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|¿Quiénes son?|


La abuela Kaede prácticamente tuvo que levantarme ya que yo no podía por la resaca. Sabía que beber no era una opción pero lo dice para olvidarme de algo.

Y no pude olvidar ese algo.

Todavía tengo la maldita historia en mi cabeza rondando cada tres segundos. Ahora sé lo que siente Sesshomaru. ¿Me volveré loca también? No. Soy fuerte. No me pasará nada. Sesshomaru no está loco. Sólo está experimentando los últimos cambios de su transformación en un vampiro completo.

Suspiro. La nana Kaede me lanza una mirada de preocupación y me toca el hombro. Giro a verla y ella me ofrece una linda sonrisa con unas galletas de vainilla. Las de chocolate me encantan pero las de vainilla, al lo igual que Sesshomaru, son mis preferidas.

La familia Taisho estaba terminando de tomar su desayuno. Sesshomaru no bajó seguramente por la resaca pero ni siquiera le comenté eso a la abuela Kaede. Le doy una mordida a la primera galleta; el sabor dulce me invade el paladar y yo degusto sin oponerme. Sin evitarlo ya tengo un pequeño sonrojo en mis mejillas.

Las puertas de la cocina se abren y entra Sesshomaru. Trae una mano puesta en la frente, el torso lo tiene desnudo y los mismos jeans de anoche. El cabello blanco esta hecho una maraña y sus ojeras dan miedo. Dejo las galletas sobre la mesa y corro a ayudarlo.

—¿Estás bien?.

—Sí, sí... Sólo dame algo para el dolor de cabeza... Me está matando...

... Todo ese wisky te hizo mal, lo . Y ni hablar de la botella de vino que me tomé yo sola... Por dios...

Corrí a la nevera y saqué unas pastillas para el dolor de cabeza y una botella de agua. Se lo ofrecí todo y él no dudo en tragarse las píldoras y bajarlas con agua. La abuela Kaede le dejó sobre la mesa un cuenco con galletas y un vaso de leche caliente. Ella acarició la revolvida melena blanca.

—Te ves fatal. ¿Volviste a beber demasiado?. — le preguntó.

—Sí...creo que sí. ¿Tienes alguna pastilla para vomitar? No he podido hacerlo. — toma el vaso de leche y se lo bebe completo. Agarra una galleta y la muerde.

La nana Kaede vuelve a abrir la nevera y saca otras pastillas. Sesshomaru no duda en tomárselas y beber agua.

—Mejor ve a hacerlo arriba. Aquí no puedes vomitar. — la anciana Kaede le dedica una sonrisa.

—En el fregadero puedo. — lo señala.

—No, no puedes. Acabaría con un olor fatal y tú no harás nada porque eres vago para limpiar. — lo señala. Él levanta las manos en forma de rendición y se va con las galletas.

—Se ve mal...

—Acompáñalo, Kagome. Ayúdalo un poco a prepararse. — asiento.

Corro hacia la habitación de Sesshomaru y toco su puerta con insistencia. Después de unos toques él abrió.

—¿Qué ocurre?.

—La abuela Kaede me pidió que te cuidara y ayudara a prepararte. — él rasca su nuca. Ese cabello enredado me está matando. —¿Ya vomitaste?.

—No pero debo estar cerca de hacerlo. ¿Me haces un favor?.

—Dime.

—Ayúdame a desenredar todo esto y de paso me cortas el flequillo. Puedes hacerlo, ¿no?. — asiento. —Bien. Ahora voy a bañarme y a vomitar todo lo que bebí anoche junto con la comida. Espérame, no tardo.

Entré. Sesshomaru tomó una toalla y unas ropas que habían sobre la cama. Antes de cerrar la puerta y me sonrió y yo me fui a preparar los cepillos en el tocador dentro del Walk in closet. Al rato salió y entró en donde estaba.

—Ya.

—¿Qué vomitaste?.

—Qué voy a saber. Pregúntale a mi estómago. — se quitó la toalla que envolvía su cabello mojado y se sentó en la silla frente al espejo. —Ve suave. No soporto que me jalen el cabello.

Tragué duro. Yo que soy para nada cuidadosa y él viene a advertirme eso. Estoy que sudo hasta por los ojos. Dudosa tomo el peine y comienzo a desenredar de abajo hacia arriba –como mi abuelita me enseñó–. Logró quitar la mitad de los nudos pero todavía me queda la otra mitad del pelo.

Mierda. Esto si que va a tardar.

Después de 20 minutos ya había quitado todos los molestos nudos en su cabello blanco y ahora tomo la secadora y cepillo para alisarlo un poco. El cabello poco a poco va teniendo su forma de siempre: sedoso, suave y liso. Como si fuese una cascada blanca.

Agarro las tijeras y Sesshomaru se gira. Su cerquillo al parecer crece por minutos o no sé como explicar ese largo. Él con las manos me hace una medida.

Sobre las cejas eh...
¡Bien! Comencemos.

Corto los pedazos de pelo inúti y voy retirando los que caen sobre su cara. Sesshomaru estornuda un par de veces. Al parecer los diminutos trocitos de cabello que caen sobre su nariz le hacen cosquilla. Reímos y rápidamente termino los toques finales.

Él se vuelve a colocar frente al espejo y sonríe. Está satisfecho.

—Gracias, Kagome.

—De nada. ¿Qué harás ahora?. — le pregunto. Él mira el techo y resta importancia con los hombros.

—Ya veré en que me entretengo. Tal vez salga a dar una vuelta. — dice.

—Mmh, sí das una vuelta tienes que traerme unos dulces como pago por cortarle el cabello. — pongo mis manos juntas, como si estuviera rezando, y le sonrío. Él asiente.

—Ok. ¿Qué tipo de dulces te gustan?.

—Adivina.

Acomodo todos los objetos que utilicé sobre el tocador y salgo corriendo rumbo a la cocina. La abuela Kaede no está así que he decidido limpiar las habitaciones de huéspedes. Jacky no está y Bankotsu ha ido a jugar basquet y no volverá en dos horas. Suficiente tiempo para limpiar un poco ambas alcobas.

Agarro todos los artículos de limpieza y subo las escaleras. La señora Irazue me saluda y continúa hablando con otra sirvienta. Paso por mi pasillo favorito y le digo adiós a Sesshomaru. Ni siquiera me he fijado que trae puesto.

Llego a la habitación de Bankotsu. Abro la puerta y descubro una habitación con un montón de cosas regadas. Ruedo los ojos y entro. Este tipo ni siquiera puede hacer la cama.

Palmeo mis muslos y me pongo a trabajar. Con todo este desorden creo que le pediré a otra sirvienta que limpie la habitación de Jacko por mí.

Corro las cortinas y dejo que la luz solar entre. Noto que al lado de la cama hay algo derramado. Al acercarme veo que es vómito.

Uy, asco....

Esto va a tardar un montón...

12:30 PM.


Bajé súper exhausta a preparar el almuerzo. La abuela Kaede al verme me sonrió y ofreció unas mandarinas para darme energías. Acepté los picotillos de fruta anaranjada y, mientras iba comiendo, trabajaba.

Al rato la señora Irazue entró junto a el señor InuNo. Ambos muy acaramelados. El señor Taisho le hacia cosquillas a ella y susurraba algunas cosas en su oído. La señora Zue sólo reía.

—Ya basta. Déjame hablar. — pidió ella entre risas.

—Vale, vale.

—Kagome, en cuanto termines de ayudar aquí en la cocina necesito que vallas al jardín trasero y me ayudes a hacer unos preparativos. Tendremos visitas más tarde. — me dijo. Asentí.

—Kagome, tu uniforme nuevo está listo. Cuando quieras puedes usarlo. — me informa el señor Taisho.

—¿Ya está en mi habitación? ¡Qué bien! ¡Lo usaré mañana!. — sonreí.

Los dos se fueron y yo volví a mis labores. Estaba ansiosa por ponerme el uniforme nuevo. Sé que es un simple uniforme pero yo soy así: me emociono por cosas así de tontas.

2:45 PM.

—¿Mi hermano no ha llegado, Kagome?. — me llama Inuyasha. Termino de colocar el arreglo floral sobre la mesa de seis y lo miro. Niego. —Ach. Dijo que estaría aquí en cuanto los chicos vinieran.

—¿Quiénes vienen?. — me pregunto.

—Lo sabrás. Estás invitada a la reunión. — me dijo con una sonrisa.

Palidesco. A mí nadie me dijo que estaba invitada. Le niego con la cabeza a Inuyasha y él abre la boca, sorprendido. Él corre hasta mí y me jala del brazo hasta el interior de la casa.

—¿A dónde vamos?. — alcanzo a decirle. Este Taisho corre muy rápido.

—¡A qué te cambies de ropa! ¡No puedes estar hablando con nosotros vestida así!.

Entramos a su habitación. Una habitación que es la mitad de la de Sesshomaru. Las paredes están pintadas de rojo y blanco. La mayoría de los muebles eran de color blanco y el piso era de un color granate. La cama grande vestida sábanas y mantas rojas y blancas. El baño con su puerta roja cerrada y el Walk in closet también con su puerta roja cerrada.

Inu chasquea los dedos frente a mis ojos y me despierta de mi análisis de su alcoba. Lo miro y el me señala la habitación-closet.

—Vamos. Hay que cambiar ese look.

Nos metemos en el Walk in closet. Espacioso y lleno de ropa, por cierto. Inuyasha abre una pequeña gaveta y saca una blusa de mangas blanca con finas rayas negras, una falda plisada blanca y unas bailarinas blancas decoradas con un pequeño lazo negro y una piedra roja. Miro todo lo que deja sobre la mesa y luego lo miro a él.

—¿Me estás prestando las ropas de tus amantes?. — inquiero.

—No. Te las estoy regalando. — responde como si fuera la cosa más común del mundo.

—Ni muerta me pongo esto.

—Es broma. Todo esto lo compré por si ocurría una ocasión como esta. Mi padre me ha enseñado algunos trucos de precaución con las mujeres. Nunca se sabe. — cruza de brazos. —¿Qué esperas? ¿Qué venga un estilista y te ayude a vestirte? Niña, muévete. — ordena.

Agarro las ropas y me meto en el vestidor. Voy poniendo el el uniforme sobre el vestidor y me coloco la blusa. La saya me queda un poco corta pero me da igual; ya me estoy acostumbrando a las vestimentas cortas.

Salgo de la seguridad del vestidor e Inuyasha al verme me aplaude. Me siento sobre un banco circular y me pongo las bonitas bailarinas.

—Sólo queda peinarme un poco. — digo arreglándome la falda.

—En eso no te puedo ayudar. — él coloca sus manos al rededor de sus caderas y me mira con una sonrisa.

—Sólo dame un cepillo y ya.

Él me entrega el cepillo de pelo y yo comienzo mi labor de alizar un poco mi azabache melena. A los segundos dejo el cepillo sobre la mesa y me veo al espejo. Quedé, como dice Jacky, Di-Vi-Na.

Asiento e Inuyasha me guía afuera de la habitación. Recordemos el mismo camino que hicimos antes corriendo; sólo que esta vez caminamos tranquilamente mientras hablamos de temas poco importantes.

Al salir por las puertas corredizas de cristal de la sala de estar que llevan al patio trasero veo a dos chicas hablando y a un chico sentado en la mesa. Inuyasha corre a saludarlos y ellos parecen muy felices de verlo. Camino algo dudosa hasta donde está Inuyasha y frente a mi se para una chica castaña con los ojos avellana más lindos y expresivos que he visto en la vida.

—Hola, ¿quién eres?. — me pregunta con una sonrisa y las manos entrelazadas detrás de la espalda.

Es una chica muy, muy hermosa. Es más alta que yo, casi del tamaño de Inuyasha. El cabello castaño largo cae sobre su cintura está amarrado en una coleta alta. La cara, su cuerpo, su cabello, sus ojos expresivos. Esta chica debe ser el sueño mojado de cientos de hombres. Va vestida de una blusa negra con una chaqueta de seda de color rojo; un short en un color verdoso y unos Converses negros.

—¿Hola? Te he hecho una pregunta. — vuelve a decirme.

Me sonrojo un poco. No es que sea lesbiana pero es muy linda. Nunca antes había visto una chica tan bonita como ella. Bueno, sí, la señora Irazue es hermosa. Mucho más que ella...creo.

—Soy...Kagome. — contesto.

—Se enamoró de Sango. — contesta la otra chica detrás de la que acaba de llamar Sango.

—Ach. Deja de decir tonterías, Kikyo. — vuelve a mirarme. Su sonrisa no parece tener un botón de apagado. —Me llamo Sango Taijiya. Espero que seamos muy buenas amigas. Necesito compatriotas que hablen mal de este imbécil. — ella señala a Inuyasha. Él hace una cara de ofendido.

—Es un imbécil. — digo.

—¿Lo ven?. Tres palabras y ya es la persona que mejor me cae en el mundo. — Sango me abraza con fuerza mientras ríe. Yo la imito.

—Sango, al menos deja que me presente. — la otra chica de cabello negro se acerca a mí y me ofrece su mano como saludo.

—No la toques. Es venenosa. — dice Sango.

—Chistosa. — dice la otra. Sango le saca la lengua y se va a jalarle las orejas a Inuyasha. —Me llamo Kikyo Shikon. Bienvenida al club de los mejores amigos, Kagome.

Acepto su mano. Es pequeña su extremidad, sus dedos son largos y su piel es algo fría. Como si fuera la mano de Sesshomaru pero en una versión miniatura. Sus ojos negros y algo afelinados son lindos a lo igual que su cabello largo hasta por debajo de las nalgas, es lacio, negro y aparentemente sedoso.

Viste una blusa blanca y corta con tirantes gruesos y unos jeans celestes rasgados desde los muslos hasta los tobillos. Es linda y puedo decir que si sus ojos fueran azules como los míos seríamos casi gemelas.

—Kagome. — me presento —Tu nombre me recuerda a algo... Creo haberlo escuchado antes...

—Pff, obvio que lo tienes que haber escuchado, amor. Ella es una modelo muy famosa, muy cotizada y muy profesional en Europa. La muy venenosa tiene un padre con cientos de agencias de modelaje y empresas de diseño. — detalla Sango. Yo abro la boca.

¡Lo sabía! Es la chica que vi una vez en una revista. ¡Qué lindaaaa!.

Te vi una vez en una revista. Modelabas un vestido rojo muy bello en Madrid. — le digo. Ella parece tratar de recordarlo mirando el cielo y luego me vuelve a mirar con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ah, sí. Recuerdo esa vez. Fue hace dos años. Ese vestido rojo si que costó una fortuna.

—Y la modelo vale cuatro fortunas Taisho. — comenta Inuyasha tomándola de la cintura y dándole un beso en la mejilla.

Hi!, Kagome. — un chico pelinegro se para frente a mí. Este chico es del tamaño de Inuyasha o más. —Me llamo Miroku Kenta. Nadie se tomó la molestia de presentarme así que lo hago yo mismo.

—Hola, Miroku. ¿Qué es eso?. — señalo el collar extraño que cuelga en su cuello. Es una especie de bastón con muchos anillos colgando de un círculo sobre el bastón.

—Ah, esto. Es una pequeña reliquia familiar. Es un báculo sagrado. Me protege de seres malignos.

—Hum, pues no hace bien su trabajo ya que su portandor es el demonio más confiable del mismo diablo. — dice Sango entrecerrando los ojos.

—Eso ha dolido, Sanguito. — dice Miroku acariciando su pecho.

—Que bueno que te halla dolido, maldito pervertido de mierda. — cruza de brazos.

—¿Yo? ¿Pervertido? Soy la persona más inocente y pacífica del mundo. — le dice. Discretamente una mano se va acercando al trasero de mi amiga Sango. Ella le golpea la mano. —¡Auch!.

—Sí, claro. Si tu eres un santo yo soy la reina del Olimpo. Eso de ser inocente no te lo cree ni tu mamá. Te has tirado a quinicientas mujeres.

—No era necesario decir todo eso delante de Kagome. Ahora ella pensara que soy una mala persona.

—Lo eres.

—Qué cruel... — suspira él.

—Esto... — todos ellos me miran. —Ustedes.... ¿Quiénes son? ¿Por qué he sido invitada a esta importante reunión?. — preguntó dudosa.

—Somos el grupo Sengoku. — dice Kikyo.

—Somos los mejores amigos que te ayudan a cualquier hora... — le sigue Inuyasha.

—En cualquier lugar... — continúa Sango.

—Y en cualquier momento. — termina de decir Miroku.

—Somos el grupo de idiotas que harán tu día miserable pero feliz. — por detrás de mí aparece Sesshomaru con una bolsa pequeña en la mano.

—¿Y Bankotsu?. — pregunta Sango. Parece interesada en la respuesta.

—Olvídate del idiota de mi primo y acaba de darle el sí a Miroku. Él está dispuesto a bajarte las galaxias y tú sólo estás interesada en un imbécil que sólo te quiere para follar unas cuantas veces y luego te va a dejar botada. — dice. Sango hace un puchero y cruza de brazos. —Tus dulces. — me da la bolsa.

—¿Adivinaste?. — pregunté viendo en el interior de la bosa tres cajas cuadradas de diferentes colores pastel: una rosa, otra azul y la última es amarilla.

—Creo que sí. Los busqué por toda la ciudad y en la única tienda en la que pude encontrarlos tuve que pagar el triple para que me los vendieran a mí y no a un ñoño asqueroso. — me dice acariciando mi cabello. —Disfrútalos y no los compartas. Sé tacaña igual que yo.

—Gran consejo, hermano. ¿Ya me dirás en donde escondes tu cofre de golosinas?. — Inuyasha cruza los brazos y hace moviemiento de arriba a abajo con las cejas.

—No. — contesta.

—Hijo de puta.

—¿Sabes? Diciendo eso ofendes a tu madre que te recuerdo que es mía también. — le señala.

—¡Entonces tus malditas bolas, Sesshomaru Taisho!. — chilla.

Todos nos ponemos a reír ante el comentario. Incluso el mismo Sesshomaru suelta unas carcajadas.

Me alegra pertenecer al club...

Pienso al verlos a todos. Abro una de las cajas dentro de la bolsa y me sorprendo: fresas cubiertas de chocolate blanco y negro. Abro la caja azul y veo pequeños bombones de chocolate blanco con almendras. La tercera caja me muestra lo que esconde: pequeños trozos de manzanas acarameladas y cubiertas de chocolate con chispas.

No acertó.

Sonrió. Tanto se esforzó para no conseguir mi dulce favorito. Se lo diré más tarde. Deseo ver su cara.


|Continuará|

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