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3. Nick Fury


Nick Fury entró como si nunca hubiese estado en una camilla de hospital, y miró a Alexander con un odio que Astlyr pensó que lo mataría.

—¿Recibiste mis flores?

Fury no contestó y siguió mirándolo con ira brotando de su único ojo sano.

—Me alegra verte aquí, Nick —volvió a hablar Pierce.

—¿En serio? —Fury se acercó a él sin despegarle la mirada, como un león acorralando a su presa— Pensé que me habías mandado a matar.

—Sabes cómo funciona el juego.

—¿Por qué me hiciste director de SHIELD?

—Porque eras el mejor y la persona más cruel que conozco.

—Hice lo que hice para proteger a la gente —aclaró Fury.

—Nuestros enemigos son tus enemigos, Nick —alzó la voz Alexander—. Desorden, guerra. No falta mucho para que explote una bomba en Moscú. O para que un pulso electromagnético deje frito a Chicago. ¿Diplomacia? Una acción temporaria, Nick. Una curita. Tú sabes dónde aprendí eso. Bogotá. No preguntaste, hiciste lo que había hacer. Puedo restaurar el orden en las vidas de siete millones de personas al sacrificar veinte millones. Es el próximo paso... si tienes el coraje para afrontarlo.

—No —negó firme—. Tengo el coraje para no afrontarlo.

Escáner de retina activado—dijo la voz de la computadora.

—Oh, ¿no crees que borramos tu autorización? —se burló Pierce.

—Sé que borraste mi contraseña —respondió Fury, anticipando todo aquello—. Probablemente también mi escaneo de retina; pero si usted quiere adelantarse, señor secretario, debe mantener los dos ojos abiertos —se acercó a él a la vez que se quitaba el parche de su ojo malo—. Pero puede despreocuparse, no requiero de su ayuda.

Natasha lo apuntó con la pistola mientras Astlyr reproducía el rostro de Pierce y se ponía frente a la pantalla para el escaneo de retina. La copia de los ojos de Pierce en su cuerpo funcionaron perfectamente.

Nivel Alfa confirmado. Código aceptado. Seguros eliminados.

Pierce la miró con sospecha. Esa joven de piel clara, ojos grises y pelo platinado con acento extranjero podía duplicar cualquier identidad, incluso las retinas. Esas pistas fueron suficientes para que comprendiera de quién se trataba: la hija mayor de Bera Buskerud. Sonrió al saber que, una vez que terminara con Capitán América, mandaría a todo HYDRA para buscarla y hacer con ella lo mismo que quiso hacer con Bera y Romee.

Después de un par de minutos, la pantalla mostró dos palabras: "Transferencia completada"

—Listo —anunció Natasha satisfecha—. Y se está volviendo popular.

Entonces, un concejal se vio electrocutado en el pecho por uno de los aparatos que Pierce les había dado. Después, el segundo y el tercero. Astlyr lo apuntó rápidamente. Había olvidado por completo el aparato. Quiso arrancarse el aparato de su traje, pero lo pensó dos veces y supo que no era la mejor opción. Apenas moviera un dedo, Pierce presionaría un botón que la heriría gravemente.

—Si no quieres un hueco en el esternón, yo bajaría el arma.

El celular en la mano de Pierce controlaba el aparato, así que la única opción era quitárselo.

—Estaba listo para disparar cuando la tomaste —dijo Pierce con tono triunfante.

Tanto Fury como Natasha y Astlyr bajaron sus armas. Pierce había tomado el asunto en sus manos. Cuando se acercó a la computadora, Astlyr supo que el plan se había arruinado.

—¿Cuánto falta? —preguntó Alexander por su comunicador.

30 segundos, Cap—informó Hill en sus oídos.

Natasha, Fury y Astlyr se miraron entre sí.

Llegamos a los novecientos metros—dijo otra voz por la computadora—. Enlace satélite en línea. Algoritmo utilizado. Objetivos localizados. Saturación de objetivos. Objetivos asignados. Disparando en... tres... dos... uno.

Cap, sal de ahí—advirtió Hill por el comunicador.

Steve había conectado la tercera tarjeta.

Dispara ahora—ordenó Steve.

Pero... Steve...

¡Hazlo! —reordenó.

Y los helicarriers comenzaron a destruirse mutuamente.

Astlyr sintió una mano que tomaba la suya y le entregaba algo metálico del tamaño de una pastilla. Lo sintió entre sus dedos y notó un botón. Natasha le había dado uno de esos pequeños taser portátiles que siempre usaba. Sabiendo lo que el diminuto taser provocaría, se preparó mentalmente, armándose de valor, para lo siguiente.

—Qué desperdicio —masculló Pierce, observando la destrucción de los helicarriers.

—¿Aún dudas del Capitán América? —preguntó Astlyr burlesca.

—Hora de irse, señora concejal —le contestó, tomándole el brazo—. Por aquí, vamos. Me sacarás de aquí.

Casi enterrándole los dedos en su piel, la guió al helicóptero. Astlyr se preguntó por un momento el por qué la había elegido a ella y no a Natasha, si se encontraba más lejos.

—En otro momento, hubiese recibido una bala por ti —le restregó Fury.

—Ya lo hiciste —se burló Alexander.

Mientras Pierce la arrastraba y veía a Fury con diversión en sus ojos, Astlyr presionó el botón, electrocutándose a sí misma, dando la apariencia de que había sido el aparato de Pierce quien la dejó inconsciente.

Pierce miró lo ocurrido sin comprender, dándole tiempo a Fury de volver a tomar la pistola y dispararle. Natasha socorrió a Astlyr cuando vio que no se movía, poniéndose nerviosa.

—Noruega —le llamó, sacudiéndola, su voz empezando a temblar—. Dios, Clint va a matarme. ¡Astlyr! ¡Vamos!

Poco a poco, Astlyr abrió los ojos e hizo un puchero afligido.

—Maldita sea, Nat. Esas cosas sí que lastiman.

Natasha sonrió divertida y le ayudó a levantarse. Fury corrió a encender el helicóptero mientras las agentes iban pisándole los talones, y arrancó en cuanto se subieron.

¡Dime que el helicóptero está volando! —gritó Sam por el comunicador.

—Sam, ¿dónde estás?

¡Piso 41!

—¡Vamos en camino, no te muevas!

¡No es una opción! —exclamó ajetreado.

Astlyr observó cómo el edificio estaba a punto de ser derrumbado y que Sam saltaba de uno de los pisos. Fury voló hacia él y se ladeó, dejando a Sam caer dentro del helicóptero. Estuvo a punto de caer por el otro lado, pero entre Astlyr y Natasha alcanzaron a tomarlo.

—¡Piso 41! —reclamó Sam.

—No le ponen número a los pisos por afuera del edificio —se defendió Fury, recomponiendo la postura del helicóptero.

—¡Hill! ¿Dónde está Steve? —gritó Natasha por el comunicador— ¿Tienes la ubicación de Rogers?

Hill no respondió y Astlyr sintió terror llenarle su sistema.

—Yo iré.

Natasha y Sam la miraron como si hubiera enloquecido.

—¡Astlyr, no te atrevas a...!

Cuando el helicóptero estuvo a punto de alejarse del helicarrier en explosión que tenía a Steve, Astlyr se lanzó en picada. Natasha, a comparación de Sam, no se asomó para intentar buscarla en su caída, sin sorprenderse de ver águila volando debajo del helicóptero, tapándoles la vista al río. Natasha sabía que se trataba de ella y Sam recordó cuando dijo que se podía transformar en cualquier persona o animal.

Astlyr voló hasta acercarse lo más posible al helicarrier al que Steve tenía que haber ido para insertar la última tarjeta. A duras penas lo distinguió a través del humo. Steve luchaba cuerpo a cuerpo con alguien, por lo que pudo ver.

Pasó por la entrada más cercana a Steve y aterrizó cerca de él (volviendo a su forma), y notó cómo estaba debajo de alguien, recibiendo duros golpes que pronto lo dejarían inconsciente. Steve no forcejeaba; dejaba que su oponente le destruyera el rostro con su puño de metal.

—Entonces termínala —le dijo Steve.

Su pómulo estaba entre naranja y morado, hinchado y lleno de sangre. El hombre dejó su puño en el aire. Astlyr recordó que Steve mencionó el brazo de metal de su amigo Bucky Barnes, el matón de HYDRA, y jadeó al ver que se trataba de él y por eso Steve no le regresaba los golpes.

—Estaré contigo hasta el final de la línea.

El Soldado del Invierno seguía en posición, aunque parecía dudar si matarlo o no, pero Astlyr no pensaba darse el lujo de esperar a ver qué sucedía. Era obvio que un golpe más lo dejaría inconsciente.

Corrió hacia el atacante y saltó sobre él, envolviendo su cuello con sus piernas. El Soldado forcejeó, pero Astlyr lo tenía enredado en una posición de la que no podía zafarse. Steve permanecía tirado, incapaz de moverse. Entonces, un pedazo del helicarrier cayó y tumbó los vidrios sobre los que estaban apoyados.

Al soltar al Soldado, Astlyr alcanzó a agarrarse con sus piernas de una viga, viendo cómo él también consiguió a agarrarse de la misma viga con ayuda de su brazo biónico, a sólo un par de metros de ella.

Él la miró confundido, preguntándose cómo podía es chica sostenerse así de sus piernas: ¡parecía un mono colgando de una rama!

Astlyr buscó a Steve, esperanzada de verlo sosteniéndose de otra viga, pero sólo vio cómo caía, incapaz de moverse.

No podía hacer nada, aun siendo el ave más grande del mundo, ella no sería capaz de cargarlo. Miró al Soldado por última vez y se soltó de la viga, cayendo de cabeza al agua, con la vista fija en Steve.

El Soldado la vio transformarse en ave para alcanzar a Steve antes de que tocaran el agua. Astlyr volvió a su persona y lo abrazó para cubrir su cuerpo de cualquier metal que les fuera a caer encima y no perderlo en el agua, con el objetivo de sacarlo cuanto antes. Pero cuando pudo sentir el agua envolviendo sus cuerpos, hundiéndose varios metros, Astlyr no pudo evitar perder la conciencia.

o

Tosió todo lo que pudo, sintiendo unas manos en su cuerpo que todavía la cargaban y luego la dejaban en la tierra húmeda.

El Soldado la acomodó de lado para ayudarla a sacar toda el agua. No se iría hasta que se recuperara, era obvio que ella no era tan resistente como Steve o como él, y aun así ella se había arriesgado por su amigo: lo había cubierto con su pequeño cuerpo para salvarlo. Él no entendía por qué haría ella algo así, arriesgando su vida por otro.

—¿Bucky?

El Soldado la miró confundido. Ella también lo llamaba por ese nombre. Sintió frustración creciendo en su pecho al no poder entender por qué ella también parecía conocerlo.

Astlyr lo miró a los ojos y distinguió desconfianza, curiosidad y temor. Temor a sí mismo y a lo desconocido, a lo que no podía recordar o entender.

Bucky le correspondió la mirada y pudo ver un poco de bondad, confusión, todo menos miedo. Ella no le temía, y él no dejaba de preguntarse por qué. Pudo sentir un poco de calor en su pecho al verla indefensa, con sus labios morados por el frío y la piel y su cabello húmedo, sin una sola intención de atacarlo o gritar por ayuda.

No dejó de mirarle sus brillantes y claros ojos grises hasta que los cerró, volviendo a desmayarse.

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