𝙶𝚄𝙴𝚁𝚁𝙰 𝙲𝙸𝚅𝙸𝙻
Bucky miró la ventana cuando escuchó un aleteo. Allí vio a una paloma blanca, batiendo sus alas y mirando hacia el interior del apartamento, esperando que le abrieran. Corrió a deslizar la ventana hacia arriba y la paloma se infiltró, aterrizando a espaldas de él.
Cuando se giró, una chica de piel aperlada, larga cabellera platinada y ojos grisáceos, se lanzó sobre él. Bucky la envolvió con sus brazos y la apretó contra su cuerpo, aspirando su aroma al ocultar el rostro en la curva de su cuello.
—Estás bien —murmuró, sintiendo cómo la tranquilidad y el alivio adormecía sus músculos—. No respondías los mensajes, creí que...
—Se quedó sin batería —explicó, acariciando los mechones azabaches de su cabello, que estaba suave y olía a su champú de coco y almendras—. Sabes que no tienes que preocuparte. No podrás librarte de mí tan fácil, soldat.
Bucky sonrió.
—Me alegra.
Astlyr se separó apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos, que aún se veían mortificados sobre esas grandes ojeras oscuras que llevaba por el insomnio. Frunció el ceño y le acarició el pómulo derecho.
—¿No has dormido?
—No —respondió, aunque no parecía frustrado por ello—. Estaba demasiado nervioso para dormir.
Ella asintió, comprendiendo su sentimiento. Mientras que él estuvo temiendo por su seguridad, ella estuvo temiendo que despertara de una pesadilla y el Soldado del Invierno tomara su lugar. Si eso hubiera pasado, lo habría perdido para siempre.
—Ya no tienes que preocuparte —le sonrió, acariciando un lado de rostro con cuidado y cariño—. Estoy aquí, y no me iré por un tiempo.
Seguido de eso, se puso de puntas y lo besó. Bucky correspondió el beso instintivamente. Su cuerpo respondía al de ella de inmediato. El beso fue tierno y suave, ambos simplemente se sintieron, mostrándose cuánto se habían extrañado y preocupado el uno por el otro en esos momentos separados.
—Te quiero.
Cuando cortaron el beso fue cuando Astlyr lo escuchó decir esas dos palabras. Su corazón se aceleró y un escalofrío corrió por su espina dorsal. No de una mala manera, sino de una buena, realmente buena. Un escalofrío que la hizo anticipar que algo verdaderamente bueno estaba a punto de pasar.
Sonrió tan fuerte, sin poder contenerse, que sintió que le dolieron las mejillas, las cuales estaban rojas como cerezas.
—Te quiero, soldat.
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