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9. El Origen de la Miseria

https://youtu.be/rxd6sxLxdys

"Me siento perdido en un sueño.
Anhelo el día en que pueda ser yo mismo.
Ser libre"

Epica – Unleashed

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La vida de Sibyl puede, con facilidad, ser catalogada como una tragedia tras otra desde sus orígenes más recónditos; aquellos que hablan de sus ancestros, su genética, el legado de infortunio que le heredaron y su, aparentemente, inescapable condición de desgracia. Pero para entender cómo es que una chica como Sibyl puede existir, es necesario revisar sus orígenes empezando por su ancestría.

La madre de Sibyl, doña Vera Robles, fue producto del emprendedurismo conyugal de una mujer pobre, Saida Robles, abuela de Sibyl, quien era huérfana de nacimiento y que en la práctica se crió a sí misma en un orfanato durante tiempos de dictadura. A mediados de los años 60', Saida conoció a un disidente soviético, Viktor Kuklov, quien aprovechó su condición de miembro de las "Brigadas Internacionales Soviéticas" para escapar del bloque comunista, recalando primero en Alemania Occidental, luego viviendo en España durante algún tiempo y, por azares llenos de sentido, huyendo de Europa, con algo de ayuda, hacia América Latina. Se estableció en Uruguay por varios años, hasta perfeccionar su español y adaptarse a la nueva cultura. Luego migró a Bolivia por razones tanto políticas como laborales, país donde se juntaría fuera del formalismo de un matrimonio legal y sostendría una vida conyugal caótica y disfuncional, destinada a la ruptura; mas no fue la separación el epílogo de esa vida en pareja, sino la muerte, ya que Viktor terminó asesinado por un agente de la KGB, dejando a Saida, viuda, en precaria situación, con una enorme pobreza y con una niña bastarda cuyo padre jamás reconoció. La llamó Vera y en un futuro se convertiría en la madre de Sibyl.

A Vera le tocó vivir en un país roto por las crisis económicas y las dictaduras. Su infancia fue dominada por dos factores que la marcaron: el racismo y la pobreza. Pero para entender la profunda implicancia de esto hay que mirar hacia el contexto boliviano de la época, pues el tema étnico y social es una constante muy compleja y dolorosa; no solo en el país trasandino, sino en todo el continente americano, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Es un asunto tan espinoso que hoy, en pleno siglo XXI, no ha terminado de resolverse en lo absoluto, sino que se ha complejizado aún más a escala global.

Explicado de forma breve, puede decirse que Bolivia tiene un déficit de entre treinta y cuarenta años de desarrollo humano en comparación con el primer mundo; y entre veinte y diez años de atraso con relación a sus vecinos, en materia de economía, más desarrollados, tales como Brasil o Chile. Es una nación desafortunada en varios aspectos, ora privilegiada en otros. Pero eso sí, rica en contradicciones.

Si ya de por sí el conflicto étnico, de clase y pobreza es un problema mayor en países tan grandes como Estados Unidos o China —porque sí, en China también hay mucho racismo y pobreza—, en Bolivia, este mismo conflicto se sostiene en términos de un atraso casi medieval. Lo indígena, lo cholo, lo autóctono tiene una frontera compleja y difusa con lo caucásico, lo español y lo europeo; siendo lo segundo, la "minoría burguesa republicana", detentora del "privilegio blanco" —tal y como los sociólogos aymaras más endogenistas lo han bautizado—. Algunas cosas se dan por sentadas y hay hechos que pueden dificultar mucho la vida, dependiendo del color de piel. Esto es algo que cualquier alteño, cualquier persona que heredó lo indígena, lo rural, lo tradicional, lo aymara, lo quechua, ha sufrido en sus carnes en mayor o menor medida. Lo que no siempre se dice es que lo mismo ocurre en sentido contrario, pues lo blanco, lo caucásico, lo q'ara q'ara es una palabra aymara que se usa para referirse de manera peyorativa sobre una persona caucásica o extranjera—, no es para nada bienvenido en las zonas urbanas habitadas por quien se siente más boliviano que los demás so pretexto de lo moreno de su dermis; y cuando eres pobre, estás destinado a vivir en estas zonas.

Desdichado seas si naciste en Bolivia siendo blanco y pobre a la vez, pues de ser así serás rechazado en cada estrato social y grupo étnico que compone la sociedad boliviana occidental; olvídate de la dignidad si debes tratar con la burguesía aymara en desventaja para negociar o con la q'ara clase alta en desventaja para trabajar. Es como ser despreciado por dios y por el diablo al mismo tiempo. No tienes lugar, eres una incoherencia existencial, algo que no debería ser posible; eres doña Vera, sus antecesores y sus predecesores también. Eres un paria sin noción en este mundo ni lugar en la historia. Y como ella, hay miles de bolivianos en la umbra de lo indefinido, dentro de un narcoestado totalmente podrido por sus juegos de tronos.

En este contexto ya se hace más fácil entender lo complejo de la desgracia de Vera. Fue una niña que tuvo que vivir la pobreza y la necesidad más grandes en un contexto que la rechazaba por su aspecto físico y sus limitaciones económicas. Vera Robles aprendió muy bien que era un ser indeseado en todas partes, su propia madre se encargó de dejárselo muy claro repitiéndole desde niña que su nacimiento fue un error. En ese tenor, Vera aprendió a odiar primero. Odiaba la pobreza, odiaba a quienes la marginaban, odiaba su propia vida.

Su precaria situación no le permitió recibir una instrucción adecuada, estudió en las escuelas públicas del gobierno, liceos en los que la educación en los tiempos de infancia de Vera era peor que pésima —y remarcamos el "era", pues esto cambió mucho en el siglo XXI, para fortuna de Sibyl—. Tras graduarse no pudo estudiar más, tenía que trabajar pues ni bien recibió el diploma de bachiller, se emancipó y jamás volvió a hablar con su madre, hasta que ésta murió. Nadie fue al entierro de Saida.

Por su parte, el padre de Sibyl no tenía un origen mucho más afortunado. Ramiro Funes Ranoccia fue consecuencia de un peronismo aplastante que, durante los años 70 del siglo pasado, endulzó las orejas de los argentinos con discursos de prosperidad que jamás se concretaron; y si hablamos de provincia, peor.

Ramiro era un argentino porteño que pasó su infancia y juventud en provincia, en el seno de una familia descendiente de patricios caídos en desgracia. Vivía la pobreza de la marginación en la zona sudeste de la ciudad de Salta y, pensando en una mejor vida, migró a Chile para trabajar y estudiar; Pinochet se encargó que sus sueños se frustraran. Durante la dictadura se vio forzado a escapar de Santiago, pero en lugar de volver a la Argentina, optó por buscar otra vida en Bolivia.

Así por causalidades más que casualidades, acabó viviendo en la ciudad de La Paz, trabajando como albañil en edificios de alta factura y baja seguridad. No fue raro ni inesperado que un accidente laboral terminara alejándolo de la construcción. A falta de una instrucción más especializada, don Ramiro jamás pudo conseguir un mejor empleo y sus limitaciones de salud no le permitieron estudiar para mejorar sus condiciones de vida puesto que tenía que comprarse medicamentos, mismos que le demandaban trabajar sin descanso. Aun así, y a pesar de todas sus necesidades, don Ramiro podía darse estatus de pecador en el lujo de ambrosías amorosas junto a mujeres que caían en sus redes a causa de su innegable atractivo físico y su buena verba. Fue así, en alguna de sus aventuras, que terminó conociendo a Vera.

El romance fue corto pero intenso. Vera y Ramiro aún eran jóvenes y se entregaron a tal calibre de faena conyugal, que casi podría decirse que el trabajo de cualquier actor porno quedaría eclipsado por las pasiones que esta fogosa pareja encendía al margen de sus necesidades y su pobreza. Pero como bien se sabe, la ignorancia, las carencias económicas, la superstición, el hambre y la precariedad no son muy amigos de la reflexión y la planificación familiar —como si la pobreza te diera elección—; y tal parece, la calentura de juventud y la sensación de recompensa que otorgan el orgasmo, darían como resultado a la más lógica y obvia de las consecuencias: un embarazo no planificado.

Sibyl estaba ya en gestación cuando los futuros padres se enteraron. No fue una buena noticia, sino la más amarga de todas, pues ambos sabían lo mal que podía terminar todo aquello. Hasta se sintieron tentados de abortar, debieron hacerlo, pero no lo hicieron. Al final, aquel embarazo mató el romance y originó las incansables diferencias matrimoniales, las que pronto degenerarían en peleas furiosas.

Sibyl nació en el contexto de la transición del milenio, en pleno 1999, en un mundo que se esperaba lo peor para el año 2000. Vera destetó a la bebé ni bien cumplió los diez meses de vida, odiaba la sensación de los pequeños dientes de leche devorando el pezón. Por su parte, Ramiro empezó a trabajar turnos dobles para que el dinero alcance, pero su salud siempre fue un impedimento. Aquella vida de hogar lo volvía loco, su esposa se había convertido en una destilería de odio cuya boca solo era capaz de emitir quejas, insultos y maldiciones contra todo y contra todos. Incluso llegaba a pelear a puño limpio con vecinas de pollera, lo que causó que la familia tuviera que mudarse constantemente. Había un exceso de violencia allí, una ira que consumía a Vera entre la dejadez, la cólera y la locura.

Para evitar problemas con su mujer, Ramiro trataba de estar la mayor parte de su tiempo fuera de casa. Pero él también tenía sus culpas, pues el estrés y la frustración con la vida en general lo habían convertido en un hombre melancólico y depresivo; el hombre era un inepto con dotes de don Juan trágico de cuarta. A veces, la única forma en que la pareja concluyese sus salvajes peleas de forma no violenta era por medio del "coito de odio". Una catarsis tanto desdeñable como prosaica.

El milenio recibió a los Funes Robles con la noticia de un nuevo bebé. ¡Lógico!, si te la pasas cogiendo con tu mujer para no pelear, no hay condón o "T" de cobre que resista, el inevitable destino es un embarazo. Y lo cierto es que ni Vera ni Ramiro tenían otro niño en sus planes, ni la competencia emocional o mental para prevenirlo ni evitarlo. Así nació el hermano menor de Sibyl, Facundo, quien también llevaba todas las de perder desde un inicio; perdición que se consolidó con el divorcio de sus padres.

La ruptura de aquel matrimonio podría tener todo tipo de justificativos para lograr entenderlo. Entre las patéticas depresiones de Ramiro y la furibunda agresividad de Vera, el matrimonio era un imposible. Ramiro y Vera eran personas rotas, mal hechas, desgraciadas desde su propia concepción. Nada podía salir bien así pues estaban no solo maldecidos por los dioses, sino que, a ellos, virtualmente, las divinidades hacedoras de los hados les habían cagado en lugar de parirlos, con tan mala suerte los infelices que tuvieron la desdicha de conocerse. Cualquiera diría que Ramiro lo había concluido todo huyendo con una nueva mujer, posibilidad muy factible para él dado que, a pesar de todo, aún tenía el encanto para aspirar alguna nueva conquista. Pero, por sorpresa o no, fue a la inversa. Vera pidió el divorcio y expulsó a Ramiro de su vida, no sin antes escupirle en la cara. ¿De dónde sacó la mujer el valor para afrontar el divorcio? De otro hombre, uno que le prometía estabilidad económica, oferta que Vera no podía rechazar.

Convencida por el dinero, Vera terminó casándose con Bernardo Zambrotta, un napolitano jubilado de más de setenta años, quien había dejado Italia por causas que no declaró a nadie hasta que fue demasiado tarde. El matrimonio se realizó con pompa y parecía que Vera y sus hijos tendrían un nuevo comienzo. Pero no sería así.

Resultó que don Bernardo no era un hombre adinerado sino todo lo contrario. Vivió en Nápoles casi toda su vida, trabajando como dependiente de un viñedo. Era un hombre obsesionado con las mujeres, algo que sus siete divorcios daban fe. El hipódromo fue su perdición, las apuestas se lo iban a comer vivo, al punto que tuvo que pedir dinero prestado a cierto grupo irregular de Sicilia, conocido como Passione, quienes no tardaron en hacer efectivos los cobros. "Diavolo no tiene piedad ni clemencia", decían del jefe de Passione, y no mentían. Nuestro endeudado amigo estuvo a poco de morir varias veces hasta que uno de los miembros de la organización, un tal Bruno Bucciarati, lo ayudó a escapar de Europa. Huyendo de la mafia y sus ex esposas, el destino lo llevó a Argentina, donde se estableció por varios años y ya con edad avanzada, terminó viviendo en Bolivia.

Por lo mismo, don Bernardo no era un hombre rico. Sus problemas con los sicilianos y sus ex esposas enfurecidas lo tenían totalmente desconectado de Italia y su edad no le permitía ya trabajar. Aun así, se casó. ¿Por qué con Vera? Nadie podría negar que era una mujer atractiva, la razón más simple y absurda para casarse con alguien. Como siempre, Bernardo siendo Bernardo, un matrimonio que no vio la desgracia y pobreza que subyacían detrás de los novios, y una lluvia de arroz que no auguraba mayor prosperidad que la de un leproso.

Las carencias y la falta de dinero tomaron por sorpresa a la pareja de recién casados, quienes pronto encontraron razones económicas para pelear y hasta odiarse. Pero una vez más, el odio parecía tener una resolución muy sexual para aplacar las diferencias. "Bernardo es demasiado viejo, ya no me embarazaré", pensaba Vera. Quizá hubiera sido mejor una ligadura de trompas, pues los setenta años de don Bernardo no fueron impedimento para seguir poblando la Tierra. Sibyl tenía diez años y su hermanito menor, Facundo, ocho, cuando el tercer retoño de Vera nació. Al ser hija de otro padre, Beatrice no llevaba el apellido Funes, como sí lo tenían Sibyl y su hermano. Beatrice pasó a denominarse: Zambrotta Robles. Y el hogar en el que esta niña nació no era mejor que el que recibió a Sibyl diez años antes. De hecho, era incluso peor pues el nicho conyugal era un pandemonio de proporciones clínicas. Al final, Vera estaba profundamente arrepentida de haberse casado y embarazado de aquel viejo napolitano que le juró una mejor vida y que terminó otorgándole razones para desear la muerte.

Todo concluyó en un nuevo divorcio gestionado por Vera, no sin antes lograr una pensión de don Bernardo; sin embargo, la situación legal tan irregular del viejo napolitano impidió una mejor renta, lo que, de forma inevitable, retuvo con más fuerza a Vera y a sus hijos en la pobreza. Una larga cadena de desgracias que ancló a todo un linaje familiar a la desdicha.

Llovido sobre mojado. Beatrice nació el 12 de mayo de 2009 con un diagnóstico de insuficiencia cardiaca y respiratoria, hidrocefalia, displasia de cadera, sufrimiento fetal, total ausencia de audición y un largo etcétera de problemas de salud de origen congénito. Ella debía morir, tenía que morir por su propio bien y el de todos quienes la rodeaban, mas no fue así. La niña, de puro milagro, sobrevivió a su primer año. Mas, el coste de tenerla con vida era enorme en todos los sentidos. A falta de mejores ingresos, casi todo el dinero generado por la familia era invertido en medicamentos y botellones de oxígeno, necesarios para mantener viva a Beatrice. Su salud demandaba cuidados las veinticuatro horas, siete días a la semana, trecientos sesentaicinco días al año. Vera dormía poco y trabajaba mucho, mientras que el padre de la niña era una ausencia perenne. La pequeña Beatrice no conoció padre.

Con todos los antecedentes expuestos, es lógico que Vera no haya tenido el tiempo, la oportunidad, la capacidad ni la intención de ser una madre amorosa. Era una dictadora feroz que no tuvo miramientos en golpear con salvajismo a sus tres hijos por cualquier pretexto. Incluso a la pequeña y enferma Beatrice quien, a causa de su retraso mental, producto de la hidrocefalia, jamás tuvo capacidad de entender el porqué era golpeada todo el tiempo. Incluso ella, en toda su famélica y triste condición, aprendió a comunicarse por golpes, arañazos y mordidas para pedir cualquier cosa. Como es lógico, habiéndose criado solo con una madre violenta, Beatrice no pudo aprender otros modos de relacionarse con su entorno que no fuera a golpes.

Facundo escapó de aquel infierno al cumplir los doce años. Se refugió con su padre quien, más por obligación que por voluntad propia, terminó recibiendo a su hijo y haciéndose cargo de él con todas las miserias que su pobreza e ignorancia podrían generar. Facundo tampoco la pasó nada bien, tenía problemas muy violentos y andaba siempre metiéndose en peleas; ni siquiera se graduó del colegio, tenía apenas quince años cuando fugó a provincia, donde consiguió un trabajo de dudosa legalidad en los Yungas paceños. Al inicio volvía a la ciudad presumiendo de lujos y cosas caras, visitaba a su familia trayendo regalos y dinero. Pero un día no regresó más. Se decía que fue a trabajar a Perú. De vez en cuando llamaba o enviaba dinero por medio de terceros, el cual su madre jamás quiso aceptar.

Por su parte, Sibyl no tuvo más remedio que quedarse con su tiránica progenitora y su pequeña hermana en desgracia quien, como un ensañamiento del destino, no solo tuvo la mala suerte de nacer enferma, con males congénitos heredados por una genética defectuosa, sino que además nació pobre. Era una situación casi desesperada la que acostumbró a esa reducida familia compuesta de tres mujeres, a vivir al filo del mañana.

En tal caldo de miseria y desgracia resulta difícil ver cómo Sibyl encontró sus aficiones, pero una cosa lleva a la otra, igual que el efecto mariposa. Si las oportunidades que Sibyl tuvo hubieran existido en los tiempos de Vera, quizá ninguna desgracia le habría ocurrido. Pero la pobreza, el retraso, la ignorancia, la corrupción, todos son síntomas de un país con cáncer. Asimismo, no todo tiempo pasado fue mejor, como algunos suelen creer, recitando todo lo malo que nos pasa en el presente sin tener muy claro lo mal que le iba a la gente en el pasado. Solo gracias al presente, Sibyl tuvo una oportunidad de romper con el bucle de catástrofe que había tenido a sus ancestros inmersos en la desdicha local, pasando a tener las oportunidades de un mundo, ahora sí, globalizado.

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