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14. Tormenta

https://youtu.be/qX4LC1HBmag

"Abre tu corazón
días llenos de alegría
y de tristeza"

Open your heart - Europe

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Una tenue iluminación bañaba los ojos de Sibyl que, aún cerrados, lograban percibir la luz. Cuando los abrió, se vio a sí misma rodeada de figuras tétricas, pero en segundos su mente se reconstruyó. Recordaba que estaba en el cuarto de Arturo, su cama era mullida y muy cómoda, tenía su aroma impregnado en las sábanas; se había dormido abrazando una almohada, imaginando que era Arturo. La luz que la despertó era el sol, entrando por la ventana de la sala, atravesaba la cortina y llegaba como una suave umbra a su rostro. Le llamó la atención cuando sintió olor a comida. Se levantó con presteza y salió al encuentro de Arturo.

—Buen día —le saludó Arturo.

Despeinada, Sibyl se frotó los ojos en cuanto el sol le dio directo en la cara. Sobre la mesa, un desayuno bien servido la esperaba. Había pan tostado, mantequilla, una taza de leche y un tazón de cereal.

—Toma asiento —su anfitrión la invitó—. El desayuno es la comida más importante del día.

Luego tomó una espátula y empezó a servir el contenido de la plancha sobre un plato que de inmediato puso sobre la mesa, era revuelto de huevo con jamón.

—Esta comida es...

—Es para ti, debes comer bien.

—¿Te levantaste para hacerme el desayuno?

—Desde luego.

—¿Por qué?

—Porque quiero que comas.

Sibyl parpadeó varias veces, aquello no le resultaba lógico. No estaba acostumbrada a que nadie hiciera nada por ella bajo ninguna razón. Tanto así que llegó a pensar que el mundo entero estaba poblado de gente apática. Creía que la empatía y las atenciones no eran más que una ficción de ánime y literatura. Un nudo se hizo en su garganta y antes de ponerse a llorar, empezó a comer. Arturo se bebió un café con una pizca de sal, para acompañarla.

Tras el desayuno, ambos tuvieron a bien prepararse para la jornada que les esperaba, la vida debía continuar. Salieron juntos hasta la avenida principal, Sibyl miraba la mano de Arturo de forma constante, tentada de sujetarla, pero resistió el impulso estoicamente. Arturo miraba a Sibyl de reojo, asediado por el impulso de abrazarla, pero se contuvo.

La hora de separarse había llegado, Arturo se dirigiría al taller y Sibyl, a sus clases. La despedida era difícil para ambos.

—Bueno, ya debo irme, Sib. Ya sabes que, si necesitas algo, yo...

—Lo sé, Arty. Gracias por todo lo que hiciste por mí, fuiste muy bueno conmigo.

—No dudes en pedirme ayuda si la necesitas.

—No dudaré —respondió ella y, poniéndose de puntitas, besó la mejilla de Arturo. Él se sonrojó un poco y depositó un suave beso sobre el cachete de ella.

—Ve con cuidado —dijo él.

—Tú también —dijo ella.

"Te quiero" pensaron ambos, pero no lo dijeron.

La jornada laboral narraba su regularidad mientras Arturo dejaba que el automatismo de sus manos se haga cargo del deber, su mente seguía tejiendo infinidad de pensamientos, uno destacaba entre todos: Sibyl. Pero incluso más allá de aquello, la sensación de calidez bajo el pecho no se marchaba, como tampoco lo hacía la ansiedad. Quería saber de ella, tomar el celular y escribirle, pero el trabajo era primero.

Al mediodía, el compás del almuerzo le dio una pausa para ver si ella estaba en línea, mas no era así. Resignado, se limitó a comprar un par de salteñas y hacer hora en el propio taller antes de seguir con el trabajo. Rick se sentó a su lado, mirándolo con picardía.

—Y bien, ¿cómo te fue con tu cita de ayer?

—Qué mierda te importa.

—O sea, ¿no hiciste nada? —replicó Rick.

—Vos en esas cosas nomás piensas.

—Claro, no soy el solitario que después se va quejando.

—No estoy pensando en eso ahora.

—Pero sí estás pensando en ella.

Eso era cierto, no había dejado de pensar en Sibyl toda la mañana.

—Y, cómo es tu aspiración romántica —cuestionó Rick. Arturo sonrió.

—Tierna, pequeña, muy bonita. Se ve frágil como el cristal, a veces luce desamparada, como asustada, y se pone a la defensiva; otras, se ve alegre y llena de energía. Sabe cómo confundirme.

—Joder, suena a que estás enamorado de tu hermana.

—La puta madre, Rick, ¿siempre tienes que ser tan puerquísimo chancho?

—Bah, olvídalo. Más bien, no te olvides del under del jueves. Tocamos en el Boca y Sapo, el miércoles tenemos ensayo. No vayas a tener accidentes.

Era cierto, tenían ya un under pagado por adelantado, así que no podían fallar, el público estaría ansioso por un legendario show de heavy metal. Pero había un pequeño problema: por accidente Arturo había invitado a Sibyl a su tocada, aun sabiendo lo peligroso que podía ser el universo metalero. Tendría que ingeniárselas para vigilar a su novia y tocar al mismo tiempo... Momento, ¿qué? (...) Solo en ese instante, en que los pensamientos de Arturo adquirieron cierto rango lingüístico dentro de su mente, pudo notar que no estaba pensando en Sibyl conforme el paradigma de una amistad, sino bajo el sofisma de un noviazgo. Pero no eran nada de eso, eran amigos, amigos. "¿Por qué me sabe tan mal ser amigo de Sibyl?", Arturo se preguntaba, evitando siquiera abstraer la obvia razón de su desazón.

La segunda parte de la jornada fue otro laberinto de emociones, negras nubes habían oscurecido el cielo, dejando el ocaso de fuego como una expresión más de la noche. En el trayecto de retorno a casa, algunas gotas empezaron a caer, las bóvedas del cielo se abrieron por completo con Arturo metiendo la llave a su puerta. Ingresó a su cueva y ni bien puso un pie en el interior, el granizo se precipitó sobre la tierra. Los rayos y truenos inundaban una ciudad que ya bebía las primeras lluvias de temporada. Miró el metalero por la ventana, deseando que Sibyl estuviera guarecida bajo techo. Observó su celular, la chica no se había conectado desde la mañana. No quería ser cargoso, pero necesitaba hablar con ella, aunque sea un poco. Al final optó por la prudencia y esperar un poco más a que se conecte a internet antes de llamarla por operadora telefónica.

Siete de la noche, ocho, nueve, diez. Sibyl no se conectaba. La ansiedad le comía la médula, tanto que, con manos temblorosas, empezó a mirar la ficha de contacto en el celular, a punto de pulsar el botón de llamar. Entonces, una llamada entrante de un número desconocido, con todo el aspecto de corresponder a cabinas telefónicas. Arturo respondió.

—¿Hola, Arty? —era Sibyl.

—Hola Sib, cómo estás.

—Yo, yo... —se quedó silencio.

—¿Sib?

—¿Estás muy ocupado ahora?

—No.

—¿Puedo ir a verte?

—Claro, pero, está lloviendo mucho, ¿no quieres que vaya yo por ti?

—No, no, quédate en casa. Iré yo, es fácil llegar, no me perderé.

—Bien, hazme timbrar cuando estés cerca.

—No puedo, mi celular sigue teniendo fallos, no enciende.

—Mmm, entonces lanza una piedra pequeña a mi ventana, sabré que eres tú.

—Okey, te veo en unos minutos.

Y Sibyl colgó. "¿En unos minutos? ¿Está cerca acaso?", Arturo pensó. Puso agua a hervir pensando en servir una taza de leche para su visita. No lo razonó, solo empezó a actuar como si alguien cercano estuviera volviendo a casa luego de una larga jornada, como si viviera con otra persona en su pequeño apartamento. Cuando entró en consciencia de lo que estaba haciendo, se sintió como un imbécil. "Vives solo, Arturo, qué te está pasando".

No pasaron ni cinco minutos cuando el sonido de una piedrecilla llamó a su ventana. Arturo tomó un paraguas y salió a recibir a su visitante, nada lo preparó para ver lo que le esperaba al abrir la puerta de calle. Sibyl estaba hecha una sopa de lo mojada que estaba. Tenía la enorme mochila en su espalda, envuelta completamente con una cobertura de nailon, denotando que ella consideraba más valiosas a sus pertenencias que a sí misma. De inmediato Arturo la abrazó y la cubrió con el paraguas.

Ni bien ingresaron, Arturo sacó toallas del baño y empezó a secar la cabeza de Sibyl. Ella parecía estar ausente, con la mirada que se clavaba en mil yardas de vacío.

—Por todos los dioses, Sib, qué ocurrió.

—Me hacía frío.

—Estás helada. ¿Tienes ropa en tu mochila para cambiarte? —la chica asintió con la cabeza, en silencio, Arturo prosiguió—: Bien, meteré tu mochila al baño, date una ducha bien caliente para calentar tu cuerpo, no vayas a agriparte. Ponte ropa seca y yo te espero aquí con una taza de leche caliente.

Obediente, Sibyl hizo un gesto de afirmación mientras sonreía débilmente. Se levantó como un autómata y entró al baño. Arturo abrió el grifo, el agua empezó a entibarse rápido.

—Muy bien, ya está caliente. Te estaré esperando afuera.

Estaba por irse, pero Sibyl lo sostuvo de la polera.

—¿Por qué eres bueno conmigo? —preguntó Sibyl en voz baja, tomando a Arturo por sorpresa, no sabía qué decir. Sibyl prosiguió—. ¿Qué quieres de mí? Quieres que seamos amigos o...

La lluvia caía y caía, igual que la ropa de Sibyl al suelo. Prenda por prenda, empezó a despojarse de todo lo que la cubría, quedando descubierta en piel entera a los ojos de Arturo. Tenía moretones en todo el cuerpo y cicatrices en sus brazos. Era pequeña, frágil, muy delgada, pálida, como un fantasma.

—Si lo prefieres, puedo pagar todos tus favores ahora con lo único que me queda —dijo Sibyl, tomó la diestra de Arturo y la colocó sobre su seno—. Adelante, no tendré que deberte nada si te pago ahora.

Es normal el pensar, que la testosterona es el catalizador más inmediato hacia el sexo, pero lo que estaba pasando en ese momento había quebrado a Arturo por dentro. No pudo evitarlo, se entristeció de forma legítima, un sollozo seco del inmaterium, silencioso, imperceptible e inexpresivo; lágrimas de éter por ese cuerpo lastimado, ese derrumbe de todo amor propio, esa forma tan fría de pagar una deuda en especie. El corazón de metal que latía bajo el pecho de Arturo, se contrajo. Él se creía invulnerable, invencible, incapaz de sentir dolor. Para eso bebía, para eso tocaba la guitarra, para eso peleaba y era metalero, para no volver a sufrir como en aquel pasado que lo empujó a adoptar al alcohol como familia sustituta.

Abrazó a Sibyl con fuerza y, a firme voz, le dijo:

—Por qué no puedes confiar en mí. Yo no estoy haciendo algo para cobrarte. No necesitas hacer esto.

—Quiero creerte —Sibyl murmuró—,tengo miedo. Si me encariño de ti, me sentiré anclada al miedo de perderte. Prefiero soltarte ahora, pagarte con este cuerpo lo que has hecho por mí, y dejar que lo nuestro acabe aquí.

—Sib, yo no soy ese tipo de sujeto. De verdad quiero tu bienestar, me preocupo por ti. No espero que me des algo a cambio, pero quiero que estés mejor y ahora mismo no lo estás.

—¿Te doy asco acaso? ¿Te parezco un esqueleto o algo así?

—¡Claro que no! —negó Arturo con certeza absoluta, imponiendo su voluntad, tanta que pareció hacer despertar a Sibyl de su trance depresivo—. Si mi destino me lleva a tu cuerpo un día, no quiero que sea así, sino para hacer el amor en verdad. Pero antes solo necesito que estés bien, no sales de mi mente ni un segundo, y me desespero porque me preocupas... porque te quiero... yo —calló unos momentos.

—Qué... qué me estás queriendo decir —murmuró Sibyl.

—Es que me enamoré de ti, esa es la verdad —la lengua de Arturo era peor que Judas, pues esta traición lo había crucificado por completo. Fue tarde cuando notó la dimensión de lo que había dicho. Sibyl lo miraba con los ojos llenos de lágrimas.

—Arty... —Sibyl susurró, sus ojos brillaban, mirando a Arturo con una expresión llena de la esperanza que parecía ausente en su rostro cuando llegó. La mirada del metalero no mentía, pues había una determinación absoluta en ella. El corazón latiendo como caballo desbocado bajo el pecho, la sensación de los cuerpos mojados, ella desnuda en los brazos de él, y el fluir de la tormenta, empapando los corazones. Antes que tuvieran tiempo de darse cuenta, ya se estaban besando. Unos segundos después, Arturo dijo, con la voz ronca y suave en la oreja de Sibyl:

—No pienso dejarte, estás en mi corazón, ya nunca saldrás de él —declaró y se retiró lento, dejando a Sibyl bajo el agua caliente de la ducha que, poco a poco, le iba calentando el cuerpo, del mismo modo que el amor de Arturo le había calentado el alma.

Arturo tuvo que cambiarse de ropa, pues durante el tiempo que le tomó recibir a su refugiada y la conversación que tuvieron ante la ducha, se había mojado bastante. Una vez solo en su habitación, una desoladora sensación de tristeza por Sibyl lo inundó. Se notaba que la habían golpeado, además de las cicatrices; y esa dejadez tan absoluta de sí misma, actuaba como si se considerase indigna de todo trato humano. Arturo se preguntaba qué clase de vida podría llevar a una persona a ese estado y entonces recordó su propio pasado, la fría distancia de su padre, la cruel disciplina de su madre, las olas del gore brutal que llevan a una adicción a alimentarse de sí misma; y el alcoholismo, las drogas, el sexo malhadado y la más absoluta violencia de corte penal y judicial que ciñen las tribus metaleras en el tuétano mismo de sus rituales.

Unos diez minutos después, la ducha fue cerrada. Quince minutos después, Sibyl salió del baño con un pijama blanco, estampado con dibujos de ositos; lucía inocente, generando de nuevo esa sensación de disonancia cronológica en Arturo, quien tenía que asimilar cierto esfuerzo para enfocarse en el hecho de que Sibyl era una mujer adulta. Luego tuvo un breve flash, recordando su cuerpo desnudo, y algo en su estómago se retorció al tiempo que una erección amenazaba con levantarse bajo sus pantalones. Todo parecía fuera de control hasta que Sibyl se sentó frente a él, miro la taza servida con leche caliente y bebió un sorbo, dejándole un mostacho de leche. Arturo sonrió, le parecía tierno y divertido aquel detalle. Con dulzura, él tomó una servilleta y limpió la boca de Sibyl. Ella se sonrojó, lo cual era contradictorio considerando el que ella misma se hubiera desnudado ante los ojos de Arturo veinte minutos atrás, sin ruborizarse. Parecía que la chica en el baño, la que llegó mojada, era una, y la que salió de la ducha era otra.

—Arty —rompió Sibyl el silencio—. Lamento mucho todo lo que te hice pasar, creo que debes estar muy confundido. Mira, te seré honesta. Tengo serios problemas con la señora que por desgracia es mi madre, nuestra relación es muy violenta —confesó y envolvió su cuerpo con sus brazos—. Si no fuera por mi hermana, me habría marchado a otra ciudad y no habría vuelto a ver a esa señora nunca más. Mi padre tampoco es alguien en quien pueda confiar. Tengo una vida humilde pero honrada, me he ganado cada centavo en mi vida trabajando duro y pienso seguir así. Jamás le he debido nada a nadie y siempre que he tenido que tratar con otras personas, ha sido para cosas estrictamente necesarias; tú sabes, la vida cotidiana, los estudios, el trabajo. No tengo amigos más allá de internet, no tengo familia más que mi hermana, no necesito de nadie. Nadie confía en mí, yo no confío en nadie. Soy de tener relaciones distantes y educadas con las demás personas. Y de repente, estás tú. Eres el primer hombre que conozco que no espera nada a cambio por hacer algo. Aprendí que en esta vida todo cuesta, y tú eras bueno conmigo tan gratuitamente que me era difícil de creer. Pero creo que ahora empiezo a entenderte mejor.

Arturo tragó saliva, no se atrevía a interrumpirla, Sibyl continuó luego de beber un sorbo de su leche.

—Yo me siento muy, es qué, no sé cómo decirlo... Lo que me dijiste en el baño me impactó mucho. Te arriesgaste, pusiste tu corazón al descubierto, tuviste más valor que yo. En tu lugar yo jamás habría hecho eso. Aún me cuesta asimilarlo porque temo que sea efímero. Tengo miedo de que despiertes mañana y ya no sientas nada por mí. Yo no soy una buena chica para amar, tú mereces alguien mejor que yo, con más posibilidades.

—No me conoces tan bien, Sib —replicó Arturo—. Yo no soy un héroe ni nada por el estilo. Soy un borracho infeliz que bebe para escapar de su propia incompetencia. En mi casa siempre me han tratado como si mi existencia fuera un error. Quise adaptarme al mundo, a la vida, a aquello que mis padres esperaban de mí y entendí que ese mundo no existe. De repente sentí que mi vida no tiene sentido alguno y el ron me da la razón. Entonces bebo. Antes lo hacía a diario, durante años y sin parar. Últimamente me modero, no bebo más en soledad. Pero siempre necesito una copa para evitar pensar que soy un fracaso. El metal me da fuerza, la música me empuja adelante, pero hasta en el escenario hay soledad. Y eso duele, estar solo todo el tiempo. Nos parecemos en eso. Ya no espero que me entiendan, no espero que el mundo metalero al que pertenezco me acepte como el pianista que pude ser y jamás fui, o que en el escenario clásico me reciban con mi melena y mi guitarra eléctrica. No espero que me acepten tal cual soy, porque en ningún lado soy totalmente yo. Pero algo sí sé, que al menos tendré el honor de morir con las botas puestas. Si he de elegir una razón para morir, ojalá sea por una mujer. Y ahora, más que nunca, ojalá sea por ti.

Sibyl bajó la mirada, las palabras de Arturo eran fuertes.

—No me conoces, no sabes todas las cosas que vienen conmigo, mis inseguridades, mis traumas.

—Lo sé, pero estoy dispuesto a tomar todos los riesgos.

—¿Y si luego dejas de quererme?

Arturo se acercó a su refugiada de una noche, y con un beso directo en los labios, intenso, honesto, la convirtió en su compañía de vida. Sibyl se llenó de tal alegría con aquel beso, que su corazón líquido se convirtió en una nube. Sobre el sillón, se comieron las bocas, se tocaron, se exploraron. Se retiraron al dormitorio y se tendieron sobre el lecho de Arturo, despojándose de toda ropa y dando lugar a la viscosa oscuridad que bañaba la desnudez de los amantes.

La medianoche sorprendió a la apasionada pareja con la luna llena en una noche ya despejada de toda tormenta. Las nubes se habían marchado y la luz argenta penetraba con sigilo por la ventana, dejando escasas umbras plateadas sobre las pieles húmedas de tanta pasión. Recostados y abrazados, Sibyl y Arturo fusionaban sus almas.

—Me hiciste sentir muy bien hoy, mejor de lo que nunca había estado —susurró Sibyl.

—Espero seguir haciéndote sentir bien lo que nos reste de vida.

—Me bastará con que me hagas sentir tu amor. Me siento bien en tus brazos, es un sentimiento nuevo para mí, pero no quiero que se vaya nunca. No soy enamoradiza, pero siento que te amo, como si te hubiera reencontrado luego de una vida entera buscándote. Eres como un caballero valiente que me salva cuando estoy en problemas.

—Y tú eres el hada de dulce mirada que en toda mi vida jamás conocí —susurró Arturo con voz grave, parafraseando a la "leyenda del hada y el mago", de Rata Blanca.

—¿Hechos el uno para el otro?

—El uno para el otro.

No dijeron más, se besaron hasta quedarse dormidos, abrazados, enamorados hasta el infinito; toda una luna de miel. Pero el amor no había triunfado, pues mientras está vivo siempre se encuentra al borde de la derrota. 

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