5. El Soldado del Invierno
El apartamento de Astlyr era de una piso. En él tenía una sala, un comedor, una cocina y una cama cerca del baño (donde sólo tenía un retrete, un lavabo y una regadera), además de un clóset prácticamente inservible debido a su diminuto tamaño.
Todo lo que había comprado para amueblar lo había conseguido a un buen precio, dado que le encantaban las cosas de segunda mano. Odiaba la idea de desperdiciar algo en buen estado. Los muebles y las mínimas decoraciones que le daban encanto a su apartamento las había comprado en el Mercado de Pulgas; había encontrado y formado un bueno juego para que todo combinara.
Se sentía muy orgullosa de lo que había logrado, sobre todo por haber repintado de blanco todas las paredes y haber hecho una limpieza extrema. La cocina y el baño ya no tenían ni una mancha de suciedad. El departamento no se parecía nada a como había estado cuando empezó a rentarlo.
Sin duda había logrado una maravilla, pero su toque favorito era la ventana: con el vidrio tan limpio que ni parecía que estuviera ahí, con el marco repintado y sin cortinas, la ventana lograba aparentar un tamaño más grande al departamento.
Sacó sus llaves, que colgaban de un llavero con la bandera de Noruega. Al entrar, dejó la bolsa de papel, que tenía algunas frutas y yogurt, sobre la barra. Cantando con sus audífonos puestos mientras escuchaba una canción de Wham, sacó lo comprado y lo fue dejando en su lugar correspondiente.
Cuando estuvo lista para prepararse su típico postre dominguero, suspiró frustrada al no hallar una bolsa de granola en su alacena.
—Genial —masculló.
Volvió a tomar sus llaves y un poco más de dinero de su mochila (que escondía dentro del horno) para salir. A un par de calles había una esquina con varias tiendas que formaba un pequeño mercado, en el cual compraba todos sus alimentos desde que se había mudado a Brooklyn (hace casi cuatro meses).
—¿Otra vez aquí? Te fuiste hace diez minutos —notó la señora, que acomodaba muy concentrada unas manzanas sobre una canasta.
—Es que ya la extrañaba —explicó con una sonrisa tierna, haciéndole ojitos.
La señora rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír también ante la expresión de la extranjera, quien se había vuelto su cliente más frecuente.
—¿Qué se te olvidó?
—Granola.
La señora asintió y se metió a la tienda para buscarle lo pedido. Volvió casi al instante con el empaque de granola dentro de una bolsa de papel. Astlyr pagó, agradeciéndole, y partió de vuelta a su departamento. Ahora sí, podría comer su postre de yogurt con granola: un postre clásico que solía comer con su hermana todos los domingos.
Se detuvo al ver a una banda de jóvenes maleantes y decidió desviarse para evitar problemas, yéndose por un camino más largo. Tarareando la canción que escuchaba en sus audífonos, caminaba calmadamente y tratando de no chocar con todas las personas que cruzaban por la vereda.
Cuando pasó frente a un callejón angosto y cerrado que sólo tenía un contenedor de basura, escuchó un maullido agonizante por encima de la música. Se detuvo abruptamente, esperando volver a escuchar el maullido cuando se quitó los auriculares. El gato volvió a chillar dos segundos después y Astlyr no dudó en meterse al callejón para ayudarlo.
El felino de pelaje negro y ojos amarillos, como un clásico gato de Halloween, salió por debajo del contenedor, luciendo hambriento y desamparado. Miró a Astlyr antes de caminarle entre las piernas, pidiéndole algo de comer.
Abrió el empaque de granola, tomó un puño de la mezcla de nueces y avena, y se agachó para dejar su mano a la altura del gato, dejando que éste se alimentara de su mano.
—Te llevaría conmigo, pero se nota que te gusta ser salvaje —le habló, sin esperar que le respondiera.
Cuando terminó de comer, el gato pareció escuchar algo que ella no notó y huyó rápido y sigiloso. Se sacudió la mano en el vestido y se puso de pie para continuar su camino, cuando de repente escuchó un quejido humano y se congeló en su lugar. Su corazón saltó del susto. Su instinto de supervivencia le gritó que se fuera de ahí, pero su curiosidad fue más fuerte y ordenó a su pies que avanzaran.
Caminó más adentro del callejón, llegando al otro lado del contenedor. Lo primero que vio fueron unas botas sucias y desgastadas, un pantalón de mezclilla cubriendo unas piernas musculosas y una playera roja envolviendo el corpulento tronco de un hombre. El cabello azabache que tenía era largo, pero no lo suficiente para tapar todo su rostro.
—¿Bucky?
El nombrado despertó, levantándose del pedazo de cartón en el que había estado acostado, abrazando una mochila negra. Él la miró a través de su cabello grasoso y desordenado. Después de dos segundos de analizarla, la reconoció. Se movió para huir, pero Astlyr fue más rápida y lo detuvo al tomarle su mano derecha.
—Aguarda —pidió—. Sólo... espera. No te haré nada. Lo juro.
Bucky la miró con una mueca, sin saber si creerle, y se soltó de su mano bruscamente.
—Quiero agradecerte —murmuró. Al no hallar las palabras que quería decir, boqueó ligeramente antes de continuar—. Por sacarme del río. Sé que me hubiera ahogado si no lo hubieras hecho, así que... gracias.
Bucky sólo se abrochó la mochila al pecho y los hombros al oírla, dispuesto a irse. Sin embargo, ella volvió a detenerlo al taparle el camino, con la intención de seguir hablando.
—Quisiera... Quiero devolverte el favor.
—No necesito nada.
—Claro, porque dormir en un cartón es un sueño hecho realidad —dijo con sarcasmo—. Te ves cansado y más delgado, comparando cómo estabas la última vez que te vi. Puedo ayudarte.
—No quiero ayuda —masculló.
—¿Y por qué no?
Bucky empezó a irritarse por tanta insistencia.
—Porque no.
Ella lo examinó de pies a cabeza.
—Pero la necesitas.
—Claro que no.
—Claro que sí.
—Que no.
—¡Que sí! Prometo no decirle nada a nadie, si eso es lo que te preocupa. Sólo quiero ayudarte.
—¿Y por qué querrías hacerlo? —cuestionó, mirándola con más atención. Aunque se veía sincera, no le era fácil confiar en una persona que simplemente quisiera darle su ayuda o tratarlo bien.
Astlyr pensó bien su respuesta unos segundos, debatiéndose sobre cómo hacerlo confiar en ella sin tener que mencionar su propio pasado.
—Porque yo entiendo... y sé quién eres —explicó, mirándolo con más seriedad. El soldado siguió con su expresión confundida—. Además, soy tu mejor opción, a menos que quieras compartir latas de atún vacías con el gato.
El Soldado del Invierno la miró dudoso. No podía negar que la oferta era tentadora, pero después de haber sido maltratado por tanto tiempo, le era difícil aceptar que alguien lo tratara bien por el simple hecho de ser amable. Pensando que tal vez ella realmente podría ayudarle, consideró más seriamente la oferta.
—Escucha —dijo Astlyr con un suspiro exhausto—, soy voluntaria en un asilo. ¿Sabes con cuántas personas amnésicas he tratado? ¿Y sabes cuántas cosas y actividades he visto que les ayuda a ejercitar la memoria? No eres mi primer amnésico. Y no es como si tuvieras una mejor oferta en otra parte...
Astlyr lo observó expectante, pero él seguía analizando sus opciones en silencio. Finalmente, sonrió victoriosa cuando lo vio asentir levemente.
—Bien —aceptó él, mirando el suelo y luego a ella.
—Bien —concordó ella, satisfecha con su logro—. Sígueme.
Bucky la siguió manteniendo una distancia, sin estar seguro de si lo estaría guiando a una trampa. Permaneció alerta incluso cuando ella le señaló un edificio.
—Aquí vivo. El edifico es feo y los apartamentos muy pequeños, pero la renta es barata y la zona no es tan mala.
Bucky se sorprendió un poco de que ella viviera ahí. Parecía de esas chicas con casa perfecta y familia perfecta. No aparentaba ser alguien independiente en lo absoluto, mucho menos alguien que alguna vez peleó contra HYDRA.
Después de que Astlyr saludara al casero y le presentara a Bucky como su nuevo compañero de apartamento, llegaron hasta el quinto piso. Abriendo la puerta que tenía el número cuarenta y tres, Astlyr entró para dejar la granola en la barra de la cocina junto con las llaves. Notando a Bucky aún afuera, examinando el lugar antes de pensar en poner un pie adentro, ella lo miró burlona.
—Anda, pasa —lo animó—. Los fantasmas del edificio sólo visitan de noche.
Bucky rodó los ojos ante su última broma, pero entró. No dejó de revisar el lugar hasta estar al tanto de cada rincón. Tenía todo en un espacio reducido, abierto y lleno de luz. Se veía cómodo.
—Puedes dejar tus cosas sobre el sillón mientras tanto.
Bucky obedeció y fue a dejar su mochila y su chaqueta. Por fin se sintió libre de deshacerse de sus guantes, pues sabía perfectamente que ella estaba al tanto de su brazo metálico.
Cuando dejó sus pertenencias, notó a Astlyr mirándolo con los ojos achicados, queriendo enfocar su vista en su rostro. ¿Qué le veía?
—¿Qué tienes ahí? —preguntó.
Cuando comprendió que era una herida en su pómulo, dejó escapar un suspiro. Gracias al cabello que antes llevaba desordenado sobre su cara, no había sido capaz de ver la herida hasta ese momento.
—¿Qué ocurrió?
—Me golpeé.
—¿Te golpeaste?
Él asintió, sin dar más explicaciones.
—Bien, si tú lo dices —se encogió de hombros, bastante desconfiada de esa respuesta—. Ve a darte una ducha, te hará sentir mejor. Después te curaré la herida y comeremos algo.
Bucky estuvo por protestar, pero decidió no hacerlo al darse cuenta de algo: si quería vivir bajo su techo y recibir su ayuda, tendría que seguir sus métodos, órdenes y reglas. Así que sólo asintió y se metió al baño, sin dejar de cuestionarse cómo una ducha lo haría sentir mejor. Repitiéndose una y otra vez que nada nunca lograría hacerlo sentir mejor, se desvistió y se quedó un rato bajo la regadera.
Astlyr se dedicó a preparar un almuerzo apetecible y sencillo. Una vez sirvió los dos platillos sobre la pequeña mesa para dos personas, escuchó la puerta abrirse. Volteó, a punto de pedirle que se sentara para curarle la herida, pero se quedó sin habla y sus mejillas explotaron en un color cereza.
Ni siquiera se esforzó en disimular la inspección que le hizo tan meticulosamente, admirando su cuerpo ejercitado y semidesnudo. Sus hormonas gritaron enérgicas.
De repente, sintió el aire pesado y caliente. Su pecho y sus manos ardieron. El abdomen y los brazos de Bucky fueron algo que ella se prometió jamás olvidar. Aunque era consciente de lo apuesto que era y el buen cuerpo que se le podía notar aún con la ropa, su imaginación no le hacía justicia a la realidad.
—Dejé mi ropa afuera —explicó.
Bucky se admitió a sí mismo que Astlyr había tenido razón. Ahora que estaba limpio y fresco, casi como nuevo, se sentía más relajado, un poco mejor, casi con un peso menos... a pesar de que ahora su cabello ahora olía a coco y almendras, y su piel a cerezas.
Cuando tomó su mochila y se encerró en el baño otra vez, Astlyr se obligó a respirar de una forma más controlada, tratando de relajar su cuerpo. En el momento en que Bucky volvió a salir del baño, odió la existencia de la ropa. Consideró casi un delito el ocultar un cuerpo tan escultural. ¿Le creería si le decía que ahora era una falta de respeto andar con ropa en una casa?
—Siéntate —le pidió, señalándole el sillón.
Bucky ya estaba sentado para cuando Astlyr volvió con una caja blanca en mano. Al sentarse frente a él y dejar el equipo de primeros auxilios sobre sus piernas, remojó un algodón en alcohol y le pidió que se acercara un poco. Sus rostros quedaron a pocos centímetros cuando la mano de ella rozó su mejilla y presionó el algodón sobre su pómulo.
—¿Sabes sobre estas cosas? —cuestionó.
Astlyr tuvo un revoltijo en su estómago al escuchar su voz ronca y baja tan cerca de ella. Bucky era extremadamente masculino sin siquiera intentarlo, y eso la estaba hechizando. Y además, era bastante guapo, ¿qué más podría desear?
—Tomé un curso de primeros auxilios cuando tenía quince, además de que soy voluntaria en un asilo y tuve una hermana a la que le encantaba tropezar con todo. No te preocupes, mis manos son milagrosas —respondió graciosa, aún presionando la herida con el algodón. Él no se inmutó nunca ante el ardor.
—Te gusta ayudar a la gente —concluyó, pensativo—. Por eso me ayudas.
—Bueno —dijo con tono dudoso, llamando la atención de Bucky—. Sí, me gusta, claro, pero... esa no es la razón principal por la que te ayudo.
—¿Entonces... cuál es? —interrogó, ahora frunciendo el ceño por la confusión.
Dejó el algodón y pasó a tomar otro líquido que lo ayudaría a cicatrizar. Cuando Bucky quiso insistir con su pregunta, ella roció la herida con el cicatrizante para evitar que hablara, recordando perfectamente que ese líquido ardía como el demonio.
Bucky apretó los dientes y gruñó, pero no se movió. Sabiendo como aliviar el ardor, Astlyr se acercó a soplarle el pómulo, sin darse cuenta de la distancia que acortó, actuando instintivamente como hacía con su hermana cuando le echaba el cicatrizante. Y siguió soplando suavemente hasta que se dio cuenta de lo que había hecho.
Sin saber qué hacer, Bucky la miraba fijamente. Observó sus ojos grises más con mayor atención, cuando vio que el color en sus iris empezaba a moverse. El color plata empezó a tornarse en un azul claro conforme sus pupilas se dilataban; fue como ver el mar grisáceo de una tormenta tornándose azul con la llegada de la luz solar y la despedida de la tormenta.
—Tus ojos...
Astlyr carraspeó al darse cuenta de lo que sucedía, poniéndose de pie. Se alisó el vestido, tratando de mostrar más autocontrol.
—Lo siento —murmuró en respuesta y se puso a guardar el equipo de primeros auxilios—. A veces mi cuerpo duplica involuntariamente alguna característica en la que me concentro mucho —explicó, terminando por ir a guardar el equipo en el baño—. Vamos, no cociné tan delicioso para dejarlo de adorno.
Durante el almuerzo, ninguno dijo una palabra. Astlyr comía y movía los hombros o se mecía a sí misma mientras cantaba en su cabeza, ganándose una mirada desconcertada de Bucky. Cuando terminaron la comida, ella se fue casi danzando al fregadero y lavó los platos y vasos, tarareando.
—Aún no sé tu nombre —murmuró.
—Astlyr Buskerud —respondió, algo sorprendida de que no lo hubiese dicho antes. Sonrió amena—. ¿A ti cómo se supone que debo llamarte? Puedo decirte "sargento".
Él la miró perplejo, aunque ella no pudiese verlo por estar de espaldas.
—¿Sargento?
Astlyr terminó de lavar y se sacudió el agua de las manos, dándose vuelta para mirarlo. Suspirando, recordó el día en que fue al Museo Smithsonian de Nueva York, una semana después de la caída de SHIELD, por la curiosidad de saber más acerca de aquel que una vez fue el mejor amigo de Steve Rogers y terminó siendo el Soldado del Invierno. Conocía su historia: un héroe caído en la Segunda Guerra Mundial.
—Quizá debamos dar un recorrido al museo antes de que anochezca.
—¿Museo?
—Estás en un museo, sargento.
Él se quedó notablemente sorprendido, sin saber qué decir.
—Sería bueno ir, tal vez puedas recordar cosas... o personas, como Steve.
—No sabe que estoy aquí, ¿o sí? —preguntó y la miró con cejas alzadas, esperando escuchar una negación.
—No —respondió, no muy contenta—. Ni siquiera tengo su número. Pero... ¿por qué no quieres que sepa? Él es el más indicado para ayudarte. Sabe cosas de tu pasado que ni en el museo encontrarás. Y creo que te está buscando.
—No. Él no debe saber nada —decretó, sin dar razones o alguna explicación razonable a Astlyr.
—Bien, si así lo quieres, respetaré. Es sólo que... se veía muy preocupado por ti cuando le dije que fuiste tú quien nos sacó del río.
—Sólo estoy causando conflicto —reflexionó, al ver que Astlyr no se veía muy cómoda con tener un secreto así—. Tal vez debería irme.
Astlyr sólo le mantuvo su mirada y arqueó una ceja.
—Soy un estorbo. No vale la pena intentarlo —explicó.
—Estás loco si crees que te dejaré dormir en la calle sólo porque tienes la estúpida idea de que no lo vales —alegó, disgustada con sus palabras—. Tú te quedas, yo te ayudo. Tú mejoras, yo guardo el secreto. Fin de la discusión.
Bucky sabía perfectamente que simplemente podría irse y ahorrarle mucha carga, pero... no fue capaz de hacerlo. Era consciente de que irse sería mejor para ella, más seguro. Estaría siendo egoísta por quedarse con ella, pero no pudo resistirlo. Sin ningún deseo de irse, decidió no discutir más.
Astlyr sintió alivio y empezó a guardar todo en los gabinetes correspondientes. Desgraciadamente, uno de ellos estaba muy alto para ella. Bucky dio un paso para ir a ayudarla, pero se detuvo al ver cómo ella se subió la barra ágilmente y sin problemas, sin un golpe o un ruido, como si fuese un sigiloso gato.
La escena le hizo recordar cuando la vio colgando con sus piernas de la viga del helicarrier. Al verla de más cerca y con más atención, supuso que su complexión y tamaño le ayudaba a tener esa elasticidad y agilidad.
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