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9. Música, libros y ciruelas


—Fresca como lechuga —expresó, saliendo del baño con un aroma a coco y almendras, un olor tan fuerte y exquisito que Bucky supo que ahora nunca podría olvidar.

—Ahora lo tienes largo —dijo, sin necesidad de señalar la gran melena platinada que tenía cepillada sobre su espalda.

—Sí, bueno... De vez en cuando me hago un cambio. Hace un año tenía el cabello negro. Luego lo regresé a platinado, pero corto, y ya tenía seis meses así, por lo que ahora decidí llevarlo largo —explicó, encogiéndose de hombros, dando a entender que no era nada nuevo o especial. Sin embargo, para Bucky sí lo era.

Aunque no lo dijo, le gustó el nuevo estilo. Se veía más tierna y pegaba más con su personalidad infantil y alegría contagiosa. Tuvo unas rápidas memorias de las mujeres de su época: todas llevaban vestidos por debajo de las rodillas, con cabello corto y de rulos, las cejas delgadas y muy arqueadas. Comprendió que ella era muy diferente a las mujeres de su década.

Astlyr lo notó formando una mueca, que al principio pensó que era de disgusto, pero al fijarse más en la expresión de sus ojos, se dio cuenta de que estaba intentando formar una sonrisa de aprobación. Se sintió enrojecer por la atención del Soldado.

—Bueno —dirigió la conversación a otro lado—, vamos. Sé a cuál café ir. Es pequeño y casi siempre está vacío, pero es lindo y con un internet más rápido que el de Starbucks.

—Bien —respondió, poniéndose una chaqueta, guantes y cachucha, todo sin poder evitar seguir embobado por la nueva apariencia de Astlyr.

El corto vestido color carmín, con diminutas flores blancas, casi le permitió ver de más cuando ésta se agachó para tomar su celular de la mesita central y meterlo en el pequeño bolsillo de su vestimenta, pero actuó como si no lo hubiera notado y rápidamente desvió sus ojos hacia el techo.

Astlyr tomó las llaves del apartamento y lo alentó a seguirla. Bucky se mantuvo a su lado mientras caminaban hacia la cafetería. La sensación de que ya había recorrido aquellas avenidas de Brooklyn lo abrumó un poco, y confirmó que haber ido a aquella ciudad con la que había soñado por semanas tras la caída de SHIELD fue la decisión correcta.

Durante el camino, Astlyr le fue explicando lo que era el internet y cómo las cafeterías de ahora eran muy concurridas por el servicio de internet que ofrecían. Bucky preguntaba cada vez que le entraba una nueva duda y Astlyr le respondía todo con paciencia y la mayor claridad posible.

No tardaron mucho en llegar al lugar y formar fila. Astlyr revisaba su celular mientras tanto y contestaba los mensajes de Clint y Laura, sonriendo al ver las fotografías de sus hermanos adoptivos comiendo helado felizmente en una nueva feria.

Al ser su turno en la fila, la mesera les sonrió.

—Hola, Astlyr.

—Qué tal, Elise —respondió—. ¿Me das...?

—Un moca mediano, lo sé —anotó divertida, a lo que Astlyr asintió y volvió a su celular—. ¿Y para tu novio?

Astlyr rió entre dientes, pero no negó nada. Bucky, por suerte, no había escuchado; mantenía la mirada en la cafetería, revisando cada rincón e intentando comprender el estilo moderno.

—Dale un americano.

—¿Qué tamaño?

—Mediano.

—¿Para aquí?

—Sí, por favor.

—Ahorita se los llevo.

Astlyr asintió y se dirigió a la mesa más oculta de todas, tomando asiento y sin dejar de responder mensajes. Bucky se preguntó cómo era posible que caminara de esa forma, sin chocar o tropezar.

—Listo. Tenía muchísimos mensajes de Clint y Laura, lo siento. Ahora, disfruta el café mientras yo descargo la música más conocida de los cuarenta.

Tecleó en busca de información sobre cómo ayudar a la memoria y fortalecerla a corto y largo plazo, cómo recuperar recuerdos y algunos alimentos buenos para el cerebro. Pasó media hora recopilando información que anotó en una servilleta con una pluma prestada por Elise.

Bucky sólo la miraba haciendo todo, sin pasar desapercibido el hecho de que Astlyr anotaba todo en noruego, así como su celular estaba en ese idioma. Bucky sabía hablarlo, pero no leerlo.

—¿Qué es un moca? —preguntó Bucky, mirando la taza medio vacía de Astlyr.

—Pruébalo. Es mi café favorito aparte del Karsk, que sólo es café y alcohol. Típico de Noruega —explicó, al ver su mirada confundida—. Otro día pedimos uno para que lo pruebes.

Bucky acercó la taza a su boca y olfateó antes de darle un sorbo.

—¿Y? ¿Te gustó?

—Es dulce.

—Lo sé, como yo —respondió socarrona, aún con sus audífonos puestos, mientras elegía unas canciones. Bucky rodó los ojos. ¿Cómo le hacía para siempre encontrar un momento en el que sacar a flote su ego?—. Vamos. Tenemos que ir a la biblioteca.

Bucky sacó unos billetes arrugados de sus pantalones, pero Astlyr se le adelantó y dejó un billete que incluía la propina. Bucky miró mal el dinero y luego a ella.

—Ni lo pienses, RoboCop. No me mires así. Ah, tú pagas el siguiente café, ¿contento?

Salieron de la cafetería y caminaron otro par de calles para llegar a la biblioteca. Tardaron media hora buscando libros que hablaran sobre el funcionamiento de la memoria, cómo ayudarla o fortalecerla. Bucky la ayudaba a cargar los libros y bajar los que estaban en estanterías que ella no alcanzaba. Al final, escogió tres libros del tema.

Luego se dirigieron al área de Historia Universal y Estadounidense, ya que él era americano. Terminó eligiendo un libro que hablaba de los sucesos más importantes de la humanidad, otro de la historia de Estados Unidos y otro de la Tecnología a lo largo del tiempo desde 1900. Todo con el fin de ayudarlo a comprender más la nueva era y ponerlo al tanto.

Bucky cargó los seis libros con un sólo brazo, sin complicaciones. Astlyr no pudo resistirse y se dirigió a la sección de género narrativo y lírico. Ahí terminó agarrando ocho libros (cuatro novelas y cuatro composiciones de poemas de cuatro diferentes autores).

—Ésta es muy buena.

—Flores... en el... ¿ático?

—Éste también.

—¿Mujercitas?

—¡Oh, oh! ¡Éste tienes que leerlo!

—Matar a un ruiseñor no suena...

—¡Oh, mira! Éste lo leía cuando era niña. Lo llevamos.

—Es un libro de cuentos.

—Cuentos noruegos.

Astlyr se emocionaba cada vez más cuando reconocía algún libro. Bucky se quedó casi pálido al ver cuántos libros conocía y lo rápido que había hojeado todo. Ahora estaba seguro de que Astlyr era la persona más interesante que había conocido en sus casi cien años.

Tuvo que empezar a usar las dos manos para llevar la cantidad de libros que ella había elegido, y caminaron al escritorio de la bibliotecaria.

—Nancy, me llevo éstos —señaló, mostrándole todos los libros que Bucky cargaba.

La anciana la miró.

—Ahora sí llevas bastantes, Astlyr.

—Ya me conoces —respondió encogiéndose de hombros, mientras Nancy revisaba todos los libros y hacía el proceso habitual para que pudiera llevarse los libros a casa—. Te veré pronto. Cuídate.

—Tú igual, niña.

—Ahora, vamos a las películas —planeó al salir de la biblioteca, con Bucky pisándole los talones.

Se dirigieron a una tienda de videos. Astlyr le hablaba sobre las posibles películas que elegirían, pero Bucky no reconocía ningún título que ella mencionaba, así que le platicaba más o menos de lo que la historia trataba.

Igual que en la cafetería, Bucky examinó todo el lugar. A cualquier lugar nuevo o moderno que se acercaban, se quedaba viendo todo, tratando de entenderlo.

Astlyr eligió siete películas, sabiendo que eran una buena inversión. Eran buenos filmes que ella sin duda volvería a ver con o sin él. Antes de volver al apartamento, insistió en pasar por el mercado para comprar algunas frutas.

—Elige unas ciruelas —pidió, señalando una canasta llena de ellas.

—¿Ciruelas?

—Sí.

—¿Y por qué ciruelas? —preguntó, aún confundido.

—Ayudan a la memoria. Lo vi en internet.

Bucky asintió, sin dudar más de ella. Tomó unas cuantas ciruelas y las puso con el resto de lo que ya llevaba, escuchando a Astlyr responder una llamada. Se trataba de Cooper y Lila Barton queriendo saludarla, lo que la mantuvo lo suficientemente distraída para que él se aprovechara para adelantarse a pagar todo. Astlyr siguió hablando con una expresión de felicidad, prometiendo visitarlos pronto. Y cuando vio a Bucky con todas las frutas en una bolsa, se despidió y finalizó la llamada.

—¿Pagaste?

—Sí.

Ella lo miró con una sutil mueca.

—De acuerdo, parece justo. Ahora sí, volvamos. Muero por escucharla música de los cuarenta. No estoy muy familiarizada con ella, ¿sabes?

Pronto volvieron al apartamento, hablando de cómo verían las películas, escucharían la música y leerían.

—Tal vez deberíamos ver una película un día, al otro leer, y al siguiente escuchar música. Así sucesivamente, hasta que terminemos con cada década —ideó, acomodando los nuevos alimentos en la nevera. Notó el silencio de su parte y se volteó a verlo: él la miraba con las cejas alzadas.

Ella parecía tan despreocupada por la vida, que se preguntó por qué era así.

—Otra vez esa cara, James. ¿Qué piensas?

Él frunció el ceño sin comprender.

—¿Cuál cara?

—Ésta —dijo, y juntó las cejas, entrecerró los ojos y pegó sus labios en una línea fina y blanca, mirando un punto fijo detrás de él.

—Yo no hago esa cara —negó con una pequeña sonrisa.

Debía admitir que se veía graciosa imitándolo, aún con su propia cara de muñeca. De repente se sintió ligero: era la primera vez que sonreía sincero y despreocupado.

—Sí la haces. Cada vez que intentas recordar, o cuando algo te suena familiar, o cuando sientes curiosidad o estás confundido.

La miró algo sorprendido, con una ceja arqueada en cuestionamiento. ¿Cómo se había dado cuenta de todo eso en tan poco tiempo?

—Oh, vamos. No finjas que no me has analizado también. Seguramente ya me conoces de pies a cabeza ahora.

No lo negó. La había observado demasiado en ese par de días. Aunque tampoco era como si ella fuese muy cerrada en cuanto a su personalidad. Ser espías en sus pasados tenía sus ventajas: ambos ya se habían analizado entre sí.

—Anda, dilo.

—¿Decir qué?

Ella rodó los ojos.

—Dime lo que has observado. Oh, ya sé qué dirás —sonrió orgullosa de anticipar sus palabras—: dirás que soy muy infantil.

—Bueno, lo eres —admitió, encogiéndose de hombros. Ella sonrió, restándole importancia a ese hecho—. No eres muy fuerte, pero sí muy ágil y rápida. Creo que por eso no he logrado golpearte cuando... bueno...

—Cuando HYDRA te controlaba.

Él asintió.

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