6. Por Internet
https://youtu.be/51cZsDsVOqc
"Cuenta la historia de un mago
que un día en su bosque encantado lloró,
porque a pesar de su magia
no había podido encontrar el amor"
Rata Blanca - La Leyenda del Hada y el Mago
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Cuando Arturo pensó abrir un perfil en una página de citas por internet, supuso que tendría que proporcionar alguna foto; pero luego de meditarlo, se percató de que no era una idea prudente exhibir su rostro en una aplicación de citas, no si deseaba guardar reserva. Luego de pensarlo, decidió presentar una foto de sus manos tocando su guitarra acústica. Una fotografía neutral, sin demasiada información visual. En definitiva, Arturo estaba empezando con el pie izquierdo en el mundo de las citas virtuales.
Luego empezó a describirse, pero adornando un poco la realidad. De esta forma omitió sus problemas de alcohol y sus dificultades para socializar fuera de su mundo. Mencionó que era músico y que estaba buscando relaciones serias, de amistad o pareja. Agregó: Estoy harto de relaciones desechables, quiero conocer a alguien y que ese alguien tenga ganas de conocerme para algo con futuro. Una vez más, el buen Arturo cometió sincericidio. Es posible que la ilusión de anonimato lo hubiera empujado, de forma inconsciente, a ser incluso más franco de lo habitual. Después de todo, en el fondo no creía que fuese a funcionar. Finalizado su perfil, regresó al trabajo.
Casi terminando el día, Arturo fue convocado por don Leo a su oficina, quien lo esperaba en compañía de una joven mujer, cuyos patrones corporales recordaban a la Venus de Willendorf o, dicho de otro modo, una chica de su propio atractivo; podría pasar como gorda, muy dotada de senos y trasero, de grandes caderas; al final, a la concupiscencia, le importa tres carajos. Su piel, cabello y encaje de rostro hablaban de una mujer cochabambina, de buen porte, cual una matrona fértil capaz de alimentar a varios recién nacidos. Muy enhiesta se podría decir, gallarda, aunque con sobrepeso. Sus gruesísimos lentes ocultaban tras ellos una distorsionada perspectiva de sus ojos oscuros que, por el aumento del lente, se veían muy diminutos, lo que podría sugerir un defecto congénito de visión o una vida de estudio e intelectualidad.
—Siéntate, Arturo —don Leo le indicó y agregó—: Ella es Moira Casas, nuestra ejecutiva de ventas y jefa administrativa. Regresó de sus vacaciones y mañana se reintegra al trabajo. Ella será tu jefa si me encuentro ausente. Todos los detalles de los pedidos que deberás realizar, los coordinarás con Moira de aquí en adelante.
Moira observaba al nuevo empleado con una mirada escudriñadora.
—Por favor, muéstrame los últimos volúmenes que empastaste hoy —le pidió.
Ambos se dirigieron a la línea de armado de libros, donde Arturo exhibió el resultado de su trabajo. Moira notó que el novato tenía varias curitas en los dedos, señal que, después de todo, sí había estado teniendo accidentes durante su capacitación. Moira revisó los libros recién armados con mucha atención.
—Estás colocando mal el hilado —indicó—, estos libros no sirven, tendrás que armarlos de nuevo. La próxima vez que arruines los ejemplares, se te descontará el costo de cada libro que hayas arruinado. Mañana llega temprano, buenas tardes.
Eso fue todo, Moira se retiró sin mediar mayor palabra. Arturo pensó que sería difícil trabajar con ella, pero cuando observó los últimos libros que había empastado, notó que había colocado los hilos al revés. Se sintió idiota, había invertido la tarde entera, cortándose varias veces, para terminar ese pedido.
Promediando las ocho de la noche, Arturo llegó a su cueva con una sensación de derrota tras haberse equivocado en el trabajo. Unas ardientes ansias por beber lo embargaron.
Tomó una ducha, se preparó la sopa Maruchan que compró como cena, extrañando las delicias culinarias de Mercedes. Desde que se puso a vivir solo, su antigua niñera había recibido la orden de no ceder ni una miga de pan a Arturo. Don Alonso creía que, si su hijo era lo bastante hombre y responsable para pagar un alquiler y una vida de alcoholismo, tendría también la iniciativa de cuidar su dieta; aunque en el fondo, ese asunto no importara. Solo era estricto como un modo de escarnio por la autodeterminación que Arturo había tomado respecto a toda su familia.
La sopa no tardó en estar lista, Arturo la miraba sin mucho apetito, pero tenía que comer. Todo lo que se había llevado a la boca durante el día habían sido unas cuantas galletas y una lata de RedBull. A modo de acompañar la comida, se dispuso a ver su celular. Algunas conversaciones de Whatsapp lo recibieron, incluidas las tablaturas de guitarra que Joe le mandó para el nuevo set que tenían planeado armar con su banda. Fue en ese preciso momento que la vida de nuestro metalero tendría un cambio radical. Un mensaje le llegó de una aplicación desconocida. ¿Desconocida? No, solo que se le olvidó que la había instalado y no la recordó hasta que vio la notificación que decía: "Sib quiere chatear contigo". ¿Sib?, se preguntó Arturo. Como todo buen músico, no tardó en hacer una analogía: "Sib es el cifrado musical para expresar Si bemol"; ¿una nota?, ¿un acorde? "¿Si bemol quiere hablar conmigo?". Quería contestar y a la vez, no quería. Al final Arturo abrió la aplicación, miró el mensaje y:
Sib dice: ¡Tu turú!
Arturo pensó: "¿Tu turú?, pero qué carajos es esto". Antes de responder, miró el perfil de quien le hablaba. Era una chica, decía tener veinte años y que estudiaba Literatura en la Universidad Mayor de San Andrés. Le gustaba el ánime y casi todo lo que tuviera que ver con Japón y Corea del Sur. Disfrutaba de la lectura y adjuntaba los títulos de una serie de libros que, sin duda, correspondían al género de la narrativa, en especial, juvenil. Arturo jamás había leído un libro de esos, tampoco le atraía la idea. En su galería había una sola fotografía que consistía en el plano detalle de un ojo de color verde y bordeado de largas pestañas, apenas maquillado con delineador; asumiblemente, el ojo era de la propietaria del perfil. Todo era algo ambiguo, igual que su propia biografía. El perfil indicaba que su dueña buscaba "una amistad seria, comprometida y profunda". La idea de inmediato lo emocionó y respondió el mensaje con un: "hola, cómo estás".
Sib dice: Todo bien, qué tal tú.
La respuesta de Arturo fue una muy breve descripción de su día en una oración corta. Luego intentó indagar más detalles: su nombre.
Sib dice: Me llamo Sibyl.
"¿Sibyl?, que nombre tan inusual para un lugar del mundo como este", Arturo caviló y luego preguntó cómo se pronunciaba ese nombre.
Sib dice: Sai-bil, como Cyborg. Pero puedes decirme Sib (Saib).
Luego preguntó en qué lugar del mundo ella habitaba.
Sib dice: Soy de La Paz. ¿Y tú?
Respondió que "igual" y consultó que qué significaba "tu turú".
Sib dice: Nyajaja, es un saludo amistoso ^_^
"Carajo, una otaku", Arturo pensó.
La charla empezó a hacerse fluida, casi orgánica. Ella se veía muy interesada en indagar detalles. Arturo le contó lo relevante, empezaron por hablar de sus carreras. Él le habló de su vida como ex estudiante de Derecho, que había egresado pero que jamás defendió la tesis y que no tenía planeado ejercer la abogacía. Ella le contó que estaba en segundo año de Literatura, que le gustaba escribir y que quería ser escritora. Arturo le preguntó si alguna vez había escrito un libro, ella respondió que estaba manos a la obra. Entonces él le contó que trabajaba en una editorial que hacía tirajes de libros a pequeña escala, dato que la emocionó mucho y dirigió la charla a sus vidas laborales. Ella faenaba como mesera en un restaurante frecuentado por turistas, dijo que le gustaba ese trabajo porque le permitía conocer gente de muchos países.
La noche dio paso a la madrugada, la conversación se hizo amena; Sibyl despertaba una profunda curiosidad en Arturo. Resultó que ella tenía dos hermanos: una menor, de diez años, que vivía junto a ella y su madre, y un hermano, también menor, de dieciocho años, que vivía solo en los Yungas. Resultó que los padres de Sibyl llevaban un buen tiempo divorciados, y parecía que la separación no había sido en los mejores términos. La madre se había vuelto a casar con un italiano de edad avanzada que, por razones que ella no explicó, decidió vivir junto a su nueva esposa en un desdichado país tercermundista como Bolivia, en lugar de tener una cómoda vida de primer mundo en Italia. Su hermana menor, a la que habían llamado Beatrice, era hija de este segundo matrimonio, por lo que, era media hermana; sin embargo, ella no se cansó de repetir que la amaba con todas sus fuerzas.
Por su parte, y en vista de la honestidad de su interlocutora, Arturo se sinceró contándole sobre sus padres, su estricta disciplina y ese aire de superioridad social que los años y el poder habían inculcado en ellos; ese fue el primer punto de verdadero encuentro: tanto Sibyl como Arturo se sentían antagónicos de sus padres, por no decir que los odiaban. Una similitud tan profunda entre ambos les había permitido dar un primer paso hacia la confianza, prueba de ello fue que se pidieron sus perfiles de Facebook. Pero entonces, Arturo se llenó de inseguridades pues su biografía de Face no lucía como la de una persona tan "normal".
Hay que establecer que todo metalero, siendo o no músico, antes que nada, es un fan radical del metal. En este sentido, el honor y respeto que puedan obtener sus miembros es por medio de experiencias y la evidencia para probarlo. Tener una foto con un rockstar, un poster o camiseta autografiados; de hecho, cualquier objeto firmado por un músico famoso, son cosas de incalculable valor metalero. Tickets de conciertos legendarios, en especial en la Meca europea del metal: Helsinki, son cosas que prueban que un metalero tiene status y trayectoria en el ecosistema. En ese sentido, el Instagram o Facebook de un usuario así solo exhibe su imagen personal para probar su presencia en algún evento muy importante, podríamos decir que son "fotos de culto"; ¡bah!, la misma roña que cualquier fan promedio del culto a la imagen. La única diferencia es que los metaleros cagan murciélagos.
De forma casi poética, otros ejemplos pictográficos menos afortunados son aquellos retratos de "farras vikingas", con todo y vómito; vaya que no pueden faltar en la galería. También es posible que haya fotografías de todos aquellos preciados objetos que prueben la trayectoria metalera de su dueño: baquetas que el baterista de una banda famosa haya arrojado al público en un concierto son muy valoradas; o plectros de guitarristas legendarios, estos son bien cotizados y pueden valer jugosas sumas de dinero. Por todo ello, se hace evidente que el metalero promedio no siente una necesidad de aceptación social en internet basada en la aprobación del aspecto personal sino de sus experiencias. En esa misma línea, es lógico que Arturo no tuviera una sola foto decente que mostrar ante el mundo no-metalero pues jamás sintió necesidad de tener una. Todas sus fotos lo muestran ebrio o haciendo muecas que parecen sacadas de un haka samoano.
Cuando Arturo recordó todo eso, se sintió tentado a revisar todas las fotos de su perfil de Face y cambiar la configuración de privacidad de sus álbumes más excéntricos a "Ver solo yo". Pero luego pensó que, si Sibyl quedaba horrorizada por semejante memoria fotográfica, entonces no valdría la pena seguir la conversación ni alimentar más expectativas. Los segundos que ella demoró en contestar parecieron horas, pero la réplica llegó.
Sib dice: Qué genial, ¿tocas en una banda?
Y así, todo quedó aclarado ante la emoción de Arturo. Sibyl no lo dejó en visto, no se desconectó, vio las fotos y aun así siguió conversando. Aquello lo motivó a hablarle un poco sobre su banda y el mundo del metal en Bolivia. Lo contó brevemente, como para no aburrirla. Sibyl seguía indagando detalles a tiempo que le contaba sobre sus gustos musicales. Por su parte, ella resultó ser fanática del K-pop, el J-pop y el J-rock. Ese último despertó muchísimo interés en Arturo, pues sabía que ahí podía establecerse otro puente que los acercase. Hablaron de bandas rockeras niponas, hasta que mencionó a XJapan; ¡una banda metalera al fin! Después de todo sí había puentes entre ambos. Fue entonces que ella proporcionó un link a su perfil de Facebook y el enigma se hizo presente.
Cuando Arturo empezó a stalkear, notó que Sibyl no tenía una sola foto de ella subida a su biografía. Pero eso sí, había muchas imágenes de ánime, fotos de cantantes asiáticos que, por la ignorancia del tema, Arturo no pudo definir si eran chinos, coreanos o japoneses, y todavía más fotografías de ropa cuyo adjetivo común sería "infantil"; aunque los pies de foto aclaraban que se trataba de algo llamado "kawai fashion", para Arturo tal cosa era muy exótica; no es que no conociera la movida japonesa propiamente, aunque para el metalero, todo aquello le resultara ajeno. Incluso pensó que se trataba de ropa de su pequeña hermana y se preguntó: "¿Para qué demonios sube fotos de la ropa de su hermana a Facebook?". Dicho y hecho, fue una de las primeras cosas que Arturo le preguntó tras ver su perfil.
Sib dice: Ja, ja, ja. No es ropa de mi hermana, es ropa para chicas más grandes. Se llama kawai fashion, y la idea es verse todo lo tierna y linda que sea posible.
"¿En verdad existen chicas que quieran lucir así?", Arturo consultó.
Sib dice: En Asia, sí; es de lo más normal. Aquí puede parecer raro, pero ya no tanto. Si vas a eventos de ánime, lo descubrirás.
Eventos de ánime, cómo desconocerlos cuando su hermana menor había intentado educarlo sobre el tema, sin mucho éxito. En efecto, aquella aclaración despejó sus dudas y empezaba a entender qué clase de persona era Sibyl, la asemejó a su propia hermanita. Sin embargo, la mayor interrogante siguió dando vueltas en la mente de Arturo. Él quería saber qué aspecto físico presentaría su nueva amistad, pero desestimó la posibilidad de pedir una foto. Prefirió quedarse con la duda, al menos en ese momento.
Ya iban a dar las seis de la mañana, habían conversado toda la noche. Las primeras luces del amanecer y la poca batería de celular dio la señal de despedida.
Sib dice: Eres un chico muy interesante, Arturo. ¿Te parece si hablamos más tarde por WhatsApp?
Estaba hecho, el paso definitivo que abría un universo de posibilidades. Arturo brindó su número con presteza, ella también. Terminaron despidiéndose ese día por WhatsApp con la premisa de seguir conversando pronto, cuanto antes, mejor.
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