Capítulo 15: El corazón de Kahu
Reino de los Sangre Mágica, Norte del mundo; ciudad principal (varias Eras Cristal atrás).
Los albores comenzaban a mostrarse a la altura del cielo en el Reino de los Sangre Mágica, este se pintaba en una paleta de colores que parecía sacado de los sueños más hermosos de los Navarianos.
A la entrada de la ciudad, Kahu e Iraia se desmontaron de los lobos. En eso, levantaron los rostros para poder admirar la beatitud del inmenso techo. Las estrellas todavía titilaban en un profundo manto de oscuridad, excitando a los rora que buscaban con desesperación a un Hijo del Hielo para poder beber de esa sangre que les encantaba.
A medida que el sol empezaba a asomarse en el horizonte de ima, los tonos índigo y violeta cedían paso a una suave gama de rosas y naranjas, ahuyentando a los enemigos letales de la pareja.
Sin embargo, a pesar de la hermosura del espectáculo visual que ofrecía el amanecer, el frío de los sollozos de Naia hacía que Kahu se aferrara en la gruesa capa de animal que trataba de protegerlo de esa crueldad. Una brisa helada soplaba desde el Norte, trayendo consigo el aliento del mundo al que pertenecían: una nieve que nunca los abandonaba.
A un costado del albino, que presumía un cabello largo que llegaba hasta la altura de la espalda, Iraia se envolvía en su abrigo tejido de telas Aba, una que se elaboraba con hojas comunes, aunque forjadas con hechizos con la finalidad de ahuyentar la frialdad de los bosques.
Tenía los brazos cruzados, sus dientes vibraban; no obstante, sus mejillas pálidas estaban cubiertas por un lienzo rojo y los labios se hallaban elevados hasta el pico de las montañas grisáceas. Inclusive, sus ojos destellaban una inmensa brillantez.
—¿Estás bien, Iraia? —cuestionó su amigo. Él restregaba las manos entre ellas con tal de buscar algo de calor. Su mirada puesta en el contrario, expectante de su reacción y embelesado con esa curvatura. Aquel gesto de alegría por parte de Iraia provocaba que los latidos del corazón se escucharan en sus propios oídos—. No creí que haría más frío en ima que Atura. —Soltó una suave carcajada que terminó en un tenue ronquido, generando que su amigo lo viera con algo de burla—. De lo contrario, te hubiera hecho caso de usar una capa con runas.
El referido pasó las yemas de los dedos de la mano derecha por los labios, un movimiento que Kahu hacía tantas Eras Cristal descubrió y que de cierta manera le encantaba que él lo hiciera. Cada vez que notaba ese ademán, le era inevitable no posar sus luceros en aquel color que lo incitaba a probar.
En esa ocasión, no fue la excepción, podía sentir como su propia boca temblaba ante el deseo de desear saborear esa piel.
—No tengo problema —dijo en un tono tranquilo y relajado—. Yo le hice caso a Kororia cuando nos advirtió que en ima suele ser más fuerte el frío. —Se pasó la mano por el cabello—. No es mi culpa que la hayas ignorado.
Kahu llevó su zurda a la frente para, enseguida, negar con la cabeza y suspiró con dramatismo. Verlo de ese modo, nada más causó que el otro albino ensanchara la sonrisa. Le resultaba divertido la forma en que dramatizaba cualquier cosa que le decía a modo de reproche.
Mientras avanzaban por las calles de la ciudad principal del Reino, los pasos resonaban en la piedra lisa que formaba las calles que eran iluminadas por lumas, esferas que en el aire flotaban como luciérnagas encantadas. Las viviendas fueron elaboradas de piedra, cubiertas por hielo y runas que evitaba que se destruyeran con facilidad.
En las paredes había dibujos de animales que tenían en sus cuerpos copos de nieve. Asimismo, se tallaron personas que mantenían los brazos extendidos a un árbol a la vez que una lluvia de nieve los rodeaba.
Para Kahu e Iraia, no era la primera vez que se encontraban ahí, pero el entorno era maravilloso que provocaba que soltaran gritos de exaltación. El de hebras largas se movía de un lado a otro, inspeccionando las estructuras de la urbe y los comercios en el que vendían ocas, flores rociadas con tres mieles distintas. Cada vez que probaba aquel manjar, liberaba una larga carcajada, seguido del ronquido que se escapaba al terminar el sonido de la diversión.
A tales alturas, no le interesaba si los Navarianos o Sangre Mágica lo contemplaban con extrañeza. Él estaba encantado de volver a estar en ima.
Su amigo solamente lo veía junto a una expresión de ternura. En eso, alguien lo tocó desde el hombro, haciendo que emitiera un respingo y se apartara de esa persona de inmediato. Frente suyo, se ubicaba su mejor amiga, cuya sonrisa hacía que sintiera una calidez en el pecho. Los ojos blancos de Iraia se achicaron cuando le sonrió y condujo un brazo para palpar con afecto esa mejilla.
—Te estábamos esperando, Kororia —expresó el de cabello corto.
Ella emitió una ligera risa y miró con una mueca de diversión a Kahu que seguía recorriendo las calles con la misma excitación.
—Es lo que veo.
Los tres continuaron con el recorrido. Los colores brillantes de la ciudad danzaban en el aire, creando un espectáculo de luz y sombra que los dejaban maravillados. En cada esquina por la que paseaban, descubrían nuevos paisajes. Se toparon con una fuente que fue colocada en una estatua de un búho que desplegaba las alas, desprendía frescura en el aire.
De la misma manera, se hallaron con un jardín de Orquídeas de Cristal, flores que tenían pétalos translúcidos que refractaban la luz de modo deslumbrante y estatuas animadas que parecían cobrar vida con cada paso que daban.
Reino de los Sangre Mágica, Noroeste del mundo, lago Argo.
Transcurrieron alrededor de cinco Estaciones de Nevado cuando Iraia alcanzó a perfeccionar el baile especial para que pudiera convocar a su tótem. Kahu todavía recordaba el día que su amado corrió hasta él para decirle la grata noticia de su avance, evocaba esas mejillas rojas, aquellos ojos brillosos y la sonrisa que dibujaba con emoción.
Jamás podría olvidar ese rostro, pues su corazón había latido tan deprisa que sintió que moriría en ese instante. Pero fue consciente que seguía con vida en el segundo exacto en que Iraia lo abrazó y le llegó el aroma delicado que él desprendía.
Lo arropó entre sus brazos, lo cargó para hacerlo girar, obteniendo como recompensa la melodiosa risa del hombre al que se enamoró.
—Kahu, ¿me acompañas al lago Argo para pedirle la bendición a Naia? —pidió entre jadeos, ya que corrió un largo tramo, buscándolo—. Solo nosotros dos.
Kahu no pudo negarse, pese a que necesitaba hacer muchos deberes pendientes.
A lo largo de su viaje juntos, Kahu descubrió que cada momento compartido con Iraia era como un alud que lo encerraba en un fuego en el corazón. Había algo en la forma en que él sonreía, en como sus luceros se encendían con curiosidad y en la calidez de su risa que lo dejaba sin aliento. Poco a poco se percató que nunca podría amar a alguien como lo amaba a él.
Cuando llegaron al lago, el firmamento de las estrellas les acariciaba hasta el punto de querer arrodillarse en el manto nevado y llorar a mares para rendir sumisión a Naia. Iraia fue el primero en respirar hondo, puesto que los nervios le provocaba que sus piernas le temblaran y se pasara la mano por el cabello.
—¿Te sientes preparado? —preguntó Kahu en un tono suave mientras le tocaba la mejilla con cariño.
Otro suspiro brotó desde los labios de Iraia. Contempló a su amigo y tuvo el impulso de abrazarlo, este le correspondió en cuestión de un parpadeo, estrechándolo en su pecho a la vez que le besaba la sien.
—Lo harás muy bien, confío en que lo conseguirás —comentó en voz baja.
No sabía qué era lo que necesitaba hasta que esas palabras llegaron a sus tímpanos. Aspiró el aroma a Adeo que lo calmaba. Tardó varios minutos en armarse de valor, tiempo en que el de cabello largo no dejó de pasar las manos por la espalda y de besarle. Luego de un extenso segundo, Iraia se separó de su amigo y giró hacia Argo.
El lago se extendía frente a él, sus aguas quietas causaban que los estremecimientos de las piernas se desvanecieran. Con una reverencia, se sumergió en su interior, siendo empapado en el manto líquido y rodeado por los peces. Había una capa ligera de hielo que comenzaba a formarse por su llegada, lo ayudó a elevarse y a caminar hasta el centro.
A cada paso que daba, la frente le sudaba, tragaba más de una vez saliva y no dejaba de pasar la mano por el cabello. En el momento que aterrizó al lugar que necesitaba estar, respiró hondo y cerró los párpados. Con serenidad, recitó palabras de amor y devoción hacia Naia, su Dios.
El silencio del crepúsculo fue interrumpido por la melodía de las plegarias que se alzaban como cánticos sagrados en el viento.
Detrás de él, Kahu lo contemplaba con sus mejillas teñidas de un carmesí. Teniendo el privilegio de admirar aquel suceso, se sentía tan afortunado que le dolía la cara por ser incapaz de borrar la sonrisa plasmada. Incluso le incomodaba sus latidos incesantes, pero también le fascinaba.
En eso, Naia respondió al llamado de Iraia. El cielo oscureció y una nevada sedosa comenzó a caer, cubriéndolo. El albino era arropado por el frío; sin embargo, no llegaba a afectarle, pues era la bendición de su Dios. Entonces, desde las profundidades del lago, emergió un lobo de hielo, cuyos ojos brillaban con la luz de las estrellas.
Era el símbolo de la protección divina, la señal de que su devoción había sido escuchada.
Cuando Iraia regresó junto a su amigo, Kahu encontró el coraje para confesar sus sentimientos. Observaba a Iraia con tanta fijeza que causó que este se sonrojara.
Reuniendo toda su valentía, alzó la mano para colocarla en la mejilla contraria.
—Iraia. —Comenzó, su voz temblaba por la inquietud que experimentaba su corazón—. Desde el momento en que te conocí, supe que eras alguien especial. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar.
Los ojos de Iraia se ampliaron en sorpresa ante los vocablos por parte de su amigo, pero pronto se llenaron de ternura. Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Kahu —respondió él con un tono quebrado—. También te amo.
Con el corazón inundado de felicidad, Kahu se acercó a Iraia y lo envolvió en un cálido abrazo. Bajo las estrellas que contemplaban el inicio de un juramento, sellaron su amor con un beso que parecía fundir sus almas en una sola. En ese momento, el mundo desapareció a su alrededor.
Reino de los Sangre Mágica, Palacio del Hielo.
En lo más profundo de las heladas tierras del Norte, donde el viento susurraba historias antiguas entre los picos nevados, se alzaba el Palacio del Hielo. Esta imponente fortaleza, cuya construcción era un misterio envuelto en leyendas, se erigía como un monumento a la resistencia y la belleza efímera.
Sus muros de piedra, tallados con habilidad por manos expertas, brindaban una base sólida y eterna que desafiaba incluso al frío más implacable. Columnas de hielo se levantaban como guardianes centinelas.
Desde los pasillos de piedra y hielo, se escuchaban los pasos presurosos y elegantes de Ahao, el heredero del Reino. Entre las manos cargaba un libro que parecía tener una cubierta desgastada. Portaba una sonrisa de plena dicha y sentía punzadas en el estómago, producto de la agitación que experimentaba, pues dentro de poco se encontraría de nuevo con Iraia.
No recordaba con exactitud el tiempo en que no lo veía. Quizá desde la última Noche de las Sombras. Aunque en verdad no le importaba, solo le interesaba poder conversar con él y poder observarlo reír. Lo amaba, adoraba y deseaba poder ser su pareja.
Por desgracia, al momento de atravesar las puertas que lo separaban y lo contempló entre los brazos de Kahu, sus ojos negros se contaminaron de la envidia.
La maldición nació.
Continuará...
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