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Capitulo único

Marinette estaba sentada en el suelo de uno de los pasillos del supermercado, abrazando a Hugo, intentando calmarlo. Pero el niño no dejaba de llorar y gritar.

Notaba las miradas de reproche sobre ella y su hijo. E incluso había podido oír un par de comentarios del tipo: "ese niño es un malcriado" o "lo que le hace falta es más mano dura"

Pese a que no era la primera vez que ocurría una situación como aquella, la azabache nunca podía dejar de asombrarse ante la falta de empatía y comprensión de algunas personas.

Aunque, en aquel momento, lo único que deseaba era que Hugo saliese de aquella crisis y se tranquilizase.

Y es que aquel día todo le había salido al revés.

Adrien había tenido un problema con el coche y por ello no le había dado tiempo a ir a buscar al pequeño a la escuela, cómo hacía cada día.

Aquel cambio en la rutina de Hugo era en ocasiones suficiente para generarle algo de inquietud, pero no hasta el punto de desencadenar la situación en la que ahora se encontraban.

Más porque en el colegio al que acudía se habían encargado de hacerle una anticipación de la situación a través de pictogramas. Y, así, cuando Marinette fue a recogerle, lo encontró tranquilo.

El problema había venido después, al darse cuenta que le era imprescindible pasar por el supermercado, pues necesitaba comprar, con urgencia, pañales para Emma.

Y, aunque sabía que su hijo mayor no gustaba de ir a lugares con excesivo ruido o luces, al verle tan calmado, creyó que podía hacerlo sin problemas.

Sin embargo, al entrar en el establecimiento, supo que no había sido una buena idea. Ese día estaban promocionando un producto muy apreciado por el público, a un precio notablemente rebajado, y había mucha más gente que de costumbre.

Sin querer demorarse demasiado, y con el pequeño de la mano, se encaminó con premura  hacia la sección de los bebés, tomando una bolsa de pañales.

Por los altavoces anunciaban repetidamente la promoción del día, acompañado de la musiquilla típica del supermercado.

El murmullo de las voces iba en aumento y Marinette se dirigió con rapidez hacia las cajas, temiendo que tantos estímulos sobrecargaran a su hijo y desencadenaran una situación extrema en él.

Al llegar notó cómo el pequeño se tensaba ligeramente y comenzaba a balancearse. Lo acercó más a su cuerpo, en un intento por calmarlo, mirando como la fila para pagar era algo numerosa.

De pronto, Hugo se revolvió, dando un pequeño chillido y soltándose de la mano de su madre, para salir corriendo veloz en dirección a uno de los pasillos.

La azabache salió corriendo tras él y lo alcanzó con rapidez, pero el pequeño ya había comenzado a gritar y llorar con desconsuelo. Sin poder hacer nada más, Marinette se agachó a su altura y lo estrechó entre sus brazos, mientras lo acunaba en un movimiento calmante, esperando a que aquella crisis cesara.

En ese momento, la mujer se maldijo interiormente por haber tomado la decisión de acudir a aquel lugar, culpándose por no haber pensado bien las cosas y, lo que era más frustrante para ella, darse cuenta que el muñeco favorito de su pequeño de seis años, aquel elemento de apego que le ayudaba a calmarse, estaba en poder de Adrien.

Entonces un hombre mayor, quizá de la edad de su padre, se acercó a ellos con cautela, manteniéndose a una distancia prudencial y se agachó, hablando en un tono calmo.

— ¿Necesitáis algo? — cuestionó mirando con un gesto amable a la azabache.

Ella negó con la cabeza y sonrió agradecida.

El mayor se puso en pie y, sin decir una palabra más alta que otra, consiguió que los curiosos que contemplaban la escena se alejasen, brindándole un poco de espacio a madre e hijo.

Minutos después, Hugo pareció calmarse, dejó de llorar y se abrazó a su progenitora. Ella se incorporó, con el niño en brazos, tomó la bolsa de pañales y se dirigió de nuevo a la caja.

Una vez salió de allí, montó al pequeño en el coche y fueron a recoger a Emma a la guardería.

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Cuando Adrien llegó a casa, después del complicado día que había tenido en el trabajo y el problema con el coche, encontró a Marinette terminando de preparar la cena, mientras Emma estaba en su parquecito y Hugo jugaba a alinear sus coches.

— Hola, mi amor — saludó Adrien acercándose a su mujer y tomándola por la cintura para darle un dulce beso — ¿Cómo te fue?

Marinette sonrió a su marido, devolviéndole el beso y acariciando su rostro.

— Bueno, pues tuvimos un rato complicado hoy, pero luego todo fue bien — le dijo la azabache.

— Cuéntamelo, princesa — pidió el ojiverde.

Marinette le explicó a su marido lo que había ocurrido en el supermercado y él asintió comprensivo.

Desde que habían recibido el diagnóstico de autismo de su hijo mayor las cosas habían sido algo diferentes en su vida.

Habían tenido que acostumbrarse a establecer rutinas, a ser más organizados, más pacientes, y a lidiar con situaciones nuevas.

Habían tenido que aprender muchas cosas. Sobre todo, aprender sobre su hijo. A interpretar sus miradas y sus gestos, a comprender cómo ciertas cosas le afectaban y otras le hacían sonreír.

Y todo ello, sin palabras, pues Hugo aún no hablaba.

Aunque eso no significaba que no se comunicase. ¡Claro que lo hacía!

Y, gracias a esa comunicación diferente, ellos habían aprendido que lo que más le gustaba en el mundo al pequeño era que su padre lo cogiese en brazos y diese vueltas con él. Y lo que más detestaba, era el chocolate.

Y, pese a que las cosas habían resultado complicadas al principio, habían tenido la suerte de contar con el apoyo de su familia, sus amigos y unos cuantos maravillosos profesionales, haciendo que aquel camino fuese un poco más fácil.

Porque al final, lo que mejor habían aprendido Adrien y Marinette, era que su hijo era un niño único y maravilloso, con un funcionamiento diferente, pero no por ello peor.

Y que, como niño que era, lo que más necesitaba era amor y comprensión. Un ambiente propicio, gente que lo quisiese y lo entendiese, un lugar en el que sentirse cómodo, amigos... básicamente todo aquello que le hiciese feliz.

Que las cosas que para otros niños no suponían problemas, para él se convertían en verdaderos retos. Pero, tal vez por eso, cada logro de su pequeño, era un motivo enorme de alegría para sus padres. Y habían aprendido a valorar y celebrar cada paso de ese camino.

Adrien abrazó a su mujer y después se dirigió donde estaban sus hijos. Tomó a Emma en brazos y le dio un beso, dedicándole unas hermosas palabras y algunos mimos. Y después se sentó junto a Hugo para ayudarle a colocar sus coches.

El niño levantó la vista y le miró durante apenas un segundo y, regresando su mirada al suelo, echó los brazos hacia él, pidiéndole, aún sin palabras, lo que quería.

— Así que... quieres que papá te de unas vueltas, ¿eh, trasto? — dijo poniéndose en pie y elevando a su hijo para girar con él, sacándole enseguida unas fuertes carcajadas.

Marinette contempló la escena feliz, olvidando por completo el mal rato que había pasado aquella tarde y sabiendo que juntos, todo era más fácil.

Se acercó donde estaba su pequeña y la tomó en brazos también, uniéndose en el juego a sus chicos y riendo con ellos.

Porque tal vez aquel no había sido el mejor día, y, probablemente, habría otros como ese, pero también habría muchos momentos felices como el que estaban disfrutando en ese instante y eso compensaba todo lo malo.

Porque la risa sincera de su pequeño Hugo era suficiente para llenar su corazón azul.

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Hoy, 2 de abril, es el día mundial de concienciación del autismo. Y este pequeño OS ha sido escrito con ese fin.

Gracias por leer 💙

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