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17. Oferta

https://youtu.be/wQrklnESGqo

"Y el cruel suspenso de las noches
junto a ti se fue
y en el desierto de mis lágrimas
hay un edén
Y en lo profundo de los mares
guardaré tu amor
Y en esta vida nos volvimos a encontrar"

Deja - Anabantha

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La ciudad de La Paz tiene una forma similar a la de una mano, con sus depresiones y valles formando sus dedos; con sus cerros y colinas formando axones entre cada dedo, y con cada metro cuadrado embadurnado de construcciones y más construcciones. Alrededor de la metrópoli, el altiplano se alza majestuoso por la ladera oeste mientras que el camino a los valles subandinos inicia por el sureste.

Según datos del GAMLP, la ladera oriental de la ciudad es uno de los focos de pobreza más importantes de la urbe; desde zonas tan alejadas como Hampaturi y Kalajawira hasta Unión Catalina y Circunvalación San Bartolomé.

A pocos kilómetros de la Cruz de la Cumbre, más allá de Chasquipampa, hay un perímetro densamente poblado, constituyendo una auténtica zona dormitorio donde los trabajadores con los empleos más duros e indeseables pasan las noches en guetos vecinales. Muchos inmigrantes venezolanos o incluso bolivianos del área rural de tiempos actuales —o sus descendientes más próximos— terminaron habitando la ladera oriental debido a lo limitantes que son los precios inmuebles de zonas más populares y comerciales, como por ejemplo los barrios de las zonas occidentales de la urbe, fronterizas con la sorprendente y contradictoria ciudad de El Alto; distritos de alto empleo, delincuencia y baja calidad de vida. En ese sentido, no es raro que, aparte de la población rural que huye del campo en busca de oportunidades en la ciudad de La Paz, también haya inquilinos urbanos de bajo ingreso per cápita y alto nivel de desgracia, población que no es para nada escasa en la ciudad.

La madre de Sibyl, doña Vera, había establecido su más reciente residencia en la zona de villa Macondo, en la alejada parada del bus 955. No solo se trataba de una villa pobre, sino que el lugar señalado era uno de los más alejados y marginales dentro de un macrodistrito ya de por sí empobrecido. Debido a su lejanía, la vivienda solía ser más económica por esas zonas. Vera había conseguido un alquiler bastante razonable para su mermada economía tras ser expulsada por la junta de vecinos del anterior barrio donde vivía.

La señalaban de ser una mujer agresiva y racista, los vecinos ya no soportaban la actitud pedante y hostil que Vera Robles exhibía con la mayor de las sornas, por lo que juraron aplicarle justicia comunitaria al próximo "indio de mierda" que saliese de su boca. Tras el conflicto, que en un momento de aires exaltados pudo costarle la vida por lapidación, se instaló en un pequeño gueto de departamentos que solía ser habitado por prostitutas veteranas de la calle Figueroa. Un lugar desdeñable, sin duda alguna, pero era todo lo que podía pagar con su escaso sueldo de mucama, siempre mermado por las costosas necesidades de salud de Beatrice.

Sibyl llegó temprano de mañana. La puerta metálica carmesí, con el número de dirección del inmueble pintado de manera rústica con pintura blanca al aceite, le dio una ríspida bienvenida. Habían pasado varios días desde que la chica huyó de aquella edificación, tras cuyas paredes solo podía vivir las mayores humillaciones en manos y boca de su progenitora. Quería evitar el trago amargo de ver su rostro y oír su voz de nuevo, pero era un precio que debía pagar si quería estar cerca de su hermana; Beatrice la necesitaba. Así que tomando coraje desde el inmenso amor que Arturo había depositado en su corazón, metió la llave en la cerradura e ingresó al mausoleo de las difamaciones para afrontar su destino.

Todo estaba en el mismo estado de caos y mugre que dejó aquel día en que la violencia la forzó a hacer una fuga improvisada. La razón no podía ser más cuestionable, Vera estaba azotando con todo su odio a Beatrice por haber derramado jugo en los celulares familiares que yacían cargando su batería sobre la mesa de la cocina. Fue así que, precisamente, el celular de Sibyl se averió, y no solo el de ella pues el de Vera tampoco sobrevivió al naufragio. El costo de tal accidente fue un estallido de ira de proporciones épicas. La madre, fuera de sí, no dudó un solo segundo en abalanzarse sobre la niña para castigarla, ¡y ay de quien osara interponerse! La mujer no medía su cólera, en el pasado había desafiado a vecinos metiches, incluso a policías que amenazaron con llevarse a la niña a servicios de protección al menor; Vera no toleraba que nadie interviniera en la "educación" que le daba a su hija. Cualquier día podría matarla, cosa que a la iracunda mujer no podía importarle menos. Cuando monta en cólera no hay dios capaz de tranquilizarla. Bajo ese estado no dudaría en oprimir el botón de una guerra nuclear si tuviera ese poder; gracias a los dioses que Vera no es jefa de Estado de una potencia nuclear, de ser así ya nos habría llevado a todos a la extinción total durante un arranque de furia más verde que Hulk. Si los anillos rojos de los Red Lantern Corps de DC existieran, seguro Vera sería elegible; ya saben, los anillos rojos eligen a los mortales más furiosos del universo.

Desde luego, Beatrice estaba aterrorizada por lo que estaba ocurriendo. Pero Sibyl estaba allí y esa era la fórmula para el estallido de la peor de las violencias. Ya había pasado mucho tiempo desde que Sibyl levantó su mano por vez primera contra su madre, para defenderse a sí misma o a su hermana de los ataques de la descontrolada mujer; pero era pequeña y débil, no era rival para Vera que sabía castigar con un salvajismo inusitado todos los desafíos de su hija mayor. La chica estaba acostumbrada a ser receptora de la furia de su madre, prefería aquello a dejar que su hermana pequeña sea masacrada.

La última pelea en particular había sido especialmente violenta: Vera había pateado y pisoteado a Sibyl en el suelo durante treinta interminables minutos. La chica no pudo hacer otra cosa más que ponerse en posición fetal y soportar los golpes. Cuando la mujer se cansó, salió a la calle, bañada en sudor, gritando maldiciones, momento que Sibyl aprovechó para empacar tantas pertenencias como le fueran posibles, tanto las más esenciales como las más preciadas; y fugó. Ello ocurrió durante la semana previa a citarse con Arturo, lo que la llevaría a establecer su relación con él. Ese era el origen de los hematomas de la chica y su estado de desamparo.

Sibyl tenía mucho miedo, miró la puerta del precario departamento, parada en el pasillo común. Un par de mujeres fumaban al fondo del corredor, mirándola con recelo. Tragó saliva, cerró los ojos, pensó en Beatrice e ingresó.

Vera estaba en la cocina, preparando el almuerzo para la niña. Ambas se miraron sin parpadear unos segundos, en silencio. Sibyl no sabía qué decir. Su madre entornó los ojos.

—Para qué volviste —dijo.

—Quería verla a la Beita —respondió Sibyl, en voz muy baja.

—No es necesario, lárgate de aquí.

—No puedo, la Beita me espera. La puedo cuidar hoy, ya sabe, durante las mañanas que no tengo clases. Así usted podrá ir a trabajar en la mañana.

—¡Y no pensaste en eso antes de largarte, maldita inútil! Tuve que faltar al trabajo por tu culpa.

—Lo siento, pero ya no quería que usted me golpeara.

Vera esbozó una sonrisa lastimera y dijo:

—Debí darte más duro, es lo mínimo que te mereces. No vuelvas a ponerte entre mi hija y yo, tú no eres su madre, solo su hermana. Si siempre andas malcriándola ella jamás aprenderá a no ser tan torpe.

Sibyl no tenía nada que decir a eso, o, mejor dicho, no quería decir nada. Cualquier palabra que saliese de su boca podría terminar en una lluvia de golpes. Estaba indecisa si entrar o no a la habitación, quizá su madre se lo impediría. Por fortuna no tuvo que arriesgarse. Beatrice salió a su encuentro por mera intuición.

La displasia de cadera y retraso neuromotor le impedía a la niña caminar de forma correcta. No doblaba las rodillas al andar, sino que ponía sus piernecitas muy tiesas, dándole a su marcha el ritmo de una muñeca de juguete. En su mirada se veía la alegría por ver a su hermana mayor, con gesticulaciones erráticas cuya interpretación demandaba conocer muy bien a la niña, pues vista por cualquier extraño parecería que está teniendo espasmos faciales. Era muy pequeña y delgada, pálida como un fantasma e innegablemente bonita, como lo fue la propia Sibyl de niña. Pero en todo el conjunto de su infantil humanidad, no había nada que indicara que Beatrice fuera una niña sana, mucho menos feliz. Tenía tantos problemas de salud que casi gritaban a los ojos de cualquier observador, quien vería a la pequeña como una desafortunada infanta.

Sibyl abrió sus brazos y Beatrice de inmediato se abalanzó hacia ellos, quedando las dos hermanas fusionadas en un abrazo cálido que no tardó en dar lugar a las lágrimas. Las dos lloraban de la emoción por volver a verse luego de una experiencia tan horrible como la que su madre les había hecho pasar por culpa de un celular arruinado. Vera se limitó a vigilar la escena desde el rabillo del ojo, sin decir nada en lo absoluto. Esperó por varios minutos, hasta que sus hijas se calmaron de la emoción por el reencuentro, para decir:

—Saldré a mi trabajo en breve. El almuerzo de la Beatrice está a medio hacer, sus medicinas están sobre la televisión de mi cuarto. Volveré al mediodía y espero que esta vez no hagan ninguna babosada, par de estúpidas —sentenció y se largó, dejando las hornallas encendidas. Al irse del departamento, azotó la puerta con violencia, acción que ya había provocado las quejas de las vecinas.

Paciente y esmerada, Sibyl preparó la sopa de verduras que constituía la comida de su hermana. No había suficientes insumos para que ella también pudiera comer, así que tendría que dejar la totalidad de la sopa para la pequeña y su madre, pues de no dejar comida para doña Vera, la mujer se las cobraría a la mala. Al menos no tendría que ayunar dado que Arturo le había preparado un par de emparedados antes de dejarla marchar. Ese día comería gracias a su novio.

Una vez Sibyl terminó la comida, ingresó al depósito para verificar que sus pocas pertenencias estuvieran allí. No era raro que su madre pusiese a la venta sus posesiones con tal de reponer el dinero de las averías de Beatrice, era un acto bajo que ya había hecho en el pasado. Solía responsabilizar a Sibyl por las travesuras de la niña. Por fortuna no había vendido nada. Tampoco es que hubiese objetos valiosos que negociar, lo más vendible, como por ejemplo su laptop, lo llevaba ella consigo siempre. Inventarió todo con mucho cuidado, las dos saquillas con su ropa y zapatos estaban intactas.

Hecho el recuento, se dedicó a atender a Beatrice. La bañó con delicadeza maternal, desenredando con paciencia su cabello. Luego la secó y la vistió con ropa abrigada; le colocó sus pañales con mucho cariño, la niña no podía controlar sus esfínteres debido a su retraso psicomotor. Cada hora tenía que ponerle una mascarilla de oxígeno en el rostro durante unos cinco minutos, acción imprescindible para mantenerla con vida; sus pulmones requerían oxigeno altamente purificado de forma periódica para poder funcionar.

Al promediar las diez de la mañana, Sibyl procedió a llevar a su hermana de paseo, necesitaba hacer un mínimo de actividad física. Al regresar, le hizo practicar sus ejercicios de coordinación motora. Luego procedió con sus clases de lenguaje de señas. Beatrice, al ser sorda de nacimiento, era también muda, circunstancia que la aislaba incluso más de su entorno, claro, si es que eso fuera posible. Sin embargo, ya había aprendido a hacer la seña para pedir comida o líquido, para indicar algún dolor o que necesitaba cambio de pañal. Mientras la niña intentaba imitar los gestos que su hermana le enseñaba, Sibyl le hablaba como si se tratase de una nena normal que puede oír y entender igual que cualquier pequeña de diez años.

—Beita, lamento haberme perdido, pero ya sabes cómo es esa vieja. Espero que se haya desquitado bien conmigo y que no te haya seguido castigando en mi ausencia.

—Agg uggg —emitió Beatrice algunos sonidos guturales. Desde luego, la niña no oía nada de lo que Sybil le decía, pero verla sonreír le indicaba que su hermana mayor estaba feliz, algo que sí podía entender.

—Te cuento que conocí a un chico —Sibyl continuó—. Es el ser más amable que he conocido, se preocupa por mí y me cuida. Es tan guapo que me solo recordarlo me hace suspirar. Estamos enamorados, nos amamos. Te lo presentaré muy pronto, estoy segura de que te agradará. Se llama Arturo.

—Ggg ummm...

—Sabes, quiero pasar el resto de mi vida con él. Es lo mejor que me ha sucedido, quiero que lo conozcas lo antes posible.

Beatrice se había puesto a jugar con su rompecabezas preescolar de figuras geométricas mientras Sibyl le charlaba. La chica solo atinó a sonreír mientras veía a su pequeña hermana distraerse con el juguete.

—Ojalá un día pudieras entenderme —dijo Sibyl.

Faltaba poco para el mediodía. Tenía que actualizar su vida virtual. Quería explorar la cámara del celular que Arturo le había dado. Era un RedmiNote7 con una cámara de 13 megapíxeles, mucho más potente que la de su antiguo celular. ¡Tenía que probarlo!

Desarchivó algunas de sus prendas más bonitas. Le costaba trabajo elegir con qué ropa se fotografiaría esta vez. Recordó un atuendo con el que quería entregarse en cuerpo y alma a Arturo por vez primera, al final no pudo ponerse todo lo bonita que quería para su novio esa prístina vez soñada, pero tenía tiempo de probarse ropa y elegir outfits para el futuro.

Emocionada, la chica se vistió y peinó con presteza y esmero. No necesitaría usar maquillaje pues jamás tomaba fotos de su rostro. Usualmente se fotografiaba en plano medio o americano, con una angulación en tres cuartos, dejando su cabeza fuera del encuadre. O frente a un espejo grande, cubriendo su rostro con el propio celular ante el reflejo. Esperó a que Beatrice estuviera muy entretenida con la televisión para empezar su sesión de fotos. Sibyl era su propia fotógrafa y disfrutaba siéndolo.

La cámara no defraudó, las tomas eran las mejores que había logrado en su vida. Mucho más nítidas que las que obtenía con los humildes 5 megapíxeles de su anterior celular. Estaba impresionada por la buena calidad de las fotos, pero había algo más. En un par de fotografías había agachado un poco demás la cabeza, dejando su rostro al descubierto dentro del encuadre. Sibyl notó que su expresión era diferente, ya no se veía triste en las fotos sino con una sonrisa involuntaria. Quizá sería por estar enamorada.

Mientras se miraba frente al espejo, no pudo evitar recordar la noche de pasión intensa que vivió la jornada anterior. Se acariciaba el vientre mientras sus recuerdos le permitían reconstruir la sensación de sentirse llena de amor. Cerró los ojos y empezó a revivir la noche pasada, aquellas caricias tan amorosas, el cuerpo de su hombre, su fragancia, su rostro, su virilidad dentro de ella. Sintió un cosquilleo en el estómago y muchos deseos de comerse a Arturo, entero, a besos.

Editó y subió sus fotografías más recientes a Instagram, donde no tardó en cosechar corazones y cumplidos. Sibyl sabía que los casi cinco mil seguidores que tenía iban a llenarla de adulación, sus fotos eran excelentes. Sentía que las atenciones de su comunidad a su ego femenino estaban, ahora sí, más justificadas que nunca. Quería mostrarse sensual, atrevida, excitante y anónima. Quizá le llegaría también el acoso de imbéciles que intentarían seducirla enviándole fotos de sus diminutos penes, pero saberse comprometida con el hombre a quien empezaba a considerar el amor de su vida, la llenaba de seguridad y, al mismo tiempo, indiferencia por la lascivia ajena. Quería verse más linda que nunca, porque fue así como Arturo la hizo sentir con atenciones pasionales tan esmeradas. Mirándose al espejo se advirtió como una mujer nueva; sonrió para sí misma y luego besó su reflejo.

—Perdóname, Sib, por haberte abandonado tanto tiempo —se dijo. Quería perdonarse por todo lo malo que pensó de sí misma, por odiarse como lo había hecho—. Ya no estamos solas, ya no más...

Sibyl hacía su tarea de la universidad en la laptop cuando su madre llegó. Vera dejó un lacónico saludo, comió y regresó a su rol de cuidadora de una niña con necesidades especiales. Beatrice no se veía muy cómoda en compañía de su progenitora, pero era su madre después de todo; no existía nadie más en el mundo que pudiera hacerse cargo de ella.

Relevada por su procreadora, Sibyl se despidió de su hermana con mucho cariño. A la jornada siguiente llegaría algo tarde, debido a que sus clases eran a primera hora de la mañana, pero seguro que llegaría para estar con ella sí o sí.

La jornada laboral recibió a la muchacha con un restaurante lleno de comensales. Los había de todas las formas, colores, idiomas y procedencias. Como siempre, las propinas le daban cierto alivio económico antes de su próxima paga, la que no podía estar ya demasiado lejos. El trabajo era exigente, agotador, pero al menos no establecía ningún desafío de tolerancia, los clientes casi siempre —casi— suelen ser personas educadas a diferencia de los conciudadanos con los que Sibyl tenía que convivir: una masa amorfa de malgeniudos con un ego fuera de control, según ella.

Claro, el caso cambia cuando se trata de su jefe o la supervisora. Ambos eran personas muy exigentes con el trabajo y con unas formas casi militares para tratar a su personal. Sin embargo, don Názer, jefe de Sibyl y propietario del negocio, solía tener un trato un tanto diferencial con la chica. Habían otras intenciones por debajo, ella podía intuirlo mas no confirmarlo.

El receso de medio jornal dura treinta minutos en los que el personal tiene un espacio para comer y tomarse un respiro. Suele ocurrir entre las cuatro o cinco de la tarde, horario en el que el restaurante es concurrido por escasos clientes. Sibyl estaba en el cuarto de servicio de empleados cuando la supervisora la llamó y le dijo que la buscaba un hombre. No precisó más detalles.

Cuando Sibyl salió al encuentro de quien la buscaba, descubrió a un sujeto con un traje impecable y un aspecto que le resultaba familiar. Lo había visto antes pero no podía recordar dónde. El hombre se le aproximó y se identificó:

—Buenas tardes. Soy Xavier Mendoza, hermano de Arturo.

En ese momento Sibyl pudo recordar su rostro. Era el individuo que la increpó con la mirada en el hospital municipal el día Arturo y ella que fueron asaltados.

—Buenas tardes. ¿A qué se debe su visita? —saludó la chica, desconfiada.

—Trataré de ser breve. Mis padres están al tanto que tú y mi hermano han estado pasando juntos las últimas noches —Sibyl sintió que la presión se le bajaba ni bien oyó las declaraciones de Xavier—. Creo que necesitas saber que la propiedad donde mi hermano vive les pertenece a mis padres, no a él. Arturo no tiene nada por sí mismo, ni siquiera donde caerse muerto, y en este momento está a punto de ser expulsado de la familia a causa de su mala conducta. Como sabrás, mi hermano tiene problemas con el alcohol y lleva una vida bastante impropia para alguien nacido en nuestra familia. Se lo soportó durante años, pero su decisión de llevarte a dormir con él a la propiedad de mis padres fue la gota que rebalsó el vaso.

—Disculpe, pero Arturo me dijo...

—Está bien, entiendo, no tienes culpa de nada; todo fue causado por mi hermano. Sepas pues que mis padres son estrictos, gracias a ello sus hijos fuimos beneficiados con una herencia de disciplina orientada a la funcionalidad y al sentido común. Pero mi hermano no es un hombre sensato, dejó su carrera por un capricho, se rehúsa a tener un trabajo apropiado y vive como... —Xavier miró a Sibyl de pies a cabeza, incomodándola infinitamente—. En fin, no es necesario mencionarlo —sentenció, suspiró un poco y continuó—: Yo no quiero que mis padres terminen castigando a mi hermano con su implacable indiferencia. Él aún depende del seno familiar y no quiero que tome decisiones absurdas antes de tener una vida autosuficiente. Arturo cree que es independiente, pero desconoce lo difícil que es la vida real cuando no tienes una carrera ni ayuda para conseguir un buen empleo. Lograr un trabajo bien pagado cuesta mucho en estos tiempos, Arturo podría pasar el resto de su vida en empleos informales y no nació para ser del proletariado, si me dejo entender. Por desgracia, Arturo es inmaduro, impulsivo, irresponsable y hormonal, parece un adolescente viejo. A su edad ya debería sentar cabeza, pero no lo hace. Y tú no eres de ayuda para él.

—Qué insinúa —Sibyl inquirió, un poco indignada por todo lo que había escuchado.

—Mira, no quiero que tomes esto como una falta de respeto, no es nada personal. Creo que eres trabajadora y honesta, no eres una mala mujer, soy franco; pero tampoco eres la indicada para mi hermano. Arturo necesita una chica formada, con educación, con carrera, con una familia que la respalde y con acceso a recursos económicos. Por lo que sé, tú no puedes ofrecerle nada de eso.

—Y usted cómo sabe lo que puedo ofrecerle o no a Arturo —la indignación de Sibyl iba en aumento.

—Trabajo investigando a personas, Sibyl. Sé que no tienes las posibilidades para ofrecerle a mi hermano una mejor vida. Ambos están embarcados en una aventura de amor sin muchas esperanzas. No digo esto para ofenderte, pero quiero que Arturo tenga una mejor vida de la que tiene ahora o de la que tú podrías ofrecerle. Por esa razón, antes de que mi hermano tenga que confrontar a mis padres por sus malas decisiones, quiero ofrecerte un trato.

Sibyl sentía una enorme desconfianza de lo que podría ofrecerle, pero concluyó darse la oportunidad de, al menos, escuchar la oferta; asintió en silencio y Xavier continuó:

—Mi hermano es terco como una mula. Jamás claudicará en su intención de estar contigo a no ser que tú misma decidas alejarlo. Yo no creo que tú quieras hacerlo por propia voluntad, es más, no creo que le des credibilidad a todo lo que te digo —entonces Xavier sacó un pequeño portafolio y al abrirlo, Sibyl casi se desmaya al ver que estaba lleno de dinero—. Diez mil dólares. Es un precio que creo razonable. Si aceptas abandonar la vida de mi hermano, este dinero será tuyo ahora mismo. Imagina lo que podrías hacer con él.

La situación había dado un vuelco de ciento ochenta grados, Sibyl estaba confundida. Empezó a creer que estaba ante una mentira.

—¿Por qué debería creerle? —Sibyl interrogó—. Nadie ofrece dinero así por así, no creo que usted me quiera dar todos esos dólares solo para alejarme de Arturo. Dígame qué es lo que pretende.

—Seré honesto. Si pudiera alejarte de mi hermano por la fuerza, lo haría. Sería más barato — confesó Xavier—. Pero Arturo es un hombre realmente terco, impulsivo, rencoroso y hasta, podría decir, peligroso, muy peligroso. No provocaría la furia de mi hermano menor por ninguna razón puesto que lo conozco y sé las barbaridades de las que es capaz. No le temo, sé domarlo a mi modo y prefiero evitar problemas con él a toda costa. De paso, él hallaría la forma de hacerte volver a su vida sin importar lo que hagamos con él o contigo. La única manera de alejarlos es que tú te vayas de su vida por propia voluntad. Por eso te ofrezco este dinero con la esperanza de que aceptes el trato. Si no lo haces, meterás a mi hermano en una vida que no quiero para él. No destruyas su futuro por un amor que morirá en cuanto el enamoramiento se pase.

—¡No se atreva a trivializar mi amor por Arturo! —desafió Sibyl con voz firme—. No es un amor pasajero y no lo dejaría ni por todo el dinero del mundo. Yo estaré a su lado pase lo que pase, es mi hombre y mi amor, y nadie me alejará de él.

—¿Ah no? Y qué tal si te ofrezco la oportunidad de tratar a tu hermana con los mejores médicos del país.

Ese último comentario había logrado enervar a Sibyl. Xavier prosiguió:

—La niña necesita una costosa operación de corazón, ¿cierto? Podría hacer que la operen si aceptas alejarte de Arturo.

Sibyl agachó la cabeza.

—Usar a mi hermana para intentar sobornarme, eso es bajo. No necesitamos su ayuda ni su dinero —dijo ella.

—¿Luego entonces, ni siquiera meditarás la posibilidad de aceptar un trato?

—No, y deje de tutearme, usted y yo no somos amigos ni nada.

—No, no lo somos —murmuró Xavier mientras sacaba un cigarrillo negro y lo encendía con un mechero dorado—. Muy bien, señorita Sibyl. Veo que no tiene mucho caso negociar con usted, está empeñada en su idea de romance. No voy a detener a mi hermano, no existe poder humano que pueda hacerlo. Pero recuerde que su presencia en la vida de Arturo no hará sino traerle amarguras, a los dos. No se aman el uno al otro, lo que aman es la imagen que tienen el uno del otro; y el romance termina cuando la vida real empieza. Sin embargo, les deseo la mejor de las suertes. Buenas tardes.

Xavier Mendoza se retiró en un auto negro. No se subió en el asiento del conductor sino en la parte trasera, como un pasajero con chofer propio. Y mientras el auto se alejaba, el viento enfriaba el rostro húmedo de Sibyl, que se había visto inundado de lágrimas de frustración y rabia. Se sentía humillada en lo más profundo porque sabía que el hermano de Arturo tenía razón: ella no podía ofrecerle nada al hombre que amaba más que su corazón. ¿Bastaría con eso?

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