https://youtu.be/dMW8ki94Qgk

"¿Qué es seguro?
Cuando estoy feliz o triste
tú estas a mi lado, un barco flotando en un mar oscuro sin siquiera un mapa
Como esa estrella que sigue brillando hacia el mañana, brillando en mi corazón todos los días."

Anata - L'Arc en Ciel

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Me he mirado en el espejo tantas veces que ya no sé si es mi rostro el que veo, o el eco del alma que arrastro dentro, desbordada de grietas imposibles de llenar. He sostenido mi propia mirada hasta que la ira se reveló desnuda, como una loba herida que me muestra sus dientes. Quise gritarle, ahuyentarla, arrancarle ese aire de soberbia que le permite habitarme, pero solo me devolvió una sonrisa de costado, burlona, como quien sabe que su lugar está tatuado en mi sangre. ¿Cómo se silencia una tormenta que se agita entre las costillas? Me susurro "perdona", no para el mundo, sino para mí. Perdona las veces que permití que me destrozaran, las veces que respondí con gritos donde hacía falta silencio. Perdona, aunque la piel esté aún erizada de recuerdos que laceran. Porque el odio, me he dado cuenta, no es más que un amor que murió de hambre y decidió vivir como un espectro, sin dueño, sin propósito.

El miedo, viejo conocido mío, llega siempre sin invitación. Se sienta en mi cama cuando la noche me alcanza, aferrado a los bordes de mis sábanas, y me susurra historias de futuros rotos, de caminos que nunca llegan a ninguna parte. Le tengo miedo a todo, o eso creo. Pero quizás el sol es la única promesa en la que todavía creo. Me asusta su fuerza, la manera en que me desnuda ante el mundo, pero me consuela su certeza de volver cada mañana. Entonces aparece algo dentro de mí que llamo coraje, aunque su verdadero nombre lo desconozco. Es un hilo fino, casi imperceptible, pero está allí, sosteniéndome cuando el suelo se desmorona bajo mis pies. Me susurra: "Levántate, incluso cuando temes, porque detenerse también es un tipo de muerte." Quizás el coraje no sea más que una decisión humilde: caminar, aunque las piernas se tambaleen, aunque el alma se parta en dos.

Y luego está el amor, ese pájaro asustadizo que siempre vuelve a mí. No importa cuántas veces lo haya encerrado, cuántas jaulas invisibles le haya construido para que no me duela. Regresa, con las alas abiertas y los ojos brillando, exigiendo que lo mire de frente. Lo toco con cuidado, como si fuera una joya frágil que en cualquier momento pudiera quebrarse. Pero hoy entiendo que no hay jaulas, ni tormentas, ni sombras que puedan sofocar la luz que lleva dentro. Porque el amor me enseña, no a desafiar la muerte, sino a reconciliarme con ella. Cuando el momento llegue, no será un final, sino un puente hacia aquello que no entiendo, pero en lo que confío. Sé que mis días son piezas de un rompecabezas mayor, que cada risa, cada lágrima, cada abrazo dejan un rastro que nunca se pierde. Y así, cuando la noche me alcance, me abrazaré a esa certeza: que la vida que viví no fue en vano, que todo lo que amé sigue latiendo en algún rincón del universo. ¿Y no es esa, al final, la paz que todos buscamos? Vivir con la confianza de que el amor que dimos es lo único eterno.