Capítulo Cuatro.
Control [The Control Saga Book #1]
Episode One.
CAPÍTULO 4.
A R T E A B S T R A C T O.
Su mirada se hallaba perdida en la profundidad del techo sin ningún adorno en especial, solamente el color negro reinaba. Aunque aquel color era únicamente de ayuda como para que su mente estuviese divagando entre análisis y análisis de su vida.
Rato atrás se había despertado en un día sábado, y no tenía ganas de nada. Aunque claro, no le sorprendía. Desde aquel horrendo suceso que no deseaba mencionar despertaba antes que el sol y se encaminaba al hospital; aunque ya no poseía esa rutina su cuerpo se había comenzado a acostumbrar a levantarse antes que la luz iluminara toda la ciudad. Por lo cual por ahora estaba volviendo a acostumbrarlo a levantarse mucho después que los rayos del sol se colaran por su ventana y las cortinas.
Aunque, entre todo aquello, su mente divagó y divagó por un largo rato hasta llegar a donde ahora él se encontraba, con las manos entrelazadas en su estómago, labios entreabiertos lo suficiente, y sus orbes enfocados en el oscuro techo, parpadeando de vez en cuando. Recordaba varios momentos, aunque como solía suceder con él comenzaba a comparar situaciones que solía vivir cotidianamente con otras, admirando las distintas posibilidades que la vida ofrecía ante una sola situación. Pero también pensaba en lo que los demás no. Un hábito que había tomado gracias al menor.
Entonces, en un acto de instinto, comenzó a recordar aquellos momentos. Su sonrisa, su tacto, su suave y relajada voz, su peculiar manera de actuar y de pensar, como un verdadero hombre; recordó cuando sus huesudas manos recorrían sus caderas, su pecho, sus brazos, sus muslos; recordaba cada parte de él. Desde lo mejor hasta lo peor.
En ese momento, su tranquilidad se salió de control cuando su propia conciencia le llevó a sentirse dolido nuevamente. Su paz había sido afectada, por volver a aquellos momentos que deseaba olvidar, y ya eran catalogados como los peores en su vida.
Se reincorporó en su cómoda cama, para mirar a la ventana que daba como vista el tranquilo día, con la luz del sol escondiéndose detrás de los edificios, situados en la zona con mayores prestigios. Suspiró intranquilo, aún resentido por lo ocurrido. Odiaba los sentimientos negativos, los consideraba como lo peor, siempre solían llevarlo a una demencia que le era difícil salir.
Y decidido a distraerse, se giró para tomar el libro que recientemente estaba leyendo. Y buscando el nuevo capítulo siguiente a leer, se dispuso a despejarse.
3.Tu Latir.
Como un eco en mi habitación, resonaba con claridad mis latidos. Mi respiración. Mi aburrimiento. Por supuesto, no podía estar peor cuando no hacía más que mirar al infinito y más allá; aquello no era extraño viniendo de mí, comúnmente hacía eso desde que tengo memoria o uso de razón; suelo pensar en cosas cuando no tengo nada más que hacer. Aunque el pensar en esto ya era una distracción a mis comunes, libres y blancos pensamientos.
Además, estaba aburrido. Ya era sábado, después de todo, aquel día comúnmente me daban el día libre como último sábado del mes. No sabía que hacer. Mis deberes o tareas las había realizado ayer el resto del día. Así que el fin de semana lo tenía libre, al menos hasta que llegara la hora en la cual saldría con ese imbécil. Debo de admitirlo, era guapo hasta cierto punto; pero era irritante, muy insistente para lograr lo que él quería como un niño haciendo un berrinche a su madre por un dulce. Físicamente lucía serio, callado y hasta reservado; pero era todo lo opuesto; era muy idiota, en el sentido de... ni siquiera yo sabía en qué sentido. Pero lo presentía.
Mis pensamientos contra ese idiota se vieron nublados cuando el sonido de mi celular resonó como un eco en mi cuarto. Me enderecé para tomarlo. Una llamada.
Era aquel tipo.
Claro, podía ver su nombre junto al símbolo ".l.".
Contesté casi que por obligación más que por querer. Pues por mí me hubiese quedado mirando la pantalla como si nada malo ocurriese. Pero de antemano sabía que aquella era mala idea; ese hombre era demasiado insistente.
Apreté el botón verde que era para contestar y lo dirigí a mi oreja, esperando su fastidiosa voz.
—¿Qué quieres? —bramé apretando la mandíbula.
Escuché una grave risa al otro lado de la línea, rodé los ojos fastidiado.
—Que lindura cielo —contestó con gracia para después volver a reír—. Como sea; te hablaba para preguntarte, ¿por qué no te asomas a tu ventana?
Claramente distinguí un tono juguetón en la línea, algo planeaba este pendejo. Fruncí el ceño y me acerqué a mi ventana, abriéndola de par en par, para después asomarme. Y vaya sorpresa que me llevé.
—Maldito idiota, ¡¿Qué haces aquí?! Aún no es hora —le reclamé con recelo.
El rió mientras colgaba y guardaba su celular en el bolsillo de su chaqueta de cuero. Me sorprendía la forma en la que vestía, totalmente casual. Completamente casual.
—Lo sé, cielo —me contestó fuertemente, sonriendo lascivamente—. Pero no hay nada de malo en adelantar, ¿no crees?
Y justamente ahora comienzo a cuestionarme el como había iniciado el día con un humor neutral, o aceptable en todo caso. Y ahora yacía con un humor de los cojones.
Suspiré fastidiado por su presencia. Me alejé de la ventana para comenzar a buscar en mi habitación los zapatos que usaría este día, los sujeté bien a mi pie. Salí de ahí azotando la puerta, bajé corriendo las escaleras –que por cierto casi me mato en ellas–, tomé mis llaves y finalmente salí para encontrarme con el fastidioso hombre. Quien, curiosamente –nótese el sarcasmo–, se encontraba sonriente recargado en su auto Mastretta MXT*. Rodé los ojos, solamente atraía la atención de las personas, lo distinguía por las miradas indiscretas que tanto chicas como chicos daban, ademas que en algunas mujeres se notaba cierta decepción al ver por quien venía. Internamente me sentí orgulloso de ello. Pero de inmediato descarté el sentimiento.
Con una sonrisa arrogante me miraba, mientras chupaba una paleta. Me acerqué hasta él enarcando una ceja y cruzando mis brazos. Al ver que no hacia ningún gesto, señalé con un ademán el auto aparte de emitir un tono de cierta molestia. Aparentemente comprendió mi punto y disgusto por ello. Aunque tal vez no lo último.
—¿No te gusta, acaso? —preguntó cruzándose de brazos también, mirándome divertido.
—Es lindo pero no mi tipo —juro que estaba a punto de decir "como tú", más sin embargo contuve las palabras muy en el fondo de mí—. Simplemente no me gusta llamar la atención, Rousseau, así que agradecería que no vuelvas a traer tu MXT de nuevo.
Su expresión divertida aumentó cuando pronuncié la marca del auto deportivo. Presentía lo que estaría pensando, tal vez que soy un interesado y anteriormente había salido con otros chicos los cuales por experiencia me habrían enseñado de ello. Sin embargo, no. Realmente sabía que tipo de auto era y marca perteneciente debido a un viaje que mi familia realizó cuando yo tenía 14 años, uno en donde disfrutamos mucho la estancia allá en Londres.
—¿Así que sabes que auto es, eh? —susurró más para sí mismo.
Rodé los ojos fastidiados y estuve apunto de emitir un gruñido.
—No voy a ponerme a hablar sobre mi vida ahora, ¿así que, nos vamos ya, o no? —bramé en tono molesto, acción que no hizo más que reír ante ello.
Sinceramente me estaba arrepintiendo de haber aceptado salir con él.
Ethan se enderezó, abrió la puerta del copiloto y me invitó a entrar, tal cual un caballero. Con su mano libre me señaló el interior, y con sonrisa notablemente falsa y no apta a un caballero de verdad, me formuló la invitación.
—Adelante, ma dame —dijo con su tono de voz meloso y su fluido francés.
Volví a rodar los ojos con ironía y fastidio, más sonreí algo disgustado por la gracia de sus acciones, debía admitir que a veces ser idiota podría traer alguno que otro beneficio, como hacer reír a la gente por ejemplo.
Finalmente entré al auto, cerró la puerta de mi lado derecho, rodeó el auto y cuando él entró, me sonrió levemente antes de mirar adelante y encender el coche. Lo sentí vibrar con intensidad, sinceramente algo que sonó lindo. Sentí cuando el auto había comenzado a moverse e incluso mi propio cuerpo actuó por mero instinto para abrocharme el cinturón, incluso ajustarlo fuertemente a mi cuerpo. Sentí la risa de Rousseau a mi lado, le maldije por lo bajo.
Lo sentí vibrar en cuanto comenzó a avanzar y en segundos la velocidad era incomparable. Realmente las grandes velocidades no eran mi fuerte, no era fanático de ellas, había visto cuantos accidentes y muertes por ello que no había manera de amarlo, y no era que me molestara la muerte de imbéciles más en el planeta, pero era mi vida; y era la que más me preocupaba. Además, ya había estado cerca de un accidente grave.
Sencillamente no había razón para amar la velocidad, más que no fuera en algún parque de atracciones encima de una montaña rusa, la velocidad fuera de ello me aterraba y odiaba.
Ethan rió más en cuanto miró mi cara de preocupación debido a la velocidad del vehículo.
—¿Miedo? No creí que fueras a tenerlo, luces de esos que no le temen a nada. —dijo con gracia y sarcasmo, ligeramente diciendo lo último entre dientes, como si estuviera decepcionado de que yo no fuese así.
—Fuera de atracciones como montañas rusas soy un total enemigo de la velocidad. —confesé.
Ethan frunció su ceño.
—¿Acaso tuviste un accidente de joven? —preguntó curioso, mirándome de reojo y bajando ligeramente la velocidad.
Noté como su mano, la que posaba en el volante y la que estaba en la palanca de cambio, apretaban tenuemente los objetos. Aunque aquella reacción se me hizo ligeramente extraña, opté sencillamente por contarle la verdad. ¿No perdía nada con ello o sí?
—No, estuve a punto, con la segunda pareja de mi abuelita paterna, pero sinceramente estaba muy pequeño como para tomarle mucha importancia al asunto. —expliqué y quizá con más detalle de lo debido.— Lo tengo por ciertos accidentes que he visto, además al viajar en autobuses varios han atropellado a perritos, gatos e incluso ratas; soy team animal por lo que eso tal vez explique más la cosa.
Ethan no evitó reír, sin embargo dio un duro y notorio apretón al volante y palanca de cambio, para finalmente darle más gracia al asunto.
—Con que Team Animal; así que si tuvieras que salvar a un bebé o a un cachorro de ser arrollados por un auto, ¿a quién salvarías? —preguntó de manera curiosa mirándome un ligero momento mientras a distancia comenzaba a detenerse debido a un semáforo rojo.
Medité su pregunta un momento. Realmente a lo largo de mi tiempo de vida, había aprendido a aguantar a mi propia especie, la cual no eran más que animales que se dejaban guiar mayoritariamente por instintos; y aunque lo había hablado con compañeros a veces porque sólo salía el tema, venían y me criticaban diciéndome que era un loco por pensar así de la creación más divina ya sea de Dios, del tiempo, o hasta la ciencia antigua; pero les daba el largo con sus ridículas respuestas. La humanidad no había hecho más que procrear ya no por amor, sino solamente por conservar su legado y pasárselo a sus descendientes; no hacían nada más que apegarse a estúpidas ideas que sí salían del internet ya eran completamente verídicas, llegando al grado de confiar que por un sencillo síntoma ya tenían cáncer, cuando sólo no era más que una simple gripe. No evolucionábamos como todos creían, de que lo hacíamos lo hacíamos, pero cada vez la tecnología era nuestra madre y nos llevaba de la manita a su lado, nosotros quedando en segundo plano. Y aparte, con la flora y fauna no hacíamos más que extinguirla de a poco, ¿cuántos animales eran atacados por lucir inferiores que a nosotros?; sencillamente no podría contarlos; ya eran reiteradas las veces las cuales especies tanto de plantas como de animales habían sido extintas de la faz de la tierra. Inclusive por allá en china se consideraba como un platillo al mejor amigo del hombre, perros. Y aquello me daba más coraje.
Y aquella era mi conclusión, la especie humana era la creación más magnífica pero también la más atroz creada alguna vez.
Por ello, yo escogí mi bando con los animales, y sí, esos que "no piensan" o "no sienten". No con los de "súper evolución".
Preferiría mil veces matar a un bebé aplastándole la cabeza con un martillo, que dañar a un perro o siquiera a algún animal.
Así que sin dudar, después de mi debate mental, le contesté con total seguridad.
—Salvaría al cachorro, sin dudas.
La reacción que tuvo fue 50 y 50, no me la esperaba pero había sido reconfortante. Solamente rió y asintió ante un pensamiento que evidentemente tuvo consigo mismo.
—Entonces creo que nos llevaremos bien. —dijo sonriente y girando el volante para adentrarse a alguna otra calle— También yo prefería salvar al cachorro, este mundo está lleno de tanta mierda que... creo yo, ya no hay esperanzas.
Le miré cruzando mis brazos y una ceja alzada, creo que notoriamente sorprendido por su respuesta y que concordara conmigo y mis pensamientos, siendo aparte el primero que no me había juzgado por ello, el primero que había apoyado mis pensamientos.
—Supongo que sí, eres el primero que no me critica y concuerda conmigo, Ethan. —confesé sonriendo con levedad.
Me devolvió la sonrisa.
—Ahora, otra pregunta. ¿Si tuvieses la cura contra el cancer, la revelarías? —preguntó.
Me sorprendió su pregunta y pensé en la confianza qué tal vez había tomado por mi respuesta anterior. Sencillamente no me metía en temas delicados, aunque mi respuesta sería obvia, no me metía en problemas y simplemente los evitaba.
—No me meto en esos temas, Ethan, pero creo que sabes la respuesta. Son temas que no se toman a la ligera sencillamente. Cuidado con lo que preguntas. —mi sonrisa desapareció y preferí mirar el camino.
—Tienes razón. Mejor hablemos de otra cosa.
No poseyendo alternativa, me resigné a escucharle hablar. Mi buen humor se había esfumado en cuanto llegó, mejoró con levedad cuanto encontré una, siniestra, similitud en pensamiento con él, aunque ahora no deseaba escuchar a nadie.
Tan repentinamente como había cortado el tema de conversación, para apaciguar el tenso ambiente que se había generado sin quererlo, habló con obviedad.
—Bien, el viaje será largo así que cuéntame más sobre ti, James. Se supone esta salida es para ello, conocernos. —mencionó tan natural que me sorprendió.
Pensé a profundidad, ¿por dónde comenzar a narrar?. Mi vida como la de muchos otros era variada, tan extensa, tan versátil y tan monótona a su vez que, como a muchos les habría ocurrido alguna vez, sentía que no me conocía, a pesar de que era de mi vida de la que me cuestionaban, y nadie me conocía más a detalle que yo mismo; pero me sentía desubicado, no me conocía, me sentía fuera de órbita inclusive.
Después de un rato en donde me cuestioné sobre mi propia existencia; decidí empezar por lo clásico, además, ya tenía ratito sin hablar.
—Bueno, mi nombre completo es James Byrne, tengo 19 años y soy aspirante a estudiar psiquiatría. Cosas clásicas. —mencioné cruzándome de brazos, mientras me encogía de hombros cada que pronunciaba aquellos aspectos clásicos de mí.
Ethan asintió con una sonrisa leve, lo miré atentamente analizando su expresión, que suponía yo analizaba mi respuesta; sin embargo inconforme con aquella escasa información.
—¿Y sólo eso? ¿Ninguna historia dramática, triste, cómica o lo que sea de tu vida? —insistió sin quitarle la mirada de encima a la carretera.
Negué con una sonrisa que quería surcar de entre mis labios, queriendo dejar a la intemperie mi hilera de dientes desnudos con mi característico diente chueco. Sin embargo no me dejé, por lo cual sólo atiné a cerrar los ojos y morderme el labio. Aunque claro que tenía cosas que ocultar, sobrepasando cosas tan simples y de las cuales no me gustaba comentar, o no era tan fácil que las dijera y menos a alguien como Ethan.
—Nope, no la hay. Lamento desilusionarte pero mi vida es muy monótona. —confesé admirando el paisaje que el bosque nos rodeaba me ofrecía.
Amaba la naturaleza, y en momentos en los cuales me perdía dentro de mí, amaba hacerlo rodeado de colores y fragancias naturales, rodeado sólo de paz. No detuve a mi mente de querer divagar por ahí, de aquí y allá y viceversa; aprovechando la vista y la situación creo que era merecedor de darme el lujo de relajarme. De una extraña manera Ethan lograba brindarme aquella extraña paz, comenzaba a agradarme, omitiendo el hecho de que pensaba similar a mí en cuanto a aquel tema delicado, de alguna extraña manera algo me atraía hacia él; me sentía en una creciente necesidad de querer estar cerca suyo, de embriagarme de su varonil aroma, de reír por su singular carisma, y extrañamente me sentía en temor por ello; sin embargo, no me negaba a la idea. Ethan era especial, lo sospechaba.
Además, se notaba a tientas que Ethan era un joven carismático, y por ello no dejaba de lado que posiblemente fuera igual con sus otras conquistas, aunque, ¿yo era conquista acaso?, muy posiblemente sí. Algo me decía que era distinto, aunque igual a los demás; Ethan era como una moneda, la más brillante de todas, pues había algo que lo diferenciaba de mil y un iguales a él, había algo que le hacía destacar. Y aquello me atraía.
Mis párpados comenzaron a pesar ante tal y sublime relajación, y no pidiendo más ni negando, cerré mis ojos y me relajé en lo que él viaje terminaba. Conforme pasaron los minutos, cada vez me sentía más consumido por el sueño, el cansancio se iba apoderando de mí con lentitud que sólo quería tirarme a los brazos de morfeo y dormir plácidamente.
—Llegamos. —escuché su voz a la lejanía, inmediatamente regresé a la realidad— Espero te guste el senderismo.
Un tanto cohibido asentí y, después de desabrocharme el cinturón y dispuesto a abrir la puerta del autor y salir, él se adelantó; la puerta del auto fue abierta y con su sonrisa un tanto arrogante, me tendió la mano con la finalidad de ayudarme a bajar, aunque haciéndome del rogar, aparté su mano de un manotazo y por mí mismo baje del auto. Mi sorpresa fue mayor al notar en donde estábamos. El glorioso parque nacional Príncipe del Niagara. Mis ojos pasearon por cada extensión del lugar, estando rodeado de tanta naturaleza como era posible; mi emoción por recorrer el lugar incrementó en cuanto a lo lejos pude deslumbrar el agua correr libremente, siendo opacado por la deslumbrante catarata.
Miré a Ethan sin creérmelo, él me sonrió para hacer un movimiento con su cabeza indicándome que podíamos avanzar cuando y a donde quisiera. Así que, sin esperarlo y con la emoción recorriendo cada fibra de mi ser, corrí lejos suyo, ni siquiera sabía a donde diablos estaba yendo, sólo dejaba a mis piernas guiarme conforme el sonido de las cataratas se incrementaba; estaba ansioso de ver aquella sublime escena. En cuanto menos lo deseaba, la majestuosa catarata se abrió paso a mis ojos, con su imponente ruido llegando a mis oídos, llenándome de impresión por la altura y lo pura que el agua se veía. Escuché pasos detrás de mí, sabiendo de sobra quien era me giré a su dirección; le sonreí agradeciéndole. Y, retándole, con mi cabeza señalé el lago que yacía al termine de la enorme catarata.
—A que no te metes ahí. —desafié, caminando de espaldas en dirección al lago.
Él se cruzó de brazos y me sonrió con sorna.
—Y si lo hago, ¿Qué gano? — cuestionó acercándose peligrosamente a mí.
Me encogí travieso de hombros, para posteriormente girarme y correr hasta el lago, mientras en el trayecto me deshacía de mis prendas. Cuando yacía quitándome el pantalón, me agaché para retirarlo por mis pies, sentí una brisa pasar por mi lado y enseguida gotas de agua salpicarme. Cuando me enderecé para verlo, él me miraba con el cabello pegado a su rostro, con una sonrisa presumiendo su perfecta hilera de dientes blancos; negué entre una risa nasal para, de igual manera, correr y saltar hacia el lago. En cuanto estuve en la superficie le miré socarrón, pues me seguía mirando de manera presumida, rodé los ojos ante su arrogancia.
—Nunca me dijiste que ganaba si me metía aquí. Ahora dime, ¿Qué he ganado dulzura? —mencionó tomando mi mentón y obligándome a verlo a los ojos, sentía su aliento cerca de mi rostro.
Siguiéndole el juego y para en parte vengarme –debido a mi competitividad–, me acerqué más a su rostro, sintiendo su aliento y el mío encajar en cuestión de segundos.
—Pues, por no ser un cobarde... —le tenté rozando mis labios a los suyos, sintiendo como poco a poco él caía en mis encantos— Te has ganado esto.
Sintiendo que él era el primero en empujar su cabeza hacia adelante con la finalidad de atrapar mis labios, tomé una bocanada de aire y me hundí en el agua y tomé el borde de su ropa interior para después bajarla y a su vez tomarlo de sus pies y jalarlo a la profundidad; en cuanto salí para recuperar el aliento comencé a reír pues el agua se movía producto de que, por la vergüenza, Ethan se subía su ropa interior. Rápidamente nadé a una orilla para alejarme de un posible ataque suyo, aunque la risa aún no se apartaba de mi sistema. En cuanto salió y me miró amenazadoramente mi risa aumentó.
—Con que mucha gracia... —mencionó mientras metía su cabeza al lago, sólo dejando a la interperie sus ojos y la parte superior de su cabeza.
Poco a poco mi risa se opacó, y en cuanto él salió del agua, su rostro quedó nuevamente a escasos centímetros del mío; sentía su aliento mezclarse nuevamente al mío, como exhalábamos el aliento contrario producto de querer recuperarlo por jugar y aguantar tanto la respiración, mi mirada se conectó con la suya y juro que me perdí ahí, entre unas inmensas hileras grisáceas, mi mundo se tornó oscuro por ello, me vi reflejado en sus orbes, me quedé maravillado entre sus ojos, de alguna manera queriendo ver más allá de lo permitido; y sin embargo, no quise apartarme. Mi mano, sin una pizca de descaro, se posó en su mejilla, y mientras me maravillaba con lo suave y tersa de su piel tanto al tacto como a la vista, me sentía perderme entre ambas sensaciones unidas, incluso me sentía aliviado de tenerlo así, pero ante ello, me provoqué terror, temía de las nuevas sensaciones que comenzaban a recorrer mi cuerpo, llenando cada rincón de complacencia suya, y por ello estaba seguro que no me saciaría nunca. Me sentía pleno a su lado, me sentía en las nubes, protegido, anhelado, querido...
En cuanto menos lo hubiese deseado, la piel sensible de mis labios rozaba ya con los suyos, y sin negárselo, perdido entre la lujuria y adrenalina del momento, nuestras bocas se unieron. Ambos creamos un compás perfecto, nuestras cabezas giraban por sí solas a su comodidad, mis brazos enredados en su cuello y las suyas en mi cintura, ambos atrayéndonos al contrario; sentía su lengua explorar mi cavidad bucal a su antojo y necesidad, de alguna manera queriendo saciar su necesidad, explorar todo aquello a lo que le estuviese permitiendo.
Aunque la sensación de plenitud no duró mucho; mi conciencia me hizo reaccionar. Y por ello, mis manos pasaron de enredar su cuello, a tocar su pecho, sintiendo sus pectorales en forma, al menos la suficiente; sin embargo, no dejándole espacio a las distracciones, lo empujé como pude lejos de mí interrumpiendo el ansiado beso por el que había empezado mal.
Maldita sea. Había caído.
No nos separamos mucho, aunque sí lo suficiente como para que nuestras narices rozasen, mi mirada se conectó a la suya posteriormente a que haya suspirado, de alguna manera también retomando el aliento que me había quitado de aquel beso. Suspiré decepcionado de mí; sin embargo le di una sonrisa para después sí separarme lo suficiente de él.
—Gran oportunidad tomaste, Ethan. —alagué de manera sarcástica.
Sencillamente nadé al mismo lugar de donde había saltado, me impulsé con mis brazos para finalmente salir del lago, tomé un respiro en cuanto estuve fuera del agua, mis ojos cerrados me ayudaban a concentrarme sólo en mí y en el momento, pero de nueva cuenta me retracté de lo sucedido. Maldita sea, había perdido los estribos, ese hombre me hacía desestabilizar a un grado tal que salía de mis manos, desde pequeño estuve acostumbrado a la perfección, a mantener todo estabilizado y en orden, pero ahora Ethan me hacía descontrolar todo, y aquello me agradaba. Apreté mis párpados debido al dolor de cabeza que había provocado el pensamiento, estuve a punto de caer, a no ser de que unos brazos me sostuvieron de la cintura y me ayudaron a mantener el equilibrio. Sentí su aliento en mi cuello y cerca de mi hombro.
—Lamento mi atrevimiento, James. —se disculpó con aquella voz aterciopelada que su voz grave le proporcionaba.
Mis párpados se relajaron en cuanto pude escuchar su voz, aunque mi cabeza cayó en otra señal de decepción. Sus dedos sostuvieron mi mentón y me hicieron verle.
—No es tu culpa, me atreví a hacer algo cuando noté que no estabas de acuerdo. Lo siento, James. —continuó disculpándose.
Finalmente me giré para verlo de frente, negué en su dirección. Mi mente había divagado en el pasado, malos recuerdos que quisiera o no ahí estarían, sólo yo sería el responsable de traerlos al presente o llevarlos a su lugar de origen. Pero al ser recuerdos importantes, perdurarían y yo lo sé, me conozco, en cuanto un momento, que marcó y me ayudó a trascender hasta lo que soy ahora, regresa hasta la actualidad o a mi mente mi sinceridad aumentaba, igual que mi sensibilidad y mi toque que me hacía humano.
En cuanto volví a conectarme con la realidad, me sorprendí a mí mismo; mis brazos rodeaban su cuello y mi cabeza yacía escondida en la curvatura del mismo, inconscientemente embriagándome de su varonil olor. Conocía mis episodios que me hacían vulnerable, sólo necesitaba tacto humanitario, un abrazo y palabras de aliento. Pero me había puesto así por la tranquilidad del lugar, aparte del beso; sabía de antemano que peligraba en un ambiente así.
—Oye, está bien, nuevamente lo siento, no quise ponerte así. —sentía su mano acariciar mi espalda de arriba a abajo, igual que su suave voz casi rozando mi oído.
Mi corazón latió emocionado, y hasta tranquilo por la sensación y su cercanía junto a mí. Nuevamente me sentía a salvo, me sentía protegido, hasta querido.
Suspiré y solté una risa cansada, necesitaba liberar tensión.
—No es tu culpa, sólo me llevaste a viajar por el pasado, es todo. —traté de reconfortarlo, internamente no deseando que cargara con toda la culpa de mi momentánea inestabilidad emocional.
El también rió levemente, abrazándome igual que a como yo lo hacía, sólo que rodeándome por la cintura.
—¿Seguro? ¿Quieres hablar de ello? —cuestionó, de alguna manera leyendo mi mente y mi querer.
Me encogí de hombros, y entre un actuar neutro lo tomé de la muñeca para arrastrarlo conmigo hasta algún lugar entre todo el extenso bosque; ni siquiera yo sabía a donde iba con exactitud, sólo dejé a mis piernas libres guiarnos, como si fuera mi hogar; lo sentía como uno, me sentía en extraña sintonía con la naturaleza, como si tiempo atrás hubiese convivido toda mi vida con ella, cuando en mi vida había estado en lugares así, al menos sin compañía de un guía.
En cuanto mis piernas se detuvieron frente a un acantilado y el aire fresco golpeó mi cuerpo casi desnudo, me tranquilicé. Me senté a la orilla dejando a mis pies colgar con libertad, de alguna manera, descansando. Finalmente me atreví a mirar a Ethan, apenas dándome cuenta que igual yacía en ropa interior, palpé a mi lado invitándolo a sentarse junto a mí, invitación que no rechazó y acató al instante.
Me tomé un corto tiempo para analizarlo todo, en lo que admiraba a su vez el atardecer; si iba a desahogarme por lo menos debía saber medirme, mínimo.
—Hace algunos años yo era la persona más dura de todas, —comencé a relatar, sin osar a verlo— no me gustaba expresar mis emociones hasta que lo conocí, un tipo del que la verdad no deseo recordar. Básicamente yo lo amaba en secreto aunque inesperadamente él me correspondió; sospechoso pues sabía que tenía una novia; sin embargo mi ilusión por el que mi crush me correspondiese me dominó y lo acepté. —mi ánimo había disminuido de una manera tal que me dolía, pero no me dejé mostrar débil, no otra vez— Nuestra relación fue demasiado acelerada, pero él me traía de su perrito faldero, no anhelaba separarme de él; aunque luego de varios desacuerdos, discusiones y diferencias... terminamos. Si te soy sincero jamás experimenté lo que muchos jóvenes ya lo habían hecho y más de las debidas, él fue mi primer beso, mi primer todo, pero no lo supe aprovechar. —mi cabeza bajó para mirar mis piernas, negando por lo estúpido de mi pasado— Pero ya no importa, él es pasado, y si ahí quedo ahí quedará, como un insistente recuerdo de que era un estúpido y no debo cometerlo nuevamente.
Ethan me escuchaba bajo una atenta mirada, y hasta debía admitir que intensa también correspondería a su mirar: ojos con cierto brillo, uno que me sorprendió, semblante duro, mandíbula tensa; suponía yo que era por lástima. Y ante aquello, negué con fuerza moviendo mi cabeza de un lado a otro.
—¿Sabes? Ya no importa, es idiota lo sé. —acepté levantándome del cómodo lugar, caminando en dirección a donde estaba el lago y cerca de ahí mi ropa.
Mientras mis piernas se movían por sí mismas, mi mente comenzó a divagar entre los infinitos recuerdos que alguna vez compartí con ese hombre, con facilidad –como si hubiese sido ayer– recordé sus manos recorrer suciamente mi cuerpo, sus labios expertos queriendo imponer dominio en los míos, la forma en la que tantas veces me tocaba y me besaba sin mi consentimiento; oh, y como aquella vez me obligó después de unos escasos vasos de alcohol a acostarme con él, básicamente obligándome; recuerdo con tal precisión el pánico que sentí en su momento, mis balbuceos suplicándole que no quería, y a mi yo del pasado dejándose hacer pero físicamente disfrutándolo. Una escena asquerosamente permanente. Igual de cruel y dura como la duración del recuerdo y el incesante ida y vuelta de lo que era recordar y no hacerlo.
La vida, hasta donde estaba, me había enseñado que lo que no te mataba te hacía más fuerte.
Pero a veces lo dudaba, como en estos momentos. Donde mis manos tiemblan, mis ojos se humedecen en impotencia, y mi cuerpo comienza a sentirse sucio nuevamente.
Me sentía débil.
No... no otra vez...
En cuanto regresé a la realidad, me topé con mi ropa esparcida en un curioso camino hasta el lago. Rápidamente tomé mis cosas y me las puse con la mayor velocidad que tenía, encaminándome de vuelta al auto de Rousseau para esperarlo ahí.
Aunque tan pronto como me sentía perder entre mis pensamientos otra vez, una mano sostuvo mi brazo, pero ahí se quedó.
Miré sobre mi hombro confirmando lo que de antemano sabía.
—Oye, James, no es tu culpa y no es estúpido. Quizá no te conozca por completo, pero déjame conocerte, y podré ayudarte. —me habló suavemente, tratando de calmarme con su característica voz aterciopelada.
Solté una risa nasal por su oferta, y negué mirándolo finalmente.
—No, Rousseau, las cosas no son así de sencillas. Si bien es mejor hablar y de antemano lo sé, créeme que prefiero asfixiarme con mis mentiras y secretos en vez de crear lástima de mí. —finalicé viéndolo frívolamente, acercándome con cada palabra que bramaba y golpeando con mi dedo su pecho.
—James por favor, tú dices que hace bien hablar, pero también dices que prefieres guardártelo todo, no te entiendo y nadie más lo hará si no cooperas. —sentí su tono sereno y su desesperación en su voz, necesitaba ayudarme, lo sabía.
Pero una cosa es poder, otra era querer.
—Rousseau sólo, sólo llévame a casa. Por favor. —de la manera más suave que pude me liberé de su tenso y firme agarre en mi brazo, para encaminarme al auto y esperarlo ahí.
Después de escuchar y ver la señal que me habría paso a la posibilidad de poder entrar, lo hice; abrí la puerta y finalmente me adentré al asiento del copiloto, como pude gracias al espacio de la guantera y el asiento, apoyé mis codos en mis rodillas y hundí mi cabeza entre mis manos. Perdiéndome de nueva cuenta con mi yo interior.
Ese ser delicado, que incluso por una etapa de su infancia era menospreciado por su propia madre y buscaba refugio en su padre, que tantas veces se aprovechaban de su inocencia pero aún así él seguía igual de noble, bondadoso y solidario; pero en una etapa todo cambió a lo que era ahora, aquel ser al que su madre le había enseñado que el mundo era una mierda y habría que resguardarse a toda costa, luciendo ahora una máscara con el objetivo de ocultarse, inclusive de sí mismo, pues ahora, ni siquiera yo mismo me reconocería quitándome esa máscara. Y pensar que estuve apunto de quitármela o dejarla caer enfrente de ese tipo.
Solté un suspiro decepcionado de mí mismo. Estando a punto de soltar un grito de desesperación sentí el motor vibrar y con ello el auto comenzar a avanzar, tranquilizándome un poco pues ahora deseaba replantearme sobre mi actitud a solas. Y quien sabe, tal vez castigarme por ello.
En todo el camino de vuelta a mi hogar no hubo silencio emitido más que el del auto naturalmente, o las llantas rondar por el asfalto. Pero no siquiera el silencio me ayudaba en estos momentos, me sentía intranquilo, inquieto y temía de ello.
Una vez había tenido un "episodio" similar, y también de ahí derivaban malos recuerdos. Y no fue que después de retomar mis terapias con mi amable psicóloga, volví a un estado neutro.
Aunque toda preocupación me abandonó en cuanto mis ánimos yacían más abajo del suelo, y hasta ese momento comenzaron a pesarme los párpados queriendo solamente dormir.
—Ey, ya vamos a llegar. —me susurró Ethan tomando mi hombro y sacudiéndome levemente.
Asentí tratando de despabilar el sueño que quería invadirme, sorprendiéndome en secreto lo corto que había sentido este viaje de regreso. Froté nervioso mis piernas, abriendo y cerrando mis ojos logrando finalmente quitar el sueño de mi ser.
En cuanto sentí el auto detenerse y parar de vibrar, fue cuando una extraña sensación de necesidad me recorrió. Miré a Ethan quien me miraba comprensivo, esperando a que saliera del auto.
—Gracias por traerme a casa. —le agradecí mostrándole una tenue sonrisa, o al menos un intento de ello— Fue una buena salida dentro de lo cabe, y lo lamento por mi inmadura actitud.
En cuanto supe que no diría nada más y me dejaría retirarme, abrí la puerta del auto y enseguida salí, cerrando la puerta detrás de mí. Caminé unos cuantos pasos cerca de la puerta de mi hogar para girarme y verlo partir, sabiendo de sobra que al menos era comprensivo. Me abracé a mí mismo frotando mis brazo como una especie de consuelo, y después de tratar de reconfortarme, me dispuse a entrar a mi hogar.
Me sentía de cierta manera en deuda con Ethan, a pesar de su intento por ayudarme, aceptó de cierta manera obligatoria que yo no lo deseaba así, al menos no así de fácil y sin rechistar o comentar más sobre ello, me trajo hasta mi hogar, al menos ayudándome con su silencio. Sabía que había actuado de una manera infantil, de una manera que demostraba que era frágil de cierta manera, sentía que lo había preocupado en vano, así que ya estaba decidido a disculparme con él.
En cuanto analicé este ajetreado día, me sorprendí de cómo había iniciado, como un día cualquiera el cual no deseaba que pasara, y ahora había acabado conmigo deseando que se volviese a repetir; como habían iniciado las cosas no se comparaban a la manera en cómo terminaban.
Lamentablemente me daría cuenta muy tarde. O eso me hacía creer.
No queriendo más contacto con el pasado, –pues de una manera tétrica todo pasaba similar a aquel ayer– cerró el libro de golpe. Se topó por unos momentos con la portada del libro, analizó la letra, el fondo y sus colores; sin embargo en cuanto tocó la superficie con la yema de sus dedos, un melancólico recuerdo absorbió su mente.
—Entonces los libros son tu pasatiempo. —afirmó el menor, mientras inspeccionaba cada lomo de los libros en la gigantesca biblioteca en la casa del mayor.
Leyó cada título, analizando unos posibles significados a los mismos, importándole muy poco el color o la estética utilizada para ello.
—En realidad podríamos decir que son mi familia, he crecido rodeado de ellos. —confirmó el mayor, mientras miraba al de hebras platinadas, recargado en uno de los estantes.
—Hay tantas cosas que no sé de ti, Yoongi, que esto no me sorprende ya. —confesó acercándose al mencionado, haciendo rozar sus pechos y la cercanía volverse nula, no incomodándoles a ambos.
—Créeme, Jimin, no quieres conocerme. —aseguró Yoongi, mientras tomaba la barbilla del menor y manteniéndole la mirada.
El mencionado rió, negando con los ojos cerrados, y con una sonrisa en sus gruesos labios lo retó.
—Primero déjame conocerte, soy yo quien sufrirá las consecuencias, ¿no?
Yoongi sonrió por el atrevimiento del menor, pero sin resistirse se lanzó a besar los labios de Jimin. Ambos se movían al compás de las sensaciones, importándoles poco las consecuencias que podrían acarrear con ello, sólo se disfrutaban a sí mismos mientras todo ello durase, descubriendo sus límites, descubriendo puntos erógenos, incluso conociéndose a sí mismos y mutuamente. Entre el beso de alguna manera absorbían la energía ajena, recibiendo con ello más de la necesaria.
Y así eran, ambos se deshacían mutuamente.
Y pensar que aquello había sido cuando todo era perfecto entre los dos, no pasaban aún a mayores. Ambos eran felices sin saber que pronto estarían destruyéndose.
En cuanto volvió a la realidad, Yoongi se topó en la biblioteca, parado justo donde aquel día estaba admirando al menor, donde internamente deseaba conocerlo más que para destruirlo. Y fue aquel el punto en donde nuevamente todo se desmoronó en su interior; cuanto deseaba no haber conocido a Jimin, cuando deseaba no haberlo escogido para ser su siguiente víctima.
Jimin era único, y él había dañado y destruido aquella obra de arte.
Nuevamente yacía en el suelo, sintiéndose tan mierda.
6549 palabras sacadas desde los más recóndito de mi mente.
Para ser sincera me gustó mucho escribir este capítulo, de alguna manera lo que utilizo para narrar cada escenario o sensación que Yoongi o Jimin siente me es una manera de librarme. Por algo este es mi libro favorito. ^^
En fin, espero les haya gustado. 🌹
Y sólo dejo esto, antes de irme.
Lᴀ ғʟᴏʀ ᴀúɴ ɴᴏ sᴇ ᴍᴀʀᴄʜɪᴛᴀ.
YoungMi17ⓒ
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