52. Reino cuántico
—Bien. Suficiente.
—¡Astlyr!
Ignoró a Steve. Nunca había ignorado una orden directa y seria de Capitán América, pero estaba estresada, confundida y desesperada. Así que no titubeó ni retrocedió. Agarró a Scott por el cuello de la camisa, lo jaló y lo sentó de golpe y con fuerza en la silla más cercana. Scott la miró con los ojos bien abiertos y las palmas abiertas y arriba.
—Vas a decirme cómo estás vivo y por qué, ¡ahora! Ya dejé que entraras en pánico y caminaras de lado a lado sin parar durante minutos, pero me cansé. Necesito respuestas.
Scott tragó duro. Tanto Steve como Natasha podían verlo, ya que tenía la cabeza estirada hacia atrás, como si temiera que Astlyr fuera a darle una mordida. Se relajó y suspiró cuando la inhumana lo soltó y se alejó dos pasos hacia atrás, dándole espacio para que se calmara y hablara. Scott miró a Natasha y Steve, finalmente calmado.
—Iba a detenerla, pero su técnica funcionó —se excusó Natasha, encogiéndose de hombros. Astlyr no era la única cansada de ver a Lang caminar de un lado a otro sin parar.
—Bien —suspiró de nuevo—. ¿Alguno sabe de física cuántica?
—Sólo para dar conversación.
—No.
—Un poco.
Los tres miraron a Astlyr con las cejas alzadas. Ella se encogió de hombros.
—¿Qué? —preguntó inocente— ¿Saben cuántos libros hay aquí? Muchos de ellos eran de Tony o Bruce. No tuve opción. Era mi único entretenimiento antes de que me animara a salir del Centro e ir a la biblioteca —se explicó.
—De acuerdo —se conformó Scott—. Entonces, hace cinco años, justo antes de... Thanos... Estaba en un sitio llamado "reino cuántico". El reino cuántico es un universo microscópico. Para entrar hay que hacerse increíblemente pequeño. Hope... es mi... era mi... era quien debía sacarme. Entonces llegó Thanos y me quedé atrapado.
—Lo siento —dijo Natasha, guardando las manos en los bolsillos de su pantalón de chándal—. Debieron ser cinco años muy largos.
—Esa es la cuestión —puntualizó Scott, despertando la curiosidad y confusión de los vengadores—. No lo fueron. Para mí fueron cinco horas. Las reglas en el reino cuántico son distintas. Todo es impredecible. ¿Es de alguien ese sándwich? Me muero de hambre.
Astlyr se apresuró a empujarlo con un dedo en el pecho, evitando que se levantara de la silla. Le estiró la mano a Natasha y ésta le lanzó la mitad del emparedado. Astlyr lo atrapó y se lo dio a Scott.
—Come, pero no te moverás de aquí hasta que termines de decirnos qué es a lo que quieres llegar con esto del reino cuántico.
Scott no respondió. Inmediatamente le dio un gran mordisco al sándwich. Sin terminar de tragar o masticar, siguió su explicación.
—Lo que digo es que... el tiempo funciona de otra manera en el reino cuántico. El único problema es que no hay una forma de movernos por él. Pero ¿y si la hubiera? —propuso, tomando energía y emoción en sus palabras, levantándose con el sándwich en mano y empezando a caminar de lado a lado otra vez. Ya que seguía hablando, Astlyr lo dejó levantarse— No dejo de darle vueltas. ¿Y si pudiéramos controlar el caos y movernos por él? ¿Y si hubiera una forma de entrar en el reino cuántico en un momento dado, pero salir de él en otro? Como... como antes de Thanos.
—Espera —interrumpió Steve—. ¿Estás hablando de una máquina del tiempo?
Natasha y Astlyr arquearon al ceja y miraron expectantes a Scott.
—No. Claro que no. No es una máquina del tiempo. Es más bien como... Sí. Como una máquina del tiempo. Ya lo sé, es una locura. Pero no puedo dejar de pensar en eso. Tiene que haber una... alguna forma de... Es una locura —se rindió, agachando la cabeza y negando con ella.
—Scott, recibo correos de un mapache y Astlyr se hizo amiga de una extraterrestre que parece la versión femenina del diablo. Ya nada es una locura para nosotros.
—Entonces, ¿con quién hablamos de esto?
Astlyr inhaló profundamente.
—La respuesta es fácil, pero convencerlo no lo será —murmuró, negando con la cabeza—. Tony.
Astlyr sintió que se le subía el corazón a la boca. Tony estaba ahí, vistiendo ropa cómoda y llevando en la mano un casco de alguno de sus trajes y, en el otro brazo..., a una niña de cuatro años vestida de rosa.
—Estoy mareado —comentó Scott, saliendo del auto—. ¿Siquiera tienes licencia? ¿Así manejan en Noruega?
—No, sólo ella —explicó Natasha—. Pero te acostumbras.
Astlyr cerró la puerta del piloto y guardó la llave en el bolsillo de su vestido. Tony los observó un segundo antes de continuar el camino hacia su lindo hogar de madera frente al lago. Subió los escalones del pórtico y volteó a verlos otra vez. Con un movimiento de cabeza, los saludó y los invitó a pasar.
Lo esperaron en el pórtico mientras él dejaba a su hija dentro de la casa. Unos minutos después, volvió con una bandeja con vasos de vidrio y un jarrón de café. Dejaron que Scott explicara su teoría e idea. Tony ni siquiera lo miró, y eso la hizo perder un poco de esperanza. Tal vez... no era posible.
—No. Sabemos lo que parece —insistió Scott.
—Tony, con todo lo vivido, ¿hay algo imposible? —cuestionó Steve, animándolo a probar la nueva idea.
—La fluctuación cuántica —lo interrumpió Tony— interfiere con la escala Planck, que activa la Proposición Deutsch. ¿Estamos de acuerdo en eso? —pidió, comenzando a refutar la teoría, entregándole un vaso con café a Steve.
—Gracias.
—Hablando coloquialmente: no volverían a casa.
Astlyr suspiró decepcionada. No tenía el cerebro para contradecir a Tony.
—Yo volví —le recordó Scott.
—No. Tú sobreviviste por accidente —aclaró—. Es una casualidad cósmica entre un billón. Y ahora quieres hacer un... ¿cómo lo llamas?
Scott dudó antes de formar una media sonrisa burlona.
—¿Salto en el tiempo?
—Sí, un salto en el tiempo. Claro. ¿Cómo no se nos había ocurrido? ¡Oh! Porque es ridículo, un sueño imposible.
—Las gemas están en el pasado —dijo Steve—. Podemos volver por ellas.
—Podemos chasquear los dedos. Traer a todos de regreso —añadió Natasha.
—O arruinarlo aún más de lo que él ya lo hizo —contradijo Tony.
—No creo que lo hagamos —negó Steve.
—Reconozco que echo de menos ese loco optimismo —dijo con sarcasmo—, pero la esperanza no sirve de nada sin una forma lógica, tangible y segura de llevar a cabo ese salto en el tiempo. El resultado más probable sería nuestra desaparición colectiva.
—No si seguimos las reglas básicas de los viajes en el tiempo —dijo Scott—. No hablar con nuestro yo del pasado, no hacer apuestas deportivas...
—Te voy a detener ahí, Scott —lo interrumpió con la mano en alto, en señal de alto—. ¿Me estás diciendo en serio que tu plan para salvar el universo se basa en Regreso al Futuro? ¿Es eso?
Scott negó con la cabeza.
—No.
—Bien. Menos mal. Me tenías preocupado, porque eso es una idiotez. La física cuántica no funciona así.
—Tony —habló Natasha, con ojos suplicantes—. Tenemos que intentarlo.
—Ya lo hicimos. Y aquí estamos.
—Sé que tienes mucho que arriesgar. Tienes una esposa, una hija. Pero yo perdí a alguien muy importante para mí. Muchos lo hicieron. Y ahora tenemos la oportunidad de hacer que vuelva, de hacer que todos vuelvan, y tú ni siquiera...
—Exacto, Scott. Yo ni siquiera —finalizó Tony—... No puedo.
Astlyr se limpió el par de lágrimas que se la habían escapado con brusquedad. Esa pequeña esperanza que había intentando no dejar nacer, había muerto con el golpe de la cruda realidad.
Unos pasitos acercándose la despertaron de sus repentinos y oscuros pensamientos. De la puerta de la casa, que estaba a su derecha, salió la hija de Tony. Recordó su nombre por la invitación a su bautizo, al cual no había asistido. Morgan Stark.
—Mamá me dijo que viniera a salvarte —le dijo con voz dulce y preocupada, acercándose a su padre.
—Bien hecho. Me salvaste.
Entonces, antes de estirar los brazos hacia su padre para que la cargara, se fijó en las personas a su alrededor. Miró uno a uno con pena, y se detuvo en Astlyr. La observó con curiosidad y los ojos entrecerrados.
—¿Eres una princesa?
Astlyr parpadeó sorprendida. Steve y Natasha sonrieron divertidos. Ellos no se veían sorprendidos. Astlyr tenía la piel nívea y de porcelana, ojos grandes y grises, cara de muñeca, el cabello colorido y un vestido azul que le llegaba a las rodillas.
—N-no —tartamudeó.
Morgan alzó un poco la mirada, y Astlyr comprendió que estaba examinando su cabello púrpura con leves luces azuladas.
—¿Es real?
Morgan avanzó hacia ella, como si quisiera estirar la mano y comprobar que el pelo no fuera una ilusión o una peluca. Pero se detuvo abruptamente cuando Astlyr retrocedió como si su vida dependiera de ello. Morgan formó un puchero, avergonzada, y se volteó hacia su padre, quien la cargó en brazos y la rodeó con los brazos.
Astlyr sintió mucha culpa, pero no dijo nada. No toleraba estar cerca de niños desde que sus hermanos adoptivos habían desaparecido y su bebé nonato había fallecido dentro de ella, donde debió estar seguro y a salvo. Y Romee... Casi sentía que todos los niños que le importaban y la rodeaban tenían un final trágico.
Era demasiado doloroso, como clavarse una daga en el corazón repetidas veces. El dolor superaba sus deseos de conocer a la pequeña Stark. No podía encariñarse con nadie más, menos un infante.
Tony se levantó, con su hija abrazándolo y con la cabeza recostada en su hombro. Se acercó a la puerta, pero se detuvo frente a Astlyr. Ella reconoció la expresión de lástima en sus ojos. Al menos era un alivio saber que él no tomaba personal la distancia que ponía entre ella y su hija.
—Eres joven, copito. Aún tienes mucho por delante, y hay tantas cosas que puedes hacer y tener.
Astlyr frunció el ceño. Sus palabras fueron suficiente para que su sangre hirviera, algo dentro de ella hizo ebullición y explotó.
—Lo hice —masculló. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su boca se torció en un puchero—. Hice tantas cosas, con la persona que más he amado. No tienes ni idea. He estado donde tú estás ahora. Lo tuve todo. ¡Todo! ¡Y me lo arrebataron! —exclamó, entre la rabia y el dolor— ¡Dos familias! ¡El único padre que he tenido ni siquiera me devuelve las llamadas! ¡Perdí amigos! ¡Perdí el mejor trabajo que he tenido! ¡Perdí a mi equipo! ¡Perdí a mi esposo! ¡Perdí a mi bebé! ¡Y sin ellos, me he perdido a mí misma también! —gritó, su cara tornándose roja. Su voz había adquirido ese tono amenazante, furioso y seseante. Deseó no haber explotado frente a Morgan, pero no podía parar ahora que lo había soltado. Apretó los dientes, sin dejar de mirar a Tony a los ojos— Han pasado cinco años desde que por primera vez siento esperanza, y la única persona que puede ayudarme... se rehúsa a intentarlo. ¿No quieres ayudar? ¡Bien! Pero no me pidas que haga cosas, que consiga cosas, que ya tuve, que perdí... que me quitaron, cuando sabes que eres el único que puede ayudarme a recuperarlas.
Lo miró sólo por un segundo antes de darse media vuelta, darle la llave del coche a Steve sin mirarlo y salir volando con la forma de una paloma blanca, alejándose en el cielo hasta perderse en las nubes.
Steve suspiró en silencio.
—Es la que más ha perdido, y la que menos ha podido avanzar —le explicó, notando la sorpresa pasmada en los ojos de Stark—. No es la misma, Tony.
—¿Estaba embarazada? —exclamó en un susurro, casi un jadeo— ¿Y casada?
Natasha asintió.
—Estuve ahí cuando los perdió. A los dos.
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