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Capítulo 13: El viaje


Reino de los Sangre Mágica, Bosque de los amantes perdidos.

Los sueños que solían burlarse del corazón de K'itam perduraron alrededor de seis días, amaneceres en los que, por primera vez, Ahmok se levantaba más temprano que el albino para ayudarlo a asear a los amantes, salir de la cabaña y a conseguir los alimentos. Además de brindarle el apoyo, siendo consciente de que su Lekva despertaba durante las noches con la respiración agitada, seguido de los sollozos que destrozaban su corazón, también se preparaba para partir en cuanto fuese posible para buscar las gemas.

Por el momento, Ahmok no sabía si el Vigilante decidió acompañarlo. De todos modos, procuraba meter a modo de discreción algunas de sus vestimentas si a último instante cambiaba de opinión. En caso de que terminara vagando por el Reino en completa soledad, al menos tendría con que refugiarse del frío.

Aunque en realidad no era tan discreto como quería suponer, ya que el Vigilante estaba al tanto que a medida que transcurrían los atardeceres, sus vestimentas eran más escasas. Así que intuyó sus intenciones, pero optó por ignorar aquello y fingir que en realidad no se había percatado. De lo contrario, tendría que enfrentarse al dolor de tomar una decisión, por lo que solo lo olvidó.

Un suspiro resonó en las paredes de madera de la cabaña. El hombre de ojos blancos empujó las piernas en el pecho, abrazándolas para después ocultar el rostro en las rodillas. A su mente llegaban todos los sucesos transcurridos de esas noches. Le ayudaba, de cierta manera, a no torturarse con sus pesadillas.

En el exterior, Ahmok miró la silueta encorvada de su hermoso compañero antes de adentrarse al bosque con Kahu siguiéndole de cerca.

Aquella noche, luego de preguntarle de ir con él, K'itam no le respondió, solo se puso de pie y le dijo que debían volver a la cabaña. Durante ese soplo, el mutismo de sus gargantas formó parte de la sinfonía elaborada por sus pisadas y el canto de los animales.

No tuvo el valor de pedirle una respuesta, pese a que anhelaba escuchar decirle que estaría a su lado. Se obligó a sellar sus labios, colocar las manos en los bolsillos del pantalón y dibujar una sonrisa ladeada. Aparentar que sus latidos del corazón le provocaba una pesadumbre en el pecho, ignorar que sus manos sudaban ante el silencio.

Después de esa ausencia de palabras, no volvieron a tocar el tema. Permitió que K'itam estuviera absorto en su propio infierno mientras él se hacía cargo de los amantes. Aunque le hubiese preocupado su bienestar, sabiendo que sufría al verlo en ese estado, entendía que el albino no confiaba en él. De lo contrario, le habría revelado lo que le carcomía.

Convirtió la distancia que ellos estaban creando en una ventaja a su favor. Era cierto que de vez en cuando mencionaba en voz alta, como si estuviera hablando con Kahu, que le faltaba poco para empacar. Tendía a observar de soslayo la reacción de su Lekva, mirando como este dibujaba de desagrado. Ante aquel gesto, terminaba por exhalar un vaho de aliento y empezaba a hablarle acerca de Lithem, pese a que sentía que era ignorado.

Admitía que cuando notaba la negativa de su parte, una punzada se instalaba en su pecho. Al fin y al cabo, no había mentido cuando le dijo que deseaba seguir estando a su lado, pero no planeaba obligarlo. Prefería crear nuevos recuerdos junto al Vigilante con la intención de jamás olvidar ese hermoso rostro.

El día que se iría el nieto de Kororia llegó.

Durante los primeros vestigios de los albores en los cielos, el moreno despertó como lo estaba haciendo en los últimos días, antes de K'itam. Procedió a guardar lo último que le quedaba en varias bolsas que compró en Ujo: alimentos, agua, medicina, capas para el frío y flechas. Ya más adelante vería cómo conseguir itas.

Cuando concluyó, caminó hasta la pareja que todavía seguía recostada en un lecho improvisado, viéndose con fijeza. Debía bañar a Kahu, pues se lo llevaría con él.

Al principio no consideró tener que prescindir de Kahu o Iraia para aquella búsqueda, después de todo, aún los consideraba un estorbo. Por lo que no contempló tal posibilidad, hasta que se le cruzó en la mente de que tal vez era necesario que uno de ellos estuviese con él para poder lograr identificar los corazones congelados.

Los niños lo hacían cuando jugaban, comprobaban las rocas en las lámparas. De ser así, era necesario que los dueños de las gemas pudieran reconocer lo que una vez cargaron con orgullo en sus pechos.

Para ese entonces, K'itam sabía muy bien que estaría lejos de Kahu. No había ni un solo instante en el que no estuviera al pendiente de los movimientos del huma, vigilando lo que hacía. Y cuando vio que Ahmok comenzó a meter las pertenencias de la pareja de Iraia, lágrimas se deslizaron desde las mejillas.

Se sentiría solo. Le destruiría contemplar la forma en que su espalda se alejaba de él. Sin embargo, no reclamó esa decisión. Una parte suya, comprendía sus razones y las aceptaba. Si estaban apartados, existía una remota posibilidad de que los espíritus de los Sangre Congelado no podrían lastimarlos nunca más.

Además, dudaba de que la pareja sufriera por esa distancia, K'itam afirmaba que no se darían cuenta de su ausencia. Y aceptar ese final, le dejaba un vacío en el alma.

En ese amanecer, desde el lecho, atisbaba a Ahmok. Movía sus pies a la vez que sentía cómo su pecho se inundaba de una culpa de la que no entendía el origen. Le preocupaba bastante lo que podría pasarle al moreno cuando saliera de la floresta.

Aparte de los rora, tendría que enfrentarse a los Navarianos y al resto de los Sangre Mágica. Era cierto que a los de Ujo no les interesaba la presencia de los humanos en el Reino, pero no sabía lo que pensarían las otras rejas y eso provocaba que sintiera cierta angustia.

No deseaba verlo desaparecer por la puerta, entender que nunca más volvería a vislumbrar ese apuesto rostro. Tampoco lo entendía; sin embargo, quería seguir oyendo esa escandalosa risa y oírlo silbar cuando algo lo sorprendía. También anhelaba seguir sabiendo acerca de ese lugar llamado Lithem. No obstante, ¿su deseo de continuar conociéndolo era más grande que su temor a ser castigado por el líder de la reja?

Condujo las manos a la cara, empezó a inhalar y a exhalar mientras consideraba elegir los gritos de su corazón o los murmullos de la razón.

Mientras tanto, al otro extremo, Ahmok lo oteaba de reojo a la vez que terminaba de arreglar a Kahu. Regresó la mirada al rostro del albino, quien lo contemplaba con la indiferencia con la que lo conoció. En respuesta, el huma ladeó una curvatura, le pellizcó la mejilla derecha y se colocó de pie para encaminarse hacia el lecho de su Lekva, sentándose en el suelo y cruzando las piernas.

El de cabellos albos había cubierto su cara con la manta con la intención de evitar ver al moreno. La valentía de afrontarlo se esfumó.

Ahmok solamente sonrió a levedad, levantó la mano, como si quisiera tocar a su bello acompañante, aunque se arrepintió a mitad del camino. El brazo regresó a la pierna.

Lekva, no es necesario que me respondas a lo que te diré. —Empezó a hablar en un susurro. Tenía los ojos dorados puestos en esa silueta encorvada.

Respiró hondo, acarició durante unos instantes el mentón con los dedos y comenzó a sudar desde las palmas de las manos.

Nunca creyó que sería tan difícil pronunciar aquellos vocablos.

»No tengo padres, ellos murieron cuando fueron atacados por los Elegi —dijo en un tono débil, portaba una sutil elevación en los labios—. Eso ya lo sabías. —Sonríe a levedad y suelta una tenue risa para despistar el sudor de las manos—. Te estoy contando esto para que entiendas lo mucho que significa para mí mi ouma. —Elevó los luceros al techo, recordando el rostro dulce de Kororia—. No quiero despedirme de ti, pero ambos sabemos que es probable que nunca nos veamos de nuevo.

K'itam sentía como su pecho estaba a tan pocos segundos de explotar. Le dolía, le fallaba la respiración y juraba que le ardían los ojos. Incluso así, no hizo el intento de detenerlo. Quería seguir escuchando.

»Agradezco todo lo que hiciste por mí. —Ahmok inclinó el torso, ejerciendo una reverencia—. No me conocías, pero me entendiste una mano. Woye kaq lekva [1].

Terminando de pronunciar esas palabras, se levantó, avanzó hasta las pertenencias que lo esperaban y colgó el bolso en el hombro. Entrelazó los dedos con los de Kahu, conduciéndolo a la salida.

El ruido de la madera al ser cerrada provocó que el Vigilante se destapara a gran velocidad, se puso de pie y corrió hasta la puerta; no obstante, se detuvo antes de abrirla y bajó la mirada al suelo mientras dibujaba una mueca.

—Me encantaría ir contigo, Ahmok —susurró, recargando la frente en la entrada—. Sigo siendo un cobarde.

De pronto, a los oídos del Vigilante aterrizaron los jadeos desesperados de Iraia. La pareja de Kahu se arrastraba por el suelo, anhelando acercarse hasta la salida con tanta angustia. Mantenía el brazo en el aire, como si deseara retener algo o a alguien. Derramaba lágrimas sin cesar, trataba de pronunciar el nombre del hombre que amaba, pero no recordaba cómo pronunciar esas letras.

—¿Iraia? —pronunció su nombre con la voz entrecortada.

El albino se empujaba y se caía, golpeándose el rostro; sin embargo, volvía a intentarlo. Su vida dependía de alcanzar a su amado, aunque no entendiera el motivo de su aflicción.

—Iraia, lo siento. —Ahora era K'itam quien sollozaba—. Te alejé de él. Es posible que nunca puedas estar a su lado. De verdad, lo lamento.

El Vigilante, desde que conocía a los amantes, jamás los había visto perder la razón. A menos que no fuera por el canto de las mujeres. No obstante, frente a él, Iraia presionaba las manos en el pecho, buscando el corazón que ya no tenía en el interior. El rocío que salía como lamentos mojaban su piel pálida y desde esa garganta que no solía pronunciar murmullos, se deslizaban gritos de dolor.

A tales alturas, K'itam no pensaba en las consecuencias de marcharse del bosque, no recordaba las advertencias del Reejá, nada más deseaba que Iraia dejara de sufrir.

Corrió por toda la cabaña, introdujo las cosas que sabía que ocuparía en su larga travesía en las bolsas. Asimismo, se aseguró de meter las pertenencias del otro albino. Una vez que verificó que no le faltaba lo esencial, se puso una gruesa capa y la máscara de lobo. Tomó a su acompañante, sacándolo de la morada al que perteneció alrededor de veintiocho años.

Los pasos se aceleraron a través de los árboles frondosos, la bulla provocada por los pasos que marcaban un rastro entre los sollozos de Naia, los jadeos que liberaron los labios de K'itam y el llanto del amante, era lo único que perturbaba el eterno silencio de aquel lugar, uno al que se despedía.

—¡Ahmok! —gritó tan alto como sus pulmones se lo permitieron—. ¡Ahmok!

A una legua de distancia, el nieto de Kororia detuvo su andar. El corazón empezó a resonar entre los oídos, sus mejillas adquirieron un tono carmesí y dibujó una extensa sonrisa.

Su Lekva iría con él.

Glosario:

Eres tan hermoso


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