Capítulo uno: Todo por dormirse en el tren.
Bueno, he venido con un Shiro x Samael/Mephisto. Espero que sea de su agrado :3
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De nuevo se veía caminando solo, por aquellas calles vacías, de manera cabizbaja. Llevó una de sus manos a su cabello, morado desde nacimiento, el cual se encontraba empapado de una sustancia viscosa y apestosa: Sangre de Dokkälfar. La sangre verdosa de la criatura le provocaba asco, y estar cubierto con ella de pies a cabeza, hizo que sintiese asco por sí mismo.
Pero ¿Por qué se encontraba en ese estado? Cubierto de sangre de Dokkälfar, sucio, con varios raspones en el cuerpo y la ropa desacomodada... ¡Oh, eso tenía una muy buena explicación! Era la explicación más obvia de todo el mundo: Él era un hijo pródigo y su hermano mayor que era un prodigio lo fastidiaba a todas horas. No podía pasar ni un solo minuto sin que-...
— ¡Aniue! — se escuchó una vocecita — ¡Aniue, espera!
Detuvo su andar cuando a sus oídos llegó aquella voz infantil, volteó a ver en la dirección en la que esta provenía, simplemente sonrió con sutileza. Detrás de sí, venía corriendo un niño pequeño, al cual en apariencia le llevaba un par de años. Cabe decir que, debido a su linaje, realmente le sacaba de diferencia un par de cientos de años.
— ¡Aniue! — le llamó al alcanzarlo — ¿Por qué te marchaste tan de repente?
Con eso, Samael frunció el ceño, pues la respuesta llegó por si sola. Amaimon, el menor de sus hermanos y con el que mejor se llevaba, no había sido el único en darle alcance. A unos cuantos metros, podía divisarse a un joven de cabello rubio, quien se les acercaba a un paso calmado y lento.
— Sí, Sammy~ ¿Por qué te marchaste tan de repente? Amaimon ya casi lloraba al darse cuenta de que le dejaste solo, ¿No crees que fuiste muy cruel con él? — se escuchó la voz del blondo, quien le hablaba y sonreía socarronamente.
El demonio de cabello violáceo, vio a Lucifer con una enorme y creciente rabia mezclada con odio, ¿Tan descarado podía llegar a ser? Tendrían que perdonarle la siguiente grosería, pero ¡Por dios! Todos en aquel mundo eran unos descarados sin pudor o decencia alguna.
Ver que, tal y como pensó, no le contestaron nada hizo que la sonrisa de Lucifer pasara de burlona a maliciosa. El demonio de cabellos rubios siguió caminando, teniendo fija la vista en un objetivo, claramente que Samael no era estúpido. Concluyó con rapidez que su hermano, el mayor de todos ellos, tramaba algo. Y se llevó, como siempre, la desagradable sorpresa de que así era.
— ¿Tú nunca aprendes? — cuestionó Lucifer con molestia, mientras un grito ahogado del demonio peli-morado se oyó de fondo — ¿Qué eres estúpido?
Tan repentina y velozmente, haciendo gala de su título, como la luz el rubio había cazado en un certero movimiento su cola. Al tenerla sujeta, había tirado de ella y estrujado sin piedad, ocasionando que Samael terminara arrodillado en el suelo mientras apretaba con fuerza la mandíbula para evitar soltar más que un quejido.
— ¡Aniue! — se le oyó chillar al pequeño Amaimon — ¡Luci-aniue, suéltale! ¡Por favor, Luci-ani-...!
— ¡Amaimon! — siguió la voz preocupada de Samael al ver al pequeño caer estrepitosamente al piso.
— ¡Vosotros dos son una total vergüenza para los demonios! — gruñó Lucifer, visiblemente hastiado — Aun no entiendo como padre les sigue dejando vivir en el castillo, mucho menos como no los ha matado, todo es culpa de esa zorra...
Tras dar un agresivo tirón más, uno que ocasionó que el peli-morado tuviese que cubrirse la boca con ambas manos para evitar gritar a octavas debido al dolor, Lucifer terminó retirándose de ahí a pasos pesados con la clara intención de dirigirse al castillo. Apenas el rubio dobló la esquina, ignorando el dolor propio, Samael se acercó a Amaimon y lo abrazó estando arrodillado en el piso.
— ¿Estás bien? — cuestionó con tristeza.
— Sí...— aquel susurro tembloroso le hizo ver que le mentían.
Amaimon había caído al piso, puesto que, Lucifer le había proporcionado una sonora "bofetada" con la mano libre. Siendo más precisos, haciendo uso de las afiladas uñas que los demonios poseían, le habían dado un certero zarpazo en la mejilla al más pequeño. Tenía tres sangrantes rasguños en esta, la cual estaba enrojecida e hinchada.
"¿Una vergüenza para los demonios?" Realmente, a Samael, ya no le importaba tanto aquella frase a esas alturas. Sin embargo, debido a lo joven que aún era Amaimon, podía apreciar la enorme mella que causaba en este. ¿Por qué les decía algo tan cruel? Bueno, aún más cruel de lo que normalmente se trataban los demonios los unos con los otros, debido a su naturaleza.
— Volvamos ya — fue lo que finalmente atinó a decir.
Tomó la mano de Amaimon, quien miraba fijamente al piso, sonriéndole con culpa. Comenzaron a caminar lentamente, escuchando sus pasos por aquellas calles vacías, sin muchos ánimos de llegar a casa. ¿Para qué? Ahí no solamente tendrían que estar atentos a una nueva trastada de Lucifer, sino que igual, tendrían que comportarse "correctamente" para evitar problemas con el resto de su familia.
¿Por qué tenían que ser tan distintos al resto? Debían ser manipuladores natos, carecer de remordimientos y permanecer exentos a todo tipo de situación. Pero...no podían, ¿Por qué? ¿Por qué eran diferentes a los demás? Ni él ni Amaimon podían ser fríos asesinos, de hecho, sentía culpa y lástima del desdichado Dokkälfar que Lucifer asesinó con tal de obtener una sustancia desagradable que echarle encima.
— ...Ah, son ustedes — murmuró una voz — Puaj, Samael, apestas.
En el gran salón, en el cual se encontraban al ingresar al castillo, se encontraba tumbado en uno de los sillones un joven de cabellos azules y ojos púrpura. Al ver que el aludido no mencionó absolutamente nada, ni siquiera dignándose a verle, frunció el ceño debido a que le ignoraban. Si no fuera hijo de Satán...
— Eres repulsivo, y no lo digo como halago...— prosiguió, con indiferencia — Hueles peor que Astaroth, y eso que él es el rey de la putrefacción, tampoco lo digo como halago.
— ¡Oye! — Astaroth estaba en otro de los sofás — Cállate, maldito aguado.
— Tenme más respeto, maldito esbirro — gruñó Egin, rey del agua, ante el apodo que le pusieron — ¿Debo recordarte que tengo un puesto más alto que el tuyo?
— En ese caso, supongo que ya es hora de que eleve mi puesto — debatió sonriente el demonio — Si te mato, no habrá represalias.
Olímpicamente Samael pasó de ellos dos, teniendo aún sujeta de la mano a Amaimon, subió las escaleras tapizadas con una elegante alfombra roja. Mientras Egin y Astaroth continuaban con su disputa verbal, la cual probablemente finalizaría con un combate físico a las afueras de la ciudad principal, él se dirigió al cuarto que compartía con el más pequeño.
Revisó la herida que el menor traía al rostro, terminando por tratarla y colocarle una gasa, aunque esto último era un tanto estúpido. Un demonio se regeneraba, por ende, no necesitaba aquellas atenciones. Sin embargo, ¿Qué podía hacer él al respecto? Nada. Así de simple era. Ni él mismo entendía el porqué de sus acciones, no sabría responder porqué no era como los demás, porqué no simplemente se divertía con la desgracia ajena...
— Esto es un asco...— murmuró estando en la tina del baño.
Tras tratar la herida del demonio peli-verde, y llenar la tina, se había metido en ella dispuesto a tomar un buen baño. Claro, primeramente, se pasó unos buenos minutos bajo la regadera quitándose de encima la sangre del Dokkälfar. Pese a que ya estaba limpio, aún percibía la sensación pegajosa sobre sí, ¿Cuántas veces no ya le habían hecho la misma "broma"? Las suficientes como para ser posible que volviese a caer.
— ¿Nunca aprendes? — se escuchó la voz de un pelirrojo de ojos miel, esa frase era la misma que mencionaba el rey de la luz — No me extraña que Lucifer siempre te trate tan mal, bueno, que te trate peor que a los demás.
Iblis, rey del fuego, se le quedó viendo unos instantes de reojo. Después de bañarse, había ido a la cocina por algo de comer, encontrándose así con el cuarto rey. Pareciera increíble o no, Iblis era el que menos se llevaba bien con Satán, simplemente no congeniaban. ¿Razón para seguir vivo entonces? Satán lo necesitaba cuando conquistara-...
— Yo que tú me apresuraría a comer antes de que Lucifer se pasara por aquí — fue lo último que mencionó antes de retirarse de ahí.
Encontrándose actualmente solo, Samael comía algo rápido y sin dudar se retiró de ahí cuando escuchó unas pesadas pisadas cerca. No sabía con exactitud quién era, sin embargo, no se quedaría a averiguar por nada del mundo si se trataba del mayor de los hijos de Satán. Quedó mudo al ver la puerta de su cuarto abierta, ¿Dónde...?
— Amaimon...— susurró recorriendo los pasillos — Amaimon, ¿Dónde te metiste...?
¿Dónde había ido aquel niño? ¡Joder! Tenía que andar como alma en pena en el castillo, atento a que nadie lo detectara o viera, ¿Qué ni siquiera podía estar tranquilo en su propia casa? No, estar en ese lugar era muchísimo peor, tenía más posibilidades de toparse a Lucifer. Tras un buen rato buscando y evitando a los demás, finalmente, se le ocurrió acudir a un sitio en específico.
Se hallaba frente a la puerta de una habitación, ubicada en el último piso, y se debatía si entrar o no. Si no entraba, tendría que seguir buscando a Amaimon por otro lado y quizá se encontrara al odioso de Lucifer, pero si entraba...en ese caso, quién sabe que "favorcito" le tocaría hacer a aquel demonio por osar ingresar en ese lugar.
— Tú también...— se escuchó una voz apagada y lúgubre — ¿Por qué siempre...deben venir a mi territorio?...
Miró a ver al joven que habló, con la piel pálida y el cabello color azabache, el cerquillo largo le tapaba uno de sus ojos. Se mostraba con ojeras, con apariencia hastiada y cansada de todo, con una pinta desalineada. La alcoba poseía las paredes rojizas, escaza iluminación y un montón de repisas repletas de frascos con ojos. Junto a aquel demonio, sentado en la cama, se encontraba Amaimon.
— ¡Aniue! — le llamó el pequeño, mientras comía una manzana alargada y color rojo vino.
— Ah...Amaimon — murmuró el nombrado con resignación — Lamento que te estemos molestando, Azazel.
— ¿Nunca aprendes, rey del espacio-tiempo? — musitó sin mucho interés.
¡Ya le era suficiente! "¿Nunca aprendes?" ¡Estaba más que harto de esa maldita pregunta! ¿Por qué maldita sea todo mundo tenía que cuestionarle eso una y otra vez? ¿Acaso no podían dejarlo en paz y meterse en sus propios asuntos? Sabía que no era como los demás, que no podía ser como los demás, ¿Tenían que recalcárselo a cada mísero segundo de su mísera existencia?
Samael forzó una sonrisa, dando a entender que "lo solucionaría pronto", ¿Solucionarlo? Si eso fuera posible, Lucifer, no lo gastaría tantas bromas. Ni los demás demonios le mirarían como si fuese un bicho raro, ¿Qué es lo que le hacía falta? Si alguien pudiese decírselo, quién sea no importa cómo, se sentiría más que agradecido con ese alguien en cuestión.
— Huh...— Azazel simplemente se alzó de hombros — Largo...de aquí, deseo estar solo...por entrar, tendrás que hacerme un favor...rey espacio-tiempo, se suponía que daría soporte a Beelzebub con su insectario...pero...
— ¿No quieres ir, Azazel-itoko? — cuestionó Amaimon de forma curiosa.
El mencionado simplemente suspiró, ¿Lamentar? ¿Curiosidad? Un demonio... ¿Mostrando ternura o arrepentimiento? Antes de que les dijeran algo, como pasaba todos los días, Samael tomó de la mano a Amaimon y salió del cuarto. Claro, eso fue tras decirle a Azazel que iría en su lugar, como favor por haber entrado a su habitación.
— Volveré en unas horas — mencionó el peli-morado — Quédate en el cuarto en lo que regreso, ¿Vale?
— Está bien...— murmuró Amaimon — Vuelve lo más pronto posible, Aniue.
¿Por qué no llevaba a Amaimon con él? Muy simple, Amaimon pese a su corta edad, era el rey de la tierra estando en el séptimo puesto. Y Beelzebub, era el rey de los insectos encontrándose en el octavo y último lugar, ¿Rencor por desplazarlo así, de repente, por un criajo? Nah, daba igual, los demonios de por sí eran rencorosos. La cuestión era sencilla, los insectos comen plantas, y...no quería soportar una disputa más.
Salió de la ciudad principal de Gehena, Turín, y se dirigió hacia el amplio bosque de este. Suspiró pues, al llegar, vio el alambrado que fungía como divisor del corazón del bosque con la parte norte superficial de este. ¿Tan en serio tenían que tomarse el no llevarse bien? Lo mismo pasaba con Egin e Iblis, ¿Verse cara a cara? Ni en pintura.
— Azazel, ¡Llegas...! Ah, Samael — la voz de Beelzebub, quien esperaba ver al rey de los espíritus, perdió toda su emoción — Bueno, ya que estás aquí...por la devoción a nuestro señor satán, ¿Por qué Azazel tuvo que escaquearse de asistirme contigo? Sería más tolerable que mandara al pestilente de Astaroth.
Samael no le prestó caso a aquel comentario, ¿Para qué? El desprecio era lo de menos, de hecho, prefería mil veces ser despreciado a ser el objetivo de las bromas "ingeniosas y constructivas" de su hermano Lucifer. El otro demonio lo miró de reojo, ordenando su insectario, sin dirigirle la palabra. Ya era de por si asombroso que se dignara a decirle aquella queja.
— Oye...— le llamó Beelzebub, sin muchas ganas de hablar — Ve a la ciudad de Salem, se suponía tenía que recoger unas cosas ahí el día de mañana, pero estaré ocupado.
— Entonces, iré mañana a primera-...
— Irás hoy — sentenció Beelzebub.
— ¡Salem queda lejos de aquí! — se quejó frunciendo el ceño — ¿Por qué no puedo ir mañana?
— Porque quiero que vayas hoy — respondió al instante — Ahora, largo, no me sirves de utilidad.
Samael vio con una profunda molestia al demonio, de cabello cobrizo y ojos negros, y resignado de retiró de ahí. Apenas lo hizo, Beelzebub le miró por el rabillo del ojo, tras eso chasqueó la lengua. ¿Obediencia? Quizá estuviera más que correcto si era referente ante su señor, la autoridad máxima de Gehena, Satán. Pero, ¿Hacia alguien con un rango inferior a él? Simplemente desagradable.
Por su parte, Samael se dirigió a la estación que había en Turín, esperando a que el tren viniera. No pasó mucho antes de que un Train Ghost, uno de sus familiares como rey demonio, hiciera acto de aparición ahí y luego lo abordara. ¿Por qué no iba a Salem haciendo uso de sus poderes? Ningún demonio hacía uso de sus poderes por una razón así, eso únicamente, lo haría ver más patético de lo que ya lo consideraban.
— "Desearía que los poderes de un Manipulador del Tiempo hicieran efectos en mí y así olvidarme por un momento de todo..." — pensó mientras cerraba los ojos, acomodándose en el asiento.
Tardaría de dos a tres horas en llegar, ¿Qué haría en ese tiempo de viaje? Aburrirse. Estaba cansado y harto de su vida, de Lucifer, de los demás demonios, de su familia, de él mismo... Mantuvo los ojos cerrados, creyendo que así pasaría más rápido el tiempo, esperar no era lo suyo...
...
— Amo, es el final de mi línea — comentó el Train Ghost con voz gruesa y morosa.
Al oír aquello, abrió los ojos, parpadeando un poco confundido mientras tenía la cabeza echada para atrás y la vista fija en el techo. Se rascó la nuca, al desperezarse parecía que anolaba algo, con desgano se puso de pie y abandonó el vagón del tren. ¿Había terminado por quedarse dormido? Una vez fuera, sintiendo el cuerpo un poco entumecido, alzó los brazos y se estiró mientras bostezaba.
En lo que se espabilaba, el Train Ghost retornó su camino, comenzó a caminar por la estación desolada debido a la hora. Salió de esta, sintiendo el terreno blando y blanco bajo sus botas, sin reparar mucho realmente en su alrededor hasta que...
— ¡Achu! — estornudó, su rizo se estiró por completo al hacerlo al igual que lo había hecho su cola — Hay... ¿Frío?
Miró a ver a su alrededor, una cosa blanca y fría caía del cielo como motas de polvo, y terminaba acumulándose al tocar cualquier superficie: Incluido él. ¿Por qué hacía tanto frío ahí? Gehena siempre tenía temperaturas cálidas, de vez en cuando calurosas, pero ¿Frías? Sabía que era el frío debido a que algunos demonios que regresaban de Asshia y traían cosas que...
— Imposible...— al seguir caminando, no reconoció donde estaba — No es posible que...
Tragó grueso, ¿Qué eran esos edificios altos y con...cristales? ¿Por qué tenían cristales en lugar de ventanas hechas de madera o metal? Vio cómo, al continuar caminando por las calles vacías, encontraba cosas aún más extrañas. ¿Postes que despedían luz? Raro ¿Postes con cables negros junto a los otros? A eso no le veía sentido, de pronto vio una luz acercándose, ¿Un Train Ghost? Imposible, era mucho más pequeño y estos solamente iban en las vías, dado que no caminaba por la acera y en lugar lo hacía por la carretera, un automóvil pasó a arrollarlo.
— ¡Ve por la acera crío! — le había gritado el adulto que conducía.
Cual gato erizado, se encontraba Samael sobre la dichosa acera, calmando el susto recién vivido. ¡¿Estaba en Asshia!? ¿La misma a la que su padre anhelaba ir y todos los demás demonios buscaban la forma de llegar hasta ahí? ¡Imposible! ¿Cómo iba a regresar? ¡Todavía no sabía abrir una puerta de Asshia a Gehena y viceversa!
— Soy...un torpe — suspiró llevándose la mano al rostro.
Pensarque eso le había sucedido, además de haber sido por descuidado, debido a que sehabía quedado dormido en el tren...le provocaba vergüenza propia.
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Díganme, ¿A quién no le ha pasado algo similar? Yo me he quedado dormido en el camión (bus) en una ocasión ^w^U
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