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20. Víctimas de un conflicto.


He pasado una buena parte del día sumida entre papeles. Robert no me ha llamado aún. Me pregunto si olvidó mi cumpleaños. Adriana tampoco ha dado señales, a pesar de que se declaraba preocupada por mí hace no mucho tiempo. Y bueno... tampoco se puede esperar que Alex diga algo. Supongo que este es el primer cumpleaños que paso sola de verdad. Al menos, que Harmony me haya felicitado a pesar de las circunstancias me eleva un poco el espíritu.

Observo la hora en el computador. Luego dirijo mi mirada hacia el atardecer que ilumina toda mi oficina. Ya es hora de irme. Guardo un par de cosas en mi bolso y me pongo de pie, sin embargo me quedo de pie en la oficina. Este lugar se siente muy solo. Entonces, ¿por qué tengo afán por llegar al apartamento? Estará más solo que aquí. Trago grueso. Me siento como si fuera un conejo abandonado durmiendo en las profundidades de una cueva.

Me siento tan lejos de todos que resulta doloroso. Cuando conocí a Alex pude alejarme momentáneamente de esta sensación, pero ahora ha vuelto. Esa sensación de estar tan lejos de todos los demás. De querer tantas cosas, pero de saber que es imposible obtenerlas. Yo estoy teñida de gris. Siempre ha sido así. Y mientras que todos están llenos de colores, ríen y se aceptan entre ellos, yo me quedo a un lado por estar teñida de gris. Por ser diferente. Duele estar tan lejos de todos, y no poder alcanzarlos por más que lo intente. Odio que nadie se quede a mi lado. No importa cuánto tiempo tome, al final todos se van.

Me gustaría saber qué hice mal, y en qué punto de mi vida lo hice. ¿Por qué tengo esta maldición? ¿Por qué nunca he podido ser como los demás?

¿Por qué siempre quedo por fuera al final?

Suelto un suspiro, y me dirijo a la puerta, pero me detengo en el camino. Observo la puerta que conecta con la oficina de Alex. No he sabido de él en todo el día. Pero eso no me importa. Dirijo mis pasos de nuevo hacia la puerta, pero antes de llegar me detengo otra vez. No debería. No debería importarme ese imbécil, pero aun así... tal vez debería hacer que se fuera a casa. O a darle una razón más para que me odie.

Camino hacia la puerta que separa ambas oficinas, y al llegar allí, la abro con lentitud. Soy tonta, lo sé. ¿Qué me importa lo que le pase? Ojalá fuera más orgullosa. Agacho la mirada y abro la puerta con lentitud. No logro mantener mucho tiempo con la mirada agachada, así que lo miro. El pecho me duele de repente, llenándose de palpitaciones erráticas.

Se ha quedado dormido sobre el escritorio.

Me recuerda tanto a ese entonces. Solo bastaría entrecerrar los ojos para ver a un hombre deshecho, tirado en una cama y sin ganas de vivir. Ahora está más arreglado y viste de traje, pero así dormido... no puedo evitar compararlo con el Alex de ese entonces.

¿Qué debería hacer? No estoy segura de ello. Pero quiero acercarme. Quiero verlo. Mis pies actúan antes de que logre pensar con claridad, y de un momento para otro ya me encuentro parada a su lado. Está dormido con la cabeza sobre sus brazos apoyados en el escritorio. A su alrededor hay un montón de documentos desparramados, y en el navegador de internet se encuentra una página abierta sobre discriminaciones sociales a gran escala ocurridas anteriormente. En otra pestaña veo mi nombre.

Con algo de temor, tomo el ratón y le doy clic a la otra pestaña. Abro los ojos a más no poder. Es un artículo de una revista. Habla de cómo difamé a los homosexuales, mi odio hacia ellos y mi aparente máscara de niña buena. También hablan acerca de Colin, de sus contribuciones como editor a las bibliotecas públicas y escuelas, y su gran reputación. Más abajo se encuentra el video de mi entrevista en Los Ángeles, así como información sobre mi desmayo en las oficinas.

Sin embargo, lo que más me duele son los testimonios escritos más abajo. Testimonios de diferentes personas, que aseguran que les arruiné la vida.

«¡Esa mujer es una asesina! ¡Por su culpa mi hermano se suicidó! ¡Si él nos hubiera dicho que era homosexual, lo habríamos aceptado! ¡Pero ella nos quitó algo que nunca podremos recuperar!»

«Blair Johnson es una resentida social, que no puede soportar que el mundo tenga diferentes creencias y diferentes opciones sexuales. Por su culpa, muchos adolescentes se sienten como monstruos... entre ellos mi hijo.»

«Personas como esas deberían estar pudriéndose en la cárcel. Si esto no es un peligro para la sociedad, entonces no sé lo que es».

Era por esto... que me mantenía alejada del internet y la prensa lo mayor posible.

Me pongo recta y observo la pantalla, pero poco a poco ésta se hace borrosa. Solo se ve como una luz a lo lejos. Y... el pecho me duele mucho. Me pregunto si estaré enferma. Me llevo los dedos a mi mejilla, y entonces lo entiendo. Supongo que es normal. Después de leer esas cosas... me siento como un monstruo. Tal vez si soy una asesina. Tal vez soy un peligro para la sociedad.

Ni siquiera merezco estar deprimida por lo que he causado.

Observo a Alex con los ojos llorosos. Me limpio las lágrimas con el brazo. No debo llorar. Puede que me merezca esto. No dejo de pensar que algo hice mal. Cuando menos me doy cuenta, estoy acercando mi mano hacia sus cabellos castaños. No debo. Pero entrecerrando los ojos... solo logro ver al Alex que no quería vivir. Y entonces me veo a su lado, calmando su dolor. Me sentía importante, y eso me hizo feliz. Aunque la felicidad se desvaneciera como toda aquella que me llega.

Con mis dedos, toco las puntas de sus cabellos ligeramente. Está muy cerca, pero muy lejos a la vez. Sé que no puedo estar a su lado. Es imposible.

Poco a poco, Alex abre los ojos, y yo me quedo de piedra. Al verme, Alex se levanta de un salto y me mira con rabia.

— ¡¿Pero qué cree que está haciendo?!

No le respondo. Dirijo la mirada a toda la información que tiene desparramada sobre el escritorio. Está tratando de ayudarme. Pero ya es tarde para eso.

Alex sigue la dirección de mi mirada, y al notar lo que veo, recoge las cosas de su escritorio con rapidez y cierra el navegador de golpe. O lo intenta, porque cuando el navegador le pregunta si está seguro de que quiere salir, suelta un gruñido exasperado.

Cuando lo ha cerrado todo, me mira de brazos cruzados, dispuesto a atacar. Hace una mueca extraña al ver mis ojos llorosos, pero eso no lo detiene.

—No me importa su maldita opinión—sisea con rabia—. No me importa lo que tenga que decir ahora mismo, así que no se meta en mis asuntos. ¡Estoy cansado de que se meta en lo que no le importa!

No le respondo. Mantengo la vista baja, y él comienza a exasperarse. No sé por qué se encuentra en modo defensivo tan de repente.

— ¡¿Qué no me ha oído?! ¡Lárguese!

Aprieto los dientes.

—Aquí la jefa soy yo—murmuro con voz oscurecida.

Suelta un gruñido de rabia, y en un par de zancadas ya se encuentra frente a mí. No sé lo que pasa. Solo sé que la tela de mi camisa duele contra mi piel y mis pies no están tocando el suelo. Sin embargo, no me importa. Ya no es importante lo que pase conmigo.

—Voy a ayudar a Blair, y me importa un comino su opinión y la de toda la mierda de gente que está contra ella. Si tengo que pasar sobre alguien tan insignificante como usted, lo haré sin dudar—sisea de rabia—. No me importa lo que piense ni lo que sienta, yo voy a ayudarla cueste lo que cueste. ¿Me ha entendido?

Me tiene agarrada de la camisa en su puño, mirándome con rabia. Sin embargo, yo no soy capaz de mirarlo. Se supone que Michelle es fuerte y determinada. ¿Entonces, por qué estoy dudando de esta manera?

«Porque en el fondo sigues siendo Blair Johnson».

Solo basta con entrecerrar los ojos, y entonces veo... sí, esa vez. Aquella vez en la que Alex intentó ahorcarme. Se siente como si fuera esa vez, y entonces un puñado de desolación me invade el pecho.

—Suélteme—siseo, y pongo mi mano sobre su puño para intentar apartarlo.

De repente, él me mira con ojos sorprendidos, y poco a poco me suelta. Parece temeroso. Parece que se acaba de dar cuenta de lo que hizo. Dirijo mi mirada hacia él de una manera hostil, y él retrocede un paso.

—Que sea la última vez que hace algo como eso—le advierto—. Y ahora váyase a casa. Tiene unas ojeras terribles.

Y no es mentira. Tiene el cabello revuelto, se ve cansado y se nota que no ha dormido desde hace muchas horas. Parece que ha trabajado demasiado.

—Pero...—murmura, dudoso.

—Solo váyase antes de que me arrepienta.

Se queda de pie frente a mí por unos instantes, pareciendo algo consternado. Estaba seguro de que lo atacaría. Pero hoy no. Hoy estoy cansada, es mi cumpleaños y solo quiero llegar al apartamento para esconderme entre las cobijas y olvidarme de este día tan horrible. Solo quiero que el día de hoy termine de una vez.

Poco después, se escuchan los pasos de Alex hasta que sale de la oficina. Yo me quedo en mi sitio, observando como el sol termina por esconderse para dar paso a la noche. El sol también está cansado. Es hora de que se vaya a dormir, y yo también.

Al salir de la oficina, tomo un taxi y espero llegar a casa mientras me mantengo en completo silencio. Mi cabeza está recostada contra la ventanilla mientras observo los últimos rayos de sol desaparecer. No me importan los pitidos de los coches, ni el ligero bullicio que se oye a lo lejos, ni las quejas del conductor del taxi por los trancones. Solo respiro profundo y exhalo fuerte, esperando que el día de mañana sea mejor.

Las puertas del ascensor se abren y me encuentro en el pasillo del apartamento. Echo un vistazo a la puerta del apartamento de Daniel, por si le da por molestarme hoy, pero no hay señales de él. Es una suerte. Hoy no tengo ánimos para fingir que estoy bien. Arrastro mis pies hasta la puerta, y busco mi llave. Después de buscar entre las infinidades de mi bolso, la encuentro. La meto en la cerradura y la giro, entonces me dispongo a entrar al apartamento.

Todo está oscuro.

Agacho la mirada. Esto es normal. Llegar a casa y que nadie te esté esperando se ha vuelto normal desde hace unos meses. Se había vuelto normal cuando recién llegue a Los Ángeles la primera vez. Me pregunto entonces por qué si es normal me afecta tanto.

Enciendo las luces, y el lugar se ilumina. Sin embargo, el ambiente se siente muy pesado. La soledad llena cada rincón de este lugar. En el edificio de en frente se ven diferentes sombras en las ventanas, algunas felices, otras enfadadas, pero sin embargo todas parecen tener una compañera. Dejo caer mi bolso en el sofá y me dirijo a la cocina. Busco en la alacena y encuentro la botella de vodka que eché al carrito de supermercado solo por impulso. Cojo una copa y me siento frente a la barra de la cocina. Destapo la botella y empiezo a servir el vino. He visto en muchos libros que esto es lo que hacen los protagonistas cuando se sienten deprimidos. Me pregunto si causará alguna clase de satisfacción. Después de todo, bebo muy rara vez.

Me llevo la copa de vodka a los labios, y dudo un momento antes de beber. Cuando lo hago, no puedo evitar hacer una mueca. Miro la copa con cara de asco. ¿Se supone que esto les gusta a los adultos?

¿Pero qué estoy diciendo? Se supone que soy adulta. ¿Entonces por qué no puedo pensar como una adulta normal? Soy de esas personas que se pasa el día pensando en estupideces, soltando cosas ilógicas y navegando por la vida sin un plan concreto. Los personajes de los libros no suelen ser así. Suelen trabajar en oficinas, regresar a casa, encontrarse con su pareja o sentarse a tomar una copa de vino mientras fuman una pipa frente a la chimenea. Pero yo ni siquiera tengo chimenea.

Creo que he leído demasiados clichés.

El vodka no sabe cómo lo describen, y la realidad no es tan amable como lo muestran en los libros. Al final, la realidad sabe más cruda cuando la pruebas que cuando la lees.

—Un brindis...—alzo mi copa, e intento sonreír—por la cumpleañera.

Me bebo el vodka de un solo trago. Sabe horrible, pero supongo que es el sentimiento del masoquismo. Me limpio la boca con el brazo, y agarro la botella. La miro, interrogante. ¿Qué tan viable sería que me emborrachara ahora mismo?

No. Eso sería lo que faltaría.

Me bajo del taburete y camino hacia mi habitación. Me quito los lentes de contacto y los dejo en su estuche. Luego me quito la peluca. Empiezo a quitarme el chaleco de mi traje, pero mi celular me interrumpe. El corazón se me detiene en el acto. ¿Será Robert? ¿Se habrá acordado de mi cumpleaños? Agarro mi celular y reviso la pantalla, pero me desilusiono en el acto. No es él. Es Daniel. ¿Qué querrá ahora?

Ruedo los ojos. Seguramente querrá hablarme sobre lo maravillosa que es Adriana y cosas así. Termino de quitarme el chaleco, y me dirijo a mi closet para buscar algo de ropa. No quiero contestarle. La llamada termina, pero poco después el celular vuelve a sonar.

Suelto un suspiro de exasperación y contesto.

— ¿Qué quieres? Vives al lado. ¿No puedes venir y decirme lo que quieras decir de frente?

— ¡Blair!

Miro el celular, desorientada y algo asustada. Ese grito fue... ¿miedo?

— ¿Da-Daniel...?

¡Ven a ayudarme! ¡Por favor!

Comienzo a asustarme. Me quedo en silencio con los ojos muy abiertos. ¿Qué está pasando?

— ¿Daniel? ¡¿Qué pasa?!

—Juro que no se lo dije a nadie... ¡te juro que no se lo dije a nadie, Blair! ¡Ugh!

Un golpe seco suena con fuerza hasta llegar a mi teléfono.

¡Daniel!

Estoy... estoy bien—dice, pero casi no puede hablar por el dolor—. Por favor... necesito que vengas por mí. Parece que se han cansado de mí, pero... casi no puedo moverme...

Dime dónde estás. Llamaré a la policía.

¡N-No! ¡Eso los enojará más!

Otro golpe suena al otro lado del teléfono.

— ¡Daniel!

P-Por favor... ven...

Está herido. Alguien lo atacó. De repente he olvidado todo mi cansancio anterior, y el único objetivo que tengo ahora es ayudarlo. Estoy asustada. No quiero pensar que atacaron a Daniel por relacionarse conmigo. ¿Quién lo atacó? ¿Están buscando información sobre mí? Esto es malo. Esto es muy malo. ¡Ya he metido a otra persona en problemas!

Debería llamar a la policía. Eso sería lo correcto, pero me pregunto si hasta la policía le creería a alguien como yo. Por otro lado, ¿por qué me llamó a mí? ¡Pudo llamar a Adriana! Pero eso ya no importa. Está en problemas, seguramente por mi culpa, y tengo que hacerme cargo.

Tengo que sacarlo de ahí.

—Dime dónde estás—pido, mientras con la mano libre trato de cambiarme de ropa a toda velocidad.

Daniel a duras penas logra darme la dirección mientras me cambio, pero se desmaya al final de la oración. Mierda. Está lejos de aquí. Tendré que tomar un taxi. Me llevaré la peluca puesta. No puedo arriesgarme a que me descubran. ¿Quiénes son? ¿Quiénes están detrás de Daniel? ¿Es culpa mía? ¿Lo atacaron porque conoce mi ubicación? Y si es así... ¿quieren asesinarme?

Llena de temblores logro coger algunas cosas, y ya vestida con ropa informal, salgo del apartamento en busca de la calle. Tengo que encontrar a Daniel. Tengo que sacarlo de ahí y llevarlo a un hospital cuanto antes. Si esto es culpa mía, no puedo hacerme la de la vista gorda. La cabeza me da vueltas y no puedo pensar muy bien, pero con algo de suerte, logro tomar un taxi. Tengo que llegar. Tengo que llegar ahí. Si algo le pasó a Daniel por mi culpa, nunca me lo voy a perdonar.

El taxi tarda un poco en llegar, y a medida que avanzamos, las calles se van volviendo más lúgubres y peligrosas. Es como el lado oscuro de Los Ángeles. Nunca había venido aquí, pero el taxista ya se ve bastante nervioso, mirando de un lado a otro, como temiendo que en cualquier momento alguien lo fuera a robar. Su paranoia es tanta que me está asustando.

De repente se detiene a un lado de la acera y me mira.

—Lo siento, señorita. No puedo avanzar más.

—Pe-Pero...

— ¡No avanzaré más! ¡Bájese ahora! —me exige, casi histérico.

Me bajo tan rápido como puedo, y el taxista arranca para luego desaparecer por el camino. Observo mi alrededor, intimidada. Ahora sí tengo miedo. Este lugar se ve muy tenebroso. Pero no debo pensar ahora. Daniel está herido por aquí cerca, y tengo que encontrarlo cuanto antes. Dijo que estaba en uno de estos callejones, pero no estoy segura de sí estoy en el lugar correcto.

Tengo que encontrar a Daniel y sacarlo de aquí.

Sé que es muy arriesgado que esté aquí, primero por la clase de lugar que es y segundo por ser quien soy. Sé que estoy disfrazada, pero en un lugar como este cualquier cosa podría pasar. Pero no puedo soportar la idea de saber que Daniel está en peligro por mi culpa. Ya he lastimado a mucha gente, ya sea queriendo o no, y no quiero que otra persona más pague las consecuencias. Si tengo la oportunidad de salvarlo, lo haré.

Incluso me da miedo sacar mi celular. No estoy segura de lo que debo hacer. Sin embargo, no debo estar muy lejos. Las indicaciones de Daniel se asemejan a este lugar. «Un callejón al lado de lo que parece ser una fábrica abandonada», o eso dijo. A un par de cuadras logro ver un gran edificio algo abandonado. Es como una bodega gigante, lo que aumenta las posibilidades de que fuera alguna especie de fábrica en el pasado.

A medida que me acerco, mis pasos se van volviendo más lentos. El corazón me late tan fuerte que podría salírseme del pecho y arrancar a correr. No sé si es mayor mi miedo de que me hagan algo a mí o que le hagan algo a Daniel. No... no se merece esto. Él es bueno. A pesar de que sea un fastidio hablando de Adriana una y otra vez, él es la única compañía que me queda. Si algo le pasa, jamás me lo perdonaría.

Aprieto los dientes con fuerza y sucumbo a la desesperación. No. No lo dejaré. ¡No dejaré que nadie más muera por mi culpa!

Arranco a correr hacia el lugar. Tengo que ir. Más. Más rápido. Tengo que llegar. ¡He estado perdiendo el tiempo! ¡Daniel tiene que estar por aquí! «Solo espera. Te voy a encontrar».

— ¡Daniel! —grito presa del pánico, y me detengo frente al callejón.

No hay nadie.

Me toma unos instantes asimilarlo. Algo debió haberle pasado. ¿Le hicieron algo? ¿Llegué demasiado tarde? No... ¡no puede ser! ¡No es posible! ¡Tiene que estar por aquí! No quiero... ¡no quiero arruinarle la vida a nadie más!

Me adentro en el callejón y reviso detrás de los contenedores de basura. Busco y busco por todos lados, pero no lo encuentro. Me llevo las manos a la cabeza y suelto un quejido de exasperación. No. Él tiene que estar vivo. Tiene que estar en algún lugar. ¿Esos matones le habrán hecho algo? No quiero ni pensarlo. ¿Y si ya está en un hospital? Pero no estoy segura. ¿Y si me voy y sigue aquí en algún lugar? No puedo irme. ¡Tengo que seguir buscando! Lo mejor será buscar en los callejones cercanos. Pero no tengo mucho tiempo. ¡Estaba herido!

Me doy la vuelta para salir, pero un par de intimidantes figuras obstaculizan la entrada del callejón. El pulso se me dispara.

—Vaya, vaya. Pero si es un pajarito.

Ni siquiera puedo pensar en el significado de sus palabras. Estoy aterrada.

«Alex...»

No... no debo pensar en él en un momento como este. Tengo que afrontarlo yo. No sé cómo voy a salir de ésta, pero lo que sí se... es que me aseguraré de salir con vida. 

.....................

Les dije que iban a querer matarme :v

*huye*

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