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Capítulo 8: Noche de las Sombras (Parte 1)


Bosque de los amantes perdidos, Reino de los Sangre Mágica.

En esa noche, como un ritual que había adquirido, Ahmok no podía internarse a los susurros de los sueños para poder descansar de manera apropiada y conseguir escapar de la densa niebla en la que se encontraba sumergido, luego de haber oído a su Lekva pronunciar aquel relato. Pero, a diferencia de otros días, esta vez no prestaba atención a la bulla de los rora y al sonido del hielo a la hora de liberar la protección en el oso.

No, se trataba de otro malestar el que causaba su escape al descanso, era un dolor intenso en la parte derecha de la cabeza. La punzada le generaba que hiciera muecas y presionara esa zona con las yemas de los dedos con la intención de disminuir la incomodidad, aunque no lo conseguía. Además, por más que daba vueltas en el lecho, era incapaz de alejar la dulce voz de K'itam; repetía de manera constante esas palabras.

Cuando regresaron a la cabaña esa misma tarde, luego de haberse disculpado por gritarle de esa forma, ambos comenzaron a platicar respecto a lo que le carcomía. Si es que lo podía llamar conversación, cuando solo mantuvo la mirada en el suelo y permaneció en el eterno mutismo mientras escuchaba la verdad acerca de su abuela. Condujo una mano a los cabellos oscuros para despeinarse y soltar un suspiro. De nuevo regresaba a su mente la historia.

Según K'itam, hacía un par de Era Cristal [1] atrás que las rejas no formaban parte de los mapas actuales, puesto que los del Reino aceptaban a los Sangre Mágica con una sonrisa adornando esas comisuras; sin embargo, las mismas personas que les tendían una mano cálida a los de piel pálida, después soltaron vocablos envueltos en terror.

—No sé muy bien el motivo de ese rechazo hacia nosotros. —Había dicho el hombre que otra vez se colocó la máscara para que el moreno no viera su seriedad—. Solo conozco esta versión de los hechos, así que lamento si no es lo que buscabas de mí.

Eso fue lo que liberó desde sus labios, después de todo, cada tanto durante las Estaciones de Nevado en que se presentaban los rora —los meses Aurora, Nocturnia, Cantoluz y Centelleo—, el rey mandaba llamar a los de cabellos albos. Lo hacía para que pudiesen bailar el canto de protección en sus enormes salones, y así los tótems fueran cubiertos por el hielo, pudiendo cuidar el mundo entero. Ese festival fue llamado: Noche de las Sombras.

A lo largo de la Estación Centelleo, el rey Otecio —el progenitor de Ahao, el actual soberano—, convocó a los de ojos blancos a que asistieran a la danza que se efectuaría frente a los Navarianos que tenían perlas negras brillantes por el éxtasis que sentían ante la idea de ver la hermosura de los Hijos del Hielo, nombre que los Sangre Mágica recibieron por un tiempo.

Y entre los invitados, había tres niños que gritaban su emoción de poder asistir por primera vez al evento, que anhelaban experimentar en carne propia cuando pudiesen convocar a su tótem.

Kahu, Iraia y Kororia reían con estruendo entre las calles empedradas de la ciudad principal, donde iluminaban las viviendas de piedra con Lumas y bailaban arriba de una lluvia de copos de nieve.

Los tres eran inseparables, no había algo que no hacían sin la presencia de alguno. Inclusive, alcanzaron a ejecutar los pasos a la perfección del baile del Dios Naia en diferentes Estaciones, pero se negaron a asistir al palacio hasta que pudiesen estar juntos.

El día que se presentaron frente a Otecio, las respiraciones de los espectadores se tornaron deseosos ante la belleza del espectáculo. Kahu e Iraia congelaban los latidos desenfrenados de los Navarianos, los ojos negros de aquella estirpe se sorprendían ante las inminentes figuras de un zorro y dos lobos que aullaban, erizando los vellos de los presentes.

Entre los que cayeron encantados, uno de ellos fue Ahao, el heredero del Reino, quien se acercó con las mejillas manchadas de un ligero carmesí hacia los amigos. Ellos reían extasiados por haber conseguido lo que tanto desearon a lo largo de su infancia.

Ahao se presentó ante ellos, dijo que quería ser parte de esa amistad. A pesar de que se refería a los tres, él no dejaba de mirar a Iraia.

Luego de aquel acontecimiento que marcaría sus vidas, las Estaciones de Nevado transcurrieron alrededor de los pueblos y bosques como un ligero soplo que alborotaba las hebras. De pronto, los cuatro amigos contaban con alrededor de veintiocho años. Para ese entonces, ya existían pocas rejas; no obstante, el reino aún no rechazaba la existencia de los Sangre Congelada.

De hecho, los Navarianos trataban de asistir a la Noche de las Sombras que se hacía en las salas del palacio solamente para admirar el baile de Kahu e Iraia, dos hombres que sedujeron a los del reino.

Por desgracia, aquella armonía y felicidad se vio opacada. Sucedieron dos eventos que destruirían la amistad entre los Sangre Mágica y los Navarianos. A tales alturas, se desconocía por completo cuál acontecimiento fue primero, aunque no les importaba averiguarlo.

En una tarde, los Acas —los encargados de proteger a los habitantes del mundo de los rora, un guerrero— comenzaron a perseguir a Kororia que llevaba a rastras a sus dos mejores amigos que habían perdido la habilidad de sentir dolor, pues se decía que Iraia traicionó el Reino y por eso Ahao lo castigó junto a su amado.

No solo eso, sino que levantó el decreto en el que prohibía que dos hombres se amaran, de lo contrario, sufrirían el mismo destino que esos dos.

Kororia corrió lejos del palacio, con lágrimas mojando sus mejillas, se internó en uno de los tantos bosques para nunca volver a pisar la ima —ciudad— central.

Ahao no supo el paradero de los jóvenes que una vez fueron las personas más valiosas para él. Sin embargo, lo que no sabía era que la abuela de Ahmok se hizo la Vigilante de los amantes maldecidos para velar por su bienestar. Se contaba que ella viajaba con la pareja por cada montaña, buscando algo.

Hasta que los tres se adentraron al bosque que más tarde sería bautizado como el Bosque de los amantes perdidos, puesto que se habían extraviado en su interior alrededor de varias Estaciones, hasta que la pareja fue encontrada por el próximo Vigilante, pero Kororia jamás apareció.

Al mismo tiempo —o eso se creía— los Navarianos empezaron a rechazar a los Sangre Mágica, siendo obligados a marcharse a las rejas. 

Bosque de los amantes perdidos, Reino de los Sangre Mágica.

Al traspasar los primeros vestigios de los albores, del sexto día, luego de ese momento, Ahmok no se molestó en fingir que había dormido. Se levantó tan rápido que pudo, puso ambas manos a los laterales de la cabeza y ejerció presión para tratar de disminuir aquel dolor que le martillaba hasta el punto de soltar un gemido, ahuyentando a K'itam de su descanso.

El Vigilante arrugó la frente y abrió los ojos, no sin antes desear regresar a la oscuridad de la que venía. Llevó el antebrazo a la altura de sus perlas con la intención de volver a conciliar el sueño, pero fue imposible, el ruido constante de los quejidos del otro hombre le impedía ignorar la situación.

Suspiró derrotado.

Levantó el torso, condujo la vista al moreno que todavía tenía las manos en las sienes. Ante esto, el albino arqueó las cejas y abrió los labios, dispuesto a preguntarle si estaba bien, aunque se arrepintió al instante. Volvió a acostarse.

«No es mi asunto...», trataba de convencerse; sin embargo, terminó por emitir un bufido.

No era de su incumbencia, pero no sería descortés con él. Por fin se puso de pie, hurgó entre los baúles hierbas que podrían ayudarle a disminuir el malestar. Una vez que halló lo que buscaba, caminó hasta posicionarse frente a su invitado y le extendió el remedio.

El humano levantó la mirada y lo contempló con sus cejas fruncidas, puesto que le irritaba cualquier atisbo de luz o ruido. Los párpados inferiores se encontraban más negros que el día anterior y eso ocasionó que K'itam se desconcertara.

—¿Acaso no te gusta dormir de noche? —cuestionó en un timbre que denotaba perplejidad.

Ahmok nada más rodó los ojos y bufó, aunque también condujo los dedos en el mentón, considerando que quizá era su oportunidad para revelar esa parte suya.

—Me es imposible dormir cuando todo está oscuro, necesito tener un poco de luz —respondió en un tono bajo y sin atreverse a verlo a los ojos.

—¿Por qué?

Silencio total, el nieto de Kororia se negaba a decir más allá de lo mencionado y el albino, al entender aquello, solo suspiró en muestra de renuncia.

»Hoy pensaba llevar a Kahu e Iraia a la reja Ujo —continuó el Vigilante, quien se apartó una vez que el contrario cogiera las hierbas y comenzó a preparar la cubeta para asearse—. ¿Vienes?

Luego de masticar con una mueca de desagrado lo ofrecido, el Sangre Cálida asintió y después dibujó una débil sonrisa.

—¿Planeas abandonarme ahí? —preguntó con mofa, haciendo que K'itam sintiera un tic nervioso en el ojo—. Es una lástima, al descubrir que esos dos son importantes para mi abuela, no pienso apartarme de ellos.

Al momento de que terminó las últimas palabras, el de la máscara detuvo su labor de colocar gran cantidad de nieve en la bañera de madera para, posteriormente, derretir y miró al moreno. Se notaba a leguas la perplejidad.

—¿Ahora te interesan? —Se obligó a no decir: «no creas, que no he visto cómo los miras». Negó con la cabeza y regresó a lo suyo—. Te llevaré al ritual de la Noche de las Sombras. Además... —Guardó silencio alrededor de unos minutos que para Ahmok le resultaron eternos, tanto que elevó una ceja—, tal vez averigües algo del libro. Aquí no hallarás respuestas, ya hemos recorrido muchas leguas del bosque.

El moreno se resistió de reír, ya que por ese día, no deseaba molestar a su Lekva.

—Me parece bien.

Durante el resto del día, K'itam hizo su rutina como acostumbraba. Paseaba por los alrededores del bosque, cosechaba los tubérculos y conversaba con los amantes maldecidos, aunque ahora, a su rutina se le unió el humano que le hacía sentir un poco incómodo; no obstante, comenzó a acostumbrarse a oírlo dialogar sobre las costumbres de Ica.

Así fue como se enteró de la existencia de los Elegi y lo desagradables que eran, también entendió la razón de su comportamiento hostil hacia Kahu e Iraia. Y la verdad, no lo culpaba. Quizá si hubiera crecido del mismo modo que él, probablemente pensaría de esa forma.

Por lo menos, luego de que se enteró de lo mucho que significó la pareja para su abuela, vio un gran cambio en Ahmok. Todo indicaba que se esforzaba para no tratarlos con aversión, pues parecía que quería ser gentil. Y K'itam sabía que solo era con la intención de no herir a Kororia, pese a que ella no estuviera en ese lugar.

Fueron cuales fuesen sus razones, al menos lo intentaba y eso era suficiente para él.

A la hora del lubricán, el Vigilante condujo al Sangre Cálida a las afueras del bosque, rumbo a la reja. Mientras lo guiaba a través de los pinos, sujetaba desde la mano a Kahu, quien se aferraba a sus dedos, disperso en sus propias cavilaciones. De reojo, oteaba a Ahmok, él arrastraba a Iraia del mismo modo, atento a sus movimientos. Cuando el albino tropezaba, el humano frenaba los pasos y lo ayudaba.

K'itam notaba su disgusto, empero, el humano ya no ignoraba su estado y eso hacía que dibujara una sonrisa. Tal vez con el pasar de las Estaciones, él comenzaría a agarrar cariño a la pareja.

Tal pensamiento hizo que se paralizara y sintiera las mejillas coloradas, producto de un sonrojo incontrolable.

«¿Con el pasar de las Estaciones? ¿De verdad quiero que él siga a mi lado?», abrumado, apretó los puños a los laterales y se mordió los labios.

Detrás de él, Ahmok se detuvo y lo contempló con ambas cejas alzadas. Había ocasiones en que el Vigilante frenaba sus movimientos y eso lo consternaba, ya que era incapaz de entender sus razones, por no poder leerlo por esa estorbosa máscara.

—¿Algún problema, Lekva? —preguntó mientras se situaba a un costado suyo.

—¡No! Ninguno —dijo, apresurándose a caminar. Aunque agregó en un murmullo, sabiendo que él no podría oírlo—: Mi nombre es K'itam.

Luego de avanzar varias leguas de distancia, el eco de la música que se levantaba por el viento se oía. Una melodía producida por tambores, de laúd y flautas llegaba hasta los oídos de Ahmok, quien se detuvo durante unos instantes en lo que discernía que dentro de poco conocería otros rostros, además de su precioso Lekva.

No tenía ningún pavor, pero quería estar preparado para cualquier reacción de su parte.

No muy lejos de aquel sentir, el Vigilante también pausó los pasos, empero a él le preocupaba otro tipo de pensamientos. Estaba seguro de que en esos momentos su rostro se encontraba sudoroso y cenizo a causa del miedo que provocaba ligeros temblores en los labios. Incluso llevó las manos a la máscara para comprobar que seguía ahí.

Hacía tantas Estaciones de Nevado que no se atrevía a regresar a la reja que lo vio nacer. Se obligó a olvidar de su existencia porque de solo pisar aquellos terrenos lo obligaba a que lo viera a él entre sus recuerdos, que lo escuchara decir su nombre. Evocar que los Sangre Mágica eran capaces de aparentar que no tenían corazón para proteger su propia estirpe no le gustaba, por eso fingía que Ujo no estaba tan cerca del bosque.

Seguidamente de esos amaneceres, K'itam no estaba seguro si los odiaba o les temía; sin embargo, mientras no se desprendiera de su escudo, estaría bien. Además, mientras ellos no estuvieran presentes en el festival, también se sentiría a salvo.

Buscó inhalar y exhalar un par de veces antes de hurgar entre una bolsa de piel con la finalidad de extraer monedas de un material que se caracterizaba por ser transparente. En su cara principal, tenían grabados de letras en el idioma milíco, una segunda lengua que los primeros ancestros del Dios Naia desarrollaron al momento de oír la cantata de una tormenta de nieve, seguido de un alud.

En el centro, había un patrón de runas mágicas entrelazadas. Alrededor, imágenes de picos de montañas cubiertos de nieve. En el reverso, estaba un árbol con ramas que se extendían hacia el cielo.

De inmediato el albino extendió la mano y la guío hacia el moreno, quien no dudó en aceptar lo ofrecido.

—En Ujo puedes adquirir vestimentas y alimentos —explicó en un tono bajo y sin atreverse a verlo—. Te recomiendo «crujientes de hojas de bosque», son muy deliciosas.

—Gracias, Lekva. —Sonrió, sin ninguna otra intención—. Aunque prefiero tu comida. El té de aurora es lo más exquisito que he probado.

K'itam sintió cómo se sonrojaba, pero lo ignoró, retrocedió y empezó a alejarse, oyendo de lejos la risa del humano. El Vigilante no lo sabía; no obstante, además de que sus mejillas fueran cubiertas por el tinte rojo, sus orejas sufrían el mismo destino y Ahmok disfrutaba admirar aquel detalle.

—Camina, debemos llegar antes del anochecer.

Glosario:

1. Era Cristal es lo que se llamaría «año». Cada era o Cristal tiene un total de 605 días. 

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