Viernes: El día en la casa de Pandora
Viernes: El día en la casa de Pandora
El viernes llegó finalmente, el día en que iba a visitar a Pandora y su familia. Aunque mis papás sabían que Pandora era una de mis mejores amigas, se notaba que estaban un poco nerviosos. En especial mi papá Jacob, que siempre ha sido algo sobreprotector conmigo. Revisó que mi celular estuviera completamente cargado y me dijo, como al menos diez veces, que lo llamara en caso de cualquier cosa. Yo también estaba un poco nervioso; después de todo, no solo era mi primera vez en Chile quedándome a dormir en la casa de un amigo, sino la primera vez en mi vida. Pero si alguien podía hacerme sentir seguro, esa era Pandora. Su dulzura era como un escudo protector, y no podía imaginarme a su familia siendo diferente.
Cuando finalmente llege a la casa de Pandora, sentí cómo los nervios se me fueron disipando. Su madre, una mujer tan dulce como ella, me recibió con una sonrisa tan cálida que me sentí como en casa. Su padre, un hombre regordete y redondo como un huevo, parecía irradiar más alegría que un rayo de sol en un día despejado. Cada vez que sonreía, era como si el mundo entero se iluminara.
Los hermanos de Pandora también fueron muy agradables conmigo, al menos la mayoría. El mayor, sin embargo, parecía un poco receloso, como si me estuviera evaluando con la mirada. Supongo que pensaba que yo estaba interesado románticamente en Pandora, lo cual me hizo reír internamente. ¡Qué equivocación! Aunque no lo culpo, después de todo, éramos amigos muy cercanos. Lo más impresionante fue conocer a los abuelos y a la bisabuela de Pandora. Los abuelos eran unos conversadores alegres y, para su edad, tenían una energía sorprendente. Y la bisabuela… ¡vaya! Era una ancianita adorable, con arrugas profundas y ojos que brillaban de sabiduría. Durante la cena, ella fue la estrella del momento cuando nos contó la historia de su padre, que había escapado del Imperio Otomano en la primera guerra mundial para llegar a Chile. Nos explicó que él era de palestina , pero que al llegar con un pasaporte otomano, lo confundieron con un turco. Pero eso no le impidió fundar el restaurante árabe que, hasta el día de hoy, sigue siendo el corazón de la familia de Pandora.
El rezo de la tarde
Cuando llegó la hora del rezo de la tarde, me sentí algo confundido. Había escuchado sobre las costumbres religiosas de Pandora, pero vivirlas en persona era diferente. Nos reunimos en la sala, donde el padre de Pandora extendió una alfombra para rezar. Él me explicó con calma lo que iba a pasar, y me sentí fascinado. Era como ser parte de algo que había existido durante siglos, algo sagrado y profundamente importante para ellos. Pandora y su familia rezaron en dirección a La Meca, murmurando palabras en árabe que yo no entendía, pero que sonaban como una melodía suave. Intenté seguir sus movimientos lo mejor que pude, aunque, lo admito, me sentí un poco torpe al intentarlo.
Debo confesar que, aunque estaba emocionado por participar, después de un rato comencé a sentirme algo inquieto. No porque no me interesara, sino porque, como niño inquieto que soy, me cuesta estar quieto por tanto tiempo. Sin embargo, me concentré en la experiencia, tratando de absorber cada detalle. Aunque me costó mantener la calma en ciertos momentos, me sentí honrado de poder presenciar algo tan importante para mis amigos. Cuando terminó el rezo, Pandora me miró y sonrió. - ¿Qué te pareció?- , me preguntó. - Interesante... aunque un poquito largo-, le respondí, con una sonrisa vergonzosa. Pandora se rió, y su familia no pareció molesta en absoluto por mi comentario, lo que me alivió.
La cena: un banquete digno de los dioses
Después del rezo, llegó la cena, y ¡qué cena! Fue como entrar en el Valhalla, pero en versión árabe. Comenzamos con una serie de pequeñas entradas llamadas "Meze", una tradición turca que me pareció increíble. Había hummus cremoso, ensalada tabule y una especie de puré de berenjena que era delicioso. Y eso era solo el comienzo. El plato principal fue un estofado de cordero servido con puré de berenjena, pero el padre de Pandora también cocinó una variedad de otros platos árabes, como falafel y kibbeh. Me sorprendió la cantidad de comida, pero me aseguré de probarlo todo. ¡Estaba tan delicioso que pensé que podría explotar de lo lleno que estaba!
Para el postre, nos sirvieron baklava de pistacho, un dulce tan increíblemente delicioso que creí que había llegado al paraíso. Comí tanto que apenas podía moverme. Durante la comida, les hice muchas preguntas sobre sus costumbres y su fe, especialmente cuando recitaron algunos versos del Corán. Temía que mis preguntas fueran demasiado, pero nadie se molestó. Al contrario, parecían felices de compartir su cultura conmigo, y eso me hizo sentir más conectado con ellos.
La hora de dormir
Cuando llegó la hora de dormir, me llevaron al cuarto de los hermanos de Pandora. Aunque estaba exhausto después de un día lleno de nuevas experiencias, sentí que había aprendido tanto sobre Pandora y su familia que no podía dejar de pensar en todo lo que había visto y oído. El día había sido mucho más que una simple visita; había sido una lección en empatía y respeto hacia las creencias y costumbres de los demás.
Con esa sensación en el corazón, me quedé dormido, ansioso por lo que me esperaría al día siguiente en casa de Yael.
Continuará...
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