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✎ ANEXO 7 [Ensayo] La filosofía de Corazón de Metal

https://youtu.be/dmFzT_BtVLk

Debo reconocer que el trasfondo de mis novelas anteriores es, digamos, al menos sesgado. Durante años atravesé un enamoramiento intelectual por la Sabiduría Hiperbórea, el Hitlerismo Esotérico y todo aquello referido al nazismo. ¿Fui un Nazi?, no, eso no es coherente de afirmar. Ni siquiera podría catalogarme a mí mismo como un neo-nazi. Simplemente tenía un gran interés y simpatía por el pensamiento de Martin Heidegger y las acciones tomadas por Adolf Hitler para poner en marcha dicho pensamiento. Todo ello, sumado a los aportes filosóficos de Felipe Moyano, Miguel Serrano y la historiografía de Salvador Borrego Escalante, dieron fruto a la naturaleza subversiva de mis primeras novelas. No me arrepiento de nada, pero estaba errado.

Reconozco que los alemanes se equivocaron no solo en la Segunda y Primera Guerra Mundial, sino que vienen hilando errores estratégicos desde tiempos de Napoleón, siendo la guerra fraticida Austro-Pursiana el símbolo de un pueblo que no se encontraba a sí mismo. Deben saber que la Segunda Guerra Mundial no estalló porque los alemanes fueran unos supremacistas malvados surgidos de la más absoluta nada ontológica; no existe la maldad en estado puro. Hay un porqué destrás de todos los cómos de Adolf Hitler. Todo fue un dominó, un efecto mariposa de consecuencias cuyo origen lo podemos rastrear hasta la guerra Franco-Prusiana.

Los procesos de la Ilustración, las revoluciones, la industria, el fin de las coronas y reinos que dieron lugar a los estados-nación que hoy conocemos, todo llevó de la mano a un desarrollo civilizatorio que nos ha traído a este presente posmoderno. Pero antes de la posmodernidad hubo la modernidad. ¿Qué carajos es esto de la modernidad y la posmodernidad entonces?

La modernidad, un extenso período histórico y filosófico que se extendió aproximadamente desde el siglo XVIII hasta mediados del XX, se caracterizó por una serie de ideas y transformaciones radicales en la sociedad, la cultura y la forma de entender el mundo. En su núcleo, la modernidad abrazó la racionalidad y la ciencia como herramientas esenciales para el progreso y la comprensión de la realidad. Existía una ferviente creencia en la capacidad de la humanidad para avanzar hacia un futuro mejor gracias al conocimiento y la tecnología. Se buscaban verdades y valores universales que fueran aplicables a todos los seres humanos, sin importar su origen o cultura. Además, se valoraba profundamente la autonomía y la libertad del individuo, así como sus derechos y su capacidad para tomar decisiones propias.

La modernidad tuvo un impacto trascendental en todos los aspectos de la vida, desde la política y la economía hasta el arte y la literatura. No obstante, a medida que avanzaba el siglo XX, algunas de las ideas centrales de la modernidad comenzaron a ser cuestionadas y puestas en tela de juicio. La posmodernidad surgió como una corriente de pensamiento y un conjunto de cambios culturales que se propagaron desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.

Aunque la posmodernidad no implica un rechazo absoluto de la modernidad, aplica a ser una revisión crítica de sus ideas y valores. Entre sus rasgos distintivos se encuentran el relativismo, que cuestiona la existencia de verdades absolutas y reconoce la diversidad de perspectivas y puntos de vista; el escepticismo, que desconfía de los grandes relatos y las ideologías que pretendían explicar el mundo de manera totalizadora; la fragmentación, que valora la diversidad y la pluralidad, pero también reconoce la dificultad de encontrar un sentido unificador en la sociedad contemporánea. Pensadores como Zygmunt Bauman y Byung Chul-Han nos han metido en análisis filudos y pesimistas de nuestro presente, demostrándonos que, en esencia, Arthur Schopenhauer siempre tuvo la razón al afirmar que vivimos en uno de los peores mundos posibles.

En ese sentido, las redes sociales, el COVID19, la corrupción estatal, la falta de confianza en las instituciones, la erosión de las democracias, y los discursos ridículos y extremistas como los enarbolados por la nueva izquierda —hablo de los discursos woke de justicia social, las diversidades de género, el ecologismo extremo, el feminismo radical, el anti-facismo etc.—, o la nueva derecha —hablo del libertarianismo sin ocuparse de las plutocracias y oligopolios, el regionalismo total, el ultra nacionalismo, la meritocracia ciega, el anti-inmigracionismo, el anti-wokismo, etc—; caen conjuntamente en el más absurdo sinsentido epistemológico, ético, ontológico, estético, político y hasta económico. Son las dos caras de una misma moneda a la que llamamos: el poder. Es una lucha de narrativas, una guerra cultural la cual muchos le desconocen el peligro de existir; y en todo sentido, es una pelea pelotuda que solo puede existir en un tiempo tan caricaturesco como lo es la actual posmodernidad. Vivimos en un mundo donde la gente te dice: o estás conmigo o estás en mi contra.

La realidad no es absoluta y categórica, sino más bien cambiante, ambigua e indiferente. Y ese es justamente el contexto filosófico de "Corazón de Metal". Arturo y Sibyl viven en un mundo sumido en las consecuencias de las decisiones más imbéciles jamás tomadas. Quienes deciden, lo hicieron velando por sus propios intereses. Y entonces, el mundo metalero rompe todo el esquema. Es la anarquía total, una anomalía, un caldo de cultivo ideal para el surgimiento de los antagonismos de mi novela.

En "Corazón de Metal", colisiona el pensamiento de dos grandes filósofos que superan, mediante su pensamiento, las limitaciones de la posmodernidad antes descritas y los ismos que ésta impone a la literatura contemporánea. Hablo de Friedrich Nietzsche y Philipp Mainländer, dos figuras del pensamiento alemán del siglo XIX, quienes compartieron un interés profundo por la condición humana, la moral y el significado de la existencia, aunque sus conclusiones divergieron de manera irreconciliable. Ambos filósofos se vieron influenciados por la filosofía de Arthur Schopenhauer, pero desarrollaron ideas propias que los llevaron a conclusiones muy distintas.

Nietzsche, conocido por su crítica radical de la moralidad tradicional y su concepto de la "voluntad de poder", desafió los valores morales convencionales, como la humildad y la compasión, argumentando que eran herramientas de los débiles para subyugar a los fuertes. En contraposición, propuso la "voluntad de poder", una fuerza vital que impulsa a los individuos a superarse a sí mismos y a crear nuevos valores, tal como Arturo pretendía demostrar mediante su actitud estoica ante la dificultad. Mainländer, por su parte, se destacó como un filósofo pesimista que concebía la existencia como un sufrimiento inevitable. Influenciado por el budismo, creía que la única liberación posible era la aniquilación del yo. Su filosofía se centraba en la "voluntad de muerte", un impulso que nos lleva a buscar la extinción de nuestra propia conciencia, tal como queda de manifiesto en las acciones y diálogos de Asmodius dentro de la novela.

A pesar de sus diferencias, Nietzsche y Mainländer compartieron algunos puntos en común. Ambos reconocieron la naturaleza trágica de la existencia y la falta de un significado trascendente. También criticaron la moralidad cristiana y la idea de un Dios personal. Sin embargo, la principal diferencia entre Nietzsche y Mainländer radica en su visión de la voluntad. Mientras que Nietzsche exaltaba la "voluntad de poder" como fuerza creativa y afirmativa, Mainländer la concebía como "voluntad de muerte", un impulso destructivo que busca la aniquilación. Esta diferencia fundamental los llevó a conclusiones opuestas sobre el sentido de la vida.

En "Corazón de Metal", Arturo es la representación de Nietzsche mientras que Asmodius, la pandemia y el mundo en general son la representación de Mainländer. Mi intención era enfrentar a la voluntad absoluta frente a la desolación absoluta. Y ganó la desolación pues, de forma realisticamente pesimista, creo verdaderamente que ese es el desenlace de toda lucha. En lo personal, yo no me identifico ni me veo en Arturo; como su autor y creador, yo más bien me veo en el mundo podrido de Arturo, en la visión pesimista de Asmodius, en la desolación de los blackeros, en la negación del ser. Como autor de "Corazón de Metal", yo soy la dificultad, el sufrimiento, el dolor, el absurdo y el anhelo de aniquilación total. Todos vamos a morir un día, eso es un hecho; y fracamente, no veo nada en la vida por lo cual valga la pena existir. ¿Por qué no me he suicidado entonces si pienso de esa manera? ¡Claro que lo haré, carajo! Pero tengo deberes y apegos que atender antes de mi muerte que nada tiene que ver con mis deseos de morir.

Arturo representa lo mejor de nosotros, de lo que podemos ser y hacer cuando la voluntad se hace fuerte como el acero. Y el pobre hombre sí que lo intenta. Trató de salvar a Breatrice, falló. Trató de salvar a Sibyl, falló. Trató de ser un mejor hombre, falló. Arturo falló en todo, y aún así sigue adelante. Muerto por dentro, sigue adelante. Por todo ello, Arturo intenta ser la voluntad de poder en sí mismo, su propio propósito y finalidad; él es la encarnación del pensamiento de Friedrich Nietzsche e Immanuel Kant. Incluso tiene varios ingredientes de Arthur Morgan de Red Dead Redemption 2 (si no han jugado ese juego, qué esperan, ¡háganlo!).

Del otro lado está Philipp Mainländer quien, dicho antes, estaba influenciado por el budismo y por Schopenhauer. Creía que la única liberación posible era la aniquilación del yo, la extinción de la propia conciencia. Esta idea central se manifiesta en su concepto de la "voluntad de muerte", un impulso que nos lleva a buscar la desaparición de nuestra individualidad y a fundirnos con la nada.

Ahora bien, ¿cómo se relaciona esta "voluntad de muerte" con el "suicidio de Dios"? Para Mainländer, Dios no es un ser personal y trascendente, sino una unidad primordial que existe en un estado de perfección y plenitud. Sin embargo, esta perfección es insoportable, ya que implica una ausencia total de cambio y devenir. Por lo tanto, Dios decide "suicidarse", es decir, renunciar a su propia existencia como unidad para dar lugar a la multiplicidad del mundo.

Este "suicidio de Dios" no es un acto literal de autoaniquilación, sino más bien un proceso de autolimitación y división. Dios se fragmenta a sí mismo en una infinidad de seres individuales, cada uno de los cuales contiene una parte de la "voluntad de muerte" divina. De esta manera, el mundo se convierte en un escenario de sufrimiento y lucha, siendo la posmoernidad el último paquete de actualización en el programa de dolor ilustrado que nos aprisiona a todos los humanos que hoy vivimos. Todo lo que ocurre con el mundo de Arturo es la representación misma del espíritu de Mainländer.

Aunque Mainländer no promueve el suicidio como una práctica individual, sí reconoce que el suicidio puede ser una forma de acelerar el proceso de aniquilación, mas no lo considera una solución universal. Para él, lo fundamental es comprender la naturaleza trágica de la existencia y aceptar la "voluntad de muerte" como una fuerza que nos impulsa hacia la nada. A pesar de su oscuridad, la filosofía de Mainländer nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la existencia y la búsqueda de sentido en un mundo aparentemente carente de propósito.

Esta lucha filosófica es la que mueve todos los eventos de "Corazón de Metal", pues más allá de ser una novela de amor es una novela sobre la absurdidad de la existencia y la inevitabilidad del sufrimiento. Estamos condenados a sufrir y penar mientras vivamos, y no existe nada en este mundo lo suficientemente bello o puro por lo cual valga la pena cruzar tantas penurias en la vida. El amor un día se acaba, ya sea por el desarrollo de una enfermedad, o por resbalarse por un acantilado, o por la corrosión de dos personalidades que se remodelan hasta hacerse incompatibles, o por un desconocido en un bar que dice las palabras correctas en el momento correcto. El punto es: el amor siempre termina, la felicidad siempre termina, la vida siempre termina. En el mejor de los casos, ambos mueren al mismo tiempo y todos los esfuerzos hechos quedan en el mismo limbo de olvido que todas las penurias sufridas, borradas por el tiempo y la mortalidad que nos define como seres humanos.

Y aún así, Arturo hace que todo valga la pena. Pues si todo es absurdo, si no hay una meta, un gran plan, un propósito, y estamos condenados a ser libres; entonces solo el amor desinteresado y sin esperar nada a cambio puede hacer que tal absurdo tenga algún valor. Quizá llenar el abismo de la nada existencial mediante acciones que validen nuestra temporal existencia más allá de pegarse un tiro o morir de COVID19.

¿Sibyl y Beatrice lo valieron para Arturo? Tú me dirás. ¿Estaba Arturo mejor antes de conocerlas? Yo lo dudo. Al final Sibyl se fue y dejó a Arturo destruído, y aún así, al final, seguía tocando metal y siendo parte de una familia golpeada por la muerte. Las buenas acciones de Arturo, él no las realizaba por sí mismo sino por el amor que lo movía. La cooperación, el desprendimiento desinteresado, todo aquello forma parte del eje civilizatorio que nos hizo seres humanos. Vivimos en esa dicotomía de cooperación y aniquilación mútua. Aquello es, lo que como seres humanos, somos. ¿Vale la pena el amor? Sí, cada maldito segundo lo vale. Pero aunque valga la pena actuar con amor, con bondad y con generosidad, nada de eso lo hace uno para la paz pues aún en la bondad, el sufrimiento sigue y sigue. ¿Por qué hacerlo entonces? Porque no hay de otra, porque es lo único que nos queda en una existencia sin dioses, sin vida después de la muerte, sin nada más que lo que somos mientras vivimos. Arturo lo sabía, y se arriesgó a creer que el amor existe. 

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