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35. Siberia


Después de haber caminado por una hora, llegaron a un taller de autos cerrado con candado. Steve dejó a Bucky en el suelo, junto a una prensa hidráulica, en la cual atoró su brazo con presión para que no escapara. Astlyr estuvo por protestar, hasta que recordó que había la posibilidad de que Bucky no despertaría siendo él mismo. El psicólogo había usado esas palabras para traer al Soldado del Invierno de vuelta, estaba segura de ello. Esas malditas palabras que él tanto había temido que lo alcanzaran.

Steve hizo guardia durante la primera hora, mientras Sam descansaba y Astlyr cuidaba de Bucky, esperando a que despertara. La segunda hora, Astlyr descansó afuera del taller y sobre una banca rota, para que el sol terminara de secar su cabello, Sam se quedó vigilando a Bucky y Steve descansó en otro lado.

Luchó para abrir bien los ojos y moverse más que sólo un centímetro. Aunque ya estaba curada, se sentía como si un camión le hubiera pasado por encima. Lo único que la motivó levantarse fue la conversación que llegó a escuchar a través de la ventana que había sobre su cabeza y conectaba con la sala donde estaba Bucky.

—Astlyr —pidió él, buscándola—... ¿Dónde está?

—Ella está bien. La verás cuando me respondas —insistió Steve, con una voz ronca y seria—. Dime: ¿con cuál Bucky estoy hablando?

Astlyr se levantó de golpe y se metió al taller. Si él había dicho su nombre, era Bucky, no el Soldado del Invierno. Él no reconocía a nadie. Se preguntó por qué Steve y Sam no la habrían despertado para avisarle que Bucky ya estaba consciente.

—El nombre de tu mamá era Sarah —contestó Bucky—. Y solías ponerte papel periódico en tus zapatos —se burló, riéndose bajo.

—No puedes leer eso en el museo —aceptó Steve, en el momento en que Astlyr entró al cuarto en que estaban.

—¿Sólo así? —cuestionó Sam, indignado— ¿Ahora está todo bien?

—Cállate, Sam —dijo Astlyr, pasando de los dos soldados y caminando hacia Bucky—. Estás molesto porque apenas tronó sus dedos y te dejó en el suelo. Que por cierto, yo le enseñé ese movimiento —se jactó con burlona arrogancia.

Sin embargo, ella sabía que eso no era cierto. Bucky era el que más movimientos le había enseñado, no al revés. Gracias a él, peleaba mucho mejor que antes.

—Me tomó desprevenido, ya te lo dije —se excusó Sam con cautela cómo la platinada se fue acercando a Bucky.

Astlyr sonrió de lado al verlo en buenas condiciones. Sin avisar o pedir permiso, liberó su brazo de la prensa. Él se puso de pie y la estrechó en sus brazos, y ella enterró la cara en su pecho. Las cosas habían cambiado demasiado pronto. En un momento sólo hacían las compras de la semana y al siguiente estaban siendo capturados.

Bucky se separó lo suficiente para tomar su barbilla y mirarla a los ojos.

—¿Estás bien?

—Lo estoy ahora —respondió con una pequeña sonrisa—. Esta vez no pude detener al Soldado, lo siento, pero no mataste a nadie, lo prometo.

Sam le había asegurado que no hubo ningún muerto. Sin embargo, Bucky no pareció muy preocupado por eso, sino por ella.

—¿Y te hice daño a ti?

—Nada que el Soldado no me haya hecho antes, pero también le pateé el trasero un par de veces —burló.

Bucky mostró una verdadera sonrisa ensanchada.

—Seguro que sí —dijo con sarcasmo, acercándose a dejarle un casto beso en los labios; sostuvo delicadamente su barbilla y sobre sus labios susurró:—. Lo siento.

Astlyr sonrió enternecida, se puso de puntas y le besó la punta de la nariz.

—Podrás compensarme después —susurró, a lo que Bucky rió entre dientes.

—¿Podemos dejar este asunto de Señor y Señora Smith para después? Voy a vomitar —expresó Sam, con sus ojos en blanco y los brazos cruzados bajo su pecho.

Bucky soltó a Astlyr, pero se quedaron lado a lado.

—¿Qué fue lo que hice? —preguntó finalmente, esperando la peor respuesta.

—Lo suficiente —contestó Steve.

Bucky suspiró y miró a Astlyr.

—Todo lo que HYDRA puso dentro de mí sigue ahí —le explicó, sabiendo que ella entendería—. Lo único que tuvo que hacer fue decir esas malditas palabras.

—Sí. Eso supuse, no hay otra forma de la que habría podido despertar al Soldado. Lo que no entiendo es quién era o qué quería. ¿Lo reconociste?

Bucky negó con la cabeza.

—Hay gente muerta —habló Steve—. La bomba, la incriminación... El doctor hizo todo eso sólo para estar contigo diez minutos.

—Bueno, no lo puedes culpar —dijo Astlyr, encogiéndose de hombros—. Míralo. Yo también haría todo eso para estar con él.

—Qué cursi —gruñó Sam, haciendo una mueca de asco.

—Necesito que digas algo mejor que "no lo sé" —continuó Steve, ignorando a sus dos amigos.

Bucky se quedó unos segundos pensando, recordando todo lo que el doctor le había dicho durante su estado como Soldado.

—Él... Él quería saber acerca de Siberia.

—¿Hablas de...? —preguntó Astlyr, mirándolo preocupada.

Bucky asintió y ella sintió escalofríos en su espina dorsal. Ya tenía una sospecha lo que el psicólogo quería.

—¿Qué? —interrogó Steve con ansiedad.

¿Astlyr realmente era tan unida a Bucky como para que conociera todos sus secretos y, apenas con algunas palabras, entendiera lo que pensaba?

—El lugar donde lo tenían —explicó Astlyr a Steve, pero aún mirando a Bucky, como si se comunicaran con la mente. Frunció el ceño al darse cuenta de algo—. Él quería saber exactamente dónde te tenían, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y por qué necesitaría saber eso? —preguntó Steve.

—Porque no es el único Soldado del Invierno —confesó.

—Genial, más novios para Astlyr —bromeó Sam.

—¿Quiénes son?

—Eran el equipo asesino de élite con mayor cantidad de muertes en la historia de HYDRA, y todo antes del suero.

—¿Todos resultaron como tú?

—Peor.

—El doctor... ¿Puede controlarlos?

—Lo suficiente.

—Él dijo que quería ver un imperio caer —añadió Astlyr, empezando a ver cómo el rompecabezas se armaba para darle una imagen clara de todo.

—Con este equipo de asesinos, podría hacerlo —aclaró Bucky—. Hablan treinta lenguas, se pueden ocultar a plena vista, infiltrarse, asesinar y desestabilizar. Pueden terminar con todo un país en una noche y nadie los vería venir.

Sam se acercó a Steve y hablaron un par de cosas entre ellos, mientras Astlyr y Bucky charlaban por su lado.

—Te dije que ir a Bucarest era mala idea —dijo con una mueca—. Esto no hubiera ocurrido en Santorini.

—¿Sabes dónde están nuestras mochilas?

—Sí —suspiró, no muy contenta con la respuesta—. Están custodiadas en el edificio donde nos tenían encerrados.

—Lo siento —bisbiseó, entrelazando sus manos—. Sé que ahí tenías la fotografía.

Astlyr se encogió de hombros.

—La recuperaré, y tus diarios también. Ya verás.

Bucky no respondió, pues no quería romperle las esperanzas. ¿Cómo pensaba recuperarlas? Era casi imposible ahora que ella era una criminal buscada, por su culpa.

—Lamento arrastrarte conmigo a todo esto. Jamás debí aceptar tu ayuda. Así no estarías aquí conmigo, con tu nombre manchado...

—Oye —reprendió, interrumpiéndolo. Acunó su rostro con su pequeña, delgada y pálida mano—. Sabes que odio que te disculpes por decisiones que yo tomé. Además, hubieses aceptado mi ayuda o no ese día, esto hubiera sucedido exactamente igual, estoy segura.

Bucky trató de sonreír, pero sólo le salió una mueca.

—Tranquilo. Te prometo que pronto nos reiremos de esto y bailaremos otra canción —prometió, sonriéndole y poniéndose de puntillas para alcanzar a besar sus labios.

—Es lo que más deseo —admitió, antes de seguirle el beso.

—Ya consíganse un cuarto —exclamó Sam, saliendo del lugar.

Astlyr rió y se separó de Bucky, para luego mirar a Steve, que sonreía divertido y con los brazos cruzados.

—Sólo quiero que sepan —admitió Steve, descruzándose de brazos— que en realidad... estoy feliz por ustedes.

—Cualquiera lo estaría. Sólo míranos —Astlyr se señaló a ambos—, somos como Angelina Jolie y Brad Pitt en sus mejores días. O como Bonnie y Clyde.

—¿Quiénes? —preguntaron los dos soldados, confundidos.

Astlyr suspiró frustrada.

—Olvídenlo. Le diré ese chiste a alguien que sí sea de este siglo. ¡Oye, Sam! —llamó Astlyr, dejando a Bucky con Steve, para seguir a Sam afuera del taller, donde lo encontró buscando entre autos— ¿Qué haces?

—Busco un auto que tenga su llave para irnos al aeropuerto. Ahí nos veremos con Clint, Wanda, Pietro y otro tipo, que no conoces.

—¿Qué? ¿Por qué no me dijeron?

—Oh —fingió sorpresa Sam, viéndola con ojos bien abiertos—, creí que durante los fogosos besos entre tú y el soldadito... podrías habernos escuchado.

Astlyr sonrió, poniéndole los ojos en blanco.

—Para empezar, ¿por qué buscas la llave? Podemos hacer un puente —informó con simpleza, acercándose a un Volkswagen azul marino.

—Si puedes hacer un puente, elijamos otro auto. ¿Ése por qué?

—Porque no llama la atención, es bonito y siempre quise uno de estos —contestó, abriendo la puerta del pequeño auto y sentándose en el asiento del conductor.

—¿Y cómo piensas meter a tu enorme novio ahí? Además, Steve tampoco es pequeño.

—Mira, Sam —se giró, mostrándole una blanca sonrisa—, a esta sonrisa la llamo "yo consigo todo lo que quiero" —y agrandó aún más el gesto.

Se inclinó bajo el volante y buscó entre el cableado.

—Bueno, ya veremos qué dice Steve.

—No hay tiempo para que me acuses con Steve y cambiemos el auto. Además, parece que yo soy la única que sabe hacer un puente, así que tendrán que aguantarse —finalizó el debate, logrando hacer que el motor encendiera—. ¿Quieres un paseo, princesa?

—Te odio —fue lo único que dijo Sam antes de subirse al asiento de copiloto.

—¿Por qué? ¡Soy adorable!

Arrancó de golpe, haciendo sonar la poca y casi ridícula potencia del motor. Gritó emocionada y manejó a toda velocidad hasta la entrada del taller, donde Steve y Bucky esperaban. Se estacionó frente a ellos bruscamente, provocando que Sam se echara hacia el frente y la tierra del suelo se levantara en una nube de polvo.

—¿Alguien llamó un uber, caballeros? —bromeó Astlyr bajando la ventanilla eléctrica.

Steve alzó ambas cejas.

—¿Cómo vamos a caber ahí?

—Ay, no presiones, Capi. Fue el único auto que encontramos con su llave.

—¿Qué? —exclamó Sam al oír su falsa excusa, indignado— Ah, no. ¡No me vas a...!

—Sam quería hacer un puente, pero se lo prohibí porque es ilegal.

—De acuerdo. Sólo porque era el único con llave —aceptó Steve—. Bájate. Yo manejaré.

—Pero...

—Astlyr, cuando quiera que nos manejes directamente a un risco, te dejaré ir al volante. Además, pareces delincuente cuando manejas.

—¿Qué no te enteraste, Cap? —dijo con tono divertido— Desde hace unas horas que estoy en la lista negra del gobierno.

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