59. Pérdida
Apenas Astlyr dejó de sentir la sacudida por el viaje en el túnel cuántico, supo que estaba de vuelta. Inmediatamente volteó a su derecha, donde esperaba verla con ansias, pero el lugar estaba vacío. Una parte de ella se había ilusionado momentáneamente, había esperado que apareciera ahí, que todo se hubiera revertido.
Y la prueba de que no volvería fue peor que una daga a su corazón.
No comprendía lo que el equipo decía, todo sonaba distorsionado y lejano, hasta que una voz sobresalió entre las demás y dijo su nombre.
—¿Astlyr?
Levantó la mirada. Clint la observaba con el rostro impregnado de terror y expectación. Esperaba una respuesta.
—¿Y Natasha?
Parpadeó un par de veces, sólo mirándolo. ¿Cómo se lo decía? ¿Cómo le decía que su mejor amiga había dado la vida por ella? Los ojos se le llenaron de lágrimas y la culpa la golpeó duro en el pecho.
Astlyr no se había dado cuenta de que estaba de rodillas, llorando en silencio con sus ojos clavados en los de Clint, lamentándose no haber luchado más fuerte, odiándose a sí misma por no salvarla.
Se limpió unas cuantas lágrimas con brusquedad y se levantó. Tenía que arreglarlo. Si volvía de nuevo en el tiempo, antes de que todo sucediera, tal vez lograría salvarla. Trató de hacerlo, presionó con toda su fuerza los botones, pero las partículas Pym se habían acabado.
—Copito...
Astlyr lo ignoró y levantó la mirada hacia el mando de control, donde Bruce había controlado todo.
—¡Suéltame! ¡No!
Steve la había tomado en un abrazo prensado y difícil de romper, evitando que llegara al computador para activar el túnel cuántico.
—¡Puedo regresarla! ¡Puedo regresarla! ¡Suéltame! —gritaba y forcejaba contra el súper soldado, hasta que se sintió demolida, cansada de pelear contra los invencibles brazos de Steve.
—Astlyr, por favor —le pedía Steve, su voz también se escuchaba quebradiza, aunque mucho más estable que la de ella.
—¡Suéltame! —seguía pidiendo entre sollozos, pero ya no luchaba— Suéltame, suéltame.
Era lo único que podía articular. Esta clase de dolor no la había paralizado desde hace cinco años, y odiaba volver a sentirse tan miserable e impotente.
La realidad la golpeó con fuerza.
Natasha no volvería.
Por alguna razón, Steve la había llevado al muelle de las instalaciones. Debía ser que recordaba lo mucho que ella y Natasha disfrutaban de lanzar piedras y hacerlas rebotar en el lago.
Steve la sentó en una de las bancas y tomó un lugar a su lado para acompañarla. Astlyr no lo miraba, sólo sollozaba contra sus manos, ocultándose el rostro rojo e hinchado por el llanto. Steve no se movió ni dijo nada, dejándola llorar libremente.
Su rostro, siempre blanquecino y radiante, tan delicado y alegre, se quedaría para siempre en aquella fotografía, pero nunca volvería a verlo en persona, a darle un pellizco en sus mejillas, a peinar su cabello de plata...
—Te fallé —murmuró para sí misma.
No sólo sentía dolor, la rabia burbujeaba y le impedía llorar a su hermana sanamente. Guardó la fotografía con cuidado en el bolsillo interior de su abrigo y levantó la mirada. El quinjet enviado por SHIELD la esperaba desde hace veinte minutos. No le importaba hacerlos esperar. Necesitaba despedirse apropiadamente de lo que fue su hogar alguna vez. La casa era un lugar vacío y al que ya no pertenecía, ahora que estaba sola.
Sin ellas, no tenía sentido entrar de nuevo a esa casa. No lo había hecho desde que volvió y se dio cuenta de que se habían llevado a Romee. La última vez que tocó el pomo de la puerta principal, fue para cerrarla después de bañar el lugar con aceite, con un camino hacia el horno, prendido y abierto.
Observó los cerillos entre sus dedos, nerviosa. Estaba segura de que no quería volver a ver esa casa. Romee no volvería. Todavía no encontraban el cuerpo de Bera, y estaba segura de que no lo harían jamás. Pronto descubrirían que Romee también había sido asesinada por los mismos que capturaron a su madre.
—Les fallé a ambas —se rectificó, mirando la casa, tan hermosa y llena de vida, igual que una ilusión.
Rozó el cerillo contra la caja y éste se prendió en una pequeña llama. Lo dejó caer sobre el camino de la entrada y un hilo de aceite se prendió en un fuego abrumador, avanzando poco a poco hacia la puerta. Astlyr no esperó a ver cómo su hogar estallaba y se volvía cenizas. Tiró la caja de cerillos al fuego y se dio media vuelta. Vio en la rampa del quinjet a Clint Barton, con los ojos cristalinos, pero el semblante neutro... hasta que la casa explotó a espaldas de ella. Ella sintió el calor abrasador del fuego, pero se negó a voltear. Continuó avanzando hasta que entró al quinjet, pasando de largo a Clint.
La rampa se levantó hasta sellarse y el quinjet se levantó en el aire. Dos agentes de SHIELD, cuyos nombres desconocía, piloteaban el jet, mientras Clint Barton y Natasha Romanoff la observaban en silencio, tratando de ser sutiles.
No es como si Astlyr estuviera fijándose en quién sí la miraba y quién no. Le importaba poco. Ella veía a la nada, permanecía en silencio y sólo escuchaba el ruido de los motores. Nunca había dejado Noruega... y tampoco volvería.
—¿Arrepentida?
Astlyr levantó la mirada y miró a su derecha. Natasha se había sentado en un asiento junto a ella. Su larga melena rizada y pelirroja enmarcaba muy bien su cara. Sus ojos verdes intentaban mostrar calidez, pero se veían tristes en realidad.
—No —contestó.
Hace sólo un día había llegado del banco, después de vaciar las cuentas, y descubrió que habían capturado a su hermana, y hace sólo unas horas habían llegado Clint Barton y Natasha Romanoff al rescate. Astlyr no pasó por alto la tristeza que les abordó cuando les dijo que sólo quedaba ella. Era extraño dar explicaciones a dos extraños que al parecer eran buenos amigos de su madre.
—No volveré a verla, ¿verdad?
Natasha la miró. Astlyr no estaba llorando, y le estaba pidiendo una respuesta seria y sincera. Podría haberle dicho que harían todo lo posible, que todavía existía una posibilidad de encontrar a Romee y salvarla, pero ella no parecía la clase de persona que toleraría patrañas empáticas.
—Las primeras veinticuatro horas son críticas —admitió—. Estamos haciendo todo lo posible. Vamos a encontrarla.
Astlyr cerró los ojos y formó una mueca de molestia con la boca.
—¿Puedes jurarlo? —cuestionó mordaz. La miró con ojos vacíos, y a la vez tan llenos de ira— ¿Por tu vida?
Natasha no parpadeó, lágrimas se acumularon en sus ojos.
—Sólo puedo jurarte —habló con un tono suave, pero fime— que nada en este mundo va a hacerte daño mientras yo esté aquí.
Era una promesa extraña de hacer, ya que no tenía más de unas horas de conocerla, pero su sinceridad la dejó callada.
Sentía una revoltijo en el estómago y un nudo en la garganta, la tristeza y el enojo compitiendo por crecimiento y dominio. Tenía muchas otras emociones encontradas, como la culpa, la incertidumbre, miedo, pérdida, pero el enojo se estaba volviendo más fuerte que ninguno.
—Ella jamás me falló —masculló, apretando los dientes—. Y yo no pude... —su voz se rompió, no el llanto le cortaba la habilidad para hablar.
Desearía que Natahsa no hubiera sido tan cumplida con sus deudas. Había cumplido su promesa hasta su último aliento. Apretó los bordes de la banca con sus dedos hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
—No es tu culpa, Astlyr —dijo Steve—. Nunca hubieras sido capaz de detenerla. Era un poco terca cuando se trataba de protegerte.
En su intento de calmarla, Steve se había terminado poniendo al tanto de lo que había sucedido en Vormir. Pero sin importar cuánto se esforzara, Astlyr seguía sintiendo la misma culpa.
—Le he fallado a todos. Siempre lo hago. Dejé que Natasha muriera. ¡Ni siquiera puede ver a Clint a los ojos! —exclamó desesperada.
Steve la rodeó por los hombros con su brazo, acercándola para consolarla. Astlyr vio las rodillas de Steve. Tenía el pantalón mojado por las lágrimas. Ella no era la única con el corazón roto. Extendió los brazos y lo abrazó por el torso, consolándolo también.
Era la primera vez que Steve no tenía una respuesta para una situación difícil. Eso le dijo lo mucho que le dolía el alma en ese momento. Era fácil hablar con Steve, ¿pero Clint? ¿Cómo le diría a la única figura paterna en su vida que su mejor amiga se había sacrificado por ella? Tenía miedo de que la resintiera, de que la culpara. Ella misma ya lo hacía.
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