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20. Dañada

https://youtu.be/OhzBni5yCwU

"Por ti vivo, muero, me desespero;
me matas de celos,
aunque sangre tu boca y tu cuerpo se desparrame por mi soledad,
y aunque no estés conmigo vives dentro de mí"

Crossfire - Corazón de sal 

✎﹏﹏﹏ 🎸 🎶 🎸 ﹏﹏﹏✎  

Noche de sábado y en la Obertura, los metaleros ya estaban esperando a la banda principal. El under de la fecha tenía como tema: metal español. Dos bandas se presentaban esa noche: "Bruja del Este", una banda de tributo a "Mago de Oz", y "RainHell", que esa noche tocaría covers de "Tierra Santa", "Barón Rojo" y "Avalanch", introduciendo a su nuevo guitarrista; sería la primera vez que la banda tocaría con cinco músicos: batería, bajo, vocal, guitarra lead y guitarra riff.

La Obertura es un pub que podría considerarse "sofisticado", uno al que suelen acudir, más que todo, los powers y heavys de la zona de San Jorge, Sopocachi e incluso Obrajes; hablamos de áreas de la ciudad habitadas por gente acaudalada, por lo que no era raro que el boliche tuviera precios altos y expectativas a la par. Al igual que en el Boca y Sapo, en la Obertura también está prohibido derramar sangre, pero la seguridad de los músicos que tocan en sus instalaciones no está del todo garantizada fuera del local. A diferencia del Boca y Sapo, en la Obertura no hay ningún salvoconducto para nadie, así que sí, podía ser un lugar peligroso si un ajeno al metal se metía descuidado al bar.

Esa noche Akron había preparado, de forma muy cuidadosa, una celada. No esperaba que su plan lograse consecuencias concretas y duraderas, pero le serviría para probar hasta qué punto su némesis metalero había logrado profundizar en la relación con la novia que tenía. Akron tenía muchas hipótesis y su venganza no podía quedarse solo en una golpiza, Arturo Mendoza tenía que sufrir y el dolor en el cuerpo de un metalero no es algo que pueda satisfacer sus ansias de vendetta. El daño tenía que ser directo a sus emociones, a su mente, a su corazón. Como es evidente, el King Arturo tenía un talón de Aquiles: su enamorada. Akron lo sabía y tenía planes para jugar y experimentar esa noche.

—Estás muy lejos de casa, Akron —dijo Asmodius, sentado al lado de su protegido en el oscuro rincón, cuyas umbrías ocultaban a ambos.

—La noche es perfecta para visitar los unders de las afueras, ¿no te parece?

Los Ancelot se asemejaban a una logia de jóvenes élites privilegiadas viviendo una arriesgada aventura de marginalidad. Pretensión, arrogancia, dinero, armas, prostitución, apariencias, experiencias, sensaciones, peligro, whisky Blue Label, drogas finas; de nombre, anónimas en el tambo de las almas. Y la noche dijo: "nunca más". Capitalismo puro y duro que atraía a forajidos y delincuentes de poca monta a entrar a trabajar en planilla, y con más privilegios que el seguro social; una vez más, puro y duro capitalismo. Tal y como se manejan las tribus power: "si lo puedes comprar, entonces ya es tuyo". Una mafia de mucho dinero, una para la que todos son sus juguetes.

El territorio de los Ancelot abarcaba, de norte a sur, desde el Estadio Hernando Siles hasta el Estado Mayor en bajo Miraflores; y de este a oeste, desde la avenida Zabaleta hasta la cancha Zapata. Todos los boliches power, talleres de motos de alta cilindrada, armerías clandestinas, whiskerías, lutieres, burdeles de alto status, redes de narcotráfico de alto valor, tiendas de música especializada, estudios de tatuaje artístico y otros afines metaleros, estaban bajo el control de los Ancelot, cuyo líder era el conocido Akron. Pero la Obertura está lejos de su área de influencia. ¿Qué hacía el jefe de los Ancelot fuera de su territorio? Evidentemente, su obsesión era la venganza que tenía pendiente contra Arturo por la afrenta que cometió al besuquearse con su novia en uno de sus boliches. Imperdonable, debía pagar por ello, nada más le importaba a Akron; incluso podría haber algo de envidia en medio. Su poder y autoridad no serían cuestionados, el que lo hiciera pagaría con sufrimiento el costo de su osadía.

—Viniste a ver a los RainHell —Asmodius murmuró.

—En parte —respondió Akron y bebió un sorbo significante al vaso de whisky en las rocas que tenía sobre la mesa—. Preparé un gran espectáculo para esta noche, no me lo perdería por nada del mundo.

—¿Espectáculo?

—Así es, vamos a poner a prueba a Arturo Mendoza y a su novia.

Asmodius bufó de mala gana y dijo:

—Una vez más tú y tus pésimas nociones de diversión. Porque simplemente no das la orden para que lo asesine, ya que tanto te importa la venganza. Podría hacerlo sufrir un poco primero, si quieres. Dame la orden, Akron, vamos, déjame consumir su carne y su alma.

Akron miró a su guardaespaldas con cierta antipatía.

—Ustedes los blackeros tienen una noción demasiado efectista del dolor. El sufrimiento más duradero no viene de la carne abierta, sino de la frustración y la traición. Las emociones duelen más que la carne.

—Existe algo más que la frustración y la traición, Akron. Vivimos en un mundo destinado a la aniquilación y solo debemos ir junto al caos hacia esa finalidad. Somos el resultado del suicidio de Dios, y el sufrimiento no hace sino retrasar lo inevitable. La muerte nos espera a todos, lo sabes.

—Bah, demasiado insípido. Vamos, déjame gozar de esto. Quiero comprobar algunas teorías, entretenerme con esta gente, luego te daré rienda suelta para que hagas todo el caos que quieras, pero antes quiero jugar un poco.

Asmodius no tenía nada que agregar a ello, tampoco le importaba. Sacó un pequeño sobre de papel, vertió el polvo blanco que contenía sobre la mesa y, con un popote, empezó a inhalar por la nariz.

Cerca al escenario, los RainHell ya se preparaban para tocar, su turno casi había llegado. Arturo se sentía inquieto, no había logrado convencer a su novia de quedarse en casa aun explicándole que la Obertura era un boliche más riesgoso que el Boca y Sapo, Sibyl estaba empeñada en ir a cada under al que su novio y su banda asistieran. Arturo temía por la seguridad de su pareja así que había delegado a su equipo de apoyo, mayormente heavys motoqueros rudos, que la cuidasen mientras la banda estuviera en escenario. Por su parte, los RainHell habían empezado a acostumbrarse a la presencia de aquella pequeña chica en sus serenatas de metal, incluso habían empezado a hablar poco a poco con ella; un día se tropezaron con la camaradería.

Sibyl ya tenía un perfil sobre los amigos de Arturo. Veía a Rick como un fuckboy muy leal a los suyos, a Joe como un vikingo alcohólico pero de mucha sabiduría, a Speedy como una especie de bufón que siempre alegra a todos y a Gao, el más reciente miembro de la banda, como un no-metalero lleno de buena voluntad. Eran distantes y fríos con ella al inicio, pero la habían empezado a integrar muy gradualmente; era un caso raro, atípico. Al tratarse de la novia fija de su amigo y guitarrista principal, tenían que aceptarla por el bien de la banda. Después de todo, Arturo le estaba dando rígido cumplimento a la ley: "No enamores jamás con una chica metalera". Sibyl no era metalera, así que no podía haber objeciones al respecto, era pura jurisprudencia.

—¡Salud, carajo! —gritó Speedy y elevó su tarro de cerveza.

—Ya has tomado mucho vos, mierdita —protestó Joe—, cuidando te estés equivocando, rompiendo baquetas o lonas. Medio alpaca eres para tocar cuando estás yuca.

—Mas bien, toco con más ganas —Speedy se defendió.

—Como sea, ya no tomes hasta después de la tocada —intervino Rick. Pero a Speedy poco le importó, se embuchó otro tarro de cerveza más.

De entre todos los RainHell, Enrique, mejor conocido como Speedy, era el único sin academia, musicalmente analfabeto, no sabía leer partitura; pero no lo necesitó jamás. Por años había aprendido todas las mañas de la percusión gracias al holgado presupuesto familiar y un talento innato. Su batería era lujo aparte: Tama Crystal II personalizada con juegos de platillos en marcas Zildjian y Sabian, las mejores del mundo. Incluso usaba baquetas de policarbonato, cotizando la totalidad de su equipo hasta unos doce mil dólares. Su alias, "Speedy", se lo había ganado por la salvaje precisión y velocidad que tenía para la doble pedalera, lograba hacer que el bombo suene como una ametralladora; era un baterista muy dotado de destreza. Lucía como un hombre drogado todo el tiempo, con sus gruesos lentes, piel morena, robusto, de larga greña desordenada, siempre sonriente y optimista. Era incapaz de tomarse la vida demasiado en serio, por lo que se había conformado con una filosofía existencial volcada al hedonismo. Para él todo lo que importaba era el placer en todas sus formas.

—Ya empezaron de nuevo —murmuró Gao, haciendo una leve seña con la mirada hacia Arturo y su mujer, que estaban comiéndose a besos.

—Esos dos saben vivir —dijo Speedy en voz baja y se tomó otro sorbo de cerveza.

—Pues, por coger el King ya se faltó a un ensayo —Rick arguyó con algo de zozobra.

Sibyl estaba sentada sobre el regazo de Arturo, besuqueándolo sin parar. Cuando empezó a sentir la calentura bajándole al vientre, determinó que debían parar, al menos por el momento.

—Me quedé con tu caramelo —dijo Arturo con una gran sonrisa, chupando el dulce que, segundos antes, edulcoraba la boca de Sibyl.

—Tengo más dulces, no importa.

—Dulcecita, necesito un trago.

Sibyl refunfuñó, contestando entre dientes:

—No quiero que bebas —y acercando su boca al oído de Arturo, murmuró—: Te quiero dentro de mí esta noche.

El metalero suspiró, despejando su ansiedad alcohólica por la promesa de auténtico sexo de amor. "Lo siento, amigo", le hablaba a su hígado, "no podremos beber hoy, te debo unos tragos. Atentamente, Arturo".

La vejiga de Sibyl le indicó que la hora de evacuar aguas había llegado. Su novio la acompañó al tocador, que se veía muchísimo más decente que el que tenían en el Boca y Sapo. Al regreso iban tomados de la mano hacia el lugar que su banda ocupaba cuando una mujer exuberante, ataviada de negro cual darketa, los interceptó con descaro y sorpresa. Tomó la cabeza de Arturo y estrelló un beso directo en los labios del metalero frente a Sibyl, que estaba atónita. El metalero tardó breves segundos en reaccionar, empujando a la darketa.

—¡Maldita sea! —espetó Arturo, limpiándose la boca con la manga de su chamarra. Aquella mujer había sido una de sus aventuras pasadas de días de borrachera. La llamaban "Masha"—. Qué pasa contigo, Masha.

—¿Acaso olvidaste lo que hablamos el otro día? —interrogó la insidiosa darketa.

—¿Hablamos? Qué carajos dices, no me volviste a hablar desde el año pasado.

—Claro que sí, cariño. Esta misma semana luego que me hiciste el amor. Pero ahora veo por qué lo ocultas. Desde cuando andas con niñas, Arturo; no sabía que eras así de pervertido.

La situación era tan surrealista que Arturo no tuvo tiempo a dar ni pedir explicaciones. Sintió la mano de Sibyl soltar la suya y, sin mediar palabra, la vio alejarse corriendo. Arturo estaba por ir tras ella cuando sintió que lo sostenían del brazo.

—¡Déjala, Arturo, ven conmigo! —gritó la darketa.

—Estás demente, Masha, ¡suéltame!

—No te soltaré, te quiero conmigo.

—¡Suéltame! —y de un empujón tan fuerte que estrelló a la darketa contra el piso, Arturo la sacó de su camino y corrió tras Sibyl, llamando la atención de medio boliche.

Desde las sombras, Akron observaba todo con una gran sonrisa. La darketa tenía una expresión de maléfica sorna y luego miró hacia el rincón donde su contratante yacía como público expectante. Asintió, con el trabajo hecho.

—¿Tú planeaste esto, Akron? —lo cuestionó Asmodius.

Sonrió como respuesta.

Powers, básicos —Asmodius murmuró y se bebió un vaso de alcohol.

A pesar de ser pequeña, era rápida. Sibyl se había adelantado bastante durante el breve lapso que Arturo tardó en deshacerse de Masha. Tuvo que aplicar un esfuerzo extra para alcanzar a su novia.

—¡Sib, espera! —la llamaba Arturo—. ¡Esa mujer estaba delirando!

—¡Déjame sola! —gritó sin dejar de correr.

"Suficiente", pensó Arturo y se puso serio. Sus músculos se despabilaron, su mente fijó el objetivo, su ritmo cardiaco aceleró de un solo golpe y, como un auto al que le inyectaron nitro, Arturo esprintó y alcanzó a su novia en dos segundos, abrazándola con fuerza por la espalda.

—¡Suéltame! —gritó Sibyl.

—¡No puedo! —Arturo respondió—. Si te suelto podrías no volver.

Sibyl empezó a llorar de la rabia y en medio de su arranque de cólera, mordió la mano de Arturo con todas sus fuerzas, hasta que empezó a sangrar. El metalero ni siquiera se quejó, aun cuando sentía que los dientes se le clavaban en la carne. Por un momento, Sibyl creyó que se estaba rompiendo por dentro, le ardía el alma, llena de furia e impotencia; entonces pudo percibir un sabor a cobre que de inmediato reconoció: era el sabor de la sangre. Apenas volver en sí, la chica terminó desarmándose en llanto sobre los brazos de Arturo. Ambos cayeron de rodillas sobre la calle.

—Júrame que no es cierto —murmuró Sibyl.

Arturo tomó con suavidad a la chica por la quijada y la miró con la intensidad de la noche. Ella tenía la boca roja con la sangre de su novio.

—Tienes que confiar en mí, yo confío en ti. Tuve una aventura con esa mujer mucho antes de conocerte y no volví a hablar con ella desde entonces. Ha pasado más de un año, ella nunca más mostró interés en mí hasta esta noche. Mentía y claro que su objetivo era sembrar las dudas en ti. Yo lo sé, las darketas a veces se comportan así y por eso es regla en mi tribu: "jamás enamores con una metalera".

—Pero ella te besó...

La respuesta de Arturo a eso fue un beso que le sabía salado por la sangre de su mano pintando la boca de su pareja.

—¡King, ya debemos tocar! —lo llamó Speedy.

—¡Denme treinta segundos! —respondió y luego se dirigió a su novia—. Vuelve conmigo al local, luego te compraré un pastelito, ¿te parece?

Sibyl miró a su novio y sonrió con dolor.

—Perdóname por tu mano —se excusó ella, ya consciente de lo que había hecho.

—Está bien, no importa.

Pero sí que importaba. Aunque la lesión era relevante, el show debía continuar, no había tiempo para atender la herida. Arturo tocó así, manchando la guitarra con su sangre, y tocó mal, muy mal. Las primeras tres canciones salieron horribles, pero no estaba todo perdido; por fortuna el nuevo guitarrista era capaz de salvar la noche. Intercambiaron roles, Gao tocaría la guía y los solos, mientras que Arturo tomaría su lugar como segunda guitarra.

Sibyl empezó a sentir una culpa inmensa por la avería que le hizo a su novio, no pensó, solo actuó. No pudo evitarlo, creía que su peor pesadilla se estaba haciendo realidad. Temía que alguna mujer lograse arrebatarle el amor de Arturo, ese se había convertido en su mayor pánico. Ante lo ocurrido no sabía qué sentir o pensar, era más de lo que podía soportar; encima, ser tratada como una mocosa. Era demasiada humillación. Entonces tuvo miedo porque, por unos momentos, odió a Arturo y se asustó de sí misma por sentir así. Había lastimado a la persona que más se preocupaba por ella, no podía perdonarse, no era justo para él. "Soy mala, merezco las cosas horribles que me pasan, soy una mala persona", pensaba Sibyl mientras lloraba en silencio.

El último tema del set había finalizado, esta vez nadie pidió otra canción. Habían salvado la tocada por un pelo. Ni bien terminaron de tocar, Joe se acercó a su guitarrista y, viendo la sangre en el instrumento, indagó:

—Joder, King; ¡qué rayos te pasó!

—Tuve un accidente afuera —Arturo mintió.

—Hay que desinfectar la herida —dijo Rick mientras mandaba a un par de asistentes a comprar vendajes y agua oxigenada. Arturo mojó un trozo de papel sanitario en whiskey y se lo aplicó en la herida. Luego miró en dirección a donde había dejado a su novia, la mesa estaba vacía. El metalero sintió un cortocircuito en el espinazo al notar la ausencia de Sibyl.

—¡Dónde está ella! —espetó Arturo.

—Quién —respondió Rick.

—¡Mi novia! Estaba sentada allí.

—La vi salir antes que terminen de tocar —respondió uno de los asistentes.

No esperó nada, no oyó a nadie, Arturo salió del boliche, desesperado. Corrió por las calles adyacentes, llamó al celular de Sibyl; estaba apagado. Regresó al boliche y empezó a interrogar a sus asistentes, incluso a los guardias de seguridad de la puerta. Nadie tenía idea de a dónde podía haberse ido la chica. Finalmente, la presión estaba empezando a quebrar a Arturo, quien comenzó a creer que su pareja no logró superar la desconfianza por alguna posible infidelidad. Se sintió enojado con Sibyl por no ser capaz de creer en él, aún más sabiendo que no era culpable. Odiaba que cuestionaran su integridad más que nada pues él mismo fue siempre muy estricto con sus lealtades. No traicionó jamás a un amigo, ni siquiera a su familia pues tuvo el coraje de ser él mismo ante sus padres antes que fingir ser algo que no era. Se consideraba un hombre transparente, honesto, leal, y ser injuriado por un ser tan amado como su novia lo lastimaba al mismo tiempo que lo enfurecía.

La banda recogía ya sus instrumentos y mientras lo hacían, Arturo pidió varios cócteles atómicos que se bebió de trencito; diez shots al hilo, parecía un hombre con deseos de morir. Ningún RainHell objetó nada al respecto, ayudaron a su guitarrista con la herida de su mano y guardaron sus instrumentos por él. Cuando estuvo demasiado ebrio para incorporarse por sí mismo, sus asistentes lo ayudaron a pararse y lo despacharon en un Uber.

Muy a duras penas, Arturo logró abrir la puerta e ingresó a su residencia. Tal como imaginó, o quizás no, encontró el cuarto vacío y oscuro. Sibyl no había regresado, lo que angustiaba aún más al metalero borracho. Pensó en salir en su búsqueda, pero la mezcla de alcoholes lo evacuó al inodoro donde regurgitó su existencia entera. Al final, se durmió en el baño.

El amanecer daba la bienvenida a otro día, un domingo de resaca que encontraría a un metalero extenuado por los excesos de alcoholismo. Arturo se vio recostado sobre su cama, cambiado de ropa y tapado con frazadas. A su lado, Sibyl dormía tranquilamente. Su dolor de cabeza le impedía recordar qué había ocurrido el día previo, pero el dolor en su mano le refrescó la memoria. Reconstruyó el momento en que una darketa lo tomó por asalto en presencia de su pareja, luego recordó los celos de su novia, la brutal mordida y los cócteles de grueso calibre que se tragó para purgar su tristeza y frustración. Sin embargo, a partir de su llegada al departamento no podía recordar nada más.

Sibyl empezó a despertar cuando percibió a su novio en estado de vigilia. Abrió los ojos con algo de esfuerzo y luego se tapó el rostro con las sábanas antes de saludar.

—Buenos días —dijo Sibyl.

—Sib... qué pasó... —rumeó Arturo, seguido de un quejido de jaqueca.

—Te encontré dormido en el baño, no podía dejarte ahí, así que te arrastré a la cama y te cambié. Te pedí que no bebieras.

—Sí, no... no recuerdo, yo...

Sibyl se incorporó antes que Arturo tuviera tiempo de organizar sus ideas. Fue a la cocina y trajo un vaso lleno de agua que ofreció a su novio junto a un analgésico para la cabeza. Arturo aceptó de buena gana, aún confundido y desorientado. La chica tenía el rostro dominado por una expresión de tristeza.

—Quiero disculparme por lo de ayer —dijo ella de repente—. Estuve caminando mucho, pensando en todo lo que pasó y creo que actué como una tonta. Me preocupa mucho porque me he demostrado que soy una persona tan peligrosa como mi madre —algunas lágrimas empezaban a emerger de sus ojos—. Por mi culpa no pudiste tocar bien ayer y entiendo que eso es lo que más amas en la vida. Estar en un escenario, tocar la guitara, es más que un trabajo para ti y yo lo fastidié.

—Sib.

—Espera, déjame terminar. Realmente me siento terrible por lo que le hice a tu mano y no sé si pueda con todo esto. Quiero decir, soy muy impulsiva a veces y hago cosas sin pensar. En cualquier momento podría terminar lastimándote de nuevo y no podría perdonármelo. Arty, no soy una buena persona, no te mereces a alguien como yo; tú eres un hombre muy noble y mereces a una mujer más estable, con menos problemas en la cabeza. No creo que podamos seguir viviendo juntos, así que yo pienso que lo mejor será que tomemos caminos separados por tu propio bien. ¿Sí?

—¿Separados? Sib, no entiendo, ¿quieres separarte de mí?

—¡No! Claro que no, no me refería a eso, no de esa forma. Quiero decir, tú no hiciste nada malo, fui yo la que se equivocó en todo. No quiero equivocarme más, pero lo haré. Debes alejarte de mí, tu hermano tiene razón, solo traeré desgracias a tu vida. Por tu propio bien, terminemos, por favor.

Y el mundo empezaba a perder todo sentido para Arturo. Sentía una mezcla de rabia, frustración y dolor por lo que escuchaba. Era ilógico para él: la persona que amaba lo rechazaba para no hacerle daño, y en el proceso lo estaba haciendo añicos; no tenía el menor sentido.

—Sibyl, no es justo —dijo Arturo en voz muy baja—. Tu forma de querer protegerme, no la entiendo. Por qué me privarías de tu amor, ¿piensas que soy tan frágil que no podría compartir mi vida contigo sin romperme?

—No, tampoco quiero decir eso. Pero te lastimaré si seguimos juntos.

—Lo sé, siempre lo supe. Sib, todas las parejas pelean y tienen momentos difíciles. No es justo que quieras abandonar el barco ante el primer problema. Entenderé si no quieres estar conmigo, pero me dolería mucho que te vayas por una pelea.

—Lastimé tu mano...

—Muchas personas me han lastimado en toda mi humanidad. Vengo de un universo más violento del que te imaginas.

—Te odié, Arturo, por unos momentos te odié.

—Y qué, fue solo una pelea y a veces la rabia puede confundirse con odio. ¿En verdad te irías de mi vida por haberte enojado conmigo?

—Es que no puedo perdonarme por...

Arturo de inmediato abrazó a su novia y empezó a acariciar su nuca. La calidez de esos brazos era un cable a tierra que le permitía a Sibyl recordar el amor que sentía por Arturo en lo más profundo de su alma. Su mente se llenó de una idea de futuro en ausencia de su enamorado, rechazando todo ese amor por miedo al odio, y la visión la aterró en lo profundo de su ser. Se dio cuenta que lo que mantenía su cordura era saberse amada por él, un sentimiento tan intenso y real que casi parecía una locura rechazarlo. Y lloró, lloró porque se sentía estúpida, ignorante, maligna, terca, una auténtica basura. Entonces Arturo:

—Jamás me arrepentiré del amor que te tengo —dijo él—. Eres más que buena para mí, la mujer con quien quiero estar cada día. Sé que te arrepientes de lo ocurrido y eso es suficiente para mí, nuestro amor no está perdido. Yo ya te disculpé, ahora solo pido que te disculpes a ti misma. Juntos, seremos mejores, nos esforzaremos por serlo. Confía en mí, te amo, te necesito en mi vida y no dejaré que nada nos separe; seguiré teniendo fe en ti pase lo que pase.

Los brazos de Arturo estrujaban de tal forma a Sibyl que en verdad se sintió necesaria, importante, amada; su novio no mentía ni exageraba, su abrazo estaba cargado de desesperación, como si su cuerpo gritara: "por favor, no me abandones". No, no podía abandonarlo, él la necesitaba. Sibyl aún se sentía como una horrible persona, pero ese hombre de hecho la necesitaba a pesar de todo.

—Lo siento —se disculpó ella con toda el alma—. Me sigo equivocando y tienes razón, no sería justo irme ahora. Lo siento, no quería hacerte sentir mal. No me iré, no podría, creo que estar sin ti me dolería más de lo que puedo soportar.

—Yo tampoco lo soportaría. Solo trata de confiar más en mí, no te seré infiel jamás; no está en mi naturaleza serlo. Tengo honor y debo ser leal a él como a ti. Confía en mí como lo hiciste desde el primer día.

—Confiaré en ti.

—¡Júralo!

—¡Te lo juro, Arturo! Confiaré en ti.

No había nada más que recriminarse ese día. La pareja firmó el fin de las beligerancias, lo que no significaba que las cosas volvieran a ser igual que antes, al menos no para Sibyl. Desconfiaba de sí misma, de no poder controlar sus emociones y volver a lastimar a Arturo. Él había demostrado una paciencia estoica, lo que generaba mucha presión en ella pues creía que, si algo salía mal en esa relación, lo más probable es que fuese su culpa; era una chica fácil de lastimar y engañar. Algo que alguien peligroso había descubierto, el cerebro detrás de toda aquella situación; auguraba problemas.   

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