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15. El secreto de Sabrina.


Fuera del tema de Alex, más cosas estaban sucediendo a mí alrededor. Lo noté cuando todos, en clase de karate, miraban a Sabrina. Se reían y murmuraban entre dientes. Sabrina parecía sumamente avergonzada y con ganas de llorar. Cuando desperté de mi trance llamado «Alex» fue cuando me di cuenta de ello.

¿Por qué murmuran? ¿Acaso hay alguna razón para que se burlen de ella?

Cuando intento acercarme a ella, me huye. Sin duda algo está pasando. ¿De qué me he perdido? Intento acercarme a ella una vez más, pero no tengo éxito. Cuando el sensei llega, deduzco que la charla tendrá que ser para después. Mientras la clase transcurre, algunos no dejan de mirarla con gracia. Como si fuera algún mono de circo. ¿Qué les sucede a todos?

A través de cada ejercicio y llena de gotas de sudor, intento concentrarme en todas las cosas que suceden a mí alrededor. El reloj en la pared parece avanzar cada vez más lento, tanto que entre el cansancio y la incertidumbre logran empujarme hacia la desesperación.

Finalmente la clase termina, y yo termino exhausta, extendida sobre el tatami. A lo lejos veo a Sabrina, acomodando en su bolsa de deporte sus cosas con movimientos bruscos y robóticos. Reconozco ese tipo de movimientos. Intenta huir.

— ¿Sabrina...?

Tengo que moverme. Tengo que hablar con ella, y si no me levanto de aquí a tiempo, huirá. Con todas mis fuerzas, me impulso hacia arriba y me levanto. Pero es tarde.

Ya ha desaparecido.

Cuando le llevo el almuerzo a Alex, estoy en trance. Mi mente está en cualquier lugar menos en esta habitación. Estoy preocupada por Sabrina. Todos estaban mirándola con burla, y al final no pude saber la causa. Dejo el almuerzo de Alex sobre la mesita a un lado de la cama. Él mira hacia el frente sin alguna clase de sentimiento recorriendo su mirada.

Me quedo de pie en mi sitio. Me pregunto si Sabrina irá mañana a la academia. Así podría interrogarla. Por otro lado, pude preguntarle a cualquiera de los que estaban en el dojo, pero con solo pensar en acercarme a alguien y hablar, mi estómago se revuelve por completo.

—Tengo una respuesta para ti—escucho una voz a lo lejos.

¿Qué pudo causar que todos se burlaran de ella de esa manera? ¿Acaso pasó algo el día anterior? Sí, eso debió ser. Pero hay algo que también me carcome. Los hombres especialmente, la estaban mirando con vulgaridad. Otros la miraban con lascivia. ¿Lascivia? ¿Qué podría tener el sexo que ver aquí? ¿Y las mujeres? ¿Por qué la miraban de esa manera? ¿Acaso hay algo que todos saben que yo no sepa? ¿Qué podría haber hecho Sabrina que fue tan horrible?

¿Qué fue lo que sucedió aquel día que falté a la academia? ¿Acaso ella fue avergonzada de alguna manera?

— ¡Oye! —un empujón me despierta de golpe.

— ¿Eh...?

—Dije que ya tengo una respuesta—gruñe. ¿De qué habla?

— ¿Respuesta...? —vacilo.

—Idiota. ¡Del trato de seis meses! ¡¿De qué más?!

Ah... eso.

Alza una ceja, y noto que se ve interesado en preguntar qué me sucede, pero no lo hace.

— ¿Y cuál es tu respuesta? —pregunto, aún un poco elevada.

—Tengo tres condiciones.

Ah... cierto. Le dije que podía escoger tres cosas a las que no podría obligarlo.

Suspiro y me siento a su lado. Él gruñe, incómodo porque me hubiera sentado a su lado e inmediatamente se corre y hace distancia. Disimuladamente me muevo hacia él, pero el vuelve a poner distancia. Río internamente. Resulta gracioso molestarlo de esta manera.

—Te escucho—digo. Él mira hacia abajo, y juega con sus manos con nerviosismo. Esta así durante un rato, hasta que me mira a la cara nuevamente.

—Primero: no puedes obligarme a hablar de mi pasado.

Vaya. Sabía que empezaríamos por ahí. Necesito saber que le sucedió en el pasado. A pesar de su condición, encontraré las formas de averiguar lo que necesito saber. Si me gano la confianza suficiente, podría hacer que me lo contara por su propia voluntad. Haré que se sienta desesperado por hablar de sus problemas con alguien, y no le quedará de otra que contármelo.

—Bien.

El alza una ceja, claramente sorprendido.

— ¿En serio? ¿No vas a protestar?

—Hmm... no. ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué no te obligue? Bien. Yo ganaré mucho más.

Sus cejas se juntan en señal de fastidio.

—Segundo: no puedes obligarme a salir de esta casa.

¿Qué? Pues eso sí que es un problema. A pesar de eso, accedí.

—Mierda—blasfemo. Él sonríe de forma maquiavélica— ¿Qué quieres de tercero? ¿Qué te haga un masaje en los pies?

—Qué gracioso—dice sarcásticamente y con un tono agrio.

— ¿Y si tu quisieras salir por voluntad? —pregunto.

—Eso no pasará—contesta, y me da la espalda.

Bien, bien. Era obvio que esa sería su respuesta.

— ¿Y de tercero? ¿Qué más no puedo obligarte a hacer?

Su rostro se torna oscuro, como si de antemano supiera que no voy a estar de acuerdo con lo que está a punto de decir.

—Cuando me encierre en el baño, me dejarás tranquilo.

Ah no, ahí sí que no.

—Detén el coche, amigo. Con eso no cuentes.

¿Para qué se encerraría en el baño además de para hacer sus necesidades? Pienso y reviso las diferentes conclusiones que se forman en mi mente, hasta que una de ellas me deja muda. Agarro su muñeca fuertemente, y la jalo frente a mí. Subo un poco la manga, y lo que veo me deja congelada. Su muñeca está llena de cortadas. Es como si no hubiera esperado que las cortadas sanaran para cortarse otra vez.

Lo miro con el corazón detenido. ¿Por qué se hace esto a sí mismo? ¿No le duele?

Me arrebata su muñeca de mi agarre.

—No me toques—sisea.

— ¿No te duele hacerte eso? —le pregunto, atormentada.

—No—responde, y vuelve a tumbarse en la cama. Suspiro. Habrá que hacer algo con eso. No estoy dispuesta a dejar que se siga lastimando.

— ¡Oye! ¡No hemos terminado de hablar! Te falta una tercera cosa—le digo, indispuesta a aceptar aquella tercera condición tan ridícula. Es claro que si se corta lo voy a detener.

Gruñe.

— ¿No me puedes dejar en paz?

—Que tú no vives en paz, maldita sea. Ya te lo he dicho antes—me enojo—Ahora dime, ¡La tercera cosa!

— ¡Que me dejes solo!

—Eso no es opcional—replico.

— ¡Argh! —toma las mantas y se arropa con brusquedad. Dispuesta a no dejarme ganar de esa manera, me acerco a él y le arranco las cobijas sobre su cabeza. Cuando lo hago, me mira, sus ojos inyectados en ira pura— ¡¿Qué?!

—Pequeño Alex, la luz ya salió—le canto para molestarlo. Su gesto se vuelve aún más hosco, y en vista de que no puede quitarme de encima se arropa otra vez, desapareciendo de mi vista. Suspiro. Desde que se vino a vivir a esta habitación, mi cama siempre está en un estado deplorable.

Y desde que vino a esta habitación, la palabra paz dejó de existir.

— ¿Cuál es la tercera cosa? Dime, porque tengo planeado obligarte a hacer alguna cosa hoy.

Dice una grosería entre las cobijas. En realidad no tengo nada planeado, pero podría planear algo. Y ya tengo algunas ideas.

—No me preguntarás acerca de mis pesadillas—dice al final.

Oh claro, las pesadillas. Pequeño detalle olvidado. No creí que sería tan exigente. Le di la mano, y me tomó el hombro. Pero a pesar de eso, aún habrá cosas a las que podré obligarlo. No podré obligarlo a que salga, pero si podré obligarlo a comer. Cada vez está más delgado, y temo que pronto se convierta en el hombre varilla.

Y también podré obligarlo a bañarse, porque creo que no se baña hace tres días. Ya comienza a oler.

—Bien. Accedo a tus condiciones, pero tú no pondrás ningún pero a lo que te pida. Es eso o la tiara se muere—digo, eso último con tono de secuestradora.

Pero a pesar de eso no se ríe, y comienzo a pensar seriamente en que él realmente me vea como una secuestradora.

—No sabes cuánto te arrepentirás de esto...—murmura, rencoroso.

Por razones que no entiendo, estoy ansiosa de saber cómo piensa hacerme pagar. Él no conoce formas de torturarme, además de lo del manuscrito, que ahora guardo en un lugar secreto lejos de sus narices. Y me confío en que no hay forma accesible en la que él se pueda vengar. Así que todo debería estar bien.

—Pequeño Alex, predecir el futuro no es tu fuerte—le digo con un tono juguetón, y el gruñe exasperado antes de cubrirse con la cobija aún más.

Tengo una idea. Una idea brillante, que puede acercarme a la victoria. Y no, no hablo de Alex. Hablo de su perro, el cual está tan jodido como él. ¡Un hueso de juguete! Si consigo uno, podré distraerlo cada vez que vaya a darle de comer. Tengo que buscar cómo entrenarlo, o al menos, apaciguarlo. Todos los días a las cinco de la tarde es una tortura para mí. Seguro que Google tendrá para algunas respuestas sobre como volver esa hora en algo soportable.

En la noche, Diana me pregunta sobre mis avances con Alex y después de unas horas me voy a dormir.

Escucho un celular sonar. Escucho un gruñido masculino a lo lejos. Poco a poco salgo de mi letargo y lo reconozco. Es mi teléfono. ¿Robert me está llamando a esta hora? No, él no lo haría a menos que algo grave hubiera pasado. Abro los ojos lentamente, y bostezo. Mi teléfono está en una mesita cercana al sofá. Oh cierto, ahora duermo en el sofá. Puedo ver la luz tambaleante del aparato, avisando la entrada de una nueva llamada. Muy contra mi voluntad, me libero de mi cómodo refugio de cobijas y me pongo de pie. Arrastro mis pies hasta mi celular, mientras escucho a Alex gruñir entre sueños, molesto por el sonido.

Contesto sin mirar quien llama. Tengo tanto sueño que casi no veo por mí misma.

— ¿Hola...? —balbuceo.

Un llanto se oye al otro lado de la línea. Me pongo en alerta. ¿Quién...?

Me quito el teléfono de la oreja para ver el nombre del contacto. Oh mi Dios. Es Sabrina.

— ¿Sabrina? ¿Qué sucede? —pregunto, alarmada. Intento no subir la voz demasiado para no despertar a Alex, pero estoy considerando gritar si las cosas se ponen feas.

No me responde. Solo sigue llorando desconsolada al otro lado del teléfono.

— ¡Sabrina! ¡Dime algo, por favor! —exclamo, y me tenso. Verifico si Alex se ha despertado, pero para mi suerte sigue sumido en el mundo de los sueños.

Bla-Blair...—solloza.

—Dios mío, ¿Qué pasa? —le pregunto, angustiada.

Por favor ven... por favor... —ruega entre el llanto.

Me aparto el aparato de la oreja y miro la hora. Son las dos de la mañana. ¿Quiere que vaya a su casa a esta hora? Pero ella no se encuentra bien. Consciente de la hora que es pero también de su estado, acepto.

—Claro—y le pido la dirección. Ella me la da entre moqueos—Solo aguanta. Ya voy para allá.

Me arreglo en la oscuridad con rapidez, mientras me comienzo a preguntar por qué estaría Sabrina en un callejón oscuro y desolado a las dos de la mañana.

¿Cuál sería la razón? ¿Qué circunstancias la podrían haber llevado ahí, a esta hora?

La robaron.

La violaron.

Intentaron matarla y está malherida.

Terminó en alguna pelea.

Su novio la dejó. ¿Al menos tiene novio?

Antes de salir dejo una nota en la mesa del comedor, por si comienzan a preguntarse en donde estoy. No sé a qué horas regrese.

Enciendo la linterna de mi teléfono. Ilumino el estrecho callejón en busca de Sabrina. Debe estar hecha un montoncito en algún rincón del callejón. Tengo el corazón en la boca, no solo por lo que le haya podido pasar a ella, sino porque llegue algún ladrón y me tome de sorpresa. No debo pensar en eso. La mejor estrategia es encontrar a Sabrina cuanto antes y salir de aquí.

Con pasos lentos y retraídos, recorro el estrecho camino. Paso la luz de mi linterna por el frente y por los rincones, en busca de alguna señal. Finalmente me topo con ella: está echa un ovillo contra la pared, sollozando irrefrenablemente. Me siento tan perdida y a la vez tan impactada. ¿Qué rayos ha pasado con ella últimamente para que haya terminado así?

Corro hacia ella, me quito la chaqueta que llevo puesta y la pongo sobre sus hombros. Se estremece ante el contacto, y yo me arrodillo frente a ella sin saber que decir. Pero estoy tan impactada, y a la vez tan necesitada de respuestas que decido hablar.

—Sabrina, ¿Qué rayos...? —su ropa. Está usando una ropa muy provocativa y extravagante. Tiene unas enormes botas que le llegan hasta la rodilla y con un tacón increíblemente alto, y su blusa es de mallas y no tapa lo suficiente. Usa unos pantaloncitos tan cortos que fácilmente podrían compararse con unos calzones.

¿Qué hago? ¿A dónde debería llevarla...?

Se arroja a mis brazos en busca de seguridad. Mi mente está hecha un caos, y necesita respuestas. Pero ella necesita más un abrazo de lo que yo necesito aclarar mi mente. Así que la abrazo, dejando que se desahogue en mi pecho. No soy nada buena consolando a la gente, pero es lo único que puedo hacer por ahora.

Acaricio su cabello suavemente con la esperanza de calmarla, pero no funciona. Le pregunto qué ha sucedido, pero ella solo llora más fuerte. Así que durante largos, largos minutos, permanecemos allí, una abrazada a la otra, una intentando encontrar seguridad en la otra. No sé en qué clase de cosas ha estado metida Sabrina, ya que no me ha contado mucho acerca de su vida.

Y si me llamó a mí, fue porque no tenía a nadie más a quien llamar. O eso quiero pensar. Cualquier persona pudo haber venido por ella, pero me eligió a mí, a pesar de que no llevamos ni un mes de conocernos. Lo que me hace pensar que tal vez hay más de lo que no estoy enterada.

Cuando finalmente se calma, no habla, no dice nada, y en contra de todas las posibilidades de que algo salga bien, la llevo a la gran casa de los Russell. Afortunadamente no estamos muy lejos. Si hubiera llamado desde el otro lado de la ciudad, me habría tomado muchísimo más tiempo llegar. Sabrina camina a mi lado, silenciosa, pero me ha hecho mantener un brazo sobre sus hombros para transmitirle seguridad. El solo pensar en cómo cuidaré a Alex y a Sabrina a la vez hace que mi estómago se revuelva. ¿Cómo voy a lograr semejante hazaña?

Logro escabullirme hasta la puerta sin ser vista por ningún hombre de seguridad. Cuando llego al comedor, recojo la nota que dejé anteriormente e invito a Sabrina a sentarse en una de las sillas. Ella lo hace con movimientos lentos y temblorosos.

Enciendo la luz, y sus ojos se entrecierran por la molestia.

Nos quedamos mirando la una a la otra durante varios segundos, esperando que alguna rompa en silencio. Yo la miro de una manera impasible, mientras ella me observa con algo parecido al temor. Suspiro. Es claro que ella no romperá el silencio, el estado de shock que tiene ahora mismo no se lo permitirá.

—Te haré una infusión.

Entro a la cocina, y rápidamente busco una de esas bolsitas de té. Hiervo un poco de agua y deposito la bolsita, jalando una y otra vez de la tirita para que el agua coja color. Rápidamente está lista, y regreso al comedor.

Dejo el vaso frente a ella.

—Gracias...—susurra.

Me siento a su lado mientras ella mira el líquido como si contuviera los secretos del universo.

—Bébela. Está caliente.

Asiente con la cabeza torpemente y se lleva un sorbo a sus labios. Miro alrededor, detectando alguna señal de movimiento. No me gustaría ser sorprendida por alguna de las empleadas, o por la misma Alice. Prefiero esperar a que amanezca para aclarar la situación, tanto con ella como con la dueña de la casa.

Quiero preguntar por qué esta vestida de esa manera, y también el por qué estaba en un callejón, llorando, a las dos de la mañana. Pero en vez de hacer eso, espero un poco más hasta que sus temblores y su confusión mental se hayan calmado lo suficiente.

Rato después deja el vaso humeante sobre la mesa, y cierra los ojos con cansancio. Tal vez quiera dormir, pero no la dejaré hacer eso sin resolver mis dudas.

— ¿Qué fue lo que sucedió? —pregunto con algo de inseguridad. Ella me mira con temor, con ese temor con el que un niño mira a su mamá cuando sabe que va a ser regañado.

Suspira entrecortadamente y agacha la mirada. Tiene que decírmelo si quiere que la ayude, y ella lo sabe.

—Me llaman Cindy.

¿Qué?

Al notar mi cara de confusión, prosigue entre sollozos.

— ¿No te has dado cuenta? —se lleva las manos al rostro— Mi ropa, el hecho de que estuviera a las dos de la mañana en un callejón, las risas de mis compañeros en la academia, la mirada lasciva de algunos hombres cuando camino por la calle...

Todo comienza a conectar en mi mente, y una teoría aparece. No... no puede ser cierto.

—La razón por la que entré a la academia de karate era... —un sollozo agudo sale de su garganta. Estiro una mano hacia ella para tocarla, pero me detengo en el camino y retrocedo. No es buena idea— era aprender a defenderme de aquellos clientes que quisieran propasarse más de lo debido...

— ¿Eres...?

Asiente ante mi mirada de horror. La poca estabilidad que le queda flaquea, y entre lágrimas confiesa algo que me deja helada.

—Soy prostituta.



...................

Son las seis de la mañana y yo no tengo que decir nada acerca de esto, ¡Simplemente así me salió en mi retorcida mente! Perdóname Sabrina :(

Sabrina parecía tener una vida perfecta en todos los sentidos: era bonita, practicaba karate y otras cosas más... pero a veces las personas no son tan perfectas como aparentan. Ay... *se va a llorar a un rincón*


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