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12. Fluir como el agua

"Junto a la fuente en la que un día juré
que jamás querría tanto a una mujer
rezo en silencio por tenerte otra vez
Yo no sé si me ves
solo sé que jamás te olvidaré"

Xana - Avalanch

✎﹏﹏﹏ 🎸 🎶 🎸 ﹏﹏﹏✎

—¡Alto, alto, esperen un rato! —Joe interrumpió la ejecución de ensayo. Estaban practicando la tercera canción de su set regular: "Xana", de Avalanch—. King, estás tocando el compás veinticuatro, estamos en el cuarenta y dos.

—¿En serio? Creí que estábamos en la primera coda —Arturo se excusó.

—No, viejo, eso fue doce compases atrás —intervino Speedy—. Ya estábamos por entrar al solo de guitarra, segunda casilla.

—Ahhh, qué raro, pensé que...

—¡Andas muy distraído, cabrón! —Joe le interrumpió—, ya te equivocaste tres veces en los solos de las otras canciones. ¿Seguro que no te jodieron las manos cuando te asaltaron?

—Lo intentaron, perra, lo intentaron y fracasaron.

—Como sea, estás un poco lento hoy.

—Qué tal si nos echamos un receso para fumancharnos un porro —dijo Rick—, necesitamos despejarnos un poco.

—Bien —intervino Speedy—, descansemos. Estoy yendo por un traguito, ¿alguien quiere beber algo?

—Una cerveza, por fa, te lo repongo cuando regreses — pidió Arturo.

—Yo voy contigo, necesito comer algo —dijo Joe, quien iba de salida, acompañando a Speedy.

Rick y Arturo se habían quedado solos en la sala de ensayos, fumándose una pipa de mota skunk. Debido al desahucio que el padre de Arturo hizo con la banda, ya no podrían ensayar en su cueva, por lo que tuvieron que sacar la mayoría de sus equipos e instrumentos y llevarlos a otro lugar.

El local elegido era una sala de ensayos, propiedad de un amigo de Joe. El individuo se llamaba Juan Carlos, Gao para los amigos; un particular músico a la deriva de su destino. No suele fletar su sala de ensayo a cualquiera, la considera demasiado privada y exclusiva. Pero RainHell era una excepción a toda regla pues el dueño del local tenía la intención de formar parte de la banda y decidió cobijar sus ensayos como forma de lograr su fichaje.

El dueño del estudio había logrado un trato muy abierto con los RainHell. A cambio de ser recibido en el grupo, él les permitiría ensayar en su estudio con todo lo que eso implica: drogas, alcohol y mujeres incluidas; no hay que ser un genio para saber que, en mayor o menor medida, el metal siempre te llevará a la misma dimensión hedonista de placeres intensos: ¡sexo, drogas, rock'n roll! Se integraría a los ensayos oficiales dentro de unas dos o tres semanas más, pero hasta entonces, RainHell podría ensayar en sus instalaciones.

—Has estado muy perdido hoy, pareces pecheco o pichi —Rick empezó a charlar, Arturo le dio una calada profunda a su cigarrillo y respondió:

—Son solo altibajos, la próxima tanda la tocaré bien.

—Asumo que sí, pero no solo estás distraído aquí, también en el trabajo te veías cojudizado. Más bien ya no cometiste equivocaciones.

—Como dijiste, es un trabajo mecánico, una vez que lo dominas ya todo se hace muy automático, sin pensar.

—Entonces no me negarás que estás distraído con algo.

Arturo echó un suspiro y, de forma fugaz, empezó a repasar su semana. Ya era jueves y no había vuelto a ver a Sibyl conectada. Estaba ansioso por poder chatear con ella, incluso la llamó por operadora telefónica, creyendo que no tenía dinero para comprar crédito, por ende, no tendría megas y, como consecuencia, no tendría acceso a internet con todo lo que eso significa: No WhatsApp, no Facebook, no YouTube, no nada. Como volver a la era de piedra, en 1995, donde el internet de hoy era una utopía imposible de soñar. Pero ni siquiera sonaba su celular, parecía estar apagado, lo que llevó a Arturo a pensar durante toda la semana en las infinitas causas que podrían explicar la ausencia de Sibyl: "Quizá le robaron el celular, o lo perdió, o se le arruinó, o perdió su chip, o me tiene bloqueado, o ya no quiere hablarme, o quizá se enteró que anduve investigándola un poco en Google y se espantó". Arturo pensaba y pensaba, y por más que pensaba, la incertidumbre no hacía más que dejar un agujero negro en su alma.

Sibyl no había registrado actividad alguna en internet, en ninguna de las apps que Arturo, gracias a su hermana, ya conocía. Ese jueves su mente empezó a ponerse catastrofista en medio de un limbo pesimista, incluso llegó a considerar la opción de buscarla a su trabajo antes de la fecha acordada. En efecto, habían quedado en verse ese viernes, al día siguiente del ensayo que estaban sosteniendo esa misma noche taciturna de jueves que lo encontró demasiado perturbado para tocar como es debido. Pero el tiempo pasaba demasiado lento y eso, a Arturo, le afectaba hasta la misma médula espinal.

—Oye, Arty —Rick llamó su atención, interrumpiendo sus pensamientos—, sobre lo del otro día...

—Sí, no estaba ebrio, hablé en serio.

—Mira, entiendo que no te debe agradar mucho la idea. Es tu hermana y eso, pues, entiendo que no quieras que salga conmigo. Pero te cuento que ella ya me escribió, ¿le diste tú mi número?

Arturo agachó un poco la cabeza, asintiendo a regañadientes.

—Entiendo —continuó Rick—. Oye, si te sientes mejor, podría decirle que no estoy interesado y que no quiero salir con ella.

—Si le dices eso, te corto las bolas.

—Bueno, ¿al final te molesta más que salga con ella? O que la rechace.

—Las dos cosas me fastidian, pero un trato es un trato. Quedé en algo con ella y debo cumplir mi parte.

—Ok, Arty. Te juro que no la tocaré ni nada por el estilo. Respeto tu casa, lo sabes. Solo tendremos una conversación en algún lugar que ella elija y la dejaré en tu cueva.

—No es mi problema, Andrea ya tiene más de dieciocho, es legalmente responsable de sus acciones. Hagan lo que quieran, solo no me lo digan; no quiero enterarme de nada. Y mejor ya no hablemos de ese asunto —Arturo suspiró y agregó—: sé bueno con ella.

Rick asintió y le invitó un cigarrillo a su amigo.

Joe y Speedy regresaron para continuar el ensayo. Arturo no lo logró, se equivocó varias veces durante el resto de la práctica. No parecía ser el mismo.

La medianoche sorprendió al metalero abatido entrando a su cueva bajo la luz de la luna. El resplandor argento le recordaba a Sibyl, su rostro reflejando el brillo lunar, como una nívea hoja de papel acoplándose a su iridiscencia de plata. Arturo se sentía enfermo, abrumado por la ausencia de Sibyl todos esos días. Tuvo miedo porque sabía que empezaba a necesitarla tanto como al alcohol que sostenía su cordura. No podía dejar de pensar en ella todo el tiempo, pero era una forma muy rara de sentir para él. El sexo ocupaba la mayor parte de sus sentimientos y pensamientos, como es normal para cualquier individuo que fabrique testosterona. Es químicamente normal, pero con Sibyl, Arturo sentía que algo diferente le ocurría. No experimentaba lívido alguno por ella, no podía configurarla en su mente como una Venus de carne, nacida para el sexo. Lo que sentía por ella era un conglomerado emocional bastante casto, pero no menos intenso. Era algo que jamás en su vida había sentido por nadie.

La nostalgia, así de persistente y afilada como bisturí, pudo con Arturo quien, en su desesperación, no halló otra salida que fumarse un porro. Moría por un trago, pero el trabajo le aguardaba al día siguiente y no podía ir con resaca. Entonces hizo algo que hace mucho no hacía.

Entró a su habitación, se acercó al misterioso mueble con forma de cómoda que tenía cubierto por una lona negra. Al retirar la cobertura, un hermoso piano eléctrico se reveló. Un Casio Celviano AP-460 de color madera, bello instrumento sin lugar a dudas, que constituyó un obsequio de su padre cuando inició su sexto año de estudios de piano clásico. Arturo abandonó el Conservatorio solo unas semanas más tarde de recibir su piano eléctrico, lo que le ganó la decepción perenne de su padre, quien jamás le perdonaría el desaire. Pero ya fuera de la disciplina de la escuela clásica, Arturo se dedicó a tocar y componer sus propias melodías de piano. Sin embargo, era criticado por su padre quien le insistía en que regrese a sus estudios, que tocando su música no llegaría a ninguna parte y que se avocara devotamente a la ejecución de los grandes maestros. Una situación de cierto compleja que terminó rompiendo a Arturo y convirtiéndolo en el guitarrista metalero que todos conocen.

Ya casi no tocaba el piano, llegó a odiarlo. Pero esa noche en que la ausencia de Sibyl le corroía el alma, necesitó la compañía de su viejo enemigo íntimo de ochenta y ocho teclas en el mismísimo greulo de quintas, de medias tintas; de todas las tintas.

El tiempo se pasaba en un santiamén, era ya las dos de la mañana cuando un mensaje de texto llegó a su celular. Era Sibyl:

¡Tu turú! Hola Arty. Siento haberme perdido estos días, pero estaba muy ocupada y además tuve problemas con mi celular. Mañana nos veremos después de mi trabajo, espero que no te hayas olvidado. Ya sabes, misma hora que quedamos y también lugar. Nos vemos mañana, oyazumi ^_^ ...

¡Santa gloria divina! Ese breve mensaje había arreglado toda la semana de Arturo, quien sentía su alma regresando a su cuerpo. Siendo así, no necesitaría más del piano, así que lo apagó y decidió dormir. No quería desvelarse más teniendo una cita tan importante a la noche siguiente.

La jornada laboral fue una representación de supervivencia a la ansiedad en dos actos. Arturo no era capaz de cuantificar su nerviosismo, solo sabía que la impaciencia le estaba oxidando la metalidad sin que pudiera hacer nada. Su hígado le demandaba alcohol con desespero, pero ese no era el momento para beber; estaba en el trabajo y tenía una cita importante, razón de su ansiedad. Tenía que controlarse, vamos, debía hacerlo. "Tranquilo, Arturo, solo faltan unas horas", pensaba el ensimismado metalero que casi no podía creer que un evento tan doméstico como una cita con una amiga pudiera tenerlo así de cardíaco.

Llegada la hora de salida, Arturo tuvo a bien darse algunos arreglos en el baño del taller. Se cepilló la larga cabellera, se peinó la barba, se perfumó y acicaló todo lo que pudo, al punto de ganarse las burlas de Rick quien le costaba creer que su amigo se hubiera alistado tanto para una cita. Arturo jamás había sido esa clase de sujetos, no tenía especial fijación por su aspecto personal más allá de lo que demanda ser músico en una banda de tributo metalero. No era un orco heavy ni un metrosexual power, simplemente era apático al respecto; vestía de acuerdo a su identidad, no para gustarle a alguna chica. Por esa razón, Rick se dio toda la licencia del mundo para gozar a su amigo lo que no había podido en el pasado; por su parte, Arturo le hizo jurar que no comentara lo que había visto con el resto de la banda.

La dirección de GoogleMaps que Sibyl le facilitó se ubicaba en la calle Sagárnaga, a un lado de la basílica de San Francisco. La zona más turística de la ciudad, pero no de un turismo de lujo sino de aventura. Las agencias turísticas de la zona ofrecían toda clase de actividades extremas para forasteros del hemisferio boreal cuyo poder adquisitivo los hacía blanco del marketing local. Allí era posible ver viajeros de los cinco continentes en cualquier momento del año, por lo que los locales allí instalados se especializaban en clientes extranjeros, turistas sexuales y psiconautas buscando viajes chamánicos de cactus de San Pedro y ayahuasca. El restaurante donde Sibyl trabajaba era uno de esos locales cuya temática era la gastronomía medioriental en general.

Arturo identificó de inmediato el sitio y se puso a esperar en la calle de enfrente, había llegado diez minutos antes de lo acordado. Mientras aguardaba, veía la actividad del restaurante; no tardó en vislumbrar a Sibyl con su uniforme del trabajo atendiendo algunos clientes. "Es tan bonita", pensó Arturo de forma automática y de inmediato se sonrojó en privado, avergonzado de sus propios pensamientos.

La algarabía de la ciudad, sus gritos, sus luces, las voces de lo urbano relataban un escenario nocturno que, de tanta ansiedad, Arturo veía en cámara lenta. Perdió su mirada en un punto indefinido, en la nada, con la ciudad como velo y sus pensamientos diluyéndose. Quizá fue tanta su meditación que solo volvió en sí cuando ella salió, agitando su brazo en alto para saludarlo. Arturo pensó que se veía radiante, llena de luz propia; tan linda y tierna que casi podía ver un pasado lejano y añorado de procedencia desconocida. Sibyl le recordaba alguien, una persona que jamás conoció. ¿Entonces, por qué la recordaba? ¿Quién es esa persona en quien Arturo piensa cuando ve a Sibyl? No, no es alguien que haya conocido en esta vida, de eso Arturo estaba seguro. Sus pensamientos seguían trazos erráticos hasta que Sibyl le dio alcance.

—¡Tu turú! —Sibyl exclamó y, de un saltito, se paró muy tiesa frente a Arturo mientras agitaba su mano una y otra vez. Éste sonrió y sobó suavemente la cabeza de la chica, con mucho cariño. Ella se sonrojó y tomó la mano de Arturo para llevarla hasta su mejilla. Agachó un poco la cabeza, cerró los ojos y dijo—: Te extrañaba.

—Y yo a ti, Sib —respondió Arturo con total honestidad, tanta que se sentía en la piel. Sibyl suspiró y miró al metalero, dibujando una sonrisa en su rostro.

Arturo se sorprendió al ver que Sibyl llevaba consigo una mochila bastante maciza, pesada y atiborrada de objetos. No pudo evitar preguntarse cómo una chica tan delgada como ella pudo cargar una mochila como aquella. Desde luego, Arturo tomó el fardo en hombros, no dejaría que ella lo cargase un segundo más.

—Muy bien, ¿tienes hambre? —Arturo dijo—. Te invito lo que quieras.

—¿Lo que quiera?

—Eso mismo.

—¿Me llevarías a comer pastelito?

Arturo sonrió y asintió.

Llegaron a una pastelería cercana en la que Sibyl ordenó una porción de torta de tres leches y Arturo, una cerveza. La chica parecía tener hambre, terminó su porción con presteza, dejando su boca manchada con manjar. Al verla, Arturo sintió el sabor del dulce de leche en su lengua. Sibyl entonces notó que tenía la boca sucia y se apresuró en limpiarse, sonrojándose de inmediato. Arturo rió un poco, su corazón latía con fuerza, pero se sentía feliz de tener a Sib frente a él. Por su parte, ella estaba ansiosa, lo que tenía que hacer esa noche era importante.

—Bueno, Arty, primero quería pedir disculpas por haberme perdido estos días —dijo Sibyl—. Mi celular está mal y por eso no pude contactarte antes, pero no pasa nada, ya lo solucioné. Me presté un equipo brevemente para ver mis mensajes y vi que me llamaste varias veces mientras mi celular estuvo apagado, espero no haberte preocupado mucho.

—No, está bien, descuida. Me pareció raro no saber de ti toda la semana, pero supuse que algo le pasó a tu celular —la mentira más necia que Arturo había dicho en mucho tiempo.

—Entiendo. Mira, hoy es importante para mí porque tuve una semana difícil y he reflexionado un poco sobre mí y mi vida. Lo primero y más importante es que eres una persona muy especial para mí. Siento como si te conociera de otros tiempos y eso es algo que no puedo ignorar —Sibyl entonces se interrumpió, se encogió de hombros y, haciendo un esfuerzo, continuó—: Jamás me había sentido así con otra persona, no quiero perderte...

—No vas a perderme —Arturo la interrumpió—: A no ser que tú decidas que me vaya, yo no pretendo irme de tu vida y no quiero que te vayas de la mía tampoco.

Sibyl sonrió y sus ojos se humedecieron. Arturo tomó las manos de la chica y agregó:

—Puedes contar conmigo, no te traicionaré ni te juzgaré jamás. No estás sola, ya no más. Te doy mi palabra de metal.

Había tanta calidez en las manos de Arturo, que el corazón de Sibyl no tardó en derretirse y escurrirse por sus mejillas en forma de lágrimas. Elevó la cabeza y fijó su mirada en algún cielo indeterminado.

—Soy como el agua —Sibyl dijo—. Fluyo, simplemente me dejo llevar por la corriente. A veces el sol me calienta y me vuelvo vapor. Cuando llego muy alto, caigo en forma de tormenta de lágrimas. Si hace frío, me vuelvo hielo y espero a que el sol me devuelva a los ríos y océanos. No opongo resistencia, solo me dejo llevar como el agua. Me adapto, sobrevivo, aunque sucia y llena de porquería, sigo siendo como el agua. Dime, por favor Arty, si tu metal no se oxidará por mi culpa.

Aquella metáfora era demasiado profunda para responder a la ligera. Arturo sintió que todo su posible futuro junto a Sibyl dependía de esa respuesta. No sabía qué decir, ni siquiera estaba seguro de haber entendido a qué se refería la chica y supo, ante todo, que debía ser franco, no iba a mentir en ese momento.

—No lo sé, Sib. Aunque me oxide, te aseguro, siempre te seré leal ante todas las cosas. No te daré la espalda, estaré ahí cuando me necesites. No pienso retenerte tampoco, si un día decides que ya no quieres mi amistad, lo entenderé. Siento que puedo confiar en ti, creo que tengo fe de alguna forma que no soy capaz de explicarte. No sé qué es lo que me pasa en el alma contigo, pero creo en ti.

Arturo y su sincericidio, como siempre. Jamás, en toda su vida, Sibyl había conocido a alguien como él. No parecía interesado en sacarle partido a la situación o velar por algún interés muy personal. No lucía como un ser desdeñable y egoísta. Él era diferente a todas las personas que había conocido antes en su corta vida, Sibyl sabía que algo así era raro, muy raro. Quizá Arturo era oro puro, un "golden boy". ¿O no? Sea como fuera, la honestidad del metalero había impactado de tal forma a Sibyl que cualquier duda que hubiera tenido al respecto, fue despejada de inmediato.

—Yo también, confío en ti —dijo Sibyl y sacó de su bolsillo, una pequeña pulsera hilada de color rosa y negro—. La hice yo misma estos días, yo tengo puesta una igual. Ahora, tú tendrás la manillita gemela en tu muñeca. Es un símbolo de mi confianza en ti.

Arturo miró la pequeña pulsera, sonrió.

—Gracias, la cuidaré mucho —replicó él. Entonces Sibyl dio el siguiente paso en el orden de cosas que son importantes para ella.

—Arty, ¿me podrías seguir en Instagram y en Wattpad?

"¡Logro desbloqueado!", Arturo pensó. Ella le abría su mundo sin recelo alguno, al fin podría revelar todos sus misterios. ¿O no? No, no es así, Arturo; únicamente verás los síntomas. Sin embargo, estaba hecho, Sibyl brindó su user y aceptó las solicitudes de amistad que Arturo le envió. Es más, ella misma ayudó a su amigo a abrir una cuenta de Wattpad solo para que él le dejara votos en sus historias. Arturo ya había leído anónimamente todo lo que tenía que leer hasta ese momento, claro que dejaría sus votos. Al final fue gracias a la escritura que consiguió conocer mejor a Sibyl, incluso antes que ella lo supiera.

Mas en Instagram, su actividad era diferente. Fue allí que Arturo conoció a la otra Sibyl, la que no era visible a simple vista. El aspecto que la chica presentaba en IG perturbaba a Arturo. En efecto, tenía la virtud de verse dulce e inocente, mezclando la estética jojifuku y cutecore a su modo personal, pero al mismo tiempo lograba despertar incómodas sensaciones eróticas; algo que Arturo sentía muy contradictorio, difícil de asimilar a la primera. Él no había logrado establecer un vínculo carnal con la chica hasta ese momento. No obstante, conforme más veía su perfil de Instagram, más le sorprendía lo que Sibyl era capaz de provocar a su celo instintivo, sintió cierto arrepentimiento por haberla subestimado. La imagen que él tenía de ella: algo puro, casto e inocente, se había desvanecido de inmediato. Después de todo, Sibyl no tenía que ser un ejemplo de virtudes conservadoras ni mucho menos; era una mujer adulta, perfectamente capaz de tomar sus propias determinaciones. Algo que Arturo le costaba asimilar en ese momento. Entonces pensó que lo más prudente sería ocultar su confusión tras un humorístico velo de estupidez cuya finalidad era desviar la atención de Sibyl para sacarle sonrisas. La elogió abiertamente por su buen trabajo de cosplay en IG y por sus elaboradas prosas en Wattpad. Fue entonces que ella sacó el tema:

—Ahora te toca a ti —dijo Sibyl.

—¿Tocarme a mí?

—Sí, yo ya te introduje a mi mundo. Ahora quiero que me invites a un concierto de tu banda. Quiero saber cómo es tu mundo.

"Jaque mate, qué demonios haré ahora", Arturo pensó. La idea lo aterraba, en primer lugar, por el hecho de exponer a Sibyl ante una comunidad tan bravía como la metalera. En segundo lugar, por dejar que sus enemigos dentro de ese universo sepan de la existencia de Sibyl, lo que podía ser riesgoso para ella. Además, aquel era un universo lleno de alcohol, drogas, peleas, maleantes y mucha rudeza; no era un sitio para alguien tan delicado como Sibyl.

—El próximo jueves tocamos en el Boca y Sapo —la lengua de Arturo lo había apuñalado por la espalda. Ni siquiera entendía por qué dijo tal cosa.

—Me parece bien, si mandas un GoogleMaps yo iré saliendo de mi trabajo.

—Claro, estaré esperándote —"calla, Arturo, cierra la puta boca", pensaba él.

—Bueno, yo ya tengo que irme.

—Te acompaño, para que no tengas que cargar esa mochila.

—No, no, está bien. Yo tomaré un bus de la puerta, iré a pasar unos días con una tía que vive por Achachicala.

—¿Segura no quieres que te acompañe?

—No, no, no. No es necesario.

—Bueno, te acompaño a tomar movilidad entonces.

Salieron juntos de la pastelería, promediaban las diez y media de la noche. Arturo insistió un par de veces más para acompañar a Sibyl, recibiendo amables pero nerviosas negativas por parte de la chica. Al final, el minibús que la llevaría a su destino llegó a la parada. Arturo le ayudó a cargar su mochila y se despidió de ella con un beso en su frente. En ese momento que el bus ya arrancaba y se alejaba, Sibyl sacó su cabeza por la ventana y gritó:

—¡Me gustas, Arturo Mendoza!

Y el bus se marchó, dejando una sensación de profunda conmoción en el rudo metalero. Demasiadas emociones fuertes para una sola noche. Creía conocer un poco a Sibyl, pero lo visto indicaba la aparente infinitud que le restaba por descubrir. Esa idea se quedó en la mente de Arturo mientras volvía a casa y miraba las fotos de Instagram de Sibyl. Sabía muy bien cómo mezclar lo tierno y lo sexy con cierta originalidad, o al menos según su pobre criterio; Arturo no era del tipo de sujetos que anda pringado al Instagram, esperando fotos estimulantes de sus e-girls y cosplayers favoritas, pagando suscripciones de Patreon u OnlyFans, viendo streamings de chicas jugando al MineCraft y likeando bailecitos de TikTok. Arturo ni siquiera sabía que tal cosa existía hasta que empezó a ver la clase de actividades que Sibyl tenía por internet. Al final, todo su modus operandi virtual estaba al alcance de su celular, ella misma lo agregó a casi todas sus redes sociales; casi, todas.

Ni bien llegó a casa, Arturo encendió un porro de cannabis muy bien servido, necesitaba relajarse. Se sentó en la sala, era más de la medianoche, miró su celular, Sibyl no había vuelto a conectarse a internet desde la tarde. Para alejar pensamientos paranoicos, el metalero empezó a practicar algunas escalas en su guitarra eléctrica cuando un mensaje llegó a su celular. No era de Sibyl, sino de Andrea, su hermana.

>Monstruo: ¡Oni-chan! Qué demonios crees que estás haciendo... OwO
(Arturo está escribiendo)
>Arturo: De qué estás hablando.
(Monstruo está escribiendo)
>Monstruo: Dónde la dejaste a tu chica!!!
(Arturo está escribiendo)
>Arturo: Mi... chica? monstruo, de qué me estás hablando, no entiendo nada.
(Monstruo está escribiendo)
>Monstruo: Mira la hora que es, está recostada en una banca de la terminal ahora mismo, es peligroso que ande a estas horas por ahí.
(Arturo está escribiendo)
>Arturo: Y tú cómo sabes eso, no deberías estar en tu cuarto? Andrea, dónde estás.
(Monstruo está escribiendo)
>Monstruo: Yo estoy bien, no estoy sola y ya voy de regreso a la casa. Por qué la dejaste irse sola a tu chica.
(Arturo está escribiendo)
>Arturo: Ella es mi amiga, no mi pareja; además, tú cómo sabes que salimos hoy.
(Monstruo está escribiendo)
>Monstruo: Baka! Eso no importa, lo que importa es que vayas por ella; está haciendo frío, no puede quedarse ahí.
(Arturo está escribiendo)
>Arturo: Dijo que pasaría la noche donde una tía.
(Monstruo está escribiendo)
>Monstruo: Pues no creo que esa tía viva en plena terminal de buses.

Eso es cierto, ya es tarde, hace frío y la zona donde está la terminal de buses es conocida por tener gente jugando pesca-pesca con cuchillos. No había mucho tiempo para pensar, tenía que actuar. Era tiempo de sacar al "Gran Maloy" del garaje, una Harley Davidson de 1700 de cilindrada a la cual solo sacaba a pasear en momentos muy concretos. Esa moto come tal cantidad de gasolina que su uso no es nada económico y los ingresos de Arturo no podían permitirse tal lujo. Fue un regalo de uno sus tíos cuando era estudiante de Derecho, se la compraron para que pueda ir y volver ágilmente de la universidad, dejó de darle tanto uso cuando egresó de la carrera. Sin embargo, conseguir taxi a esa hora sería demasiado tardado y Arturo llevaba prisa, el Gran Maloy le daría la velocidad que necesitaba. 

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