19. Torre Vengadores
Astlyr siguió golpeando, con la poca energía que aún le quedaba, aunque sabía que apenas podía mover el saco. Steve, parado junto a ella con los brazos cruzados, no mostró ninguna compasión a su gruesa capa de sudor en la piel o a su jadeante respiración de cansancio.
—¡Me rindo! —exclamó.
Se tambaleó y se agarró del saco de arena para mantenerse de pie. Su pecho subía y bajaba, sus pulmones estaban desesperados por aire y sus brazos quemaban del dolor por la exigencia.
—Te falta completar cinco minutos —declaró Steve con reproche, mirando el reloj en la pared frente a ellos—. Astlyr...
Ella negó con la cabeza sin levantar la frente del saco y aferrándose a éste como si fuera la mejor almohada jamás probada.
—Olvídalo, Capi. Ya terminé. No me importa —dijo entre jadeos, sintiendo la boca seca y la garganta rasposa por la sed.
Steve exhaló, negándose a dejarla renunciar.
—Vamos, Rogers —abogó Tony, acercándose—. Es su primer día y probablemente la primera vez que entrena desde que se retiró de SHIELD. Además, ya lleva una hora y media entrenando. Dale un respiro.
Steve lo miró con advertencia, haciendo que éste rodara los ojos y ya no dijera nada más. Astlyr los miró confundida.
—¿Qué ocurre?
—Si no terminas con el saco, haremos otra cosa.
—Lo que sea, Capi —suplicó—. Todo menos el saco.
Steve asintió.
—Bien. Sígueme.
Astlyr soltó el saco con dolor y se quitó los guantes, dejándolos caer como si le pesaran cien libras cada uno. Natasha le regaló una media sonrisa y le tendió una botella con agua. Sabía bien lo que era tener su edad y ser obligada a entrenar con alguien tan estricto como Steve Rogers. Los demás se quedaron callados, pero se acercaron a observar, curiosos sobre el ejercicio que Steve le impartiría en lugar del saco de boxeo.
—Completa el circuito.
Astlyr miró el circuito militar con una ceja arqueada. Habían barras, sogas, un muro para escalar, llantas, túneles y más barras. Lo analizó, nivel por nivel, y elevó brevemente su comisura izquierda. Podría manejarlo, aunque con más estilo...
—Bien —aceptó con pesadez. No porque lo viera difícil, sino porque se sentía agotada. Necesitaría usar sus brazos, y en ese momento los sentía hechos de goma. Tendría que centrar el apoyo en sus piernas, que estaban mucho más ejercitadas y le gustaba usarlas más a la hora del combate.
—Espera a la cuenta —dijo Steve—. ¿Jarvis?
—Contando, señor.
Astlyr se posicionó para correr hacia el primer obstáculo, que era una escalera en horizontal que debería trepar con los brazos. Se tronó los nudillos, triunfante, al hallarle otro modo. Sólo tendría que usar sus brazos para impulsarse y no para todo el ejercicio. Podría lograrlo sin desplomarse, mientras no usara demasiado sus brazos.
—Cinco... cuatro...
Astlyr inhaló.
—Tres... dos...
Luego exhaló.
—Uno.
Y movió sus piernas lo más rápido que pudo. Alzó sus brazos para tomar la primera barra de la escalera cuando dio un brinco alto. Se jaló a sí misma hacia arriba, quedando con su cadera a la altura de la barra, y pasó sus piernas por en frente.
—¿Qué hace? —preguntó Tony, confundido.
—Lo que mejor sabe hacer —contestó Natasha con un timbre de orgullo en su voz—. Ser una pequeña escurridiza.
Astlyr sonrió al darse cuenta de que aún recordaba bien los movimientos. Se puso de pie sobre la primera barra de metal y caminó sobre todas las barras, pisando de una en una como un puente. Se dejó caer en la última barra y aterrizó con ambas piernas juntas y de cuclillas.
Se levantó y corrió hacia las sogas. Tomó la primera que alcanzó y empezó a treparla. Al llegar al tope, se balanceó de soga en soga, enredándolas en sus piernas y brazos. Pronto llegó a la quinta soga y se soltó, de nuevo cayendo con gracia.
Siguió corriendo y trepó el muro trenzado de sogas, inestable y flojo. Astlyr jamás había escalado algo así, pero no le costó tanto trabajo encontrar el equilibrio y evitar caerse. Al llegar al otro lado, corrió al siguiente obstáculo: una liana de tela. Tomó aire y empezó a treparla, enredándola entre sus piernas. Al llegar al techo, se dejó caer.
Steve se movió, preocupado por la torpeza que él creía que ella estaba haciendo, listo para correr y atraparla. Sin embargo, Clint y Natasha lo detuvieron por cada brazo y le sonrieron con calma.
—Está bien. Observa —le dijo Clint, señalándola.
Astlyr detuvo su caída a centímetros del suelo, haciendo fuerza en una de sus piernas para atorar la tela. Se desenredó hábilmente antes de caer de pie y empezar a correr hacia las llantas, saltándolas con más elegancia de la que Steve había visto en toda su vida. Comprendió que sus piernas eran más fuertes y ágiles que sus brazos.
En el último nivel trepó un muro de rocas, que sólo tenía pocas piedras para sostenerse y una tela a la que amarrarse, que ignoró olímpicamente. Escaló lo más rápido que pudo, demasiado concentrada como para escuchar lo que su público comentaba.
Medio minuto después, llegó a la cima; estiró su brazo hacia la tela que había a sus espaldas y la tomó. Se lanzó del muro, agarró a liana en el aire con todo su cuerpo y enredó sus piernas en ella antes de dejarse caer con una maniobra. Steve sólo vio un borró blanco girando de costado y bajando por la tela.
Al caer y desenredarse de la liana, completando el círculo de ejercicios, miró a Steve y lo saludó como toda gimnasta después de terminar su rutina en una competencia.
Stark aplaudió y la señaló:
—Eso es clase... y mucha elasticidad —notó, frunciendo el ceño.
Natasha le sonrió orgullosa, ignorando la presión de nostalgia que la golpeó al recordar a su amiga Bera. Eran tan parecidas, y casi se movían igual.
—Bien hecho —felicitó Steve con los brazos en jarras y una pequeña sonrisa ladeada.
—Creo que seguiré siendo su entrenadora después de todo, Capitán —comentó Natasha, cruzándose de brazos—. Astlyr tiene más madera de espía que de soldado. Lo siento.
Steve asintió con la cabeza en aprobación.
—Terminaste por hoy. Descansa —ordenó Steve.
Astlyr le sonrió y suspiró aliviada.
—Pero no te libras del saco —advirtió Natasha—. Necesitamos mejorar tus golpes.
o
Después de tomar una ducha en el baño de su dormitorio en la Torre, se vistió con unos pantalones cómodos y una sudadera, demasiado agotada como para arreglarse mucho o usar algo ajustado. Después de salir por su ventana con la discreta forma de una paloma blanca y volar hasta su apartamento en Brooklyn, se quedó pensando en el beso que compartió con Bucky.
Lo había disfrutado, de eso estaba segura. Bueno, de eso y de que le gustaba. De hecho, ¡le encantaba! ¿Cómo no iba a encantarle? Ella nunca se había sentido así por nadie, pero sabía de qué se trataba. Bucky se había metido bajo su piel y ahora pocas veces no estaba en su mente. No quería ser su amiga. Deseaba ser más, dar y recibir más. La pregunta era: ¿querría él lo mismo?
Al asomarse por la ventana cerrada, se dio cuenta de que Bucky no estaba, por lo que no podría entrar. Confundida, bajó hasta la puerta del edificio y volvió a su persona cuando se aseguró de que nadie la miraba. Entró por la puerta y subió todas las escaleras corriendo. Sacó su llave y abrió su apartamento, encontrándolo vacío.
¿Se habría ido?
—¿Soldat? —murmuró.
Buscó sus cosas en el pequeño armario y se relajó al verlas ahí tiradas. Seguramente había ido por comida. Ya eran las 2:30, después de todo. Tomó largas respiraciones para calmarse. Por un momento, había creído que el beso lo había espantado.
Se sentó en la esquina de la cama, y pensó en que Jarvis pronto terminaría de des-encriptar los archivos de HYDRA, que revelarían las bases secretas de la organización, y en una de ellas encontrarían el cetro de Loki que HYDRA se había llevado tras la batalla de Nueva York en el nombre de SHIELD. Se sentía ansiosa por su primera misión como vengadora y por terminar de destruir hasta el último cimiento de HYDRA.
—Astlyr, ¿está todo bien?
Enfocó su mirada y vio a Bucky entrando por la puerta con una bolsa de comida en mano. Parecía confuso, y ella entendió que había estado tan absorta en sus pensamientos que no lo había escuchado llegar.
—S-sí. Sólo estaba... pensando..
Su celular timbró a su lado y ella leyó la pantalla. Era Clint.
—¿Hola?
—¿Ya llegaste a casa?
—Sí, ¿por qué?
—Bueno, para saber que llegaste a salvo —respondió, dudoso, aunque sonaba feliz—. Además, me di cuenta de que olvidé hablarte de algo.
—Dispara.
—Es el cumpleaños de Lila y de regalo me pidió que te trajera a casa. Cuando le cantemos las mañanitas y sople la vela, quiero que entres para sorprenderla. Olvidé por completo decírtelo en el entrenamiento.
Astlyr se golpeó la frente con la palma de la mano y cerró los ojos con fuerza.
—Joder, lo siento. No puedo creer que haya olvidado su cumpleaños —gruñó—. Ahí estaré, lo prometo. ¿Qué trae de moda ahora? Quiero darle algo grande. ¿Muñecas o un peluches?
Casi lo pudo oír sonriendo.
—Peluches.
—Bien. Llegaré a esconderme en el granero. Envíame un mensaje cuando empiecen a cantar y entraré con el peluche más grande que encuentre.
—De acuerdo.
Astlyr colgó y levantó la mirada del suelo, encontrándose con Bucky sentado a su lado. No se había dado cuenta de que se había acercado, y tampoco pudo descifrar su expresión. Parecía sereno y tranquilo, pero no mostraba ninguna otra emoción.
Carraspeó.
—¿Viste mi nota?
—Claro que la vi. La dejaste pegada en mi frente mientras dormía.
Ella asintió frenéticamente. Se sentía horriblemente nerviosa. Odiaba esa sensación, y al mismo tiempo se sentía como la descarga de adrenalina después de un juego mecánico. Bucky levantó la mano y acunó su mejilla con cuidado. Entonces, su corazón empezó a latir frenéticamente. ¿Iba a besarla? ¿Estaba diciéndole que sentía lo mismo?
Astlyr movió la vista de un lado de su rostro a otro, intentando leer algún signo en su expresión facial que le diera una pista de lo que él pensaba. ¿Qué le sucedía? ¿Qué significaba lo que claramente estaba ocurriendo entre ellos?
Bucky acarició su mejilla con el pulgar, y ella perdió el aliento. En ese momento, cuando la vio entreabrir los labios con sorpresa, aprovechó para inclinarse y atrapar su boca en un beso quieto y suave.
Astlyr había visto cientos de películas con escenas de un beso inesperado, pero sabía que verlos no se comparaba a ser parte uno. En ese momento, se sintió como una princesa del Mundo de Disney en la escena en que el príncipe finalmente la besa para salvarla de un final trágico. Sintió alivio y alegría, como si todo por fin encajara y tuviera sentido. Nada nunca se había sentido tan correcto como eso.
El primer beso entre ellos había sido ayer y en el piso de su apartamento, con emoción e ilusión, repletos de fuegos artificiales estallando en sus estómagos. En este beso se sentían relajados, seguros y cómodos. Como si en ese beso estuvieran finalmente confesando todos sus sentimientos, aclarándose las dudas el uno al otro. Se querían, y ya no iban a fingirlo ni ocultarlo.
Bucky no tenía ni idea de dónde había sacado el valor para tomar la iniciativa. Tal vez, poco a poco, agarraba un poco de la personalidad del antiguo James Buchanan "Bucky" Barnes, en base de sus recuerdos. No era el Bucky de hace noventa años, pero tampoco era el Soldado del Invierno. Era su propia versión de ambos y de ninguno al mismo tiempo.
—Traje comida —susurró sus labios, al romper el beso.
Ella sonrió, sintiendo que flotaba.
—Entonces vamos, antes de que se enfríe.
Sus expectativas habían sido superadas. Estaba con un hombre chapado a la antigua, educado con esas costumbres románticas, con lo coqueto y lo seductor, lo misterioso y lo protector, y además era mayor a ella. Ella siempre supo tuvo la sospecha de que tenía un gusto por los hombres mayores a ella. Sí, él le llevaba más de ochenta años..., pero a ella siempre le gustaba irse a los extremos. No le importaba. Al fin y al cabo, los años no habían cobrado factura y se veía de treinta y pico.
Después del beso de ayer, se quedaron acostados en el suelo por un rato, con ella sobre él y escondiendo la cara en su cuello. Bucky se la había pasado acariciándole el brazo desnudo hasta que se dio cuenta de que se había quedado dormida. No despertó cuando se levantó con ella en brazos y la recostó en la cama, y él se durmió a su lado.
A la mañana siguiente, Astlyr despertó temprano, se vistió y se fue a la Torre. Se había acobardado, el pánico la obligó a huir para no tener que enfrentarlo hasta la hora de la comida. Ahora, se arrepentía de no haber despertado con él. Se había pasado la mañana preocupada por lo que sucedería entre ellos después, y se había mortificado por nada. ¡Él también la quería!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro