27. Un nuevo amanecer
https://youtu.be/aImWCe8v0mI
"Solitario que vuelas por el espacio
Y sabes la espina
De las edades de los lamentos
Es el viaje de la vida"
Almah - Almah
✎﹏﹏﹏ 🎸 🎶 🎸 ﹏﹏﹏✎
"Sss... sss...", "bib... bib...". Respirador, pulso artificial, corazón detenido y una gota de sudor que bajaba por la frente de un médico concentrado. La muerte intentó llevarse a Beatrice; el cirujano, lo evitaba. El defecto congénito del canal auriculoventricular consistía en un agujero en el mismísimo centro del corazón, generando que las cuatro cavidades cardiacas, que en un corazón sano se encuentran separadas, se unan. Esto provoca que la sangre oxigenada se termine mezclando con la sangre venosa, resultando en una hipoxia constante en el paciente. La única solución es una operación que ponga un "parche" en el centro del corazón, de modo que las cavidades cardiacas recuperen su independencia.
Afuera, en la sala de espera, doña Vera hizo hora en pesarosa vigilia, mientras los médicos intentaban reparar el corazón de su pequeña hija. Sibyl y Arturo, unos metros más lejos, se hallaban sentados uno al lado del otro, temiendo lo peor. Ambos se sentían presas de una angustia ominosa que anunciaba lúgubres hados en horizontes sombríos, no, claro que no; de una forma u otra, lo que la joven pareja estaba sintiendo, aún sin tenerlo muy claro, es la desesperación de un padre con un niño enfermo. Sí, eso es lo que les carcomía el alma sabiendo que Beatrice se debatía a duelo con la fatalidad, pues veían en la niña la posibilidad de crear todo el amor de familia que sus respectivos padres no pudieron brindarles. Entonces, mientras la implacable zozobra llenaba sus corazones, Arturo prorrumpió:
—Ven, te invito a comer algo —dijo, poniéndose de pie.
—No, quiero quedarme aquí —Sibyl respondió.
—Aún no has comido nada y ya pasaron muchas horas, aún se tardarán y debes comer. Ambos debemos hacerlo.
—Arty, yo...
Antes que Sibyl tuviera tiempo a protestar, Arturo depositó un beso sobre su cabeza y agregó:
—Ven, dulcecita. Comamos, te hará bien —exhortó de nuevo el metalero, dedicando una sonrisa a su novia y dejando un fugaz beso en sus labios.
No muy convencida pero resignada ante tan tierna insistencia, Sibyl accedió y acompañó a su novio a una pastelería cercana.
Era una tarde nublada que invitaba a la depresión. Los días previos a la cirugía existió una especie de agotamiento emocional en la pareja, quienes habían concluido su "luna de miel", para darle paso a las angustiosas contingencias que hilvana el destino. Allí, en los desiertos del desconcierto, Sibyl y Arturo tenían que soportar la nefasta incertidumbre por una operación de la que dependía la vida de Beatrice y el futuro de ambos como pareja, al menos, en lo que respecta a lo emocional. Era una difícil espera, sin duda alguna.
Durante los días de la víspera, Arturo trabajaba, ensayaba con su banda, fracasaba. Sus intentos por mantener una rutina eran su única brújula. La música, fallaba. El cuerpo, también. No, no podía rendirse, Beatrice lo necesitaría y Sibyl, también; no puede rendirse. El metalero creía haber encontrado el tesoro de su vida: su propia familia. Aquello lo impulsaba a seguir adelante, trabajar, esforzarse para su mujer y su hija. No, eso era una ilusión, una fatamorgana creada por el corazón de Arturo para superar las ausencias de su propia vida.
En efecto, él y Sibyl no estaban casados y Beatrice no era hija suya, lo que en términos sociológicos, legales, científicos y hasta lógicos podrían negar el status de familia a esa triada tan llena de esperanzas. Empero, entre los tres había mucho más amor que en los respectivos hogares donde se criaron; por humanidad, eso debería bastar. Mas en la práctica, de facto, no era así y Arturo lo sabía. No podía hacer nada más por Beatrice, al menos no si su madre legítima decidía alejarlo de la niña para siempre; algo que podía hacer también con Sibyl, separando traumáticamente a ambas hermanas por caprichos de ego. Vera era capaz y Arturo lo tenía muy presente. Estaba perdido y en su condición, el Arturo que todos habían conocido se iba transformando en alguien diferente.
Por su parte, Sibyl había apostado por establecer horarios y disciplina para mantener su mente ocupada en algo que no fuera la angustia. Había conseguido un nuevo empleo de medio tiempo en un café maid con alta asistencia de otakus. Sus clases ayudaban mucho, el estudio de la gran Literatura, algunas lecturas de Gaby Vallejo, Oscar Cerruto, canon de la Literatura Boliviana. Después, Sallinger, Machado de Asís, "Borges y yo"; un susurro inspirado que advenía a lo que Wattpad podía ofrecer en horas de ocio: lecturas vivas que atrapaban de Sibyl su alma. Sí, la lectura era una droga, una que le hacía olvidar fugaz, la mortandad que pendía sobre su pequeña hermana.
Luego, al hospital de nuevo, a la arena, al matadero urbano para ver el despiadado estado de salud de su niña querida; cuán urgente era la operación y los días se hacían insoportables, como si fueran una macabra referencia a la crónica de una muerte anunciada. Así, tras esas devastadoras visitas solo podía trascender a la rutina, la de todos los días donde lo doméstico debe hacerse; "la vida adulta", diríase. Entre sus estudios, el trabajo y todo lo demás, Sibyl había dejado su vida de internet en hiatus, no podía seguir hasta que Beatrice se recuperase. Fue extrañada en Instagram, mucho más en Wattpad. Sus amigos virtuales la buscaban, Sibyl solo se desconectaba y permitía que la entropía haga lo suyo con su ánima.
Estando juntos, ambos daban su mejor esfuerzo por mantener estoicismo y preservar algún optimismo. Aun así, el aliento alcohólico de Arturo al saludar de beso a su amor, hablaba de secretos que el metalero solo le contaba a la botella. Se hallaba abatido en demasiados sentidos, más de los que se atrevía a confesarle a Sibyl, no deseaba preocuparla pues consideraba que su mujer ya tenía demasiado en qué pensar con su hermana enferma. Pero si el metalero se encerraba tras una coraza de sonrisas esbozadas con mucho esfuerzo, ¿quién se ocuparía de sus descalabros? "Yo y solo yo, yo contra el mundo", pensaba Arturo. Tantas cosas le habían ocurrido durante sus últimos ensayos, que ya poco respeto sentía por sí mismo. No se lo quería contar a nadie más, era demasiado humillante.
Ambos entraron a una pequeña pastelería cercana. Sibyl se pidió una porción de torta de chocolate que acompañaría con una taza de cocoa. Arturo solo pidió una cerveza. Entonces la chica empezó a jugar con sus pies, pisando suave las botas de su novio. El metalero sonrió con disimulo y dedicó una mirada nostálgica hacia su novia.
—Arty...
—¿Está rico tu pastelito?
La chica asintió con la cabeza, Arturo se bebió un sorbo de cerveza.
—Dime qué puedo hacer para aliviar tu tristeza —dijo ella. Él bajó la mirada antes de responder.
—¿Realmente parezco triste? —Sibyl asintió en silencio de nuevo. El metalero suspiró—. Siento preocuparte, solo estoy pensando en la Beita.
—Sí, entiendo, pero... ¿hay algo más?
—No, nada más.
—Júralo.
Desde luego, Arturo no juraría tal cosa. Sibyl sabía que su novio tomaba muy enserio el empeñar la palabra, no lo haría para esconder algo o sostener una mentira, el metalero parecía conminado a confesar. Pero....
—No puedo jurarte eso, tampoco quiero pasarte mis penas.
Como un rayo, Sibyl sostuvo las manos de Arturo por debajo de la mesa y dijo:
—Arty, soy tu mujer, confía en mí como yo confío en ti. Ahora somos del mismo equipo, ¿entendido?
Arturo sonrió un poco, asintiendo con la cabeza. Su mente regresó a los ensayos que había tenido con su banda durante los últimos días. Sus errores ya no eran una casualidad extraña, sino una constante que fastidiaba mucho a los demás músicos. Su velocidad y precisión habían desmejorado bastante, tanto que el angustiado guitarrista volvió a consultar a su galeno de confianza, aquel que era también un admirador suyo; el diagnóstico médico era difícil de asimilar y sindicaba la causa de las torpezas musicales al constante castigo que recibió el cuerpo de Arturo y no era lo único. Algo en su salud no estaba del todo bien y necesitaba realizarse exámenes para los cuales no tenía dinero.
Era innegable que las circunstancias de su vida habían tenido un azar violento desde que conoció a Sibyl. Por supuesto, la muchacha no tenía responsabilidad alguna, todo era producto de un albur pendenciero que dejó al metalero con la carne desgarrada y rotos los huesos. Asaltos, peleas campales, verdaderas palizas recibidas tanto en la marginación como en garras de la ley; Arturo parecía condenado a la guerra, lo que dejó secuelas en articulaciones, nervios y músculos. Existía la posibilidad que Arturo no pudiera brillar de nuevo. La golpiza recibida por aquellos policías, la última vez que lo arrestaron, fue la gota que rebalsó el vaso; su cuerpo ya no podía más y, en un acto de rebeldía, se rehusaba a tocar la guitarra como es debido. El metalero, furioso, se embuchaba algunos alcoholes para seguir intentándolo. Pero era inútil. Al final, Gao tomó el lugar de Arturo como guitarra guía. Todo por el bien de la banda.
—Arty...
—Ya no toco bien la guitarra —dijo entonces Arturo—. En mi banda no están contentos con mi trabajo y habrá un under en pocos días. Es dinero que necesitamos, así que debo tocar lo mejor que pueda.
—¿Por qué dices que ya no tocas bien? —replicó Sibyl—. ¿Qué fue lo que te ocurrió?
Ella aún no sabía lo acontecido con su novio durante su estado de arresto, nadie más que él y su hermano lo sabían, Arturo no se lo contó para evitar preocuparla. Así que Sibyl ignoraba que lo aprehendieron y masacraron en los calabozos policiales. No sabía que el médico ya le advirtió lo incompatible de tocar la guitarra y seguir recibiendo golpizas.
—No he practicado lo suficiente —se excusó Arturo con un eufemismo—. Entre el trabajo y tantas cosas que pasaron, no practiqué lo necesario. Es mi culpa.
—Pero, amor...
—Lo arreglaré, debo ser más disciplinado y ensayar bien...
—Arty, si te presionas de esta manera, no mejorarás.
Presa de una indignación parasitaria, Arturo bajó la mirada y se sumergió en la aceptación de saber que su mujer no comprendía sus sentimientos de músico. ¿O quizá solo había pisado su ego por accidente? Ella tenía razón, estaba casi a su límite, pero Arturo era incapaz de aceptarlo.
—Escucha, amor —dijo Sibyl—. Sé que no estás siendo totalmente honesto conmigo —Arturo fijó sus ojos en los de Sibyl, presa de la intriga—. Miro tu cuerpo y sé que has peleado mucho por mi culpa, estuve en varias de esas peleas, vi lo que te hicieron; son recuerdos horribles. A veces cojeas un poco o tiemblan tus manos, y yo sé que son secuelas de tantos golpes, del alcohol. Temo mucho por tu salud, no sé qué haría si algo te pasa, creo podría morir.
—Sib...
—Arty, por favor, no te presiones más, hazlo por mí. Yo haré todo lo que esté en mis manos para ayudarte en todo lo que pueda. No quiero ser una carga para ti y tampoco quiero que termines reventando por querer llevarnos a todos a tus espaldas.
"Entonces, ¿de esto se trata el amor?", se preguntó Arturo, al tiempo que dejaba su metalidad sumergirse en los ojos verdes de aquella mujer a la que tanto amaba. Pero era más que eso pues ella en verdad se preocupaba por él, igual que él por ella. Se vio reflejado en su novia pues él también estaba obsesionado con ayudarla en todo lo que esté en sus manos e incluso más. "Es cierto, estamos en el mismo equipo", Arturo pensó.
—Lamento haber hecho que te preocupes por mí —dijo el metalero—. Es cierto, creo que necesito descansar un poco más. Quizá no estabas lista para ver la violencia de la que siempre he estado rodeado, pero mi vida es así, mi tribu.
—Lo sé, lo entendí el día que vi lo que le hiciste a mi ex jefe y es cierto que tuve mucho miedo. Esa noche no podía reconocerte, pero luego me arrepentí de no volver a casa contigo. No importa lo que ocurra, yo sé que quiero compartir mi vida contigo. Quiero ser tu apoyo como tú lo eres para mí, y ser los dos como uno solo, cual una familia.
—Somos una familia —Arturo replicó y luego tomó las manos de su novia para llevarlas hasta su boca y depositar algunos besos—. Confío en ti, Sib. Sé que cuidarás de mí.
La chica suspiró y, algo entristecida, dijo:
—Ya nos habríamos casado, pero con todo lo ocurrido...
—Lo haremos en cuanto la Beita esté bien y pueda acompañarnos a nuestro matrimonio —los ojos de Sibyl brillaron, Arturo agregó—: nuestra pequeña no puede faltar.
—No, no puede —respondió Sibyl mientras algunas lágrimas se le escapaban.
Un mensaje de texto entonces llegó al móvil de la chica, era su madre quien le avisaba que la operación había terminado y el médico estaba a punto de salir de quirófano para brindar sus conclusiones de la intervención. Ambos salieron disparados como bala de cañón hacia el hospital.
Los minutos se hacían eternos. Vera, Sibyl y Arturo se hallaban en la oficina del cirujano, esperando su ingreso para oír el reporte; en el escritorio estaba el nombre del galeno en un soporte acrílico: Dr. Jorge Montero. Por extraño que pueda parecer, la madre de Beatrice había cedido a su desconfianza y celos, y le permitió a un casi desconocido para ella, como lo era Arturo, estar en el consultorio para escuchar el diagnóstico. Después de todo, él había corrido con una parte importante de los gastos de la intervención, era lo justo. Entonces, el doctor hizo su ingreso, ya aseado y con su níveo guardapolvo. Se sentó, hubo segundos de tensión, una espera ahogada, asfixiante, densa como el plomo. La repentina sonrisa del médico aclaró el panorama sin palabras y entonces dijo:
—Beatrice es una niña valiente con muchas ganas de vivir. La operación fue un éxito, ella mejorará.
Como un resorte, Arturo y Sibyl se abrazaron a tiempo que Vera largaba un largo suspiro de alivio. El doctor continuó:
—Estará algunas semanas en observación, esta noche la pasará en terapia intensiva y en la mañana la pondremos a intermedia. En la tarde ya podrán visitarla de uno en uno, no queremos que la pequeña tenga muchas emociones fuertes aún. Esperamos que con esta operación pueda mejorar drásticamente la oxigenación en su sangre. Con más oxígeno, el cerebro presentará mejoras en su actividad, lo que podría incidir en que la pequeña tenga un desarrollo mental y psicomotor a largo plazo. Desde luego, esto no soluciona las consecuencias de la hidrocefalia con la que nació, pero será mucho más capaz e independiente. Eso sí, deben seguirla cuidando, ofreciéndole un ambiente seguro.
Entonces, la expresión del médico cambió, se puso muy serio y continuó:
—Ahora, existe otro asunto que debo hablar con ustedes —se aclaró la garganta—. Seguramente han estado escuchando de un virus de procedencia china —preocupados, Sibyl, Arturo y doña Vera afirmaron silenciosamente con las cabezas—. Las cosas se van a poner muy mal, es una infección respiratoria severa y llegará a nuestro país sin duda alguna. Debemos tener especial cuidado con Beatrice debido a su vulnerabilidad postoperatoria, y este virus complica mucho las cosas. No estamos listos para lo que va a ocurrir, pero es realmente importante que preserven la salud de la niña y la suya propia, ante todo. Yo solo les puedo pedir que estén atentos a la información que den las autoridades, usen barbijo cuando estén fuera de casa, lávense las manos constantemente; si pueden usar alcohol en gel o aerosol, sería ideal, para que desinfecten objetos. Beatrice es una niña con una salud muy delicada aún, entrará en un proceso post operatorio y debemos prepararnos para la pandemia que viene.
—Tan grave es, ¿doctor? —Sibyl consultó, un poco pálida.
—Quisiera decirles mejores noticias, pero es realmente grave. Cuídense mucho, en especial a la niña.
Felices por el éxito de la operación, pero alarmados por la advertencia del doctor, Arturo, su novia y su suegra se tomaron un breve espacio para digerir todo lo conversado. Saliendo del consultorio, Vera se paró por un instante frente a una de las ventanas de la sala; suspiró, miró al cielo durante algunos segundos y dirigió después una mirada compasiva hacia Sibyl y su novio. Se les acercó, lento, y le dijo a Arturo, con una expresión muy seria:
—Usted ha sido bueno con mis hijas, no es algo que pueda entender del todo, pero salvó la vida de mi niña. Lo he estado observando y he notado que tiene sentimientos por Beatrice, como los de un padre, el que ella no tiene. Si desea visitarla, lo permitiré. Si usted y Sibyl desean sacarla a pasear, no me negaré. Si quiere seguir pensando que es como una especie de padre postizo para ella, no me opondré. Solo voy a pedirle que no decepcione a la niña, ni a mi hija mayor tampoco. No las abandone a ellas como me abandonaron a mí. Cuídelas de todo lo que pueda ocurrir, se lo pido como madre.
—Se lo juro —Arturo respondió, resuelto a todo—, no las abandonaré. Le doy mi palabra de hombre.
Vera sonrió un poco, asintió con la cabeza haciendo lo que muy pocas veces en su vida había hecho:
—Gracias por todo, Arturo —dijo y se retiró.
Aquello ya era un paso, uno de gigante, al menos para Arturo, que había obtenido la dichosa aquiescencia de doña Vera para seguir viviendo su fantasía familiar junto a Sibyl y Beatrice. Ahora, más que nunca, debía ser un hombre responsable.
A la salida del hospital, Sibyl y Arturo sentían el sabor de una victoria agridulce ante la adversidad. Beatrice lo logró y cuando las esperanzas volvían a surgir, el mundo parecía estar a punto de irse al demonio. Era suficiente, la pareja de enamorados estaba harta de tragedia, merecían felicidad e indulgencia al menos por un momento. Así que se dieron la licencia de dar un paseo antes de regresar a casa. La gente seguía con sus vidas, de forma habitual. El pan se sigue horneando, los edificios aún se construyen, la gente trabaja, los niños juegan en sus casas. Parece la calma antes de la tormenta.
El sol se había ido, ambos cooperaron en la cocina para hacer una auténtica comida de celebración a su amor. Hacían planes ignorando el futuro, querían pasar cada fin de semana juntos en compañía de Beatrice. E incluso si lo peor pasaba, estaban dispuestos a atrincherarse junto a la niña para hacer frente a la peste. No querían lidiar con la incertidumbre de la situación, pero a su modo, lo hacían. El destino no les estaba dando ni una sola oportunidad de paz, ellos lo sabían y se abrazaban en las penumbras.
Esa noche, recostados de espaldas uno al lado del otro, se vieron como presas de la luna en medio de una insomne ansiedad, que pretendía disfrazarse de ganas de descansar. Con tantas emociones fuertes, dormir sería demasiado difícil. Por fortuna, para ambos, al día siguiente era domingo y no habría jornada laboral que sufrir en somnolencia por una mala noche.
Arturo volteó y abrazó a Sibyl por su estrecha cintura mientras un suave y largo beso aterrizaba sobre su nuca. Ella sonrió, sostuvo las manos de su novio y se dejaba llevar por su cariño.
—¿Tampoco puedes dormir? —indagó ella, Arturo le contestó en voz baja, grave y profunda.
—No, aún no me da sueño.
—Ni a mí.
Unos segundos de inercia que fueron interrumpidos por la voz de Sibyl.
—¿Qué vamos a hacer, Arty? ¿Qué haremos si esa enfermedad nos contagia?
—Descuida, muñequita. Eso no pasará.
—¿Por qué estás tan seguro?
—No lo sé, solo lo presiento. Y aún si eso pasara, yo estaré aquí firme, junto a ti y a la Beita, hasta el final.
Sibyl se acurrucó, pegando más su cuerpo a Arturo.
—¿Por qué la quieres tanto a mi hermanita? No pasaste mucho tiempo con ella.
—Ni lo necesité. Ella me recuerda mucho a mí —Arturo hizo una breve y dolorosa pausa antes de proseguir—. De niño me sentía solo y abandonado porque mis padres no eran nada cariñosos conmigo. Eran estrictos, disciplinados, buenos proveedores, jamás me faltó nada y me dieron todo lo que necesité; tú sabes: techo, comida, ropa, educación, hasta algunos caprichos. Pero amor, confianza, comprensión, son cosas que no tuve de mis padres y lo necesitaba cuando era niño. A veces creo que tu madre se parece mucho a la mía y siento que tú y la Beita han estado solas por demasiado tiempo, igual que yo. Nos merecemos una vida mejor, un hogar de verdad.
Sibyl suspiró un poco. Había verdad en las palabras de Arturo, en especial en la sensación de abandono.
—¿La amarías como a una hija? —interrogó Sibyl, algo nerviosa.
—Ya lo hago —respondió él, haciendo que el corazón de la chica se acelere pues ella también tenía un apego así de poderoso hacia Beatrice, por quien había despertado sentimientos más maternales que fraternos.
—Tienes un corazón muy grande, eres un peluchito metalero.
—No soy tan bueno, me conoces, tengo mis momentos.
—Lo sé, bebes como metalero, peleas como vikingo, tocas la guitarra en una banda de tributo y haces el amor como un amante experto. Sé que eres terco, cascarrabias y te pones violento, pero siempre me has protegido, a veces demasiado. Eres impulsivo, imprudente, también muy distraído, como un niño, y no te das cuenta de tus metidas de pata. A veces me haces renegar. Otras, me asustas. Pero te amo, así como eres.
—Y yo a ti, te amo. Le das un sentido a mi vida, nunca voy a abandonarte —dijo Arturo mientras abrazaba a su novia con firmeza. No tanto como para lastimarla, pero lo suficiente para dejarla sentir la fuerza de sus sentimientos—. Se lo prometí a tu madre y yo cumplo mis promesas a cualquier costo. Pase lo que pase, aquí estaré.
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