Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 9: Noche de las Sombras (Parte 2)


Reino de los Sangre Mágica, Sur del mundo, reja Ujo.

Los primeros vestigios de la reja que vio Ahmok, lo deslumbraron hasta el punto de quedarse congelado en ese sitio alrededor de varios minutos. Sus labios se abrieron de la impresión y K'itam tuvo que detenerse para mirarlo con curiosidad. El Vigilante arqueó las cejas, plasmó una mueca y contempló Ujo de soslayo. Parecía normal para él.

Aunque comenzaba a sospechar que Lithem no era similar a las tribus, quizá ima —la ciudad principal— podría tener semejanzas en cuanto a la construcción de las viviendas con el hogar del moreno, pero no las rejas.

Frente al humano, las casas de piedra y caminos pavimentados que tanto conocía en su mundo se habían esfumado. El suelo por el que los Sangre Mágica transitaban era roca sólida cubierta de los sollozos del Dios Naia, donde reposaban carpas de tela cubiertas de pieles de animales o cabañas de madera cruda, siendo las primeras en tener mayor cantidad.

Además, los encargados de comerciar los alimentos que el Vigilante le mencionó a su invitado, al igual que las vestimentas u otros objetos, estaban encima de lienzos de algodón, evitando que estos tuviesen contacto con la frialdad de la nieve. Detrás de los puestos, los hombres o mujeres que recibían con enormes sonrisas a los que les entregaban itas —monedas— se hallaban sentados en cojines de hojas.

Todavía inmerso en su sorpresa, Ahmok empezó a otear las vestimentas de la gente de la reja, demasiado curioso ante lo contrario a lo que conocía. Las pieles pálidas eran envueltas con túnicas de colores azules o plateados, decorados con runas, hojas y copos de nieve. Asimismo, portaban guantes y bufandas.

Los presentes se deslizaban a través de un camino excavado, en el que colocaron figuras de animales tallados en hielo o madera, formando un sendero con el fin de guiar a los Sangre Mágica hasta la enorme fogata que se alzaba al centro de Ujo.

A su alrededor, la gente bailaba y tocaba los instrumentos para recrear la sinfonía que hacía reír con tanta libertad a los Hijos del Hielo. Ahmok debía admitir que era bello ver algo así. Con una sutil sonrisa, regresó la contemplación al Vigilante, quien estaba atento a cada gesto por parte suya.

En contraste, al momento que notó su mirada en él, K'itam la desvió al frente.

—¿Qué te parece? —cuestionó el albino, todavía tomado de la mano de Kahu y observando de reojo al moreno—. Debe ser muy distinto a Ica, pero acá, así es una reja. Ven, te llevaré a los puestos de comida y compraré algo para ti.

El nieto de Kororia lo contempló con una sonrisa ladeada.

—Creo que es interesante —musitó despacio, llevando los dedos de su diestra al mentón—. Quisiera probar crujientes hojas de bosque.

K'itam asintió como respuesta y le hizo una seña con la mano para que guiara al otro amante. Sin borrar la diversión en el rostro, Ahmok lo obedeció al instante. Así ambos salieron del bosque, permitiendo que los Sangre Mágica vieran sus siluetas inmaculadas.

Los ojos blancos de los Hijos del Hielo se encontraron con los de Ahmok, quien no borraba la extensa curvatura para demostrarles que no se sentía intimidado, aunque no era necesario que lo hiciera. Al parecer, ninguno mostraba signos de repulsión o rechazo, ellos solo lo atisbaban de pies a cabeza —notando las diferencias de sus rasgos—, murmuraban entre ellos y luego regresaban a hacer lo cotidiano.

Aquello le generó intriga al humano. Levantó ambas cejas y emitió un silbido.

Lekva. —Esperó a qué el de la máscara lo viera para proseguir—: ¿Los Navarianos son iguales a mí? Me refiero, piel morena y ojos dorados.

—No —respondió de inmediato, pero enseguida dibujó una mueca en los labios, inseguro de lo que contestó—. Eso dicen. A lo que he escuchado, tienen la piel igual de pálida, aunque no tanto como nosotros y ojos negros.

—Entonces, ¿por qué se ven tan tranquilos frente a mi presencia? —cuestionó con una ceja alzada mientras recorría la reja y saludaba a aquellos que le sonreían.

—Ya te lo dije, no eres el primer Sangre Cálida que llega al Reino.

Quería seguir indagando al respecto, puesto que si era verdad eso —y no dudaba de él—, podría ir a buscarlos y saber de qué modo pudieron llegar a ese mundo repleto de frialdad. Después de todo, sospechaba que el libro de su abuela fuera la única variable. Estaba seguro de que existían otros métodos. Pero optó por no averiguarlo, prefería disfrutar del festival junto a su Lekva.

Luego de un par de minutos, aterrizaron frente a una joven que adornaba su cabello con flores de hielo y flores secas. Ella les dedicó una sonrisa apacible y les ofreció sus hojas crujientes.

Presuroso, Ahmok dijo que deseaba probarlos, ocasionando que la mujer riera y tomara un plato. Por lo que K'itam entregó una ita y de inmediato se le fueron entregadas las hojas.

Junto a una reverencia, siendo correspondida por la comerciante, el Vigilante se apartó del puesto. Una vez alejados de ella, él se puso delante del huma y alzó las manos con las que sostenía aquel manjar, ofreciéndole. Los ojos curiosos del nieto de Kororia observaron el alimento.

El platillo consistía en hojas verdes espolvoreadas con varias especias, de cobertura transparente que le permitía tener la dureza de un caramelo. El humano debía admitir que no le apetecía probarlo por esa apariencia, pero estaba expectante de saborear lo que le gustaba a su Lekva, por lo que terminó agarrando una hoja y la llevó hasta su boca de manera muy lenta.

Tuvo que tragar saliva para armarse de valor y empezar a masticar. Escuchó el segundo exacto en que el crujido de la hoja retumbó en su interior; sin embargo, no alcanzó a maravillarse, ya que sintió una mezcla de salado con picante.

Abrió los ojos de par en par.

No cabía en él la sorpresa que le generaba, pues era una combinación que jamás esperó que le encantara. Después de pasar la hoja por la garganta, vio a K'itam con una suave sonrisa.

—Tienes un excelente paladar, Lekva.

El albino sintió el rostro arder, algo que no pasó desapercibido por Ahmok, quien soltó una tenue risa. Avergonzado, el de la máscara le dio la espalda. Aprovechó para comer uno de sus tantos alimentos que más le fascinaba y también para que la pareja pudiese digerir algo.

Durante las primeras horas, en lo que el crepúsculo aparecía en los cielos, Ahmok se dedicó a comer lo que su hermoso le sugería. Llegó a saborear el pan de bosque, un pan en forma de hoja relleno de una miel extraída de flores, que cuando se probaba, daba la sensación de estar oliendo los árboles de un bosque.

También tuvo la oportunidad de admirar los diferentes tótems que había en el mundo. Algunos se dedicaban a tallarlos para que los descendientes de los Sangre Mágica solo escogieran el de su agrado y realizaran el baile, aunque también los vendían con la intención de ser usado como un simple adorno.

Al principio, el moreno pensó que si conseguía uno, podría danzar y lograr que el animal lo protegiera. Sin embargo, K'itam le explicó que no era tan simple. Él debía llevar el tallado de madera al lago Argo para que el Dios Naia lo bendijera y así poder convocar a su protector.

—¿Está muy lejos? —Ahmok había preguntado mientras sostenía entre las manos el tótem de una cigarra y la miraba con detenimiento.

—Se tarda dos Estaciones Nevados en arribar a los inicios de Argo —contestó el de la máscara que se hallaba arrodillado e inspeccionaba los distintos osos—. No es conveniente salir en Aurora, los rora andan sueltos.

A pesar de que Ahmok no podía invocar a un espíritu de hielo, terminó por gastar tres itas para comprar el de la cigarra y regalarla a su Lekva. Sus ojos dorados brillaron cuando notó el tinte rojo en las orejas del hombre de cabellos albos y un ligero estremecimiento en esas manos que quería tocar si pudiera.

—Sé que te gustan —dijo, haciendo referencia al insecto.

—Gracias —manifestó en un tono tosco y fingido.

Trataba de aparentar que en realidad no estaba encantado con el gesto, así que lo tomó entre los dedos y agarró a Kahu para seguir con el paseo, como si no le importara, aunque sus perlas blancas destellaban una enorme luminiscencia.

Una vez que aterrizó el conticinio a Ujo, los Sangre Mágica se aglomeraron alrededor de la enorme fogata, pero no todos. Otros tantos, nada más, estaban cerca para contemplar el baile de protección, uno que daría marcha a brevedad. Ahmok, que tenía en la espalda a Iraia, ya que de cierta manera había dejado de caminar, se aproximó con la intención de admirar el ritual de esa tribu.

Sabía, por explicación del albino, que esa gente ejecutaría los pasos que él hacía cada cinco atardeceres a fin de realizar el llamado del oso. A decir verdad, no le interesaba tanto verlos, pues consideraba que el único que podría robarle el aliento era K'itam.

Incluso así, admitía que albergaba cierta curiosidad en saber qué era lo diferente de lo que solía hacer su Lekva.

Así, seguido del mutismo por parte de los espectadores, la sinfonía creada por los tambores, laúd y calabazas estalló entre los árboles que se situaban detrás de la reja. Mujeres y hombres que tenían los párpados cerrados comenzaron a cantar la canción que K'itam le enseñó en su primer día. Las manos de los bailarines empezaron a moverse junto al ritmo de sus cuerpos.

En un principio, Ahmok portaba un rostro que denotaba su aburrimiento. No le excitaba el espectáculo. Prefería ver al Vigilante, por lo que estaba tentado a retirarse. Pero, en un parpadeo, se dio cuenta de un detalle.

Debido a que la fogata era la única luz de la tribu, las sombras de los movimientos ejercidos por los danzantes se veían en las carpas y cabañas. Las figuras de animales salían desde los dedos de los que bailaban —producto de la Glacérgia que envolvía a los tótems— flores se formaban y volaban por el viento, además los tótems flotaban del mismo modo y se miraba el momento exacto que eran convertidos en espíritus de hielo.

Cuando el nieto de Kororia observó los rostros del resto, notó que una parte de ellos tenía la atención fija en las sombras y no tanto en los creadores de estos. Aunque otros cuantos preferían ver a los que entonaban la melodía.

Ese día era una Noche de Sombras, las siluetas eran las protagonistas.

Finalizando con la sinfonía y pasos de baile, los Sangre Mágica hicieron una reverencia frente a los animales de hielo que corrieron hasta internarse al bosque, dispuestos a protegerlos. Seguido de gritos de emoción, los de la reja siguieron con el festejo de la noche. Comenzaron con la Danza de las Estaciones, esta consistía en imitar los movimientos de la transición de las hojas a la hora de congelarse, todo plasmado entre las sombras.

Los labios de Ahmok estaban elevados a la altura del firmamento de las estrellas, admiraba con un singular brillo las risas de aquella gente que no conocía, pero que le contagiaba esa alegría. La música le hacía sentir tranquilo. Para ese entonces, Iraia y Kahu giraban sobre sí mismos —luego de que el moreno lo bajara de su espalda—, siendo hipnotizados por los cantos, queriendo bailar con la misma sintonía que el resto.

A un costado del moreno, el Vigilante miraba embelesado a la pareja. Sus mejillas le dolían a causa de la enorme sonrisa plasmada en el rostro y los ojos blancos emitían una luz que nada podría opacar. Visualizar el modo en que los cabellos albos de Kahu surcaban en el viento provocaba que su corazón latiera a un ritmo estremecedor. Observar la forma en que Iraia parecía reír en silencio, hacía que K'itam sintiera ganas de derramar lágrimas.

Por ellos, estaba ahí.

Lekva —lo llamó en un susurro, el nieto de Kororia, rozando con suavidad los dedos contrarios.

Aquel contacto generó un escalofrío en el albino, quiso apartarse con brusquedad; sin embargo, algo se lo impidió. Solo pudo llevar su cara a su dirección para darle entender que lo escuchaba.

—¿Qué necesitas, Ahmok?

El referido tuvo que tragar saliva y respirar hondo para tener el valor de ejercer el siguiente movimiento. Dudaba en tocarlo, pues sabía que él siempre huía de su toque. Por lo que, se prometió a sí mismo que si su Lekva lo rechazaba, no volvería a insistir por esa noche.

Condujo ambas manos a las contrarias, hasta entrelazar los dedos. Al instante, sintió cómo el Vigilante temblaba.

—¿Bailarías conmigo?

El aliento de K'itam se ahogó. Los luceros nevados fueron abiertos de par en par y un sonrojo cubrió gran parte de la cara. Durante minutos, que el humano los sintió demasiado eternos, se quedó en silencio sin saber qué decir. Era incapaz de pensar con claridad, los latidos desenfrenados que retumbaban en sus tímpanos le impedía razonar con inteligencia, por lo que terminó dejando que su lado vulnerable aceptara por él.

Asintió con la cabeza, de manera muy lenta, todavía dudoso. Sin embargo, la sonrisa que le dedicó Ahmok junto a una tenue risa, lo convenció.

De reojo, el Sangre Cálida atisbó que la pareja continuaba sumergida en la niebla de la diversión, viéndolos girar, moverse y tratando de imitar pasos de baile. Supo que ellos estarían bien. Enseguida, condujo al Vigilante al centro de Ujo, donde la sonata del fuego les haría compañía. Antes de dar inicio con la danza, Ahmok ejerció una reverencia, acentuando más el tono carmesí en las mejillas de K'itam.

El moreno dispuso una extremidad en la cintura ajena y la otra en el hombro. Siguiendo sus gestos, el albino trató de acomodarse como consideraba lo adecuado, poniendo ambas manos en los hombros contrarios. De ese modo, comenzaron a deslizarse por la nieve.

Sin que los dos lo supieran, sus almas empezaron a entrelazarse en la sonata del conocimiento y calidez que experimentaban ante su tacto o voz. Las comisuras de K'itam dibujaban la alegría. Sin poder retenerlo, el sonido de la risa salió desde lo más recóndito de su ser.

No detuvieron el baile ni sus miradas, aunque Ahmok no podía observar el rostro de su Lekva por la máscara, no le importaba. Tener entre los dedos aquel cuerpo era más que suficiente para él.

Las risas de sus almas no cesaron hasta que sus propias piernas aclamaron por clemencia y sus respiraciones aceleradas les recordaba del dolor de los pulmones. Así que no tuvieron de otra que detener lo que tanto gozaban. Cuando dejaron de moverse, ninguno supo qué decir. El moreno nada más plasmó una sonrisa ladeada y se apartó un poco, aunque en verdad no quería.

—¿Nos vamos? —No esperó respuesta por parte del Vigilante, sino que siguió apartándose—. Iré por Kahu e Iraia.

Sin mayor demora, giró sobre los talones y caminó hasta perderse de la vista de K'itam, quien aún no salía de su excitación. Al cabo de unos segundos, llevó la mano al pecho para poder reparar en los latidos de su propio corazón.

Estaba asombrado de que permitió dejarse llevar por el humano, pero no se arrepentía. Dispuesto a avanzar hacia Ahmok, recorrió unos pasos; no obstante, una mano en el hombro lo detuvo.

—K'itam, cuánto tiempo sin verte —saludó el Reejá, el líder de Ujo—. Te vi muy cómodo con ese Sangre Cálida.

Sudor frío empapó el rostro del Vigilante, el color rosado de sus labios se esfumó y todo el cuerpo le tembló.

Tenía miedo.

Quería huir, correr y alejarse de él. A pesar del pavor que lo asfixiaba, se atrevió a hablar.

—¿Qué busca de mí, Reejá?

—Vengo a recordarte que tengas cuidado —murmuró—. No olvides lo que sucederá si vuelves a cometer el mismo error. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro