31. Los Acuerdos de Sokovia
—Durante cuatro años, los Vengadores han operado con un poder ilimitado y sin supervisión. Ésa es una disposición que los gobiernos del mundo ya no pueden tolerar. Pero creo que tenemos una solución.
El asistente del Secretario le tendió un montón de hojas pegadas que parecían formar un libro, pero Astlyr supo que era una especie contrato.
—Los Acuerdos de Sokovia —presentó, y puso los Acuerdos sobre la mesa. Entre los Vengadores se lo pasaron para examinarlo. Astlyr ni siquiera se interesó en pedir que le mostraran portada. Ya empezaba a sentir un dolor de estómago—. Aprobado por ciento diecisiete países. Declara que los Vengadores no deberán ser más una organización privada. En su lugar, operarán bajo la supervisión de un panel de las Naciones Unidas únicamente cuando y si ese panel lo requiere necesario.
—Joder, díganme que es una maldita broma —se rió Astlyr con amargura, sin creer lo que escuchaba, negando con la cabeza.
—Los Vengadores se formaron para hacer del mundo un lugar más seguro —puntualizó Steve—. Y creo que lo hemos hecho.
—Dígame, Capitán —comenzó el Secretario—, ¿sabe dónde se encuentran Thor y Banner justo ahora? Si se me pierden dos bombas de treinta megatones, créame que habrá consecuencias.
—Eso no tiene relación alguna —protestó Astlyr, notablemente frustrada—. Thor no está perdido. Él tiene su hogar. ¿Qué esperaba? También tiene su propio reino para proteger y gobernar. Y Banner no es quien está perdido, sino Hulk que decidió huir. No puede en serio culparnos por...
—Astlyr —la calló Steve con severidad.
Cerró la boca de golpe, obedeciendo al Capitán. Por más que quiso seguir reclamando, se quedó callada, pero por lo menos se sintió satisfecha cuando vio que el Secretario estaba enfadado.
—Como decía —continuó—, así funciona el mundo. Compromiso. Seguridad. Créanme, este —señaló los Acuerdos— es el punto medio.
—Así que —habló Rhodey—, hay circunstancias.
—En tres días, las Naciones Unidas se reunirán en Viena para ratificar los Acuerdos. Discútanlo —pidió el Secretario.
—¿Y si llegamos a una decisión que no les guste? —inquirió Natasha.
—Entonces se retiran.
El Secretario concluyó la junta y salió con su asistente. El debate no se hizo esperar. Pronto todos daban su opinión, pero quien parecía más hablador y alterado eran Sam y Rhodey. Astlyr no dejaba de mirar a Steve, quien había estado leyendo los Acuerdos desde hace rato.
—El Secretario Ross tiene una Medalla de Honor del Congreso, que es una más de la que tú tienes.
Astlyr rió con desesperación al oír su argumento.
—Oh, por Dios, Rhodey. ¿Lo dices en serio? ¡Eso es ridículo! Yo puedo levantar el martillo de Thor, que dice que soy digna, y no por eso siempre estoy en lo correcto. Una estúpida medalla no significa nada. ¿Quién crees que se la dio? ¿El pueblo? No, el gobierno. Entre ellos se titulan y se halagan, el pueblo sólo observa, y son ellos los que en realidad deberían contar. Una medalla no va a ser prueba de que esté en lo correcto. Disculpa, pero actúas como si apoyaras el Destino Manifiesto.
Sam se cruzó de brazos, mirando a Rhodey con una sonrisa de victoria. De todos los presentes, no se imaginó que una de las más jóvenes fuera a respaldarlo tan ingeniosamente.
Rhodey puso los ojos en blanco.
—Supongamos que aceptamos estos Acuerdos —añadió Sam, viendo que Rhodey no tenía una respuesta a lo que había dicho Astlyr—. ¿Cuánto tiempo va a pasar antes de que nos rastreen como un montón de delincuentes?
—Lo quieren firmar ciento diecisiete países. Ciento diecisiete, Sam, y tú sólo dices: "No, está bien. Nosotros podemos manejarlo".
—¡Es que nosotros sí podemos manejarlo! —confirmó Astlyr.
—Decir eso es muy egocéntrico y arrogante, Astlyr.
—No es cuestión de arrogancia, sino de seguridad.
—¿Cuánto tiempo más vas a jugar para ambos lados? —reclamó Sam.
—Rhodey —habló Astlyr empezando a calentarse del coraje—, admítelo, tú sólo apoyas los Acuerdos porque te encanta besarle el trasero al gobierno.
—¡Eso no tiene...!
—Tengo una ecuación —interrumpió Visión, llamando la atención de todos—. Hace ocho años, cuando el Señor Stark reveló ser Iron Man, el número de personas mejoradas que se conoce aumentó exponencialmente. Durante el mismo periodo, los evento que podrían destruir al mundo aumentaron proporcionalmente.
—¿Dices que es nuestra culpa? —preguntó Steve.
—Digo que puede haber una casualidad. Nuestra fuerza invita a desafiar. El desafío incita a los conflictos. Y los conflictos... causan catástrofes.
Astlyr se quedó sin palabras. Comprendía lo que Visión quería decir, y se admitió a sí misma que el androide tenía un buen punto.
—Pero el problema no se resolvería firmando los Acuerdos, sino desapareciendo, terminar con la iniciativa —consideró Astlyr, frunciendo el ceño en modo pensativo—. Si desapareciéramos, el desafío ya no existiría y, consecuentemente, tampoco los conflictos, que llevan a catástrofes.
—Sin embargo, el desafío ya está hecho —respondió Visión, mirándola—. Desapareciendo o no, seguirían habiendo conflictos.
El equipo se escuchaba el debate entre ambos Vengadores con atención, como si presenciaran un partido de tenis.
—Somos una liga de defensa, que hasta ahora ha triunfado en los peores conflictos. Creo que deshacer el equipo sería una terrible idea. Pero tampoco seré parte del ejército de ningún gobierno, los Vengadores no fueron creados para esto —dijo con voz firme.
—Cierto, pero la supervisión no es una idea que se pueda desechar.
—¡Boom! —dijo Rhodey, lanzándole una mirada a Sam.
—¿Supervisión de quién? —interrogó Astlyr— ¿De las Naciones Unidas? ¿Qué si quiero ayudar a alguien, pero no puedo hacerlo porque la ONU no me da el visto bueno y la persona muere? ¿Tendré que aceptarlo y ser ajena a esa muerte porque la ONU dijo que no hiciera nada, porque para ellos no hacer nada era lo correcto?
—¡Boom! —imitó Sam, con una sonrisa ensanchada.
—Tony —canturreó Natasha—. Estás atípicamente poco verbal.
—Eso es porque ya tomó una decisión —dijo Steve, aún leyendo los Acuerdos.
—Oh, me conoces tan bien —le respondió con sarcasmo, poniéndose de pie con pesadez y sin ganas. Se dirigió a la cocina—. En realidad estoy lidiando con una jaqueca electromagnética. Eso es lo que me pasa, Cap. Es sólo dolor. Es incomodidad. ¿Quién puso granos de café en el triturador? ¿Acaso dirijo un alojamiento y desayuno para una pandilla de motocicletas?
Entonces, proyectó una imagen desde su teléfono y se sirvió café como si nada. Astlyr supo que estaba por exponer su punto de vista.
—Oh, por cierto, ése es Charles Spencer. Gran chico —informó—. Título en ingeniería en computación, promedio de 3.6 GPA. Tenía un puesto de trabajo en Intel para el otoño; pero primero, quería que su alma viajara un poco antes posicionarse detrás de un escritorio. Ver el mundo. Quizás brindar un servicio. Charlie no quería ir a las Vegas o Fort Lauderdale, como yo haría. No fue a Paris o Ámsterdam, lo cual suena divertido. Decidió pasar su verano construyendo hogares para los indigentes. Adivinen dónde: Sokovia. Quería hacer alguna diferencia, supongo. Nunca lo sabremos porque tiramos un edificio sobre él mientras pateábamos traseros —exclamó, viéndose agitado. Bebió sólo un trago de su café y dejó la taza—. No hay que tomar ninguna decisión. ¡Necesitamos ser supervisados! Quien quiera que sea, lo acepto. Si no podemos aceptar limitaciones, no somos mejores que los malos.
—Tony, si alguien muere bajo tu supervisión, no te rindes.
—¿Quién dice que nos estamos rindiendo?
—Lo estamos haciendo si no tomamos responsabilidades por nuestras acciones. Este documento sólo nos exculpa.
—Lo siento, Steve —interrumpió Rhodey—. Eso es peligrosamente arrogante. Estamos hablando de las Naciones Unidas, no es el Consejo de Seguridad Mundial, no SHIELD, no HYDRA.
—No, pero es administrado por gente con planes, y los planes cambian.
—Eso es bueno. Por eso estoy aquí. Cuando me di cuenta de lo que mis armas eran capaces de hacer en las manos equivocadas, suspendí todo y dejé de manufacturarlas.
—Tony —reparó Steve, mostrándole un punto que el mismo Tony acababa de hacer sin darse cuenta—, tú elegiste hacer eso. Si firmamos esto, renunciamos a nuestro derecho de elegir. Astlyr tiene razón. ¿Qué si nos envían a donde no creemos que deberíamos ir? ¿Qué tal si hay algún lugar al cual tenemos que ir y no nos permiten? No seremos perfectos, pero nuestras manos aún son las más seguras.
—Si no hacemos esto ahora, será impuesto sobre nosotros más tarde. Eso es un hecho. Y no será bonito.
Wanda habló por primera vez.
—¿Estás diciendo que vendrán por mí?
Pietro puso una mano sobre su hombro, apoyándola y consolándola, pero no dijo nada. Todo el rato había estado callado.
—Nosotros te protegeríamos.
—¿Cómo, si son los de la ONU los que deciden arrestarla? —cuestionó Astlyr irónica, mirando a Visión— Si la proteges, irías a la cárcel con ella. Romperías los Acuerdos.
—Quizás Tony tenga razón —dijo Natasha, ganándose las miradas sorprendidas de la mayoría—. Si tenemos una mano en el volante, aún podemos pilotear. Si la quitamos...
Astlyr no vio esa opinión venir. Nunca imaginó que Natasha estuviera de acuerdo.
—¿Eres la misma mujer que le dijo al gobierno que se vaya al demonio hace unos años? —exclamó Sam, confundido.
—Sólo estoy... analizando el terreno —se explicó, encogiéndose de hombros—. Hemos cometido algunos errores muy públicos. Necesitamos recuperar su confianza.
—Disculpa, ¿te oí mal o estás de acuerdo conmigo?
—Oh, ahora quiero retractarme.
—¡No, no! Ya no puedes. No puedes retractarte. Gracias. Increíble. De acuerdo. Caso cerrado. Yo gano.
—Tony —lo llamó Astlyr.
—¿Sí?
—Yo también estaría de acuerdo contigo —dijo Astlyr, encogiéndose de hombros. Tony lució complacido y triunfal—, pero entonces ambos estaríamos terriblemente equivocados.
Tony le respondió varias cosas, pero Astlyr, sin prestarle atención, notó que Steve recibió un mensaje y cómo cambió la expresión de su rostro por completo conforme leyó la pantalla.
—¿Steve?
—Debo irme —anunció, dejando los Acuerdos y tomando su chaqueta antes de salir de la sala a toda prisa.
—También tengo que irme. Ya saben mi decisión —informó Astlyr, cortando la videollamada.
Suspiró con pesadez, bloqueó su celular y se dejó caer sobre el colchón, con la cabeza en la almohada. Bucky la imitó. Por un par de minutos, se quedaron mirando el techo y analizando la situación.
—Así que... ¿no firmarás?
—Ni loca. No voy a ser el soldado de nadie. No voy a ir a un lugar sólo porque la ONU lo dice, en vez de a dónde sé que es correcto ir —finalizó—. Dejé SHIELD por algo, y sólo acepté ser una vengadora porque tenían una visión diferente del mundo y de hacer las cosas, además de que confío ciegamente en Steve. Nadie me va a decir a quién salvar, y tampoco dejaré que me digan a quién no ayudar. Esos Acuerdos me quitan mi libertad. Pero si no firmamos, tendremos que retirarnos. Y me ha quedado claro que unos firmarán y otros no. Así que, el equipo no será el mismo.
—Lo siento.
Astlyr hizo una mueca.
—Ni modo. Lo disfruté mientras duró. ¿Dónde está el libro de cuentos? —preguntó, levantándose un poco para mirar los estantes improvisados con tablas de madera y ladrillos.
—En tu mochila de escape. Es el único que te guardé —explicó Bucky, sonriendo de lado. Astlyr hizo una mueca—. No caben más libros en la mochila, muñeca.
—Bien —masculló.
Se levantó de la cama y pasó a la cocina. Se agachó para sacar su mochila de escape y de ella sacar el libro de cuentos nórdicos. Dejó la mochila afuera, ya que después de leer un par de cuentos volvería a guardar el libro y regresaría las cosas al horno. Adentró sólo tenía su látigo láser, pistola, fotografía de su familia, su archivo de SHIELD y HYDRA, su pasaporte, identificación y cartera con las tarjetas de banco que tenían el dinero de su herencia familiar en Noruega.
Volvió a acostarse en la cama y se acurrucó contra el cuerpo de Bucjy, quien la recibió gustoso y cerró los ojos para tomar una siesta mientras ella leía sus cuentos. Luego de un día tranquilo, en el que sólo comieron, se ejercitaron y pasearon por la ciudad, el cansancio los venció y terminaron tomando una siesta.
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