36. Alemania
Astlyr se pasó al asiento trasero con Bucky, dejando a Steve al volante y a Sam como copiloto. Le desesperó un poco lo lento que manejaba Steve, pero decidió quedarse callada y disfrutar de unos tranquilos minutos con Bucky.
Iba con la cabeza recargada sobre su hombro y con las manos entrelazadas. Cerró los ojos e intentó recordar los momentos felices que habían tenido en los últimos dos años (de los cuales Bucky era protagonista), y él le acarició la mano con su pulgar en silencio.
De repente, el coche se detuvo y Astlyr se asomó para ver qué ocurría. Steve se había estacionado frente a otro auto (uno negro y nuevo), del que después salió la agente rubia que antes los había ayudado en la oficina.
—¿Ella otra vez? ¿Quién es? —cuestionó con el ceño fruncido.
—La agente Sharon Carter, con quien Steve quiere tener hijitos.
—¿Qué? —dijo, parpadeando varias veces por un momento—. Espera. ¿Dijiste Carter? Uy, Capi sucio —dijo divertida, viendo cómo Sharon abría su cajuela y mostraba todas las armas que les habían quitado: las alas y Ala Roja de Falcon, el látigo de Copiadora y el escudo de Capitán América.
—¿Puedes mover tu asiento más en frente? —pidió Bucky, incómodo con cómo llevaba las piernas.
—No.
—¡Sam! —le reprendió Astlyr, pellizcándole la nuca.
—¡Ay!
Sin embargo, Sam no se movió.
Astlyr resopló y se dio cuenta de que ese era su momento para ponerse frente al volante, así que se saltó al lugar del conductor... con ayuda de un leve empujón en el trasero por parte de Bucky.
Evitó voltear la cara para que Sam no notara su sonrojo y empezara a hacer comentarios burlones. Miró a Bucky por el espejo retrovisor, y éste le sonrió de lado y con una chispa seductora en sus ojos.
Soldado sucio, pensó Astlyr.
—Oh, por Dios —murmuró impresionada, observando la escena que ocurrió frente a ella.
Steve había dado un paso hasta Sharon Carter y la había besado sin siquiera titubear. Duraron unos segundos, hasta que intercambiaron unas palabras más y ella se metió a su auto. Steve miró hacia el Volkswagen y suspiró al ver las expresiones de sus amigos.
Sam y Bucky le sonreían pícaros y asentían con la cabeza, felicitándolo, mientras Astlyr ponía los ojos en blanco y se metía el dedo a la boca, como si quisiera obligarse a vomitar.
Steve tomó las armas y las puso dentro de la cajuela, evitando las constantes miradas que seguían sobre él. El auto de Sharon se fue al ver que ya habían tomado sus pertenencias.
—Súbete por el otro lado, Capitán... ¿o debería decir Campeón? —dijo Astlyr con una sonrisa satisfecha— Yo conduzco, a menos que quieras que te persiga toda la vida con este momento.
—Pero...
No completó su protesta y se calló. Si la dejaba conducir, Astlyr se guardaría sus ocurrentes comentarios y bromas respecto al beso. Resoplando, se fue al asiento trasero con Bucky.
Astlyr arrancó con fuerza y manejó hacia al aeropuerto, donde derrapó una vez más al estacionarse (perfectamente alineada) a dos espacios de la camioneta de Clint. Todos empezaron a salir de su respectivo transporte, y lo primero que hizo Astlyr fue correr a los brazos de Clint, antes de que Steve pudiera saludarlo.
—Te extrañé, piojo —murmuró contra su cabello, dándole un beso en la coronilla—. Odio que te hayas ido a Noruega. Los niños te extrañan, Laura también. Las videollamadas no son suficiente.
—Lo sé, pero si salimos vivos de esto prometo darme una vuelta por la granja con una sorpresa —dijo al romper el abrazo para mirarlo y sonreírle.
Luego vio a Wanda bajar y corrió a estrecharla entre sus brazos con fuerza, mostrándole su apoyo y cariño, mientras Steve y Clint intercambiaban palabras en tono bajo y serio.
—Me alegra que vinieras —le dijo, soltándola.
—Bueno, ya era momento de salir —concordó, con una media sonrisa—. Deberías saludar a Pietro, está muy emocio...
—¡Printsessa!
Si la voz del sokoviano no pasó desapercibida por Astlyr, mucho menos por Bucky. Pietro, en su traje perfectamente diseñado para aguantar su alta velocidad, corrió a ella y la abrazó por la cintura, alzándola del suelo y dándole una vuelta en el aire.
Todos ignoraron la escena de los dos platinados, pues les pareció como ver a dos niños reencontrándose en la escuela, después de dos meses de vacaciones. Sin embargo, Bucky no lo encontró normal, ni siquiera comprendía quién era él y no le agradó presenciar verlo abrazarla por la cintura.
Después de la vuelta en el aire, Pietro la soltó con cuidado y le sonrió.
—Sé que sólo han pasado unas semanas, pero te he extrañado. Burlarme de Sam y Rhodey no es lo mismo sin ti.
—¿Qué te puedo decir? Soy inolvidable —respondió sonriente.
—¿Y el otro recluta? —preguntó Steve.
—Está listo —señaló Clint a la camioneta.
Pietro se acercó a la camioneta y abrió la puerta de forma rápida y fuerte, asustando al hombre que dormía en el suelo.
—Le dimos un poco de café —comentó Pietro con su acento marcado—, pero estará bien.
Astlyr volvió a donde Bucky, que tenía sus brazos recargados sobre el techo del pequeño auto azul, con muy mala cara.
—¿Por qué pareces enfadado? —preguntó en voz baja, mirándolo curiosa.
—¿Quién es él? —masculló, con su voz ronca.
—Te he hablado de él —contestó con simpleza—. Es Pietro, el mellizo de Wanda. De Sokovia. ¿Recuerdas?
—No me agrada —casi gruñó.
Astlyr poco a poco fue entrecerrando los ojos y frunciendo el ceño. Lo escaneó de arriba abajo, notó sus músculos tensos y su mandíbula apretada, y unos ojos casi asesinos. Ella nunca lo había visto así.
—Soldat, ¿no será que estás...?
—No.
Hizo una sonrisa de boca abierta y sus ojos se agrandaron.
—Soldat, ¡estás celo...!
—¡No!
—Algo sobre... unos asesinos psicópatas —dudó el nuevo recluta, Scott Lang, llamando la atención de Astlyr.
—Estamos fuera de la ley, Señor Lang —advirtió Steve—. Así que, si viene con nosotros, será hombre buscado.
—Sí, da igual. Ya lo he sido...
—Deberíamos empezar a movernos —sugirió Astlyr—. No podemos perder tiempo. El psicólogo ya debe estar en camino a Siberia.
—Ya tengo un helicóptero listo —concordó Clint.
La voz de un empleado del aeropuerto empezó a avisar por los altavoces que los pasajeros debían abandonar el aeropuerto de inmediato.
—Están evacuando el aeropuerto —advirtieron Astlyr y Bucky, ambos siendo los únicos que entendieron el alemán.
Nadie pasó por alto cómo hablaron al mismo tiempo o cómo ninguno de los dos se sorprendió de ello, ni se sonrojaron o siquiera se voltearon a ver con curiosidad o se rieron por la coincidencia. Todos se dieron cuenta de cómo estaban cómodos uno al lado del otro, conectados y completamente conscientes de ello.
Clint arqueó sus cejas y eso sí logró hacer que ella se sonrojara y mirara a otro lado. Ahora Clint entendía lo que significaba "una sorpresa". Pietro la miró divertido y con sonrisa pícara, tal y como Sam y Bucky habían mirado a Steve por su beso con Sharon Carter. Por fin estaba conociendo al hombre que tenía ganado su corazón y la razón por la que insistía en que no estaba disponible.
—Stark —descifró Sam.
—¿Stark? —preguntó Scott, no muy feliz de escuchar ese apellido.
—Vístanse —ordenó Steve.
—Hecho —se jactó Astlyr con una sonrisilla, provocando que todos voltearan a verla.
Scott alzó su pulgar en señal de aprobación.
—Amo tu poder.
—¡Yo también! —exclamó, como si estuviera sorprendida de que alguien más disfrutara de sus poderes.
Bucky rodó los ojos, pero no logró deshacer la sonrisa que se le dibujó. A pesar de todo el desastre que les rodeaba, ella siempre conseguía sacarle una sonrisa con sus bromas, chistes, juegos, comentarios, insultos y respuestas.
Astlyr fue a sacar el látigo de la cajuela y lo guardó en el estuche que colgaba de su cinturón negro, procediendo a trenzar su cabello para evitar que le estorbase de alguna manera.
Después recogió algunas cosas que Clint traía en la camioneta para que Bucky pudiera usar en la pelea y le ayudó a romper la manga izquierda de la playera y a abrocharle el chaleco antibalas.
Bucky no necesitaba ninguna ayuda realmente, pero la dejó hacerlo porque ella parecía calmada al verificar por sí misma que tuviera todo en orden y asegurado.
—¿Cuánto más crees que falte para que volvamos a bailar?
Astlyr levantó la mirada del último broche y lo miró a los ojos, que la veían con ternura. Entendió que estaba intentando hacerla sentir mejor, quería darle esperanza, así como ella siempre lo había hecho con él en sus dos años de conocerse.
—No te preocupes, soldat —sonrió—. Sólo tenemos que patear algunos traseros para estar juntos de nuevo.
—Suena a una de esas películas que hemos visto —comentó, sacándole una limpia carcajada que le hinchó el pecho de orgullo.
Normalmente era ella quien destensaba el ambiente en los momentos difíciles, pero ahora él lo había logrado, y se sentía satisfecho consigo mismo por hacerlo. Era su turno de hacerla sentir mejor y protegerla.
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