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16. Vuela Conmigo

"Sobre el escenario, bajo un mar de luces, quiero estar.
Compartir contigo cada nota por la eternidad.
Quiero vivir junto a ti cada acorde de nuestra canción.
Siento que empieza a latir la pasión, se desata entre tú y yo.
Escucha tu voz, únete a mí, vuela conmigo".

DragonFly – Vuela Conmigo

✎﹏﹏﹏ 🎸 🎶 🎸 ﹏﹏﹏✎  

El cuadro que recibió a Sibyl durante aquel, su primer under, no podía ser más explícito y brutal. Había mucha gente bebiendo, inhalando cosas, inyectándose otras. Alguna que otra pareja se besuqueaba entre las penumbras, tenuemente iluminadas con luces de neón; y donde la oscuridad se volvía soberana, sombras lóbregas yacían sentadas en sillones que parecían hechos de negritud. El lugar entero era guindo, con alfombras y tapices cubriendo todo el boliche. El piso era pegajoso, como el de un cine, y las sillas y mesas estaban clavadas en el suelo; incluso los ceniceros estaban clavados a las mesas, esto para evitar que las cosas vuelen durante el mosh. Las hordas de metaleros ebrios suelen ser muy destructivas.

Por un momento, la pequeña chica sintió que estaba ingresando a un lugar parecido a Mordor, lleno de orcos y criaturas de pesadilla que acechaban en las tinieblas, pero sentir la mano de Arturo tomando la suya le daba coraje para continuar. Sibyl quería, no, necesitaba saber cómo era el mundo de su novio e identificar cualquier posible competencia o amenaza a su amor en forma de otra mujer.

Por su parte, Arturo estaba en un auténtico predicamento y los acontecimientos previos no habían logrado darle serenidad. Recogió a su novia a la salida de su trabajo, la llevó hasta la sala de ensayos, lugar donde la presentó a su banda. Primer elemento turbio: el silencio incómodo. Sibyl saludó con tal formalidad y educación que casi parecía una embajadora aplicando diplomacia en país enemigo. La tensión era tan alta que podía cortarse con una tijera.

En el otro extremo, los RainHell tampoco pusieron mayor empeño en hacerle sentir ni cómoda ni bienvenida. Saludaron de forma distante y no volvieron a dirigirle la palabra. El ambiente estaba congelado y transmitía sensaciones muy espesas. Segundo elemento turbio: Sibyl olvidó su cédula de identidad, solo tenía su credencial universitaria y ese documento no bastaba para convencer al guardia de seguridad que la chica era mayor de edad. Arturo tuvo que hablar con el dueño del local para que dejaran a Sibyl entrar. Tercer elemento turbio: Arturo sabía que sus enemigos podían estar al acecho esa noche y ese pensamiento no dejaba de inquietarlo.

Cuando llegaron, la primera banda de la noche estaba por empezar. La explosión de sonido asustó a Sibyl, quien no esperaba un volumen tan alto, aquello le parecía ruido más que música. Su cabeza empezó a dolerle y el juego de luces flasheando sobre su rostro no hacía más que empeorar su indisposición. Entonces, sintió dos manos cálidas tapando sus orejas, miró encima de ella y vio a Arturo parado a sus espaldas, cubriéndole los oídos. Quizá fue la ternura que aquel gesto despertó en ella, o la fe que tenía en aquel metalero, pero el ruido y las luces ya no molestaban más a Sibyl. Sentía que las manos de Arturo en su cabeza eran como una especie de protección que le permitía ver aquel mundo agreste metida dentro de un traje de seguridad imaginario, creado por su novio.

Desde luego, los amigos de Arturo notaron lo que estaba ocurriendo y les divertía el espectáculo. Su guitarrista estrella jamás se había mostrado tan preocupado por una chica hasta esa noche. Ninguno de ellos le había conocido novia estable más allá de revolcones esporádicos y muy problemáticos, así que la situación tomó por sorpresa a todos menos a Joe; él podía ver con mayor amplitud lo que aquella pareja dejaba permear, y le preocupaba. Él sabía las crudas consecuencias que el amor puede tener.

Los alcoholes empezaban a llegar a la mesa y RainHell empezó el ritual previo a tocar: beber como caballeros. Al menos en principio, pues no podían embriagarse como cofrades hasta no haber tocado para su ansioso público. Hubo un receso de veinte minutos antes del ingreso de la segunda banda de la noche. Arturo apenas había tomado la mitad de un vaso de vodka, no se sentía cómodo bebiendo con Sibyl bajo su cuidado. Debía estar más cuerdo y atento que nunca, aunque su hígado lanzara gritos desesperados por alcohol.

Sibyl miró el vaso que alguien dejó llegar a la mesa. Arturo conversaba con Gao, el nuevo integrante de la banda, había mucho que aprender el uno del otro. Cuando estuvo segura de que su novio no la veía, la chica cogió el vaso, olió su contenido, hizo una mueca de asco, pero la curiosidad era poderosa; jamás había consumido alcohol más allá de algún vino en toda su vida, pues haciendo de tripas corazón, imaginando que ese brebaje era alguna medicina para el alma, la muchacha se bebió el vaso de un solo trago. Al sentir el gesto brusco, Arturo volteó hacia su novia, ella tenía los labios apretados, enrojecida, y la expresión de una niña que hizo una travesura. El metalero entornó los ojos, miró un vaso vacío y lo entendió todo en una sola mirada; se limitó a sonreírle a su novia y hacerle un cariño en el abdomen que le provocó algo de cosquillas.

La segunda banda ya explotaba sobre el escenario y Arturo tenía sus manos sobre los oídos de Sibyl, que empezaba a sentir los efectos del alcohol. Su cabeza le daba vueltas y las luces del escenario le provocaban vértigo. Entonces sintió ganas de orinar, situación que de inmediato informó a Arturo. El metalero ayudó a su novia a pararse y la llevó al baño. Cuando Sibyl entró al servicio, el olor la llenó de náuseas, el lugar era un ejemplo escatológico de asco; todos los excusados estaban siendo usados, alguna pobre infeliz vomitaba mientras una amiga le sostenía el cabello, incluso había una pareja de lesbianas fornicando en el retrete del fondo. Así no iba a poder orinar.

Salió del mingitorio y le pidió a Arturo que la llevara a otro lugar para atender sus necesidades. La vejiga de Sibyl los condujo hasta un lavabo público, más higiénico que el del boliche. Luego Arturo llevó a su novia a un pequeño snack cercano, a fin de comprarle un hot-dog que la recupere de la borrachera. Mientras esperaban la comida sentados, Sibyl empezó a sentir mucho calor; Arturo la miró y notó que estaba roja. Ella desvió la mirada, se sentía en estado de excepción, confundida por el alcohol en su sangre que encendía sus fuegos internos.

—Sib, ¿habías bebido alcohol antes? —Arturo interrogó, la chica se puso seria y de inmediato respondió en voz alta:

—Claro, desde luego, no soy una niña —le costaba hablar bien—. Solo que nunca había tomado algo tan fuerte, lo único que tomé antes es vino dulce y eso no marea tanto.

—Amor, no te fijaste en el vaso que te bebiste, ¿cierto?

—¿Fijarme?

—Sib, te tomaste un preparado especial del boliche, mezcla de fernet, ron, Jägermeister, gin, singani, alcohol Caimán y RedBull. Lo llaman "Sangre de Lucifer", un cóctel metalero conocido y muy fuerte que puede marearte de un solo shot si eres un bebedor novato.

Hip, con razón se sentía picante, hip —dijo Sibyl entre hipos. Claro que no estaba consciente del calibre de lo que se bebió, de haberlo sabido no habría tomado ese vaso.

—Te pedí un hot-dog con salsa picante, eso te hará reaccionar del mareo.

—No me gusta la comida picante —Sibyl protestó haciendo un puchero.

—Solo será esta vez, Sib. Confía en mí.

Resignada a asumir las consecuencias de su travesura, Sibyl comió a regañadientes. Luego bebió abundante leche sabor frutilla que Arturo compró en bolsitas desechables. Su lengua le ardía, pero Arturo estaba en lo cierto, ya no se sentía tan ebria. Sin embargo, el efecto del alcohol pronto se le bajó al vientre, que de repente sintió caliente. No sentía algo semejante desde que se graduó del colegio, tiempo en el que se tomaba alguna que otra licencia solitaria para explorar y gozar de su propio cuerpo. Sintió muchos deseos por volver a tocarse, entonces miró a Arturo y su corazón dio saltos de algarabía, latiendo con fuerza.

—Arty —interrumpió Sibyl la caminata—. Podrías... —las palabras no le salían, su situación le resultaba muy embarazosa, pero el alcohol, como buen desinhibidor de conducta que es, la hizo hablar—: ¿Podrías comprar protección?

Arturo inclinó la cabeza a un lado, confundido.

—Protección, te refieres a...

Sibyl se encogió de hombros, juntando las rodillas, y bajó la mirada, llevando sus manos a su vientre y desviando la mirada.

—Tú sabes, protección.

Y entonces Arturo cayó en cuenta de lo que estaba pasando. Abrazó a su novia y, besando su cabeza, dijo:

—Pasaré por la farmacia después del show.

Ansiosa, aún algo mareada, Sibyl se regocijó en las aventuras que la noche auguraba. Estaba nerviosa, quería escapar con su hombre y dedicarse a pecar como amantes locos y apasionados, pero debía ser paciente, debía esperar. Por su parte Arturo, que a esa altura sentía que perdió control de toda la situación, empezó a angustiarse por la faena comprometida. Ganas era lo último que le faltaba, pero le afligía no estar en forma, no estar a la altura, no ser lo bastante hábil y generoso para hacer de aquella experiencia, la más hermosa de la vida de ambos. No se trataba solo de fornicar como primates, era algo distinto, arte.

La segunda banda casi había terminado su set de canciones. Los RainHell ya estaban calibrando los instrumentos cuando Arturo y su novia regresaron al boliche. Ella se sentía algo mejor de la borrachera que la arrastró en la previa, pero su cuerpo aún experimentaba sensaciones poderosas al calor del alcohol y el deseo. El ambiente marginal que le rodeaba ya no le resultaba tan osco y hostil como al principio, la embriaguez le permitía observar todo desde otra óptica.

—Amor, ya es tiempo de tocar —le dijo Arturo—. Esta noche te dedicaré una canción.

Sibyl sintió una poderosa palpitación en su alma al oír las palabras de su novio. Solo era una dedicatoria, pero para ella tenía un valor incalculable, tanto así que, llevada por las emociones, jaló a Arturo de la chamarra y lo besó en la boca con todo y lengua, un beso largo y húmedo de treinta segundos, tras los cuales Arturo había quedado en estado de exaltación; gran motivación para tocar, sin duda alguna.

RainHell hizo explotar el escenario con su poderosa entrada. Su público los esperaba con ansias. A oídos de Sibyl, la música que Arturo tocaba con su banda era más un ruido que una melodía, pero reconocía que su novio era en verdad talentoso en lo que hacía. Brillaba, estaba en su ambiente, aquello era lo suyo; recibir el aplauso, la algarabía, el calor de su gente, el escenario. Sibyl vio a Arturo brillar como aquel día que le tendió la mano en la terminal. Sintió que algo hermoso yacía en lo profundo de su ser, algo valioso que moría por descubrir. Entre la música, el alcohol que aún llevaba en las venas, el acaloramiento que la poseía y las luces de aquel escenario en el que su novio se llevaba la admiración de su fanaticada, Sibyl se vio a sí misma en un extraño estado de trasfiguración. Se mezclaban demasiadas sensaciones: ansiedad, temor, emoción, amor, lujuria, mareo, poder. Entonces, la dedicatoria fue dirigida por Arturo, quien tomó el micrófono para decir:

—Gracias por estar aquí esta noche, la siguiente canción es la última y va dedicada a una persona muy especial —la señaló desde el escenario y la música empezó a sonar.

Mientras los RainHell tocaban, el vengativo Akron había tomado nota del detalle. "Arturo consiguió una novia, pero qué oportuno", pensó. Entonces fijó su mirada en la diminuta y pálida chica a quien se le caían lágrimas de un rostro dibujado por una enorme sonrisa emocionada. De inmediato logró atar cabos y vislumbró por donde conduciría su venganza.

El under había concluido entre los pedidos de los metaleros para que toquen una canción más, pero el tiempo era limitado y no podían quedarse. Bueno, Rick y Arturo no podían pues ambos trabajaban temprano a la mañana siguiente. Joe y Speedy tenían un itinerario distinto, así que se quedaron a beber en el boliche.

Llegando a su cueva, Arturo le dijo a su novia que le esperara unos minutos, él iría a la tienda a comprar algo para hidratarse. Estaba consciente de que Sibyl había lanzado propuestas ero-románticas estando ebria y que, a esas alturas, ya un poco más recuperada de la borrachera, podría terminar retractándose. Él lo entendería de ser así, pero era muy imprudente de su parte tener una novia y carecer de los sacros profilácticos que previenen del embarazo y otros purgatorios.

Su lista de compras era concisa: "Jugo de manzana en caja, pan, sales de rehidratación oral, paracetamol, antiácidos, condones, lubricante y las pastillas para prevenir su embarazosa hiperespermia"; ¿hiperespermia?, sí, la condición de salud que había provocado incontables vergüenzas a Arturo desde que era un jovencito imberbe. Una situación tan insólita que lo orilló a resignar el placer del orgasmo en orden de tener el control de su cuerpo. Aquello le había ayudado a desarrollar un carácter estoico.

Cuando regresó a su cueva notó que todas las luces estaban apagadas a excepción de la pequeña lámpara de su recamara. Sibyl estaba recostada, tapada bajo las frazadas, tenía una pequeña tarjeta en sus manos.

Omedeto —dijo la chica mientras extendía los brazos—. Feliz cumpleaños.

Arturo se aproximó a ella y tomó la tarjeta con delicadeza. Estaba hecha a mano sobre una hoja cuadriculada de carpeta, tenía la forma de una guitarra eléctrica y estaba coloreada con marcadores. En su interior había un pequeño poema escrito a mano con bolígrafos de diferentes colores. El papel estaba untado con un perfume frutal, dulce. El poema decía:

"Esta mañana le supliqué al horizonte
el destello imposible de tus pupilas líquidas,
el sabor astral de tus labios de humo,
la danza invisible de tus manos de aire,
tu deseo, oculta constelación de sombras.
Quise ser devorada por tus espejismos,
por los fantasmas que sueñan en tu pecho,
por la piel que se disuelve en lo etéreo,
por tu aliento que resuena como un eco entre los astros.
Y en el silencio del alba
pacté con el vacío,
hablando en lenguas de cristal roto,
dibujando una sonrisa que nunca existió.
Porque anoche me deshice en polvo para soñarte,
y al amanecer, tallé un nuevo delirio,
para intentar respirar el corazón de tu esencia".

Era una cursilería, Arturo la amó. Nunca creyó que palabras así podrían llegar a tocarlo en lo más sensible de su alma, llegó incluso a creer que tal capacidad de sentir la había perdido al furor de la desidia y el alcohol. El hecho de saber que no eran versos impersonales, sino hechos para él por alguien que lo ama, le fundió el corazón como hierro derretido, listo para encofrar en el molde.

—Son las palabras más bonitas que alguien me haya dedicado —dijo Arturo—. Pensé que no lo recordarías.

—Qué clase de novia sería si me olvidara el cumpleaños del hombre que amo.

El metalero se quedó con una visión que le nublaba el pecho, de una taquicardia como esas que se sienten cuando la ansiedad y la pasión se entremezclan en un fluido indiscernible. Las sábanas y las frazadas que cubrían el cuerpo de Sibyl se escabulleron a un costado, la chica solo llevaba su conjunto de ropa interior encima: calzoncillos claros con el estampado de un unicornio; calcetines blancos de media caña, chorreados sobre los tobillos y con las plantas sucias; una camiseta corta con el bordado de un arcoíris en el pecho, que dejaba el abdomen descubierto. Y desde la boca del estómago hasta su vientre, un corazón dibujado con lápiz labial rojo sobre su piel cual si fuera una hoja de papel.

No había tenido los medios apropiados para vestir más acorde a la ocasión, casi toda su ropa estaba en la vivienda de su madre, lugar al que no había regresado desde hace días. No tenía consigo las prendas con las que se siente más bonita. Pero nada de eso le impediría festejar a su novio como ella cree que se merecía. Al menos estaba ella, su ser, su cuerpo y alma como obsequios entregados con amor. Le regalaba su cotidianeidad, su erotismo doméstico, la corporalidad que hace parte del día a día, pero que no deja de ser un foco de lujuria incluso en la rutina.

—Espero tengas protección —dijo Sibyl a tiempo que colocaba uno de sus dedos en su boca y con la otra mano, repasaba su vientre de manera coqueta.

Y no alcazaron, los codones no alcazaron y ni siquiera eso les impidió seguir pecando, hasta la más mojada saciedad. Era más de medianoche cuando la pareja decidió descansar luego de una experiencia abrumadora. Sibyl estaba en los brazos de Arturo con una sonrisa que él consideraba infinitamente hermosa. Ella tenía su cabeza sobre el pecho de su novio, dejando que los latidos de su corazón se sincronicen a un solo ritmo.

—Me has hecho la mujer más feliz del mundo esta noche —susurró Sibyl. Arturo acariciaba la espalda de su amada, ella jugaba con los pelos que Arturo tenía en el pecho.

—Debí comprar más condones.

Sibyl rió.

—Está bien, no importa. Pero como no alcanzaron, ahora me deberás comprar un peluche. Y ese peluche será tu hijo.

—Traviesa —Arturo murmuró con voz grave al oído de su novia y procedió a coronar la noche de ambos con besos y mimos

Sin embargo, la alegría no era un estado sino un momento muy corto en el tiempo. Esa noche, Sibyl quería regocijarse en el amor más hermoso del mundo, pues en breve debería afrontar a los demonios salvajes que asolaban su vida. El tiempo de volver a ver a su madre cara a cara casi había llegado, su hermanita la necesitaba y no iba a permitir que las diferencias con su procreadora la apartaran de ella. Debía volver al infierno y afrontar el riesgo de una paliza; era su deber, su consigna, su misión.  

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