1.
Madison Clark apartó el libro de derecho penal y se frotó los ojos, exhausta. Las páginas, llenas de tecnicismos legales y procedimientos policiales, parecían escapar de su memoria cada vez que las repasaba. Tenía la mente dispersa, y aunque se había esforzado por mantener la cabeza despejada y solo centrarse en el curso que le quedaba por delante, simplemente, no podía. Llevaba varias semanas así, dando vueltas a una idea que cada vez se hacía más tangible. Miró por la ventana que daba al porche. Era una noche fresca en Beatty, típica de noviembre, aunque no lo suficiente para necesitar una buena taza de chocolate caliente y el edredón por encima, por eso optó por una buena dosis de cafeína para soportar toda la noche en vela estudiando, que es lo que debería estar haciendo. Quedaban pocos meses para los exámenes finales en la UNLV, cada vez más cerca de alcanzar su sueño, ser criminóloga.
Su fascinación hacía los crímenes había empezado desde muy pequeña, y mientras otros niños hablaban de hadas y de castillos en el aire, ella miraba series sobre detectives, crímenes sin resolver y casos de asesinos en serie. Aunque sus padres la llevaron a varios psicólogos sin entender su obsesión hacía algo que no debería entender, pronto descubrieron su perspicacia, dejando divagar a una chica que conforme crecía, más claro tenía su objetivo. Madison quería entender la mente humana, los porqués de las atrocidades que se llegaban a cometer. Lo suyo no era un simple hobbie por lo prohibido, quería prevenir, ayudar, pero sobretodo descubrir el patrón que todos deberían compartir cuando cruzaban la línea, perdiendo la humanidad que los hacía empáticos y sensibles al dolor ajeno. A veces se asustaba de sí misma cuando empatizaba con algún culpable, entendiendo que cuando la vida te trata mal y no dispones de alguien que te de cariño, algo en el cerebro se rompe de manera irreparable, preguntándose como hubiese sido si solo le hubiesen dado una pizca de compasión o afecto.
Le quedaba menos de un mes para acabar el curso y obtener el título. Tenía que ponerse las pilas. Sin embargo, solo observaba una y otra vez el teléfono móvil, desbloqueándolo como si eso fuese a hacer que recibiera lo que tanto ansiaba. Nada. Ni un solo mensaje, ni una sola llamada. Suspiró y se levantó, dando vueltas por el salón, recogiendo su cabello en un moño mal hecho, mordisqueando el bolígrafo para no terminar de destrozarse las uñas.
Loren, su hermana mayor, había desaparecido.
Dos semanas antes, Loren había dejado de responder a sus mensajes y llamadas. Madison había tratado de usar la razón, pensando que tal vez su hermana solo necesitaba un respiro, que estaba ocupada en su nuevo trabajo o que había sucumbido a las fiestas nocturnas, incluso sabiendo que ella no era así y en el hipotético caso de que alguna de esas opciones fueran ciertas, no desaparecería sin más. Aún así intentó mantener la calma. Nada malo podría pasarle a su hermana, ¿verdad? Pero la preocupación iba creciendo conforme pasaban los días y no obtenía respuesta, y más teniendo en cuenta que el plan era que su hermana llegase al apartamento la noche anterior. En momentos como estos, se sentía culpable por no haberse ido con ella a vivir al estudio y haber preferido el campus tranquilo que la UNLV le ofrecía. Pero sobretodo por haber hecho el viaje de dos horas para pasar las semanas sola en el apartamento abarrotado de recuerdos de la infancia que no quería rememorar sola. Desde las propias Vegas podría haber hecho mucho más de lo que estaba haciendo allí, nada. Lo único que le quedaba claro de Loren, es que trabajaba desde hacia unos meses en Las Vegas, en un hotel del que había hablado poco o nada y solo conocía el nombre. No era la primera vez que Loren era vaga con los detalles, pero nunca supuso un problema, y mucho menos implicaba que estuviera metida en algún lío o tuviera algún trapo sucio. Su hermana era demasiado lista para los problemas ajenos de la ciudad neón. La última vez que hablaron, su hermana sonaba preocupada, pero no quiso compartir sus inquietudes, no cuando ella solo debía centrarse en sus estudios. "Todo está bien, no te preocupes", había dicho, pero esas palabras no podían haber sonado más vacías. Pensó que tal vez el sueldo no era suficiente para pagarse el estudio que había alquilado después de sobrellevar los pagos de la carrera y el alojamiento de su hermana, pendiente de que no la faltara nada, que habría tenido algún problema menor con algún compañero de trabajo o que estaba empezando a conocer a alguien, quizá todo eso que mantenía lejos del escrutinio de su hermana, había empezado a hacer mella en ella. Esa misma madrugada, decidió que ya había esperado demasiado tiempo sin noticias, y se dispuso a ir a la comisaria del pueblo, al menos así podría estar más tranquila.
Madison llegó a la comisaria con el corazón acelerado, fruto de la cafeína durante todo el día que le provocaba taquicardias y el paseo nocturno a trote, deteníendose en la puerta del edificio de ladrillos casi sin aliento. Respiró hondo, viendo como el vaho se escapaba de su boca y se fusionaba con el aire. Armándose de valor y sujetando su bolso con fuerza, traspasó las puertas de vidrio que se abrían automáticamente y caminó por el vestíbulo de baldosas grises y paredes beige descuidadas a paso lento hasta la recepción. Se aproximó al mostrador, que estaba protegido por un cristal grueso que separaba a los civiles del personal autoritario, apoyándose en la madera oscura y observando a una oficial de rostro cansado y ojeras profundas que parecía no haber reparado en su presencia. Comenzó a hablar, ignorando el hecho de que la mujer ojeaba unos papeles como si lo que ella tuviese que decir no fuese importante, explicando con la voz temblorosa que llevaba sin saber de su hermana varias semanas.
La oficial levantó la vista, prestando atención completa a la chica a punto del ataque de ansiedad que tenía delante. Habló como pudo, a toda velocidad y travándose, sin saber por dónde comenzar o qué decir. Después de que la tomara los datos, Madison, que había aprendido a leer los gestos de la gente, pudo reparar en la mueca casi inadvertida de la oficial cuando mencionó que Loren había desaparecido en Las Vegas, borrándole la poca esperanza que poseía de que pudieran hacer algo. Aún así, amablemente, le pidió que tomara asiento en la sala de espera, y ella, después de agradecerle en una sonrisa sincera, obedeció. Se sentó en una de las frías y duras sillas de plástico que estaban arrinconadas contra las paredes, maldiciendo por no haber agarrado los auriculares y ponerse algo de música que amortiguara el zumbido de las luces fluorescentes que parpadeaban, probablemente por una mala instalación. Se mordió las uñas casi inexistentes, moviendo su pierna con nerviosismo. Miró su sudadera verde llena de manchas de café, por lo que se abrochó el abrigo marrón de lana, suspirando. Sabía que había perdido el tiempo yendo allí, al final, en Beatty nunca pasaba nada, y el servicio que ofrecían era escaso, por no decir pésimo. La comisaría estaba completamente vacía, quitando a Madison y a los pocos policias de guardia, que tomaban café y se reían ostentosamente, bromeando entre ellos.
Cuando escuchó su nombre por los altavoces se acercó a la mesa que le habían indicado. La única mesa ocupada. Observó al policía que no debería ser mucho mayor que ella, ataviado con un traje impoluto. El oficial entrelazó los dedos, poniendo las manos encima de la mesa con un golpe seco. La observó durante varios segundos con una expresión que Madison no pudo descifrar. Bien podría ser pena como la más absoluta indiferencia. Cuando el poli empezó a hablar, ella se sintió desfallecer lentamente sobre el respaldo de la silla, haciéndose cada vez más pequeña.
—Señorita Clark, lo siento, pero no hay mucho que podamos hacer. Su hermana Loren es mayor de edad, y Las Vegas es una ciudad grande. Hay cientos de personas que desaparecen durante varios días y regresan como si nada. Si no vuelve a tener noticias de ella en un mes, contacte directamente con la policía de allí.
Intentó dejarlo estar, como le habían pedido, pero no podía. Sabía, por su formación, que los primeros días eran críticos en una desaparición. No podía entender cómo las autoridades podían ser tan indiferentes, sin tomar en cuenta las palabras de quien se supone que la conoce más y sabe de sobra su forma de ser y de actuar. No iba a esperar un mes. No iba a sentarse y esperar de brazos cruzados a que su hermana se convirtiera en una estadística más.
Sabía que Loren no era alguien que desapareciera de la noche a la mañana, y por mucho que lo hubiese repetido, solo creían que era otra turista más absorbida por la ciudad del pecado. Pero su hermana nunca haría algo así, mucho menos sin contárselo a Madison. Eran del tipo de hermanas que se lo cuentan todo, y ella lo sabía muy bien. Tenía el presentimiento de que algo malo estaba pasando, y no iba a quedarse en su apartamentucho de mala muerte cuando, quizá, su hermana estaba en peligro. Loren no se esfumaría sin dejar rastro y mucho menos preocupando a su hermana. Pero a los ojos de la policía, Loren era solo otra persona más que probablemente había decidido vivir "Las Vegas".
Abrió la maleta y empezó a meter lo esencial, dispuesta a no perder ni un minuto más. Cogió su libreta de apuntes, su libro, y se colgó el bolso al hombro, no sin antes guardar en él su termo de café y una botella grande de agua. Dio una mirada rápida al apartamento antes de guardarse las llaves del coche en el bolsillo del abrigo y salir de la casa empujando la maleta.
Dentro del coche, se abrochó el cinturón y esperó a que la calefacción calentara un poco el interior antes de emprender el viaje. 120 millas a través del desierto separaban a Beatty de Las Vegas. Puso uno de los casetes de su hermana, aquel que le había dado hacia unos meses y comenzó a conducir, dejando atrás su pequeño pueblo y adentrándose en la oscuridad. La carretera US-95 S era larga y monótona, solo iluminada por los faros del coche. De vez en cuando aparecía en el camino alguna señal desteñida de algún pequeño pueblo ya no habitado, un área de servicio abandonada o un cartel que señalaba un desvío hacia ningún lugar en particular. Madison estaba cansada, pero el trayecto, aunque largo, no fue difícil. No había ni un solo coche más en la carretera asfaltada, rodeada de desierto, rocas grandes y escasa vegetación.
Cuando divisó las luces de Las Vegas a lo lejos, un pequeño dolor le punzó el corazón, como si se lo estuviesen estrujando y detuvo el coche en seco al lado del cartel de "Welcome to Fabulous Las Vegas, Nevada". Cerró los ojos con fuerza, apretando el volante y abriendo la boca en un intento de recobrar el aire que parecía faltarle, sofocándola sobremanera. Las luces neones de los casinos y hoteles centelleaban sobre sus ojos cerrados, haciendo que el mundo girase a su alrededor, mareándola. Se quedó varios minutos dentro del coche, apagando el motor e intentando guardar la calma. No debía dudar, y mucho menos dejar que los sentimientos ganasen sobre el deber. Se limpió la lágrima que recorría su mejilla derecha con la manga del abrigo y abrió los ojos, decidida. Había pasado demasiados años estudiando como para venirse abajo en ese momento por un presentimiento.
Reanudó la marcha, adentrándose en la ciudad que nunca dormía, sintiendo la paradoja de lugar que tenía delante de los ojos. Centenares de personas deambulaban de allá para acá, perdidos en una ciudad que prometía todo lo que uno pudiese desear, pero que te lo arrebataba todo en un abrir y cerrar de ojos, algo que ella sabía demasiado bien. Por eso nunca terminó de entender como Loren había aceptado un trabajo allí, en el lugar que todo te lo da y todo te lo quita.
—Bienvenida a Las Vegas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro