❄🔥Promesa (parte 2)🔥❄
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Según Anna, la noche estaba despierta y era perfecta para jugar, y aunque Elsa no opinaba lo mismo, no dudó ni por un segundo en cumplirle los deseos a su hermanita menor. Corriendo, bajaron al gran salón para jugar con la nieve y el hielo mágico de Elsa. Montículos de nieve se formaron por doquier, y el piso se cristalizó, haciendo de todo un centro de juegos perfectos para amantes del invierno como lo eran las hermanas. Y sí, todo era perfecto, hasta que Elsa resbaló y por accidente golpeara en la cabeza a Anna con sus poderes, dejándola en el suelo, inconsciente.
Esa imagen de su hermana pequeña, tendida sin moverse, nunca más se borraría de su memoria.
"Elsa ¡¿Qué has hecho?! ¡Esto se está saliendo de control! " Las palabras de su padre retumbaron en su cabeza una y otra vez las horas siguientes mientras médicos y enfermeras iban y venían del cuarto de su hermana.
Nadie sabía porque no despertaba, y los padres de la princesa no ahondaron en detalles. Solo dijeron que se había golpeado la cabeza accidentalmente con el borde de su cama, mientras se levantaba. Los médicos observaron sospechosamente a los reyes, pero no se atrevieron a decir nada. Elsa, en ese momento, agradecía la falta de atención a su persona, así podría quedarse en silencio en la habitación acompañando a Anna.
Pero las cosas cambiaron cuando anunciaron que el sacerdote llegaba para ver la recuperación de la menor de las hijas del Rey Agnarr. Rápidamente, el rey tomó el brazo de Elsa, y un tanto brusco, la llevó a la habitación de la princesa, y la encerró allí, sin mediar ninguna explicación. Sin embargo, Elsa alcanzó a escuchar, a través de la puerta, una breve conversación entre sus padres:
—Agnarr, es solo una niña, no tienes porqué tratarla así.
—No me ha dejado opción.
—Sabes perfectamente que Elsa no puede controlarlo.
—No ella... ¡Él! —el tono de angustia del Rey era tan atípico en él, que Elsa se asustó— ¿Por qué ha llegado al castillo? Tal vez sospecha de ella y ha venido a confirmar sus suposiciones.
—No creo. Hemos sido cuidadosos.
—No lo suficiente. Este accidente pudo evitarse. Esta desagradable visita, impedirse.
—¿Y entonces qué vamos hacer?
—Mantenerlas con vida a ambas. Juro que la historia no se va a volver a repetir, Iduna.
Elsa no comprendería a cabalidad la conversación hasta mucho tiempo después. Pero en ese momento si entendía una cosa; ella había provocado el accidente y debía impedir que volviera a suceder. Controlando su poder, mantenerlo adentro, muy dentro de ella. Haciendo como si no existiese el hielo en su interior. Fingiendo no ser un peligro para Anna y sus padres.
Por fortuna, Anna se recuperó. El camino no fue sencillo, ya que estuvo por más de dos meses sumergida en una inconsciencia inestable. Sin embargo, cuando por fin despertó del todo, estaba completamente recuperada. Aunque con la memoria algo dañada; no recordaba nada de los poderes de Elsa, ni de cómo había quedado inconsciente.
Para los reyes fue mejor así.
Al ver que en su recuperación no habían intervenido entes demoniacos, el sacerdote se dio por satisfecho, terminando con la larga estadía que tuvo en el castillo como auto invitado. Sin embargo, eso no hizo que el Rey bajara la guardia ni mucho menos; Elsa seguiría encerrada en su habitación hasta que pudiera controlar sus poderes. Lo que no significaba otra cosa que anularlos por completo. Algo que la Reina Iduna estaba en desacuerdo.
—Elsa, debes tranquilizarte. Sabes que empeoran cuando te alteras.
—¡No! Sigue... sigue creciendo —exclamó Elsa mirando aterrada la palmas de sus manos. El respaldo de la silla que había estado tocando hace unos segundos, estaba blanco, debido a la escarcha.
Agnarr se hincó al lado de su hija mayor. Hurgó en sus bolsillos y sacó un par de pequeños guantes blancos. Se los tendió a Elsa para que se los pusiera. La niña, cohibida, obedeció, notando al instante que el peso de los guantes y su flexibilidad eran distintos a un par de guantes normales. La escarcha que nacía en la punta de sus dedos desapareció casi al mismo tiempo de estar en contacto con la tela.
—Agnarr detente. Esto no está bien.
El Rey miró de soslayo a su esposa, pero la ignoró.
—Escucha, Elsa. Los guantes te ayudarán ¿Ves? —El Rey sostuvo la mano de su hija entre las suyas. La niña, asintió— Esconde siempre, recuérdalo. No tienes que abrir...
—... tú corazón —Elsa completó la frase tantas veces escuchada, deseosa de la aprobación de su padre.
El Rey sonrió, se levantó del suelo y le acarició el cabello.
—Buena chica.
Mientras el Rey se dirigía hacia la salida del cuarto, Iduna aprovechó para ir donde su hija y abrazarla.
—¿Madre? —Elsa, más preocupada en no hacerle daño a su madre con sus poderes que en lo contenta que le colocaba recibir un abrazo de su progenitora, no correspondió.
—Mi niña, tú no tienes nada malo —le dio un beso en la mejilla a Elsa, que por alguna razón trajo humedad a los ojos de la niña— Solo quiero que seas feliz.
—Iduna —llamó el Rey Agnarr.
La Reina estuvo unos segundos más abrazada a su hija antes de volver con su marido. Elsa estaba segura de que su madre había tratado de decirle más cosas ese instante pero se contuvo, tal vez debido a su padre presente en la habitación o tal vez no sabiendo muy bien cómo expresar lo que quería decirle.
De todas formas, la sensación de que su madre deseaba decirle algo de suma importancia pero por alguna razón no podía hacerlo se volvería a repetir varias veces a lo largo de su infancia y adolescencia. Elsa nunca se atrevió a preguntarle nada al respecto. Hasta cierto punto, temía sobre que podía ser eso que su madre llevaba guardado en su corazón y que colocaba lágrimas en sus ojos maternales cada vez que la miraba.
Ambos padres, sin embargo, estuvieron de acuerdo con no decirle nada a Anna sobre los poderes de Elsa y mantenerla alejada de su hermana hasta que la mayor tuviera bajo control su problema. Temían que Anna instara a Elsa a usar sus poderes, y el accidente volviese a ocurrir. Temían que Elsa, al asustarse o pasar por otra emoción igualmente fuerte, pudiera lastimar a Anna sin querer. Pero sobre todo, tenían miedo que alguien pudiese denunciar a Elsa con el sacerdote. El pasado no debía volver a repetirse.
Anna nunca entendió el porqué, de un día para otro, Elsa había pasado de ser su más querida amiga a casi no hablarle, ni tampoco porqué ya nunca salía de su habitación. Anna no sabía si había hecho o dicho algo que le disgustara a su hermana mayor, pero siempre intentó hacerla cambiar de opinión, hablando con ella a través de la puerta aunque no recibiera respuesta.
Pasaron los años y ambas hermanas crecieron por su cuenta, alejadas la una de la otra. Anna, por su parte, se convirtió en una adolescente fantasiosa e hiperactiva, y Elsa en todo lo contrario; una chica distante y melancólica. Entonces, cuando Elsa y Anna tenían 18 y 15 años respectivamente, fue cuando sucedió la catástrofe. EL Rey y la Reina habían emprendido una misión diplomática hacia las Islas del Norte. Dos semanas duraba el viaje en total, pero cuando ya comenzaba la tercera semana, comenzaron a haber rumores en el castillo de que algo malo podría haberles ocurrido. La confirmación llegó esa misma tarde. Las princesas quedaron devastadas.
Se realizaron funerales simbólicos en honor a sus Majestades, pero incluso atravesando esa situación igualmente dolorosa para ambas, las hermanas no estuvieron juntas. Elsa ni siquiera asistió al funeral, y Anna, al regresar al castillo, fue corriendo hasta la habitación Elsa, rompiendo a llorar en la puerta, diciendo que ella era lo único que le quedaba en este mundo y que por favor la dejara entrar. El silencio fue lo único que recibió de vuelta.
Las palabras de Anna, no obstante, si hicieron mella en el quebradizo corazón de la heredera al trono de Arendelle, y después de secarse lágrimas que llevaban corriendo días por sus pálidas mejillas, Elsa meditó sobre sus padres, sobre Anna, sobre ella misma y sus poderes. Y luego de un tiempo tomó una decisión; podrían haber muerto sus padres, pero eso no significaba que la familia también debía morir. Anna tenía razón; solo se tenían la una a la otra en el mundo, y ella sería la única persona capaz de entenderla... cuando le cuente la verdad de lo que era. La verdad sobre sus poderes.
Fue la noche de un día otoñal cuando llegó a esa resolución, sin embargo, y para que dicha convicción no se desvanezca a la luz de los temores de un nuevo día, Elsa se obligó a si misma a salir del cuarto a esa hora, cuando la mayoría de los sirvientes del castillo dormía.
Con los guantes puestos, recorrió el pasillo rápida y silenciosamente, encaminando sus pasos directamente a la alcoba de Anna. La mano tembló antes de tocar a la puerta de su hermana; se lo diría, estaba decidido, ya no había vuelta atrás.
Anna no contestó de inmediato, y cuando lo hizo, fue con una voz media adormilada, en donde las palabras se le entendían a medias. Elsa tuvo que tragar saliva antes de hablar:
—Anna, soy yo, Elsa.
El silencio se prolongó más de lo que ella esperaba. Elsa miró al suelo, avergonzada; ¿Y qué esperaba? ¿Qué Anna la recibiera con los brazos abiertos después de que casi toda su vida ella no había hecho lo mismo? Tenía todo el derecho a estar enojada y Elsa lo sabía.
No obstante, cuando la mayor se disponía a irse, escuchó un salto dentro de la habitación y una carrera; Anna corrió los cerrojos y abrió la puerta, mirando a Elsa con la boca abierta cuando finalmente cruzaron miradas.
Elsa no pudo evitar titubear:
—Anna... yo necesito... necesitamos hablar.
Anna se corrió a un costado e hizo un gesto que indicaba que podía entrar. Mientras lo hacía, Elsa la vio restregarse fuertemente los ojos, suponiendo que era porque Anna aún creía que estaba durmiendo. Ella misma, incluso, no podía creer lo que estaba haciendo. Y lo que estaba a punto hacer.
Elsa se paró al lado de la ventana de la habitación, donde podía ver el cielo nocturno y se giró hacia Anna. Su hermana menor, quien tenía los cabellos disparados por cualquier parte, se acercó a ella, contenta.
—¡Al fin, Elsa! Sabía que tampoco querías estar sola —Dijo con los brazos abiertos, lo que aumentó la culpabilidad de Elsa—. Desde el funeral, estuve tan angustiada que...
Elsa la detuvo, antes de que Anna se pudiera acercar más
—Primero debo decirte algo —ante la mirada de Anna, debió agregar— Es importante.
Anna asintió y mantuvo su distancia. Elsa respiró hondo.
—¿Recuerdas cuando tenías cinco años?
—¡Claro que sí! — sonrió Anna— Oh Elsa, éramos tan cercanas ¡Podemos ser así ahora!
—¿Recuerdas la nieve? —Cuando Anna le contestó que sí, que recordaba los inviernos en donde hacían muñecos de nieve, Elsa negó con la cabeza —En el salón del castillo— agregó.
Anna frunció el ceño, confundida.
—¿Por qué habría nieve en el salón? ¿Acaso había un agujero en el techo o algo así?
Elsa suspiró al confirmarlo. Nada había cambiado en estos diez largos años de separación, pues ni siquiera la amnesia la había dejado. Miró sus manos enguantadas y se dijo para sí misma que debía continuar, que ya no había vuelta atrás.
—¿Elsa? —llamó Anna al verla ensimismada.
Elsa levantó la cabeza y le sonrió débilmente.
—La nieve del salón es parte del secreto familiar que he venido a revelarte hoy, Anna.
—Genial, un secreto —empezó a decir con ánimos Anna, hasta que lo pensó bien y añadió—, espera ¿y por qué yo no estaba enterada de ese secreto si era familiar?
—Era... bueno, es peligroso —Elsa se comenzó a sacar uno de sus guantes, y dijo algo asustada, cuando vio a Anna intentar acercarse de nuevo—. Quédate ahí, Anna. Por favor.
Anna la miró confundida pero le hizo caso.
—Nuestros padres no querían que te enteraras porque pensaban que el secreto podía hacerte daño. Como lo hizo aquella vez.
—¿Aquella vez?
—Es la razón por la que no recuerdas la nieve en el salón. La razón por la que todavía no me tienes miedo.
—No entiendo nada —la hermana menor frunció los labios, mientras Elsa se daba la vuelta y se dirigía a un gran espejo que había en la habitación.
—No te preocupes, ahora lo entenderás.
Con la mano derecha desnuda y algo temblorosa, Elsa tocó la superficie lisa del espejo. Casi al instante que las yemas de sus dedos hicieron contacto con la superficie, los cristales de hielo se esparcieron a todo el espejo dejándolo completamente escarchado. Algo que Elsa no había esperado que pasara, sin embargo, era que el hielo invadiera parte de la pared detrás del espejo. Se colocó el guante rápidamente.
—¡Santo cielo! —Escuchó que Anna decía mientras caminaba también hacia el espejo y colocaba su mano en su superficie— ¡Está congelado! —corroboró.
Elsa seguía con la cabeza gacha mirando exclusivamente la mano enguantada que había liberado el poder.
—Lo sé, es terrorífico ¿Verdad? Solo un monstruo podría hacer semejante...
—¡Es grandioso! —la exclamación tomó tan de sorpresa a Elsa que dio un leve respingo y volvió la mirada hacia su hermana— ¡Es genial, fabuloso! ¡Tienes poderes de hielo!
—¿No tienes miedo?
—¿Por qué? Sé que tú nunca me harías daño, hermana.
—Ya lo hice una vez —refutó.
Entonces le contó el evento que había acontecido hace diez años atrás, que le había borrado la memoria a Anna, y que había forzado a los cuatro a esa extraña dinámica familiar. La menor de las princesas del Reino de Arendelle la escuchó atentamente, comprendiendo por primera vez, el porqué de muchas situaciones de su vida cotidiana que antes no tenían explicación. Y sobre todo entendió el comportamiento de Elsa.
¡Oh, por dios! Elsa, su pobre hermana ¿Había vivido todos esos años así de atormentada de su poder, encerrada sola en una habitación? A pesar de que ella misma estuvo la mayor parte de su infancia sola, nunca tuvo esa clase de preocupaciones. Ni siquiera podía comenzar a imaginarse aquel calvario.
—Después de contarte esto, puedo entender si ahora me odias —dijo Elsa con la garganta hecha un nudo, y la mirada fija en cualquier parte menos en su hermana.
Esas palabras hicieron que las pestañas de Anna se humedecieran de golpe.
—¡Elsa!
—Es cierto, no me lo escondas —se encaminó nuevamente hacia la puerta, encorvando levemente la espalda—. Solo dilo.
—¡¡No!! —Anna corrió y sujetó el brazo de Elsa para que no se fuera. Elsa no alcanzó a oponer resistencia y se giró hacia ella.
—¿Por qué?
—¿Por qué odiaría al único ser querido que me queda en este mundo? —Anna la soltó y la miró a los ojos —Elsa, tú eres lo que tengo, y no quiero perderte también.
Los hombros de Elsa temblaron, porque a pesar de estar reteniendo sus emociones, no podía evitar querer sollozar.
—Pero yo provoqué todo esto. Tu accidente, la separación de nuestra familia, nuestro aislamiento del Reino, todo.
—No fue tu intención. Además, ahora parece que lo manejas mejor ¿o no?
—¿La magia? Pues no realmente. Simplemente puedo evitar que mis poderes salgan disparados gracias a estos —levantó un brazo a la altura de la mirada de Anna para señalarle el guante—. Sin embargo, en los días en que mis emociones están más alteradas, incluso han llegado a traspasarlos. Anna, esto es más como una maldición para mí.
—Elsa, lo solucionaremos. Pero juntas de ahora en adelante. Nunca más tendrás que lidiar con tus problemas tu sola. Es una promesa.
Elsa asintió, con los ojos vidriosos.
En ese momento creyó por completo en las palabras de Anna y supo con certeza inexplicable que los días de soledad habían acabado. La familia se había salvado.
Después de todo, era una promesa.
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¿Por qué el rey no llevó a Anna donde los trolls para que la curaran?
¿Qué era lo que Iduna quería decirle a su primogénita?
¿Podrán Elsa y Anna mantener su promesa?
Adelanto: En los próximos capítulos vienen dos grandes acontecimientos que le darán un giro de 180 grados a nuestros protagonistas, cuyas consecuencias repercutirán el resto de la historia.
Agradecimientos a FedeTerTR, natikpoper21 y JorgeMolero0 por sus votos 💖. Me ayudan muchísimo.
Y ya saben, pueden votar y/o comentar que les gustó, que no les gustó. Recuerden que las críticas constructivas son bien recibidas aquí.
Saludos. Cuídense mucho (✿◠‿◠)
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