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13. La Primera Noche

https://youtu.be/3364sBtxc0w

"Fue tu rostro o tal vez esa sonrisa
lo que me hizo temblar
Y como el ave que surgió de sus cenizas
mi alma volvió a respirar"

Track – Ave Fénix

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El poder del motor bajo el cuerpo, el viento flameando la larga cabellera como pendón de rebeldía, Judas Priest que resonaba por las bocinas del minicomponente, la chamarra de cuero con tachas metálicas zurcidas encima, solo le faltaba la guitarra eléctrica colgada de la espalda para dejar el retrato motoquero completo. Arturo recorría las calles de la ciudad aquella medianoche de urbanidad insomne, llamando la atención de alguno que otro transeúnte con el volumen de su música y el rugir del motor del Gran Maloy.

La terminal internacional de buses de La Paz se encuentra en la plaza Antofagasta, un área conocida por su alta peligrosidad nocturna. Los bares, malandros, prostíbulos, alojamientos para amantes clandestinos y el multitudinario comercio informal son el hilo conductor de la zona. Debido a ello, los viajeros nocturnos de modesto presupuesto a quienes el arribo a destino los sorprende de madrugada, están forzados a pernoctar dentro de la propia terminal hasta que amanezca. Los viajeros no son los únicos, la terminal de buses suele ser conocida por fungir de albergue gratuito para una variedad muy amplia de alojados quienes, por multitud de razones, terminan durmiendo junto a los aventureros que van llegando de sus viajes.

El perímetro es peligroso y por mucho que los vecinos ya habían reclamado mayor presencia policial en sus calles, las exigencias de contribuyentes de poca relevancia fiscal eran usualmente ignoradas por las autoridades ediles. Arturo conocía muy bien esa realidad y entendía que la hora y el lugar donde Sibyl estaba en ese preciso momento no era el adecuado, cualquier cosa podía pasarle. "Más rápido, Maloy", le decía a su moto en tanto le daba al acelerador hasta el fondo.

***

Sibyl tenía frío, sería otra dura noche de refugio en la terminal de buses. Claro, no era la primera y de seguro no sería la última. Luego de todo lo vivido con sus padres, Sibyl tenía muy presente que estaba sola en absoluto. Debía ser fuerte, tenía que resistir. Solo sería esa noche, quizá para la siguiente luna conseguiría un techo para pernoctar. Así fue siempre, toda su vida, entonces lloraba y dejaba que el aire frío y seco disolviera las lágrimas en la nada. Estaba sola, le hacía frío, no había más remedio que aceptarlo. El pastel que Arturo le había invitado fue su única fuente de calorías del día y ya las había quemado; sentía frío, su delgada manta no le abastecía para retener el calor. Con el apuro apenas pudo empacar lo esencial para pasar los días en otro lugar, pensó que debería estar lejos de su madre un par de días al menos. Hacía frío.

—Vas a pescar un resfrío —una voz amable y profunda, abrigándola con una chamarra que llevaba un aroma muy característico, ese perfume que le traía recuerdos a él. Sibyl abrió los ojos, elevó la mirada y entonces todo brilló.

—Ar... ¿Arturo?

—Sib, es muy tarde para que estés sola por esta zona. ¿Estás bien?

—¿Qué haces aquí?

—Es una historia un poco difícil de explicar, verás...

Ni una palabra más, Sibyl se lanzó a los brazos de Arturo y empezó a llorar sobre su pecho. Él tampoco dijo nada más, solo esbozó una triste sonrisa y se limitó a acariciar la nuca de la chica, que se desarmaba. Estuvieron así algunos minutos, hasta que Sibyl pareció calmarse. Entonces Arturo le mostró una botella de Fanta naranja.

—Bebe un poco, mira cómo estás —dijo él, limpiando el rostro de la chica con un pañuelo desechable—: No sé qué te esté ocurriendo. Si necesitas ayuda, aquí estoy. Pero debes decirme la verdad, ¿okey?

Sibyl asintió con la expresión de una niña regañada. Arturo continuó:

—¿Tienes dónde pasar la noche hoy?

Durante unos segundos Sibyl desvió la mirada, apretó fuertemente los ojos y haciendo un gran esfuerzo, negó con la cabeza.

—Ya veo, estabas pensando en pasar la noche aquí, ¿verdad?

Sin disimular su amargura, la chica asintió y Arturo prosiguió:

—Ven conmigo a casa —se paró y le extendió la mano.

Sibyl miró el rostro de Arturo, estaba parado justo detrás de un poste de luz, generando la ilusión óptica de un pequeño eclipse, y a la umbra, el rostro de un hombre que la miraba con aflicción, preocupación auténtica. "¿Está preocupado por mí?", Sibyl se preguntaba. Siempre fue tratada como un estorbo, habituada a la idea de no importarle a nadie, tanto así, que la calidez humana le espantaba.

—No, no, está bien Arturo, no te preocupes. Iré a algún alojamiento, yo...

—Sib, acepta mi ayuda, nada más te pido esta noche.

—No quiero deberte nada.

Arturo suspiró con profundidad y agregó:

—No necesitas estar a la defensiva conmigo, yo no estoy para hacer usura emocional contigo. Si vas a confiar en mí, hazlo, no duermas en este lugar, ven conmigo a casa —concluyó.

Sibyl no sabía qué hacer, temía tener deudas con otros. "No existen los favores, solo la deuda contraída cuando aceptaste algo de alguien", decía su madre. "Jamás aceptes nada, hija; si no tienes nada que dar, mejor no recibas nada, porque si lo haces, la otra persona tendrá con qué someterte", decía su padre. Pero hacía frío, estaba cansada y adolorida; además, habían acordado confiar en el uno en el otro. Sibyl miró la pulsera de lana cuyo par Arturo tenía en su poder. Él no tardó en mostrarle la suya, firmemente colocada en su muñeca; Arturo había apretado aún más el nudo. Algunas lágrimas hicieron su fuga por las mejillas de Sibyl y entonces, con miedo, pero también esperanza, tomó la mano de Arturo.

Las luces de la ciudad parecían luciérnagas, desvaneciéndose como las chispas de una hoguera cuando sopla el viento; la perspectiva de la velocidad viajando en moto deforma la luz, dándole al mundo un aspecto mucho más psicodélico a tanto más aumenta la velocidad. Arturo le había indicado a su pasajera que se agarrara con fuerza a su cintura y que no lo soltara, Sibyl obedeció sin chistar. La galopada en moto justificaba cualquier vértigo, pero la chica se hallaba tranquila, confiaba en Arturo. Llevaba la mejilla pegada contra su espalda y podía sentir los latidos de su corazón; tenía la palma de su mano presionada contra el abdomen de Arturo, podía sentir su calor traspasando la polera hasta su mano; le inspiraba mucha seguridad, la que jamás había sentido.

Curiosos como son los acontecimientos, en ese caos aparente de números imaginarios en el Mar de Dirac, el destino terminó llevando a Sibyl a aquella casa donde Arturo había pasado la vida hasta el presente día. Para la chica aquello era poco menos que un palacio, el tipo de propiedad que podría atribuírsele a una persona de dinero, cuanto menos. Fue sorpresivo para ella saber que Arturo venía de una familia adinerada, lo que no sabía era que ni un solo centavo de ese patrimonio habría de terminar en manos de Arturo, jamás. Su padre había condicionado la herencia a estrictas cláusulas que señalaban: ninguno de sus hijos recibiría un céntimo de su parte, no sin antes haber terminado estudios universitarios y haberse embarcado en una carrera profesional. Arturo no calificaba, así que sabía el destino al que se atenía.

—Qué casa tan grande —murmuró la chica.

—Es de mi padre, yo solo soy un inquilino aquí, uno que no se quedará por mucho tiempo.

—¿Por qué?

—Mi padre me dio notificación de desahucio. Tengo que buscar otro lugar donde vivir, pero ya lo tengo todo contemplado. Me va bien en el trabajo que tengo ahora, y con el dinero de la música, me alcanzará para vivir cómodo, lejos de mi padre.

—¿Piensas marcharte?

Arturo la miró y sonrió al notar el puchero de angustia que la chica había esbozado de forma automática.

—Solo de esta casa, no pienso dejar la ciudad. Al menos no por ahora.

—Y qué te haría cambiar de opinión para que te marches.

—Que vengas conmigo.

El silencio reinó, una vez más Arturo embarrando su boca de sinceridad. Sibyl se había puesto roja como un tomate.

—Aunque quisiera, no podría irme. Mi hermanita está aquí y ella depende de mí.

—Entiendo. Dame un minuto, guardaré la moto y te mostraré donde dormirás.

No podría decirse que Sibyl se haya llevado una tranquila primera impresión con la cueva de Arturo. Todas las paredes cubiertas de negro, atiborradas de afiches macabros de todas formas y colores, el olor a tabaco y alcohol se sentía todavía fuerte, a pesar de que Arturo había limpiado su cueva solo un par de días antes. Nada de lo que él hiciera podría quitar el hedor de borrachera de aquellas paredes, las cenizas de tabaco y cannabis habían quedado impresas al cemento mismo; aquello era una taberna casi por derecho divino. Pero en una segunda mirada, Sibyl se sintió en el "Pony Pisador", lugar donde Frodo y Gandalf habían planeado encontrarse para seguir su viaje a Mordor; aquella idea la tranquilizó.

—Lamento el desorden —se excusó Arturo.

—Descuida, me gusta tu apartamento.

El metalero sonrió, trató de evitar el nerviosismo que, de repente, lo asoló en oleadas cada vez más intensas.

—Ven, tú dormirás aquí —dijo Arturo y condujo a su visita hasta el dormitorio. Hasta las sábanas eran negras. Al menos la cama estaba tendida.

—Entiendo —Sibyl también estaba nerviosa, casi paranoica.

—Yo dormiré en el sillón de mi sala.

—No, no es necesario que me cedas tu cama, yo puedo dormir en el sillón.

—Olvídalo, eres mi invitada y tendrás lo mejor mientras estés en mi cueva. Estoy acostumbrado al sillón, tú sabes, años de juerga lo curten a uno.

Sibyl esbozó hizo un gesto de afirmación con la cabeza para luego agregar:

—Has sido muy bueno conmigo hoy, más de lo que nadie había sido en mucho tiempo. Encontraré la forma de retribuir toda tu gentileza.

—No es necesario que lo hagas —Arturo negó, con el rostro enrojecido—, no quiero nada a cambio, solo quiero que estés bien.

La chica estaba confundida por cómo se estaban dando las cosas, pero hizo lo único que podía en ese momento: dejarse llevar. Se acercó a Arturo y lo abrazó, pegando su rostro en su pecho.

—Gracias.

Arturo la abrazó también.

—No es nada —susurró él y depositó un beso en la cabeza de la chica.

Las cosas parecían irse aclarando. Arturo descubrió que la pesada mochila de Sibyl tenía ropa como para pasar unos días fuera de casa. El ruido del metal de la caldera, dilatándose por el calor, interrumpía sus pensamientos; Sibyl se había prestado el baño, Arturo puso agua a hervir y sirvió una taza con leche para su refugiada, imaginó que tendría frío y algo de hambre. Sus deducciones lo llevaban de forma inevitable, a sacar muchas conjeturas. ¿Qué clase de eventos pudieron arrastrarla a decidir pernoctar en un lugar como la terminal de buses? ¿En verdad no tenía a nadie más? ¿Qué habría ocurrido con sus padres? Había demasiadas dudas en la cabeza de Arturo, acertijos en la oscuridad.

Cuando Sibyl salió del baño, Arturo le invitó a tomar asiento y servirse la leche caliente. La chica se sentó a la mesa junto a él.

—No quiero desvelarte mucho, seré breve —dijo Arturo a la vez que Sibyl comía un trozo de pan—. Me preocupas, presiento que estás en problemas y no sé qué hacer. No es que quiera entrometerme en tu vida, pero si hay algo que yo...

—No, Arty, no puedes hacer nada. Nadie puede. Tampoco quiero agobiarte con mis problemas, no necesitas preocuparte. He llegado hasta este día de una sola pieza y puede que sobreviva muchos días más; lo peor que podría pasarme es que me muera, todos nos vamos a morir un día después de todo, nadie me extrañará.

—Sib...

—Agradezco tu preocupación, pero no es necesaria, sabré seguir adelante yo sola, soy más fuerte de lo que piensas.

—No pensé que fueras débil.

Sibyl suspiró y bajó la mirada.

—Lo siento, debo sonar como una paranoica.

—Está bien, entiendo. Solo una cosa más, pero debes responderme con la verdad —la chica asintió—: ¿Vas a pasar mucho tiempo fuera de casa?

—Yo no tengo casa, solo me refugio con alguno de mis padres cada noche, mas nada. Ahora no puedo, quiero decir, debo tomarme unos días lejos de mi madre; y mi padre, pues, viajó de repente y sin avisar, como es su costumbre. Sabré arreglármelas, siempre lo he hecho.

Arturo bajó la cabeza, cerró los ojos con fuerza, trató de contener las palabras.

—Mira, si lo necesitas puedes quedarte aquí unos días, hasta que se solucionen las cosas con tus padres —Arturo ofreció, comprendiendo en segundos que con ello estaba sembrando la semilla del caos en su familia. Seguro su padre aceleraría el desahucio cuando se enterara, claro, si es que Sibyl aceptaba la oferta.

La chica desvió la mirada y negó con la cabeza.

—No será necesario, sabré salir de esta. Gracias por tu ayuda.

Aunque no lo aceptaría ante sí mismo, la negativa de Sibyl había desairado bastante a Arturo; no por el hecho de haber sido bateado, lo que en realidad no constituía argumento alguno, sino por la preocupación que esa situación iba a generarle. Desde entonces supo que no le quedaba más que aceptar el que Sibyl estaría expuesta a graves riesgos sin la menor intención de aceptar la ayuda de nadie; y aunque la idea de que algo malo llegase a ocurrirle le torturaba, sabía que nada más podía hacer; ella había trazado una frontera de autosuficiencia lo bastante sólida como para seguir insistiendo. "Aprende a vivir con el corazón en la boca, Arturo, porque es el precio de tus emociones", se dijo a sí mismo.

—Bueno, ya es tarde —dijo Arturo—. Mañana saldremos temprano, deja la taza sobre la mesa, yo la lavaré mañana. Por ahora lo importante es dormir.

Sibyl asintió y se quedó mirando a Arturo con una sonrisa, lo que le puso infinitamente nervioso. Se levantó rápido de la mesa, se sentó en el sillón como todo un rey en su trono, se soltó el cabello, se colocó gafas oscuras y cerró los ojos. La chica lo observaba, extrañada.

—¿Dormirás así sentado? —Sibyl preguntó en voz baja.

—Es cómodo —respondió—. Descansa, Sib, estás segura aquí.

La chica bajó un poco la cabeza y sintió un intenso deseo por sentarse al lado de Arturo y dormir junto a él, pero tenía que mantener la compostura.

—Iré a descansar. Duerme bien, Arty, oyasumi.

—Buenas noches, Sib.

La noche arropaba a un Arturo en vela, quien no podía dejar de pensar y pensar. Había demasiadas emociones nuevas y no sabía cómo procesarlo todo. Una chica dormía en su cama en ese mismo momento, no era cualquiera, era especial para él; pero, ¿por qué? Arturo no creía que todo fuera una mera coincidencia, ella llegó a su vida para algo; ¿o fue a la inversa? ¿Será que fue él quien llegó a la vida de Sibyl? "Quiero hacer algo por ella, la quiero ayudar, no sé porque, pero quiero hacerlo", sentenció Arturo en su mente mientras la oscuridad se abatía sobre él.

—Mataría por un trago —balbuceó y logró dormir.

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