conforma a decir. Observa a Sabrina de reojo y alza una ceja— ¿Y tú eres...?

—Soy Sabrina—sonríe.

Diana pone la sonrisa más falsa e hipócrita que cabe en su rostro, y me da ganas de arrancarme los sesos para no tener que ver esto. Ella a veces puede ser una persona verdaderamente dulce y considerada, pero otras veces se comporta como si fuera mi némesis de toda la vida. Sólo me odia porque cree que no puedo ayudar a Alex, pero le voy a demostrar lo contrario. ¡Ya lo verá!

—Ajá, mucho gusto Sabrina—dice Diana sonriendo con fingida amabilidad—. ¿Se puede saber por qué estás vestida así?

¿Se refiere al uniforme?

—Pues... porque trabajo aquí—contesta ella, alisando la falda con sus dedos. Diana alza una ceja como si dijera «¿En serio contrataron a este tipo de gente?». ¿Pero qué rayos le pasa?

—Ah. Eso lo explica todo. Pero que yo sepa no había ninguna oferta de trabajo abierta. ¿De dónde vienes, niña?

¿Niña? ¡Ni porque ella fuera tan mayor!

—Soy amiga de Blair—sonríe sin captar las malas intenciones de la pelirroja.

«Amiga». Qué bien suena esa palabra. Normalmente yo soy la que tengo que decir «soy su amiga» y no al revés. Oír algo nuevo y reconfortante como eso me hace sentir feliz. Los ojos de Diana se abren a más no poder, y luego se vuelven iracundos, amenazantes. Me estremezco. Considerando su opinión acerca de mí, debí de adivinar que no lo aceptaría con buenos ojos. Todo lo que tenga que ver conmigo le repudia.

—Tú—sisea, fulminándome con su penetrante mirada.

— ¿Qué...?

— ¡¿Cuánto tiempo más piensas aprovecharte de la buena voluntad de la señora?! —grita y se acerca a mí a zancadas. Mi preocupación se hace presente. No está dispuesta a negociar. Cuando llega hasta mí, coge el cuello de mi camiseta y lo estruja, acercándome a su rostro amenazante. Estoy demasiado aturdida como para reaccionar de alguna manera— ¡Dijiste que ibas a ayudar a Alex! ¡¿Y qué has hecho?! ¡Nada! ¡Desde que llegaste no has hecho ni el más mínimo avance! ¡Y ahora traes a esta... a esta cualquiera, como si fuera tu casa! ¡No se te olvide que eres una empleada más y ya! ¡No te creas especial!

Sus palabras me dejan aturdida y amedrentada. Es cierto. A pesar de que he tenido unos pocos avances con respecto a Alex, nadie más ha podido presenciarlos. Es obvio que para los ojos de Diana, yo no haya hecho nada.

— ¡Oye, ya déjala! —Sabrina se mete en medio y empuja a Diana hacia atrás, haciendo que nuestro contacto se pierda. Le agradezco internamente por ello. En el estado de shock que me encuentro no habría sido capaz de hacer nada para defenderme.

— ¡Tú no te metas! —le grita, y luego sus ojos regresan hacia mí—. Y pensar que eres famosita entre las empleadas. Sólo eres una farsa — ¿Famosita? ¿Entonces lo que dijo Dory aquel día era real? ¿Soy famosa entre los empleados?

Al ver mi confusión, Diana sonríe maquiavélicamente.

— ¿Qué? ¿No lo sabías, chica maravilla? ¡Oh, la gran Blair Johnson! ¡Ella puede hacer milagros! ¡Tiene menos valor que todos en esta casa y es la única que puede salvar a Alex! Qué gran farsa. ¡Qué gran farsa!

Tiene razón de estar molesta. Yo no quería este tipo de fama. Además, a decir verdad, es algo ilógico que yo esté llena de inseguridades y que sea la única que haya logrado llegar hasta este punto sin renunciar. Que haya sido la única que ha podido abrazar a Alex desde hace probablemente tres años. Es ilógico.

— ¡Te equivocas! —Sabrina me defiende—. Ella si ha podido avanzar.

— ¿Ah sí? —pregunta Diana con petulancia —¿Y tú qué sabes?

— ¡Ella pudo abrazar a Alex ayer! —me doy un golpe en la frente. ¿Tenía que gritarlo?

Diana se queda de piedra, y todo rastro de amenaza desaparece de su rostro al igual que la tensión de su cuerpo. Ahora solo hay estupefacción.

—Mientes—asegura, casi sin aire en los pulmones.

Me quedo callada, esperando su reacción. No sé qué debería hacer ahora. ¿Cómo va a reaccionar? Prefiero mantenerme al margen y quedarme en silencio. Espero algún rebote que pueda tener contra mí, pero nunca llega. Entonces aparece una Diana dócil y amigable, una que no me odia. Aparece la Diana que cree en mí.

—Mientes, mientes, mientes...—sigue balbuceando mientras niega frenéticamente.

Sabrina me mira, apenada.

—Lo siento—se disculpa.

—No importa—sonrío—. Supongo que tenía que saberlo.

Una parte de mí quería mantenerlo en secreto. No sé por qué. Tal vez, porque pensaba que estaría traicionando a Alex y al momento que tuvimos ayer al contárselo a los otros. Él no confía en nadie, pero tal vez esté empezando a confiar en mí. Se lo dije a Sabrina porque necesitaba decírselo a alguien ajeno, alguien que no estuviera involucrado en la historia. De una u otra forma, el hecho habría tenido que salir a la luz. Después de todo es mi trabajo.

La impactada chica frente a mí se acerca a zancadas, pero esta vez por una razón diferente. Me agarra ambos brazos con fuerza y me agita hacia adelante y hacia atrás en busca de una respuesta.

— ¡Júralo! ¡Jura que no es una mentira! ¡Júralo!

Sus ojos se humedecen y están desesperados. Demasiado aturdida como para formular alguna palabra, solo puedo asentir. Finalmente sus lágrimas son liberadas, y murmura un «Gracias a Dios» antes de salir corriendo. Realmente le importa Alex. Hay personas que se preocupan por él verdaderamente, y me atrevo a meterme en esa lista. Su dolor se está convirtiendo en el mío. Pero la reacción que ha tenido Diana al recibir la noticia ha sido de alegría total. Eran lágrimas de felicidad obviamente, y eso solo me hace pensar en cuánto tiempo ha pasado desde que se recibió alguna señal positiva del estado de ánimo de Alex.

El hecho de que él haya pasado tanto tiempo en agonía me hace imaginar el desconsuelo que debió sentir. Probablemente, no haya dejado de sentirlo todavía.

—Vaya—susurra Sabrina, sorprendida.

—Sí, vaya.

Sonríe.

— ¿Todo está bien, entonces?

—Sí. Ya que Diana lo sabe... supongo que solo hace falta que Alice lo sepa.

— ¿Qué debería saber? —una tercera voz irrumpe.

Cerca de nosotras se encuentra Alice recién levantada, envuelta en su albornoz lila y con su cabello despeinado. Sus ojos muestran interés. Trago saliva, y Sabrina me da una palmadita en el hombro antes de marcharse.

Inhalo durante algunos segundos y me preparo. Es hora.

—Alex y yo... pues... pues...

Alice alza una ceja, interesada. No sé por qué es tan difícil decirlo. Tal vez Sabrina no debió irse, ella es mejor para estas cosas.

— ¿Qué pasa? —pregunta ella, su atención puesta en mí plenamente— Vamos, dímelo.

Comienza a impacientarse y la entiendo. Todo lo que tenga que ver con Alex la pone ansiosa. Merece saberlo. Respiro profundamente, tomo aire y finalmente hablo. Es mejor decirlo cuanto antes.

—Lo abracé.

El aire se le corta, igual que Diana hace unos minutos. Se queda impactada a más no poder.

— ¿Qué tú... qué?

Alex es muy importante para su madre y para Diana. Desde que se encerró en su mundo, todo se ha vuelto más difícil, no solo para él sino para las personas que le rodean. Es fácil saberlo. Si no fuera así, Alice no estaría derramando lágrimas tal como Diana lo hizo hace un rato. Es importante para ellas, y con su encierro las está lastimando. Por esa razón, el corazón de los tres se ha vuelto frágil como el papel.

Algo inquieta, confirmo lo que acabo de decir.

—Lo... lo abracé.

— ¿Y... y qué pasó? —pregunta entre un mar de emociones. Es como si toda su seguridad hubiera desaparecido. Ahora se ve frágil y desesperada, pero me convenzo a mí misma de que esto la ayudará, por más que me cueste decirlo. Contarle sería lo mejor que puedo hacer.

Suspiro.

—Pues... al principio se puso rígido... —murmuro, retorciendo mis manos de forma nerviosa.

— ¿Sí? ¿Y qué más? —pregunta, con emoción palpada en su voz.

—Luego se relajó y me dejó abrazarlo, y... —vamos. Yo puedo—Y él me abrazó a mí.

Se abalanza hacia mí y me abraza, escupiendo agradecimientos a diestra y siniestra. Me quedo rígida. No puedo evitar comparar este abrazo con el de ayer, y me siento estúpida. ¡Tonta es que soy! Alice se sacude mientras me abraza. Dios, no sé qué hacer. Está llorando y no se me ocurre nada para consolarla. Soy pésima en esto.

«Alex, ¡Esto es tú culpa! ¡¿Ahora como consuelo a tu pobre y llorosa madre?!»

Nerviosamente llevo mis manos hasta su espalda y doy palmaditas. Bueno, no pasa nada. Está feliz. Alice está llorando de alegría y eso es bueno, ¿no? Así que técnicamente, esto no es un consuelo.

—Oh muchas gracias. Muchísimas gracias—dice entre llantos, eufórica. Se despega de mí de golpe y me dirige una sonrisa llorosa—. Es la primera señal positiva proveniente de Alex en mucho tiempo. No sabes lo feliz que me hace.

Sonrío.

—La verdad es que después de eso me empujó.

Sorbe por la nariz y la sonrisa no se borra de su rostro. Ríe un poco, y yo sigo sin saber cómo reaccionar.

—Lo raro sería que no lo hubiera hecho. Pero al menos, él está empezando a confiar en alguien y eso es bueno. Muy pero muy bueno.

Ha pasado mucho tiempo desde que entraba un rayito de luz a esta casa, al parecer. Debería estar eufórica al igual que Alice y Diana por el acontecimiento pero no es así. Las palabras de la frustrada y emocionada sirvienta han calado hondo dentro de mí. Aparte de abrazar a Alex, ¿Qué más he hecho? No he podido ayudarlo casi nada, y eso me aflige. Quisiera verlo sonreír. Me pregunto cómo sería su sonrisa, apuesto que maravillosa. También quisiera ver sus ojos brillando llenos de esperanza y emoción. Quiero conocer al maravilloso hombre que las demás personas conocían hace tres años. Pero claro, es más fácil pedir que obtener.

Lo obtendré. Sin importar hasta donde tenga que llegar, haré lo que sea con tal de ver su sonrisa.

—Tierra llamando a Blair—dice Alice sonriente, batiendo una mano frente a mí. Sus ojos aún se encuentran algo llorosos, pero ya está un poco más presentable.

—Oh, disculpe—murmuro, intentando sonreír.

—No pasa nada. Y entonces, ¿Qué te pasó ayer?

Me sorprende que haya cambiado de tema así como así, pero por otro lado no entiendo de qué me habla.

— ¿A...Ayer?

Alice frunce el ceño.

—Harmony me dijo que no fuiste a la cita acordada.

Oh sí, claro, la cita. Pasa. Eso me recuerda que también está el maravilloso hecho de que Alex me cuidara mientras me encontraba inconsciente, y decido dejarlo pasar por ahora. Tal vez se lo diga a Alice más adelante.

—Uh, si, bueno...

— ¿Alex te dio problemas?

— ¡N-No! ¡Nada de eso! —no quiero culparlo. Solo está perdido y desorientado, aferrándose a un sentimiento negativo. No es como si él me hubiera retenido a propósito—. Solo que se me pasó el tiempo.

Esa excusa me hace sonar como una persona irresponsable, y los ojos jade de Alice me escanean detalladamente en busca de algún rastro de mentira. La editora ya no debe querer hacer tratos con Alice ni conmigo. Falté una vez a la cita, y tuve bastante suerte de que la mujer me diera una segunda oportunidad. Pero hasta ahí llegó. Nadie en un asunto tan serio como ese daría una tercera oportunidad, arriesgándose a que suceda lo mismo otra vez. Harmony debe ser una mujer ocupada, y le he hecho perder el tiempo dos veces al no asistir. Ya no debe querer nada de mí.

—Bien, como sea. ¿Qué tal si me das el manuscrito?

— ¿Eh? — ¿Perdón?

—Puedo entregárselo a Harmony. He pensado que por ahora no es necesario que ustedes dos se vean. Yo se lo daré, y cuando ella tenga su veredicto podrían encontrarse.

Claro. ¿Por qué no pensé en eso antes? Debió ser obvio. Durante todo este tiempo, nunca fue necesario que nos viéramos cara a cara. Accedo a entregarle el manuscrito, y mentalmente hago una cuenta de todos los días que faltarán para obtener una respuesta, y eso que ni siquiera ha sido entregado aún. Pueden pasar hasta tres meses antes de saber si mi deseo se cumplirá o no. La cuenta regresiva comienza.

Esta mañana he ido a comprar algo sumamente genial de camino a la academia. De camino a la academia, claro, pero para darme de baja. Soy una persona demasiado fiel, y a veces me asusto de ello. Sabrina escogió no volver a las clases, y yo la seguí. En parte porque no quería estar sola, y en otra parte porque no quería verles la cara a los malditos desgraciados que se burlaban de ella. Mi fidelidad no tiene límites. En todo caso, aunque me dolió dejar las clases, fue Sabrina la que pagó mi inscripción en primer lugar. Y teniendo un arma letal como amiga, seguramente podrá enseñarme todo tipo de movimientos que pueda requerir.

Me detengo ante Rocky. Acabo de llegar, y estoy tan ansiosa que no puedo esperar para mostrarle mi maravilloso objeto. Ayer estaba tan triste que quise hacer algo especial por él.

— ¡Rocky!

El pobre perro sigue tan deprimido como ayer, pero al oír mi llamado alza las orejas y me mira de reojo. Le tengo un regalo muy especial.

— ¡Mira esto!

Alzo el hueso de juguete en el aire. Un sonido de interés viene de él, y se incorpora en sus cuatro patas con cautela. Mira el objeto que sostengo en lo alto y se acerca lentamente, pero en un punto se detiene. La cadena le impide avanzar más.

Me acerco a él y sonrío. Nos estamos volviendo amigos y él lo sabe. Solo quería cariño y que jugaran con él, nada más. «Me pregunto si podré soltarlo.»

— ¿Lo quieres? —le pregunto juguetonamente cuando acerco el juguete a sus fosas nasales. Lo olfatea, como si se estuviera asegurando de que no es veneno. En un momento deja de olfatear y abre su mandíbula fuerte y grande para cogerlo con los dientes, pero lo retiro antes de que lo logre—Ah-ah-ah. No, perro malo.

Se posiciona bien en sus cuatro patas, se le dilatan los ojos y mira el hueso fijamente, como si no existiera nada más que él y el hueso. Como si hubiera un universo entero sólo para ellos dos. Lo torturo un poco y mantengo el hueso a una altura inalcanzable para él. Rocky salta e intenta agarrarlo, y eso me hace reír. ¡Ha saltado!

— ¡Vamos, muchacho! ¡Más arriba!

Alzo más el hueso, y Rocky salta otra vez. Río, feliz de la vida por lograr hacerlo saltar. Finalmente lanzo el juguete hacia adelante y cae unos metros más allá. El perro no hace esperar y corre hacia el hueso, agarrándolo con los dientes y sujetándolo con ambas patas mientras bate su cola de un lado a otro, feliz. ¡Qué feliz está! Sin duda es un perro muy juguetón. Me pregunto si perseguirá la bola. Debió jugar mucho con Alex en el pasado. Seguro que paseaban por las calles y pasaban mucho tiempo, juntos. Lo puedo sentir.

Es injusto que el perro tenga que pagar los platos rotos. Es injusto que no pueda divertirse, que tenga que vivir en esta tortura solo porque a su amo no se le da la gana cuidar de él. Ninguno de los empleados se encarga tampoco, y por eso el perro se pone cada vez más triste.

Es una estupidez. Es una locura. Tal vez me meta en problemas, pero no puedo soportarlo más. Desgancho el lado de la correa que está atado al grueso árbol y tomo aire. Estoy loca. Sin duda estoy loca.

Pero Rocky se pondrá feliz, y eso valdrá los castigos que sean necesarios. Espero.

—Vamos a dar una vuelta, muchacho.




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