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Capítulo 12: Pesadillas


Reino de los Sangre Mágica, Bosque de los amantes perdidos.

Las noches se convirtieron eternas para K'itam, era incapaz de mantenerse encerrado en las celdas de los sueños, los gritos de las siluetas que lo obligaron a volverse cobarde revoloteaban entre sus oídos sin descanso. Ahora era él quien portaba sombras bajo los párpados inferiores y no soportaba la exigencia de la cacería, provocando que solo Ahmok se hiciera cargo.

Por supuesto, primero verificó su avance con el tallado de las flechas y por fortuna él ya lograba elaborar las armas de mejor manera. Quizá no eran las más precisas, pero lo ayudarían a conseguir aves. Le hubiese gustado hablar con Ahmok, convencerlo de que desistiera de la idea de irse a buscar los corazones congelados; no obstante, el cansancio del alma sellaba su voz.

Después de todo, solía soñar con él, con el cuerpo de su amado Aket. Veía cómo él lo miraba junto a esa enorme sonrisa, evocaba todo el amor que llegó a sentir hacia aquel Sangre Cálida.

Regresaban a él los recuerdos que se esforzó por borrar de su corazón.

Había conseguido por varias Eras Cristal de no volver a experimentar el odio o la pesadumbre que le causaba el rostro del hombre que llegó a amar más que nada en todo el Reino. Incluso llegó a rememorar con una sonrisa nostálgica el sabor de esos labios. Por desgracia, aquella calma se destruyó debido a la aparición del Reejá, el hombre que les ordenó a su propia gente que aniquilaran su alma frente a sus ojos.

«No te haré daño porque eres el Vigilante de Kahu e Iraia, pero pagarás las consecuencias por haber desafiado las leyes del Reino», fueron las palabras del líder de Ujo en aquel conticinio.

Entonces, tres días después de la discusión entre K'itam y Ahmok, el primero regresaba a los colmillos de las pesadillas. Desde el lecho, se podía notar a un hombre de piel pálida que tenía una frente perlada por el sudor, sus párpados cerrados se movían con insistencia y desde esos labios salían tenues quejidos de desesperación.

Al alba, de esa noche —donde perdió a su pareja— en una cabaña, se escuchaba la sinfonía del placer. K'itam acariciaba la piel morena de su amado, pasaba los dedos sobre aquel abdomen, besaba los pezones que causaban jadeos por parte de Aket.

Unos dedos largos que pertenecían a un Sangre Cálida agarraron con firmeza las hebras nevadas de su pareja, llevó la cabeza hacia atrás, dejando escapar sus gemidos. Sus pupilas doradas se dilataban.

—K'itam... es suficiente —dijo Aket en un tono jadeante y acelerado. Su pecho subía y bajaba debido a la acelerada respiración.

A sus orejas, que ardían por el intenso sonrojo en las mejillas, aterrizó la risa del Vigilante, quien levantaba el rostro para observar con una sonrisa que denotaba la dulzura que sentía hacia el hombre que más amaba. K'itam alzó las manos hasta el rostro contrario, pasó los dedos por la suavidad de esos belfos que le fascinaban saborear durante unos instantes y luego pasó a besar el mentón con la misma delicadeza.

De inmediato, agarró las piernas de Aket, sin dejar de ver cómo su precioso amado lo miraba con los ojos nublados y las condujo alrededor de su cadera. Se pasó la lengua por los labios resecos y atisbó a la persona que hacía su corazón latir de plena felicidad.

Su aliento se tornó irregular, liberaba el canto del éxtasis con gemidos y murmuraba el nombre de su amado cada vez que entraba en él. Adoraba sentirlo y verlo estremecerse.

El mediodía rozaba con esplendor las copas de los árboles, para ese entonces, K'itam se alistaba para marcharse al centro del bosque y buscar algunas semillas. A la par, Aket se colocaba una capa y guardaba itas en una bolsa de piel, pues pensaba ir a Ujo con la intención de adquirir frutas y hortalizas.

Una vez que el moreno verificó que tenía lo necesario para partir, caminó en dirección al albino, posicionándose a espaldas suyas. Condujo sus manos alrededor de su cintura y lo atrajo hacia él, abrazándolo y dándole un beso en la mejilla. El Vigilante sintió su rostro teñirse de rojo, dibujó una extensa sonrisa y recargó la cabeza en el hombro contrario.

—No tardes en volver, Aket —pidió K'itam en un tono bajo a la vez que acariciaba los dorsos del moreno—. Te daré una sorpresa.

—¿De verdad? —cuestionó junto a una suave curvatura, pasó la nariz por el cuello del albino, causándole una suave risa ante el gesto—. Ahora no me podré concentrar en comprar los alimentos, rakaani [1].

K'itam ensanchó todavía más las comisuras de los labios, el tinte carmesí se instaló en sus orejas, delatándolo y sus ojos blancos adquirieron un brillo. Negó con la cabeza y le dio la razón. Se despidió de Aket con un beso en los labios, procedió a colocarse la máscara de lobo. Enseguida, cogió a Kahu de la mano, llevándolo al interior de las flores y arbustos.

Con el traspaso de los soplos gélidos en el Reino, el Vigilante terminaba de acomodar la flor aurora, con la que hacía una infusión, en una canasta tejida de hojas y también colocaba los tubérculos recién recolectados. De soslayo, oteó a la pareja de Iraia, quien mantenía un brazo alzado. Entre los dedos del albino estaba un insecto, moviendo las alas a gran lentitud. Kahu tenía la cabeza ladeada, contemplando al animal con curiosidad.

Ese panorama hizo que K'itam sonriera. Adoraba verlos en ese estado, concentrados en la naturaleza, fascinados por su baile o Glacérgia y tratando de imitar sus pasos cuando danzaba frente a los habitantes de la reja en la Noche de las Sombras.

—Creo que ya tengo los ingredientes para preparar crujientes hojas de bosque, una de las comidas favoritas de tu amado, Kahu —manifestó aún sin borrar la dicha del rostro. Se puso de pie y alzó la cara para otear el firmamento de las estrellas.

Estaban en el décimo día de la Estación Nevado Cristalino, atardeceres en que los rora permanecían congelados, por lo que no se preocupaba en apresurarse a regresar a la cabaña si la luz del sol se iba a calentar los corazones a los espíritus que se marchaban Al Hielo.

Al paso de unos momentos, luego de deleitarse con la beatitud de las estrellas, cogió la canasta, seguido de eso, extrajo una luma de la bolsa de piel y avanzó el tramo que lo separaba del amante.

»Anda, seguramente Aket estará desesperado porque no aparecemos y querrá buscarnos —expresó en un timbre que denotaba su diversión.

Kahu miró al Vigilante en silencio, como de costumbre, aquellos ojos se encontraban vacíos y sin nada de brillo. Ladeó la cabeza y la mantuvo en esa posición alrededor de minutos que le resultaron eternos a su acompañante, aunque al final terminó por asentir y a caminar en dirección a la morada de su amado protector.

Durante el camino que recorrían entre los sollozos del Dios Naia, siendo acompañados por el canto de los animales, los murmullos de las hojas y las risas del viento, K'itam le platicaba al otro los diversos platillos que pensaba realizar dentro de cuatro amaneceres.

—¿Sabes, Kahu? —pronunció mientras sus ojos se achicaban debido a la extensa sonrisa que se plasmaba en los labios—. Hace dos Eras Cristal que Aket llegó desde ese mundo llamado Isaí —expresó y soltó un suspiro—. Quizá suene egoísta de mi parte, pero me alegro de que no haya decidido marcharse cuando tuvo la oportunidad. Se quedó a mi lado y quiero transmitirle lo mucho que lo amo.

Atravesó el campo de lirios de hielo, flores resistentes que crecían incluso en las condiciones más frías, y cuyos pétalos reflejaban las sonrisas de los Sangre Mágica ante los cristalinos que eran sus cuerpos. Cuando llegaban a ese lugar, Kahu solía detenerse para girar sobre los capullos, provocando delicadas carcajadas en el Vigilante. En esa ocasión, no fue la excepción.

Después de abandonar aquel sitio que a los tres les encantaba pasar el rato, llegaron a los límites de los árboles, donde faltaba muy poco para ver la cabaña. Tarareando una canción caminó hacia allá, pero la sorpresa que lo esperaba hizo que se detuviera con brusquedad, dejó caer la canasta y la luma, el miedo hizo sus labios se tornaran pálidos. Su pecho subía y bajaba con agitación.

Frente a él, los Sangre Congelada de la reja Ujo rodeaban a Aket, quien tenía el rostro maltratado por los golpes que había recibido. Un moretón comenzaba a cubrir una cuenca, sin mencionar que trataba de detener el sangrado del otro ojo que ahora se encontraba tirado en la nieve.

Las manos de K'itam temblaban, sentía como las piernas comenzaban a fallarle. Pero la furia que explotaba desde el interior generó que levantara a una extraordinaria velocidad las manos y las moviera en círculos. Exteriorizó la Glacérgia desde los dedos, la niebla que salía desde sus extremidades creó lanzas de hielo que se levantaron del suelo y aterrizaron en varios cuerpos de los Sangre Mágica, matándolos al instante, pues no tuvieron la oportunidad de crear escudos.

Los familiares de los que habían caído ante la molestia del Vigilante, lanzaron gritos que desgarró el silencio del aire, dirigieron sus rostros furiosos al albino que los miraba con lágrimas en los ojos. En eso, usaron magia para provocar una ventisca de nieve, queriendo empujarlo; sin embargo, K'itam fue más rápido y se deslizó a través de los sollozos de Naia, como si estuviera en una pista de patinaje. Esta vez extrajo de la nieve una espada y empezó a acercarse a los que habían lastimado a su pareja.

—¡Suficiente! ¡Deténgase de una vez, Vigilante! —ordenó el Reejá, este tenía una daga de hielo que usaba alrededor del cuello de Aket—. Un paso más y él morirá.

K'itam frenó al instante, bajó los brazos a los laterales y oteó con tanto odio al líder de la tribu.

—¿Qué significa esto, Reejá? ¡¿Qué se supone que está haciendo?! —exigió con los dientes apretados y la respiración alterada.

—Se lo advertí, Vigilante —contestó en un tono mordaz, indiferente y sin importarle que el hombre que sostenía le costaba mantenerse de pie—. Le comenté que no podía desafiar las leyes del Reino, ¿no es así?

El rostro del amado de Aket se tornó pálido cuando comprendió lo que significaban esas palabras. A esas alturas, sus piernas eran incapaces de sostenerlo, haciendo que cayera de rodillas en la nieve. Los labios se le estremecieron y se negaba a ver al moreno que trataba de atravesar las nieblas de la vista para observar por última vez al hombre que amaba.

—Se equivoca —musitó el de la máscara mientras se abrazaba a sí mismo—. No hemos hecho nada malo.

—¡Está prohibido que dos hombres se toquen con lujuria! —gritó el Sangre Congelada, portaba un rostro colorado por la molestia—. ¡Ha condenado a Ujo! Y antes de que Ahao se entere de esta traición, borraremos su error.

K'itam levantó a gran velocidad el rostro, lágrimas salían de sus ojos abiertos de par en par.

—¿Qué quiere decir?

—Si no fuera el Vigilante de Kahu e Iraia, también sería castigado —comentó el Reejá en un tono lamentable, como si detestara que él cuidara a la pareja maldecida—. Pero le tocará ser testigo de sus propias consecuencias. ¡Deténganlo!

Por más que K'itam luchó para que no apresaran sus piernas y brazos con cadenas de hielo, hechas en Glacérgia, forjadas con ruinas, impidiendo librarse de la condena; no pudo. No era tan fuerte, no pudo enfrentarse a diez de ellos.

Aunque quiso evitarlo, no logró huir del infierno. Para él, el tiempo que marcaba el viento cuando pasaba por sus hebras nevadas se tornó lento en el segundo exacto que notó como cada Sangre Mágica, cada uno de los presentes, enterraba una espada en el abdomen de Aket en busca del perdón por parte de Naia y Ahao.

El pavor a ser congelados los obligaba a asesinar. Creían que era su única salvación.

Los pinos y abedules tuvieron que taparse los oídos para no escuchar los gritos de dolor del hombre moreno, de la forma en que K'itam se desgarraba la garganta con tal de rogarles que se detuvieran.

Sin embargo, ninguno lo hizo, ni cuando Aket dejó de moverse y respirar. Continuaron apuñalando al pecador hasta que cientos de espadas estuvieron empapadas de sangre, manchando la pureza de la nieve.

La noche que Ahmok y K'itam discutieron, igual a las que siguieron, el Vigilante se despertaba para llorar ante la ausencia de aquella risa que una vez fue la causante de su felicidad.

Las pesadillas lo ahogaban. Le recordaban que no debía salir del bosque, desobedecer al Reejá.

Glosario:

1.Mi amor, mi vida, cariño...

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