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1. Arturo

https://youtu.be/JEvASI65coI

"¿De qué sirve la libertad si aún cargas con cadenas?
¿De qué sirve mirar atrás si no es para que aprendas?
¿De qué sirve caminar si no hay meta que alcanzar?
¿De qué sirve confesarme si no me arrepiento?
¿De qué me sirve soñar si al amanecer no puedo recordar?
No quiero despertar"

DragonFly - Siente

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La puerta sonó varias veces con frenesí, llevaba a cada golpe un aura de emergencia. Nadie la abrió, tras ella existía un espacio convertido en Cementerio de Elefantes para su único habitante. El desorden y la mugre eran épicos. Botellas pet de Cuba Libre alfombraban el suelo, otras más de vidrio sobre algunos muebles. Llevaban etiquetas con el nombre del producto y la descripción del contenido; ahora están vacías. El olor del alcoholismo impregnando el aire con esa mezcla volátil que hace las delicias del fuego y lo excita hasta la combustión. El aroma del tabaco, el humo, la ceniza y el cannabis que fluye en plena sublimación de las frustraciones humanas. La oscuridad, pegándose a cada rincón y solo permitiendo escasos fotones convertirse en penumbras intrusas que permiten alguna observación , pero no demasiada. No hay mucho más que contemplar en ese pequeño garzonier de soltero, convertido en bar privado. Basura por doquier, cajas vacías de comida chatarra, cajetillas de cigarrillo abandonadas, colillas huérfanas en el piso, en cada rincón, en cada cenicero . Allí, nada digno había.

La puerta volvió a sonar, esta vez acompañada de una voz:

—¡Abre la puerta, Arturo!

Solo silencio. La puerta no se abriría. El único habitante de aquel lugar se hallaba dormido sobre el inodoro de su pequeño baño. Había vomitado hasta el último de sus demonios y el hedor se parecía al que tendrían, mezclados, una sala de urgencias y una taberna de mala muerte. Pero no había ya demasiado alcohol que regurgitar, solo bilis y jugos gástricos combinados con decepción. Una mezcla amarga de vacío en el estómago y en el alma.

—¡Voy a entrar! —una voz masculina, adulta, anunciaba la invasión.

La llave hizo un "clic" dentro del cerrojo. Poco a poco, la puerta se abrió, barriendo en su trayecto las botellas vacías. El intruso tuvo que taparse la boca con la manga de su saco para no ser golpeado por el tremendo hedor que le dio la bienvenida. No pudo resistir algunas leves arcadas.

—¡Mierda! —espetó el intruso, desconociendo aún la ubicación exacta de quien protagonizó aquel caos—. No puedes seguir tomando de esta manera, ¡dónde carajos estás!

Más angustiado que enojado, aquel invasor encontró a Arturo en el baño, dormido.

—Lo hiciste de nuevo —murmuró .

Se notaba que ese visitante acababa de llegar de un distinguido trabajo de oficina, su traje hablaba de alguna actividad administrativa muy bien pagada. Aquel sujeto era como una disonancia existencial en ese ambiente, se contradecían. Él era un poema humano de pulcritud y elegancia; en cambio, el escenario que le recibía era como el video promocional de una banda de death metal dedicada a la anarquía; pero el anfitrión, ese sí que había perdido toda jerarquía. Sus pantalones de mezclilla negra, emblanquecidos por la suciedad; su chamarra de cuero negro con raspones y cortadas en todas partes; una remera oscura con estampado de "Rhapsody Of Fire", en lamentable estado; por último, sus infaltables botas de cuero de correa, un diseño de motoquero ciertamente inconfundible, del mismo corte que las de Ronnie James Dio.

El intruso llenó una jarra con agua fría y la vertió sobre el ebrio durmiente.

—¡Qué pasa, mierda! —rumeó.

—¡Arriba, es mediodía! —espetó el recién llegado y abrió las cortinas de la habitación. El sol entró de golpe, hasta la última de las umbrías. Sus rayos cruzaron la sala, iluminaron la cocina, flamearon en el dormitorio y en fracciones de segundo fulguraron contra el baño y los ojos del condenado.

—¡Hijo de...! —dijo Arturo, pero con firmeza esta vez—. ¿Qué pasa contigo, Xavier?, ¿cómo carajos entraste?

—Copia de tu departamento —respondió—. Nuestro padre me la dejó en caso de emergencia, lo que me pareció que estaba ocurriendo en vista que jamás me contestabas las llamadas. Pero ahora veo que solo has decidido embriagarte como un vulgar plebeyo. ¡Levántate!

A duras penas, Arturo se incorporó. Su equilibrio estaba tan mal como su cabeza. Empezó a caer lento, como un tronco, tan despacio que Xavier tuvo tiempo de atajarlo y arrastrarlo de un brazo hasta su cama, lugar donde lo arrojó.

—Mi cabeza... —murmuró Arturo.

—Hasta cuándo piensas seguir viviendo así.

—Ese no es tu problema.

—Soy tu hermano mayor. ¡Claro que es mi problema!

—Ya no soy un niño y no necesito otro de tus sermones. Además, solo eres cuatro años mayor, no te sientas con ninguna superioridad moral únicamente por haber nacido antes.

Xavier bajó la cabeza, meciéndola como un péndulo.

—Ya tienes veintisiete años. Me preocupas y también a nuestros padres.

—Pago mis servicios y alquiler aquí, como cualquier inquilino.

—A quién quieres engañar. En ninguna parte te recibirían con tu rutina de borracho. Si puedes beber como lo haces, es porque todos toleran tu estilo de vida.

Una mueca de odio desfiguró el rostro de Arturo.

—Qué demonios estás queriendo decir, Xavier —mordió Arturo sus palabras.

—Olvídalo, solo soy un mensajero. Nuestro padre regresó y me mandó a decirte que quiere verte esta noche para cenar.

El momento temido había caído como bola de acero en su estómago. "El viejo llegará, pero ese es un problema para el Arturo del mañana", se decía. Al final, lo impostergable debía acontecer.

El padre de Arturo era un hombre en edad de jubilación pero que, a fuerza de iniciativa privada y con algo de "apoyo" público, se mantenía en activo por medio de sus negocios en materia de gestión de impuestos de máxima confidencialidad. Su empresa contable se integraba de un experimentado equipo de economistas, auditores, abogados, un largo etcétera de especialistas en materia contable fiscal y oficios para tapar asuntos menos "lícitos". Ello, sumado a la poderosa cartera de clientes de su empresa, repleta de importantes políticos del Movimiento al Socialismo, garantizaba buenas ganancias.

Debido a la especial naturaleza de su trabajo, el Dr. Alonso Mendoza, padre de Arturo, tenía una rutina que lo llevaba de viaje por periodos de tiempo prolongados con relativa frecuencia. Así fue la infancia de Arturo, poblada del vacío de un padre, lo que, en principio, no debería constituir un trauma en un niño dentro de una familia estructurada, como la suya. Sin embargo, su caso tenía bemoles y sostenidos que fácilmente lo empujaban al radicalismo. Después de todo, don Alonso no era un padre amoroso, ni mucho menos. Su esposa, doña Isabel, tampoco era una madre ejemplo de ternura y cariño, sino de una férrea disciplina ejercida por coerción y poder. Y es que no podría culparse a los padres de Arturo de ser como eran. Ambos formaban parte de "esa" generación, los nacidos entre 1951 y 1970. Se criaron viendo a la Unión Soviética y a Estados Unidos jurarse la destrucción eterna al calor de la radiación nuclear. Vietnam, dictadura, devaluación económica, hambre, muerte, miedo, plomo, son palabras muy conocidas para todo boomer, las que forman el paradigma y finalidad de sus vidas. Del mismo modo, los conceptos fijos de Dios, patria, familia, hogar, vida profesional, vida de ama de casa, rol de padre, madre, hijos y una vara moral que se mide en virtudes harto subjetivas y hasta cuestionables, los definen. Esos eran los padres de Arturo, aquellos que él consideraba la cúspide de la cadena alimenticia, siendo él mismo, la base.

—¿Dijo para qué me quiere en la cena? —preguntó Arturo, ya recuperado.

—No lo sé, pero viendo tus acciones de las últimas semanas...

—Oye, oye, si van a joder con lo del trabajo, sepan que ya conseguí uno nuevo.

Xavier se limitó a sacudir suavemente la cabeza. Agregó:

—Trata de limpiar este lugar. Aséate y ve a cenar. No sé de qué quiera hablar nuestro padre, pero sí puedo decirte que no estaba de buen humor.

El hermano de Arturo se retiró y cerró la puerta. El silencio del vacío lo inundó todo, como una pesada gelatina que se pega en cada esquina. Arturo miró la luz del sol que ingresaba a su dormitorio, se sintió lleno de una ansiedad patógena, como un ser de la noche que fue sorprendido por el amanecer. Entonces: "Rrr, rrr, rrr", un zumbido en canon al son de Rata Blanca. Un celular que suena...

Arturo se levantó de golpe y fue a la pequeña sala que usaba como bar, estudio musical y purgatorio al mismo tiempo. Encontró el aparato debajo del cojín de uno de los sillones. Había como cien mensajes de Whatsapp y quince llamadas perdidas, de las cuales más de la mitad correspondían a los números de su padre y hermano. Arturo maldijo para sus adentros y luego intentó recuperar su noción espacio-temporal. El celular indicaba: La Paz, Bolivia. Martes 3 de septiembre de 2019. 11:57 a.m. Día soleado, 14Cº temperatura ambiente. Inicia la sesión.    

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