|Lamentos|
Pasaron dos días. Dos días que Sesshomaru no abría su hábitat y tampoco daba señales de estar vivo. Tanta fue la preocupación de los Taisho que llamaron a los bomberos para abrir su habitación y al romper la puerta había un completo desorden.
Su habitación estaba totalmente arruinada. Las cortinas, alfombras y todo hecho de tela estaba desgarrado. El TV estaba tirado en el piso con una patada aparentemente muy fuerte en el centro; la computadora estaba partida a la mitad y junto a ella había una katana que era antes un adorno en el balcón.
El walking closet tampoco se salvó. La ropa estaba toda dañada, las joyas, perfumes y otros artículos estaban destruidos en el suelo. El espejo estaba con una marca de puño en el centro y la mayoría de los muebles estaban fuera de lugar. En las mismas condiciones estaba el baño; tal vez un poco menos pero destruído.
Lo único que aparentemente no fue tocado fueron las plantas en el balcón. Los cactus estaban perfectamente con sus pequeñas flores y parecían haber sido regados hace poco. Los muebles exteriores del balcón estaban regados por todas partes y desgarrados.
¿Qué pasó? Ni idea. No se escucharon ruidos algunos en los días anteriores. Se extrajeron muestras de sangre de los vidrios rotos y el líquido carmesí pertenecía al dueño de la habitación: a Sesshomaru.
—Debe haber tenido un ataque de ira... O algo peor. — comenta el señor Taisho.
—Está empeorando. Nunca había hecho eso. Está descargando su locura dentro de la casa; en cualquier momento nos desgarra a alguno de nosotros... — Inuyasha comienza a hablar. Rápidamente es callado por un suspiro de la señora Irazue. Al girarme a verla estaba llorando. —¿Mamá?.
—Se ha ido... — murmura entre gemidos afligidos.
—Volverá. Siempre vuelve. — le digo intentando consolarla.
—Si vuelve firmaré el papel. Sesshomaru necesita un tratamiento urgente para su locura. No puede seguir en esta casa como está. Y menos después de hoy. — vuelve a decir Inuyasha.
—¿No tienes ni una gota de dolor?. — Irazue le pregunta; como si estuviera regañándolo. Inu baja la cabeza y se sienta junto a ella y la abraza.
—Llamaré a la policía y pediré una órden de búsqueda urgente. — el señor Taisho se levanta, agarra su celular y se va.
Continúo consolando a la señora Irazue, pensando en donde podría estar Sesshomaru ahora mismo.
Sesshomaru
Creí que jamás sentiría esta sensación pero me equivoqué.
Hace dos noches atrás, después de dejar a Kagome en casa y encerrarme en mi habitación para reflexionar, comencé a sentirme raro. Como si mis órganos internos comenzaran a burbujear algo. Y me sentía extremadamente caliente.
Imaginé que sería deseo sexual pero lo descarté inmediatamente al recordar que ese mismo día ya me había cogido a dos mujeres distintas.
Dormí un poco. Al despertar me sentía igual. Hice ejercicio, me bañé, leí, estuve entretenido en mis redes sociales, jugué un videojuego en línea y continuaban pasando las horas tratando de distraerme de esa sensación.
Pero a media noche la sensación se convirtió en dolor. Primero un dolor ligero y transcurrido un tiempo era insoportable. Como si me estuvieran apuñalado con armas distintas en el mismo lugar varias veces. Al darme cuenta de que estaba mareandome empecé a buscar mis calmantes pero por cada paso que daba la vista se me nublada y tornaba en rojo y mis pies no cooperaban mucho.
En una ocasión caí al piso y perdí el conocimiento. Desperté en algún momento de la madrugada y no veía nada. Todo era rojo. Comencé a recordar los sucesos con Kanna; como la vista se me ponía carmesí cuando conducía y mi mente se desesperaba.
Mi cuerpo hizo reacción a mis impulsos neuronales y me levanté pero al hacerlo perdí el control de mi mismo. Los instintos de supervivencia se hicieron cargo de mi por mi situación y no logré reaccionar en mucho tiempo.
Sólo recuerdo que cuando lo hice mi habitación estaba hecha un caos. Como si una bestia hubiese entrado y destrozado todo. Y si entró sólo que aún seguía ahí: yo soy la bestia.
Como pude me levanté y revisé mi reflejo en el espejo del baño que se mantenía aún intacto. Lo que ví me asustó aún más: era yo pero diferente.
La mitad de mi cara era normal y la otra mitad seguía siendo yo pero como un vampiro descontrolado. Estampé el puño en el vidrio y los nudillos me sangraron luego del impacto. El color de la sangre se me subió al único gramo de conciencia que mantenía y volví a descontrolarme.
Tiempo después reaccioné y estaba en un cuarto más simple, sentado en el suelo y con los pantalones sucios de algo rojo. Mis manos y todo mi cuerpo también estaban cubiertos de ese líquido. El sentido del olfato se me desbloqueó y olí la sangre, la putrefacción y la esencia de la muerte.
Al frente de mí había una cama. Observé sin creerme lo que mis ojos veían: era Rin pero muerta y ensangrentada.
¿Me pregunté lo que pasó? Sí. Y los flashes de lo que ocurrió pasaron rápidamente por mi cabeza.
Yo la había asesinado.
Caí al suelo arrodillado, llorando y susurrando mil disculpas a la pobre Rin. La odiaba pero no al punto de querer matarla. Me odié a mi mismo por no saber controlar mejor mis instintos. Me odié por ser yo.
La puerta se abrió de golpe y varias linternas alumbraron mi cara. La policía me apuntaba con varias armas de fuego y gritaban que me rindiera. Por supuesto que sólo oía susurros pero yo mismo interpretaba lo que pedían.
Levanté las manos y terminé con una descarga eléctrica en el pecho que me dejó noqueado hasta no se qué punto del día pero al despertar estaba en una cárcel doblemente reforzada. Estaban mis manos cubiertas por hierros y agarradas por cadenas. En mis pies habían grilletes y mi boca estaba cubierta por un trozo de cuero en el cual clavaba los dientes.
Mi jaula la custodiaban dos guardias con armas de fuego y pistolas eléctricas. Me sentía un sucio asesino, en realidad es lo que me convertí, pero no quería este destino para mí.
Yo soñaba con ser corredor de motos de carrera. Estar rodeado de amigos y familia. Tener cuantas novias quisiera. Salir de noche y emborracharme. Diseñar y modelar lo que Jacky y yo hacíamos. Molestar a Inuyasha. Trabajar con mi padre. Salir en bicicleta con mi madre. Comer las galletas de vainilla con la nana Kaede.
Si el viejo yo me viera en la mierda que me he convertido probablemente comenzaría a llorar y a gritarme.
Mis ojos comenzaron a soltar lágrimas de dolor y las rodillas me cedieron. Me senté en el suelo mirándome las manos esposadas y no pude evitar preguntarme una cosa: ¿Por qué me estaba pasando todo esto?.
Continuará...
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