30. Como lágrimas en la lluvia
https://youtu.be/MsyvAepNo4w
"Me ataré a mi estandarte
Fiel símbolo de mi fe,
Si llega antes la muerte
Que ellos me encuentré en pie".
Warcry - Nana
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Sibyl se sentía flotando en un calmo y sereno océano, se sentía formar parte del agua, solo fluyendo, como si su cuerpo no existiera. Sus pensamientos se desdibujaban, poco a poco se despersonalizaba, diluyéndose en el océano cámbrico, pasando a formar parte del todo. Estaba en todas partes y en ninguna. Los recuerdos de su vida se fusionaban, contorsionándose en formas abstractas; todos los olores, sabores, colores, sonidos, golpes y caricias; toda la felicidad, los orgasmos, la tristeza, la ansiedad, la paz, la ira, el miedo, el amor, el odio, se evaporaban y fundían en burbujas y espuma. Entonces oyó, o creyó oír, la voz de una niña. Sí, Sibyl conocía esa voz, era de Beatrice. Pero había algo diferente, esta vez podía escucharla hablando de forma clara en lugar de sus usuales gruñidos ininteligibles. La oía hablar, la llamaba con voz calma pero resignada.
—Sib, Sib...
—¡Beita! ¡Dónde estás!
—Estoy... no sé dónde estoy, pero te puedo escuchar.
—Tranquila, mi amor; te voy a encontrar, quédate tranquila.
—Dónde estamos, Sib.
—No lo sé, cariño. Yo misma no entiendo qué está pasando.
—¿Sabes?, escuché la voz del papá Arturo y cuando me desperté, estaba así.
—Pa... ¿papá Arturo?
—Sí, papi Arturo.
—Beita, pero el Arty no es...
—¡Ya lo sé! Ya sé que no es mi papá de verdad, pero ¿podríamos imaginar que sí? Por favor. Quiero imaginar que mi papi es Arturo, y que tú eres mi mami.
—Mi amor...
—Ya sé que no eres mi mamá de verdad, pero ¿podríamos solo imaginarlo? Por favor, Sib, te lo ruego.
—Claro, cariño, mi niña amada. Yo seré tu mami y el Arturo será tu papi. Y te amaremos mucho, mucho, mucho. Y te vamos a poner ropa bonita, y comerás cosas ricas, y tendrás juguetes en Navidad y en tus cumpleaños. Irás al colegio y tendrás muchos amiguitos. Seremos todos, una familia, lo prometo.
—Gracias Sib, gracias por todo, te amo... —la voz de Beatrice se hizo lejana—. Cuida a la mamá Verita, perdónala, no es mala porque quiere. ¿Sabes?, yo no tengo nada que perdonarle, la entiendo, pobrecita nuestra mamá, ojalá hubiera tenido una familia que la ame. Ojalá nos hubiera amado a nosotras. Cuida al papito Arturo, dile que lo amo. Nunca te olvidaré, Sib, nunca te olvidaré.
—¡Beita! —el oxígeno entró de pronto, sintió todo su cuerpo, todo el dolor, la desesperación, el esfuerzo de sus pulmones por meter aire. Arqueó su espalda, apretó las sábanas con sus manos, con todas sus fuerzas— ¡Beita! —gritó, o lo intentó.
Inmediatamente apareció Vera, quien tomó la mano de su hija con firmeza y habló de manera suave.
—Tranquila, hija, ya pasó, ya pasó, fue solo un sueño.
Poco a poco, su consciencia volvía a reintegrarse. Sus recuerdos, su historia de vida, todo se iba agrupando y organizando su mente. Recordó que habían internado a Beatrice en el hospital tras contagiarse de Coronavirus. Recordó que ella y su madre también habían enfermado, pero a diferencia de su madre, que parecía casi asintomática, Sibyl había presentado síntomas severos y muchas dificultades respiratorias. La llevaron por varios hospitales, en ningún sitio había cama disponible. Todo el sistema de salud había colapsado. La gente moría, ricos y pobres, de todas partes, sin importar raza o clase, todos morían y la pandemia no hacía distinción. Los más pobres eran los que menos posibilidades tenían. Y era claro que para Sibyl y su familia, la cosa no iba a ser mejor.
—Lo siento, madre —Sibyl se excusó.
Cuando la mirada de madre e hija se cruzaron, Sibyl quedó estupefacta al ver en su madre una expresión compasiva que jamás le había visto gesticular. Algo en ella parecía haber cambiado de manera drástica.
—No te preocupes, era solo una pesadilla —Vera tomó un paño de agua y limpió el sudor de fiebre de la frente de Sibyl.
—Fue muy vívido, soñé con la Beatrice.
—Lo entiendo, yo también me siento así.
—¿Hubo noticias del hospital?
—Nada, lo siento, hija.
Vera estaba siendo inusualmente amable, más de lo que jamás fue con nadie. Sibyl empezó a sospechar, a tejer pensamientos paranoicos mientras recibía los cuidados de su madre.
—Disculpe, madre, ¿puedo preguntar si está usted bien?
Con una mirada llena de angustia, nostalgia, arrepentimiento, Vera miró a su hija. El ceño fruncido, congelado, esculpido de arrepentimiento en sus duras facciones, se le había caído el entrecejo y mostraba una expresión rendida.
—Sibyl, he sido una madre terrible —dijo de repente, tomando a la chica por sorpresa, no podía creer lo que acababa de escuchar. Vera siguió limpiando el rostro de su hija—.Tu abuela nunca fue una buena madre, mi nacimiento también fue un error. Pero yo no fui mejor que tu abuela. Con todo lo que le pasó a la Beatrice, tuve tiempo de pensar bien por primera vez en mi vida. No sabía cuánto realmente podría dolerme la ausencia de la Beita hasta que llegó el día de la operación, y entonces lo supe. Fui una muy mala madre.
—Ma, yo... —Sibyl balbuceó, con un nudo en la garganta. No le salían las palabras.
—Hija, entiendo que todo trae consecuencias en la vida, pero caí tan profundo en la frustración. La verdad —a Vera le costaba hablar—, tenía mucho miedo, estaba llena de terror, y no lo sabía. Cuando trajiste a tu novio aquel día en el hospital, yo era una mujer que había perdido por completo la fe en la humanidad, en sí misma. Pero todo lo que Arturo hizo por nosotras, el amor que tú y tu hermana se tienen, me hizo pensar si realmente estará todo perdido. Quise creer, por primera vez en mi vida, quise tener fe en que puedo cambiar.
—Ma... —hubo lágrimas, mezcla de agua dulce y agua salada, convirtiendo los ojos de Sibyl en una marisma de emociones que no se podían concebir a sí mismas. Sibyl no sabía qué sentir, su sistema límbico era incapaz de procesarlo todo.
—Me pesa en el alma no haberme dado cuenta antes —Vera no pudo más, quebrándose en un honesto y sincero llanto, lágrimas del mar muerto, en que se había convertido su alma—. Soy una madre terrible, espero puedas perdonarme un día por todo lo que les he hecho. Perdóname por no haberte dicho nunca que te amaba. Pero lo hago, te amo, hija. Espero, de corazón, puedas perdonarme por haber sido una mala madre y un horrible ser humano.
La mente de Sibyl daba vueltas, estaba abrumada por todo lo que acababa de oír. No sabía qué hacer o cómo reaccionar. Pero al ver las lágrimas de su madre, una serie de cadenas en su mente empezaron a romperse una a una; viejos circuitos emocionales, que no habían funcionado desde la infancia más tierna, de repente se reactivaron. La sangre es más densa que el agua, y ese poder, ese vínculo que el ser humano lleva sellado en sus propios genes, comenzó a resucitar. Algo se quebró entre madre e hija, pero no era el vínculo lo que se rompía, sino el odio que al final, empezaba a dar espacio al perdón.
Con el rostro arrasado por las lágrimas, que fugaron como presa rota, Sibyl abrazó a su madre con toda la poca fuerza que la enfermedad le había dejado. Vera rodeo con sus brazos a su hija, y acompañó el llanto de la chica en silencio, apenas acariciando su nuca. A la sazón, de la garganta de Sibyl salió en forma de un grito, lo único que quería decir en ese momento:
—¡Mamá!
Era la primera vez en años que Sibyl le decía "mamá", en lugar de "madre". Los viejos y escasos recuerdos de su primera infancia emergieron; de días cuando sus padres aún no se habían divorciado, tiempos en los que ambos aún la cuidaban. Aquella fue una época en la que su madre limpiaba el sudor de su fiebre, justo como lo estaba haciendo en ese momento. Por un momento, volvió a ser aquella pequeña niña, y esa madre volvió a ser aquella mamá.
—Tranquila, hijita. Te harás faltar el aire —dijo Vera, con cariño—. Quiero que descanses, ¿sí? No quiero que empeores.
—¿Y la Beita?
—Descuida, tu novio está constantemente yendo al hospital y me llama cada que hay noticias. Tu hermana sigue igual, más bien no ha empeorado. Se mejorará, ya verás.
Sibyl suspiró más tranquila, lo suficiente para volver a dormir. Se sentía débil y cansada, fueron demasiadas emociones fuertes para un día.
—Mamá, ¿podrías quedarte aquí un poco más?
Vera sonrió y asintió.
—Claro, hija. Descansa.
En poco menos de quince minutos, Sibyl cayó profundamente dormida. Vera aprovechó el momento y trató de ponerse en contacto con Arturo. Pero él no contestaba la llamada. Estaba preocupada por su hija menor, que a esas alturas había regresado a cuidados intensivos. Los médicos aún no le habían dado un diagnóstico detallado, solo le habían informado que estaban observando su cuadro. Era una situación clínica muy complicada, no solo porque Beatrice estuviera en un proceso post-operatorio, haciendo frente a un virus mortal que se había cebado con sus pulmones, sino además porque no había insumos médicos suficientes. Los médicos hacían lo que podían con lo que tenían y todo estaba muy caro y escaso. Incluso el dinero que Sibyl recibió de Facundo sin que su madre lo supiera, ya se había gastado en medicamentos necesarios para Beatrice. La situación era muy precaria para esa familia, que debía aguantar como pudiera lo peor de la pandemia.
Una suave llovizna empezaba a caer sobre la ciudad mientras el sol cedía a la tarde. Arturo estaba en lo alto de un cerro, en una zona alejada del centro urbano. Había llegado hasta allí a lomo del Gran Maloy, a modo de hacer una pausa en su trabajo de delivery, y además para ir asimilando su realidad, sus pérdidas, su dolor.
En su diestra, una botella infame era su único testigo y confidente. Arturo se acercó al canto de un risco y empezó a cavar mientras sus lágrimas eran llevadas por la lluvia. Bebió un soberano sorbo de la botella y siguió cavando. Cuando el hueco estuvo lo bastante profundo, tomó una pequeña caja metálica. En ella colocó una baqueta y un plectro de guitarra junto a las fotos de sus amigos y miembros de RainHell. Rick y Speedy habían fallecido casi al mismo tiempo, sus cuerpos no pudieron vencer la lucha y el COVID19 se los llevó. El alma de Arturo estaba totalmente hecha añicos, ni siquiera les iban a dar una sepultura adecuada, no habría velorio debido a las restricciones sanitarias. No iba a poder despedirse de ellos ni llorar su quitapena en ninguna cantina, todas estaban cerradas por cuarentena. Así que se fue a un cerro a hacer una tumba simbólica para sus amigos.
Enterró la caja en el hueco que hizo y luego colocó una cruz de madera que el mismo había hecho en la noche de la víspera. Luego se arrodilló frente a la tumba y bebió de boquilla de la botella, para luego derramar un poco de whiskey sobre la tierra.
—Son unos cojudos de mierda —dijo Arturo, entre lágrimas— ¡Cómo se han atrevido a morirse antes que yo! —gritó con todas sus fuerzas y un trueno estremeció la tierra—. Cómo pudieron morirse antes —repitió amargamente—. Rick, hermano, no es justo que me hayas dejado así. Speedy, brother. Ustedes eran mis hermanos del metal, los respetaba, los quería como si fueran mi sangre. Espero haber sido un amigo a la altura de todo lo que me han dado. Carajo, mierda, no poder decirles adiós como se debe... me cabrea cómo no tienen idea. ¡Maldita sea! —arrojó la botella, que casi estaba vacía, y se hizo añicos contra las piedras; Arturo resbaló y, de rodillas al piso, sintió que la lluvia arreciaba. El metalero no dudó en frotarse las lágrimas con la manga de su chamarra—. Ya sea en esta vida o en la otra —dijo—, seguiremos juntos para rockear. Nunca los olvidaré, RainHell es eterno —concluyó, sacó un cigarrillo y lo prendió con un mechero. Ebrio, pero aún operativo, se retiró del lugar a lomo del Gran Maloy.
Consciente de su estado y las batidas de los patrulleros de Tránsito, Arturo tomó rutas alternativas, escapando de la muerte en su moto, o intentándolo al menos. Conduciendo por calles vacías, oscuras y mojadas, feudos de la soledad. Llovía en la ciudad, sí que llovía. Mientras conducía de regreso, recordó la llamada que tuvo con Andrea. Ella no tomó nada bien la noticia, pero era su deber dársela. Arturo sabía que su hermana aún tenía sentimientos por Rick. Pensó que sería apropiado informarle de su fallecimiento. Jamás pensó que gritaría tanto, podía oír su crisis por la bocina del celular. Solo se calmó gracias a su madre. Eran momentos demasiado duros para todos.
Tomó un desvío para ir a cargar gasolina antes de guardar al Gran Maloy en el garaje. Vio su celular y notó que había un par de llamadas perdidas de doña Vera y un mensaje de WhatsApp en el que le reportaba de la salud de Sibyl y le pedía que fuese a primera hora a la farmacia por unos medicamentos que debían comprar para su novia; casi ninguna botica tenía medicinas suficientes y conseguirlas podía ser toda una odisea. El dinero ya escaseaba. Vera apenas lograba generar algunos ingresos vendiendo barbijos en las calles. Arturo ganaba ingresos trabajando duro como delivery en moto, pero nada de eso sería suficiente. Debía encontrar el modo de generar más dinero.
La lista de medicamentos era larga, las opciones ya se le habían acabado. Había pedido dinero prestado a Joe, don Leo —de quien ningún préstamo pudo sacar pues también había caído enfermo—, incluso a algún miembro de la comunidad de RainHell que dio lo que pudo. Pero no fue suficiente. Entre la espada y la pared, solo le restaba un último lugar donde pedir préstamos: su familia.
Ni bien ingresó a su departamento, Arturo se puso a calentar algo de sopa Maruchan. Esa porquería había sido su cena los últimos tres días, empezaba a necesitar comer mejor. Aunque nada de eso era importante a la hora de llevar suministros a su familia. Sus prioridades habían cambiado bastante respecto a su época de soltero. Mientras comía, Arturo pensaba la manera de llevar a cabo su tarea, no sabía cómo iba a hablar con su padre o cómo iba plantearle siquiera el asunto. Pero cuando marcó su teléfono, quien contestó fue Xavier, su hermano.
—¿Xavier? Está nuestro padre contigo —dijo Arturo, pero su hermano tardaba en contestar—. ¿Hola?
—Oye, Arturo, ¿estarás en tu domicilio?
—Claro, hay toque de queda, todos deben estar en sus casas a cierta hora, ¿tú no? Vamos, Xavier, pásame con nuestro padre, debo hablar con él.
—Eso no va a ser posible.
—Supongo que no querrá hablar conmigo, pero es urgente. O si no, al menos dime dónde está, para que pueda hablar personalmente con él.
—Hermano... Nuestro padre acaba de morir.
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