Capítulo 14: El lago Argo
Reino de los Sangre Mágica, Bosque de los amantes perdidos.
Entre los dedos largos y morenos, Ahmok giraba el tótem de un zorro, esperando a que su Lekva lo alcanzara hasta donde estaba. Se encontraba arrodillado, tenía la espada encorvada y, con la otra mano que se hallaba apoyada en una pierna, se tocaba el mentón. Sus labios dibujaban una enorme sonrisa y aquellos ojos dorados brillaban.
Había jurado que no obligaría al albino y no lo hizo. Por lo que se sentía tan excitado al saber que cambió de opinión a último momento. Aunque, de cierta manera, presentía que K'itam se forzó a seguirlo por el bien de Iraia. Solo los amantes tenían ese poder en él.
El ruido de los pasos apresurados de K'itam alertó al humano de su pronta aparición. Guardó el tótem entre la bolsa, la volvió a colgar en el hombre y se colocó de pie, mirando la silueta de ese hermoso hombre que corría hasta él.
Cuando el Vigilante aterrizó a la vista del huma, se detuvo. Su corazón latía a gran velocidad, por suerte, la máscara cubría su rostro sonrojado. Pasó la lengua por los labios, quedándose mudo al instante, sin saber qué decir.
La mirada que le dirigía el Sangre Cálida lo ponía nervioso. Esos luceros dorados lo atisbaban con tanta intensidad que sus manos temblaban, la indiferencia que el moreno mostraba hacía que quisiera retroceder.
«¿Me equivoqué? ¿No fue él quien me preguntó si quería acompañarlo?», se cuestionó mientras tragaba saliva.
Ninguno se atrevía a emitir vocablo, no daban una señal de comenzar con la plática. El silencio perduró durante largos minutos que se sintieron eternos para los presentes.
La sinfonía que era creada por el viento desacomodaba los cabellos oscuros de Ahmok, la música de los animales que paseaban por el entorno hacía que los suspiros de K'itam se escucharan con mayor nitidez. La ausencia de palabras hubiera seguido presente, de no ser por el huma que ladeó una sonrisa, enseguida condujo los dedos de la diestra al mentón y contempló a su Lekva con un atisbo de diversión, generando un tic nervioso en el ojo del contrario.
—La primera parada a la que pensaba ir era al lago Argo —expresó el humano sin borrar la curvatura del rostro—. Espero no haberme equivocado de camino, ¿o si lo hice, Lekva?
Los ojos blanquecinos del Vigilante emitieron una débil luminiscencia. Le agradecía que fingiera que no hubiese existido esa discusión entre ellos dos.
K'itam deslizó una suave sonrisa. Empezó a respirar, por lo menos, tres veces para calmar los latidos desenfrenados y para disminuir los temblores que lo atacaban. De soslayo, oteó la forma en que Iraia miraba a Kahu, sin parpadear o quitar la intensa contemplación. Verlo más tranquilo, causó que se convenciera a sí mismo que había hecho lo correcto.
Todavía le aterraba pensar que el Reejá se enteraría de su huida. Sin embargo, para ese entonces, ya se encontrarían bastante alejados. Además, él no podría hacerle daño, pues todo lo que le importaba en la vida estaba a su lado.
No volvería a lastimarlo.
Carraspeó a levedad con la finalidad de despejar el nudo en la garganta y se acomodó la máscara.
—El lago Argo se localiza al Oeste del bosque —informó en un tono suave, dando por terminada su disputa con el huma—. Por este camino, llegarás al Norte, te estás desviando.
Ahmok emitió una tenue carcajada ante su equivocación, se encogió de hombros, importándole poco. Enseguida, recorrió el tramo que lo separaba del amante de Iraia, lo sostuvo desde la mano y observó a su Lekva.
—¿A dónde, entonces? —preguntó con una ceja alzada a la vez que caminaba hasta posicionarse a un costado suyo.
—Espera, debo de enviar un mensaje a alguien —musitó el de cabellos blanquecinos en un tono bajo—. Le avisaré que no estaré en el bosque durante un tiempo.
Ahmok entreabrió los labios, quería preguntarle por qué era importante entregar ese aviso, pero se resignó a quedarse callado. Asintió con la cabeza, señalando que lo esperaría mientras regresaba al árbol para recargar la espalda, cruzó los brazos y atisbó con curiosidad al de la máscara.
A continuación, K'itam respiró hondo, avanzó hasta posicionarse en medio del lugar, en cuestión de segundos, extendió las manos hacia el frente. Comenzó a recitar palabras en el idioma del Dios Naia, desde los dedos, la Glacérgia se presentaba en forma de niebla, cuya energía llegaba hasta el suelo.
Desde los sollozos puros, se desprendieron copos de nieve que rodearon el cuerpo del Vigilante, este recitó en susurros el mensaje que quería transmitirle a Endier. Él lo apoyó luego de la muerte de Aket, le tendió la mano. Frecuentaba llevarle cada tanto hortalizas y frutas a una parte del bosque para luego marcharse sin que nadie se percatara.
La Llamada de los Copos consistía en plasmar el sonido de los labios en el interior de aquel manto nevado, estos cuando recibían el mensaje, se iluminaban de un color azul brillante y danzaban por el viento hasta desplazarse a la persona a la que estaba destinado el dialecto.
Estando en el tronco recargado, los ojos dorados de Ahmok emitían una intensa luminiscencia ante la belleza que estaba presenciando, tenía la boca abierta y las mejillas pintadas de un ligero carmesí.
Sus comisuras se elevaron a la altura del cielo y el corazón martilló en el pecho. Aunque no lograba ver el rostro de su Lekva, aseguraba que este portaba un bello semblante, no tenía duda en ello.
Terminando el conjuro, el albino empujó los copos con las manos, orillándolos a escapar de los árboles y marchar a su destino indicado. Cuando no hubo rastro de la Glacérgia, bajó los brazos a sus costados de manera lenta, cerró las perlas por unos escasos segundos y después respiró.
Giró el cuerpo en dirección al humano que lo miraba con tanta admiración, aquellas facciones le daban la impresión de que eran tanto suaves como cariñosos, lo suficiente como para sentirse avergonzado. Tuvo que carraspear la garganta con la finalidad de llamar la atención del contrario, quien requirió de parpadear varias veces y de deslizar su sonrisa habitual para aparentar normalidad.
—¿Terminaste? —inquirió mientras se alejaba del árbol para volver a estar a su lado—. Entonces es momento de marchar, recuerdo que dijiste que se demora dos Estaciones Nevado en acercarse al lago Argo.
De inmediato, agarró el antebrazo de Kahu, quien ladeó la cabeza, entendiendo que era momento de continuar con el recorrido.
Caminaron hacia el Oeste.
»Camina, Lekva —lo llama sin mirarlo—. Me gustaría poder avanzar una gran distancia antes de que las estrellas aparezcan. Por cierto... —Llevó las manos a los bolsillos del pantalón y de reojo oteó al de la máscara que lo seguía de cerca en silencio—: Me he acostumbrado a estar alerta durante la noche, no tengo problema en vigilar y enfrentarme a los rora si es necesario hacerlo.
K'itam frenó los pasos a mitad del sendero, se mordió los labios y retuvo el aliento por unos minutos. Debía admitirlo, temía lo que sucedería con los dos estando en el exterior en una Estación en el que los rora andaban con libertad. Sabía defenderse contra su furia, solo que el pavor de no ser capaz de proteger a Kahu e Iraia era lo que causaba que se le erizaran los vellos de los brazos.
—Espera, Ahmok —murmulló en un tono debilitado y con el rostro puesto en el suelo, la inseguridad de cometer un error a la hora de ejecutar el hechizo que tenía pensado ejecutar, le hacía dudar. Al segundo exacto en que atisbó que Ahmok también cesaba el andar para prestarle la debida atención, de nuevo respiró hondo y levantó la cara para proseguir—: Conozco una forma de apresurar el camino. Todavía demoraremos en llegar a Argo, pero será menos.
El moreno elevó una ceja y condujo los dedos al mentón, expectante a lo que dirá.
—Déjame adivinar, ¿harás algo con la nieve para que nos ayude a caminar más rápido? —preguntó en un tono burlón en la voz mientras ladeaba una sonrisa.
K'itam sintió un tic nervioso en el ojo; sin embargo, no le quedó de otra que asentir para confirmar sus sospechas. En respuesta, el humano solo emitió un silbido.
»Eres muy interesante, Lekva —dijo sin borrar la curvatura—. Adelante, espero que realices ese algo que nos ayudará en esta travesía.
Por unos largos minutos, el albino no se movió.
K'itam se encontraba frente a un desafío que lo llevaba a un terreno desconocido y lleno de incertidumbre. Era cierto que conocía un método efectivo para poder trasladarse en menor tiempo, empero jamás lo usó en toda su existencia. Al fin y al cabo, los Sangre Mágica crearon ese aliento de Glacérgia cuando aún permanecían unidos a los Navarianos con la finalidad de facilitar los comercios.
Pese a que, quizá en la actualidad, muy pocos Sangre Congelada necesitaban de utilizar el Llamado Lobo, sabía de ese conjuro debido a que su padre le enseñó todas las runas y hechizos existentes en el Reino. Inclusive, le entregó el libro que los ancestros de los Hijos del Hielo escribieron en Auran, cuyo contenido fue estudiado por él durante muchas Eras Cristal.
Le excitaba poder emplear la magia más allá de lo requerido para sobrevivir, por lo que sus ojos blancos emitían una luminiscencia. Sentía nervios y cierta vacilación, pero la expectativa era aún mayor.
Otro suspiro salió desde sus labios.
En cuestión de un parpadeo, K'itam se arrodilló en la nieve. Con la imagen nítida en la mente de las palabras, trazó runas antiguas con dedos temblorosos.
El viento gélido que danzaba por el bosque acariciaba su piel; no obstante, su concentración estaba intacta. Con cada marca dibujada en los sollozos de Naia, la luz azulada empezaba a rodearla, haciendo que Ahmok elevara las comisuras de su boca ante lo hermoso que se veía su Lekva.
«No importa lo que haga, siempre luce así de bello», pensó el huma.
Finalmente, al completar el último símbolo, un resplandor brilló de manera intensa y de la nieve surgieron dos lobos de hielo. Los ojos del animal centelleaban con ferocidad, preparado a abarcar largas leguas de distancia con tal de llevar a su invocador al lugar deseado.
Satisfecho con el resultado, el Vigilante portaba una enorme sonrisa. Las mejillas pintadas de un tono carmesí y el corazón latiendo en el pecho eran la prueba de su regocijo.
Extendió la mano hacia la criatura, y en un gesto de complicidad, los canes se inclinaron ante él, listos para seguir sus órdenes.
Reino de los Sangre Mágica, Noroeste del mundo, lago Argo.
La Estación Nevado Aurora había terminado en cuestión de un suspiro de viento.
En ese largo tiempo, tanto Ahmok como K'itam tuvieron que aprender a confiar en el otro, depositar su vida en las manos del contrario, pues aunque los lobos lo llevaron gran parte del camino, no pudieron bajar la guardia ante la presencia de los rora. En esa ocasión, Ahmok le demostró con gran soberbia a su Lekva que era demasiado capaz de defenderse.
Al sexto conticinio de la Estación de Nevado Frondoso —una en que los rora se congelaban—, arribaron a los cimientos del lago Argo. Sus respiraciones entrecortadas por el esfuerzo del viaje atravesaba los susurros de la danza del aire fresco por el agua que se situaba frente a sus ojos brillosos.
Ante ellos se extendía un paisaje de serenidad sobrecogedora. El lago, que reflejaba los últimos destellos del sol, parecía un espejo de cristal, donde el agua dejaba entrever las profundidades misteriosas. Fragmentos de hielo flotaban en la superficie.
Los labios del humano se hallaban abiertos, demostraban el asombro que experimentaba su alma. Después de todo, a lo largo de la Estación Aurora, el albino le comentó que no importaba que tan frío hacía en el Reino, Argo jamás se congelaba, permanecía intacta.
Era cierto que el nieto de Kororia, a tales alturas, había visto cosas que con anterioridad consideraba inalcanzables, pero le gustaba aferrarse a la racionalidad para conservar sus pensamientos críticos y analíticos. Sin embargo, una vez más, ese mundo le demostraba que en verdad podía mirar lo imposible.
El moreno necesitó aproximarse a la orilla, arrodillarse y contemplar a detalle para emitir un nítido silbido.
Unos peces translúcidos nadaban con calma, estos parecían criaturas de hielo viviente, sus cuerpos brillaban bajo los últimos atisbos naranjas de los rayos del sol.
A medida que se deslizaban de manera glacial entre las corrientes, emitían un suave crujido, como si estuvieran fusionándose con el gélido entorno que los envolvía. Cómo hielo rompiéndose.
Cada aleteo resonaba en el aire, nacía una melodía hipnótica que resonaba en un susurro melódico. Ahmok, al observarlos, se sentía encantado. Sus comisuras ya estaban alzados hasta el firmamento de las estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo.
—¿Ahora me crees? —preguntó el Vigilante de los amantes mientras se colocaba a la derecha del Sangre Cálida.
El contrario, en respuesta, dispuso los dedos en el mentón y plasmó una sonrisa ladeada.
—Siempre lo hice, Lekva —contestó en un tono de desdén, sabiendo que el albino reaccionaría.
Y lo hizo. K'itam volvió a sentir aquel tic nervioso en el ojo, solo que ahora se le unió un bufido, causando la risa de su acompañante. Suspiró, sabiendo que no tenía remedio lidiar con el humor de Ahmok.
—Dime por qué quisiste venir a Argo —dijo el de cabellos albos, con la frente arrugada, bastante desconcertado—. Te recuerdo que no puedes obtener la bendición en el tótem cuando ni siquiera quieres amar a Naia.
El moreno ensanchó todavía más la curvatura y acarició su mentón.
—Por eso. —Señaló el otro extremo del lago.
Junto a la orilla, un árbol solitario se alzaba de forma majestuosa, sus ramas extendiéndose hacia el cielo. Cada hoja era una joya de cristal azulado, como lágrimas congeladas que colgaban desde la copa.
—Lágrima de Cristal es el nombre de este árbol —explicó en un susurro, sin despegar la vista de la beatitud de la naturaleza—. Es el único que llora en todo el Reino, por eso Argo es así de sagrado.
—Exacto. —Afirmó el nieto de Kororia con un movimiento de cabeza, orgulloso de saber el dato.
—Entonces, ¿por qué? —Insistió en averiguar sus intenciones. Movió la cabeza para poder observarlo y notó que seguía sonriendo.
Ahmok se encogió de hombros.
—Mi ouma me comentó que unos de los corazones de Kahu o de Iraia fue enterrado cerca de un árbol que siempre llora. —Hizo una pausa, borró cualquier signo de diversión y lo contempló con seriedad—. Y este es el único que existe, ¿no?
Los ojos blancos de K'itam se abrieron de par en par. Abrió los labios rosados, dispuesto a seguir indagando, pero decidió actuar. Se levantó con prisa, corrió lo más que pudo hasta arribar al pie del árbol. Arrodillado, comenzó a escarbar entre la nieve. Y en un santiamén, el moreno empezó a ayudarlo.
Ahmok con una mezcla de curiosidad y determinación, excavó sin detenerse, pese a que los dedos le dolían debido a la frialdad de ese manto. Sus manos se hundían en la blancura, desplazando la nieve con cuidado.
De repente, su extremidad tropezó con algo sólido y frío. Aguantó la respiración y miró a Lekva con una sonrisa ladeada. Él entendió al instante el gesto, tanto que dejó de buscar y se pegó al hombro contrario, expectante. En eso, el moreno despejó la nieve de alrededor y descubrió una gema de un azul hipnotizante, casi transparente. Brillaba con una intensidad que parecía emanar luz propia, como una estrella atrapada en la tierra.
Ahmok sostuvo la gema entre los dedos, maravillado por su belleza.
—¿Crees que sea el corazón? —inquirió en un susurro sin quitar la contemplación de esta, puesto que a diferencia de K'itam, no veía su brillantez.
—Hay que comprobarlo.
El Vigilante llevó la diestra a la gema y en cuanto lo tocó, los recuerdos de Kahu invadieron su mente.
Ahora solamente faltaba encontrar el otro corazón congelado.
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