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Sábado: El Shabbat en la Casa de Yael

Sábado: El Shabbat en la Casa de Yael

Desperté el sábado por la mañana con una mezcla de emociones, aún pensando en la noche tan especial que había vivido en la casa de Pandora y su familia. Ellos me habían tratado como a uno de los suyos, lo que me dejó agradecido y emocionado. Al despedirme, Pandora me acompañó hasta la puerta, y no pude evitar preguntarle si quería venir conmigo a la casa de Yael para el Shabbat. Sin embargo, ella negó con una leve sonrisa, explicando que, aunque Yael y ella eran mejores amigas, sus familias no se llevaban del todo bien. No había un odio evidente, pero tampoco había amistad; la competencia entre los restaurantes de ambas familias hacía la relación un poco tensa. Entendí que a veces la vida es complicada y las amistades tienen sus barreras, incluso las más fuertes.

Cuando llegué a la casa de Yael, me recibió con una sonrisa radiante y un abrazo fuerte que me hizo sentir bienvenido. La casa tenía un aire acogedor, con el aroma de pan recién horneado y especias que llenaban el ambiente, dándome una sensación de paz que me encantó de inmediato. Sus padres me recibieron con amabilidad; la madre, una mujer con una mirada dulce y serena, me ofreció una cálida bienvenida, mientras que su padre, aunque era de pocas palabras, parecía muy amable. El abuelo de Yael también estaba allí, un hombre mayor de aspecto sabio que me sonrió como si supiera algo que yo no.

El Shabbat

Lo primero que me sorprendió fue la calma y la devoción con la que la familia de Yael preparaba el Shabbat. Yael me explicó que era el día de descanso judío, un tiempo especial para desconectar del trabajo, reflexionar y compartir en familia. Cuando llegó la hora de encender las velas, todos nos reunimos en la sala, y su madre encendió las velas con un gesto tan solemne que me quedé quieto, mirándola como si estuviera presenciando algo mágico. Ella murmuraba unas palabras que no entendía del todo, pero que parecían envolvernos a todos en una especie de paz profunda.

Luego, el padre de Yael tomó una copa de vino y comenzó a recitar el Kiddush, una oración que agradecía por el Shabbat. Yo lo observaba todo con curiosidad y respeto, fascinado por lo diferente que era todo esto a lo que estaba acostumbrado. La oración en hebreo sonaba extraña y misteriosa, como una melodía antigua que traía consigo siglos de historia. No entendía las palabras, pero la sensación de calma y respeto era universal, y en ese momento, sentí que estaba viviendo algo especial.

Después, el abuelo de Yael partió un pan trenzado que ellos llamaban jalá. Lo partió despacio, y me ofreció un trozo. Cuando lo probé, el sabor ligeramente dulce me llenó de una sensación agradable inexplicable. Me hizo sentir como en casa, como si en ese pequeño pedazo de pan trenzado se escondiera algo sagrado, algo que me conectaba a una tradición que, aunque no era la mía, podía entender y respetar profundamente.

La convivencia familiar

Durante la comida, la familia de Yael me trató como si fuera uno de los suyos, y eso me sorprendió y alegró a la vez. Los hermanos mayores de Yael me hacían preguntas sobre Cataluña y cómo era vivir en Chile, mientras que sus hermanitas no paraban de reírse con mis bromas y mi acento español, que a veces las hacía reír más de lo que yo imaginaba. Me sentía muy querido, como si mi presencia fuera realmente bien recibida.

La comida era deliciosa, llena de platos que nunca había visto. Yael me explicó cada uno de ellos con paciencia, y yo no dejaba de hacer preguntas sobre sus costumbres, temiendo tal vez ser molesto, pero cada miembro de la familia se mostraba dispuesto a responderme, encantados de compartir su cultura conmigo. Me asombraba que una familia que acababa de conocer me tratara con tanta calidez.

La tarde tranquila

Después de comer, la familia se relajó. Yael y yo jugamos con sus hermanitas por un rato, hasta que nos sentamos junto a su abuelo, que comenzó a contarnos historias de su juventud, de cómo su familia había llegado a Chile y de las luchas que enfrentaron para mantener vivas sus tradiciones. Sus palabras eran profundas y llenas de nostalgia; sentía que cada una de sus historias era una lección sobre perseverancia y amor a la familia.

Para ellos, el Shabbat no era solo un día de descanso, sino una oportunidad para conectarse y recordar su historia, algo que me hizo reflexionar sobre mi propia vida y las costumbres que tenemos en mi familia. Aunque nuestras creencias eran diferentes, me di cuenta de que la importancia del respeto y la comunidad era algo que nos unía.

El final del día

Cuando el Shabbat llegó a su fin, me sentí lleno de gratitud. Yael y su familia me habían mostrado algo tan hermoso y personal, y al despedirme, no pude evitar darles las gracias por todo. Había sido un día lleno de aprendizaje, y me sentía muy afortunado de haber compartido esa experiencia con ellos.

Mientras me despedía de Yael, ya comenzaba a imaginar cómo sería la próxima aventura con mis amigos. Sabía que estos momentos, pequeños y simples, eran los que en verdad me transformaban, me enseñaban a ver el mundo con nuevos ojos, y me daban fuerzas para entender y respetar las diferencias entre nosotros.

Continuará...

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