✘V E I N T I T R E S✘
"Los buenos policías no se concentran en el asesino ... sino en la víctima."
Joel Dicker
CAMILA
Narrador omnisciente
Una de las cosas que más le gustan a Camila es sentirse deseada.
Mientras que a la mayoría de las chicas, les incomoda o les molesta que los hombres que caminan en la calle la miren de arriba a abajo con la lujuria reflejada en los ojos, a Camila le saca una sonrisa de los labios. Ella sabe que ellos nunca podrán tenerla y eso lo hace aún mejor.
Por esa razón, siempre que sale a la calle lo hace vestida con prendas pequeñas, que dejan ver lo suficiente para que cualquier mente se haga imágenes mentales con ella de protagonista.
Ella nunca usa audífonos cuando camina. ¿Para qué? No hay música que se compare con los piropos que le lanzan de vez en cuando.
No obstante, ese día, lo último que Camila quería era escuchar la voz de algún desconocido. No le apetecía que la mirasen ni un segundo por si se daban cuenta de lo rota que estaba por dentro. Pero, ¿cómo alguien que solo se veía interesado en su cuerpo, se iba a percatar de su estado emocional?
Camila entró a la gasolinera que le hacía camino de vuelta a casa de la universidad y saludó al dependiente con la mano como lo hacía cada día.
—Hoy saliste temprano. —le respondió el joven y ella se encogió de hombros.
—Me salté el último turno. —confesó y se encaminó hacia el baño, sintiendo la mirada del chico en su trasero. Él también la vacilaba cada vez que ella se aparecía por ahí.
Cerró la puerta tras de ella y se colocó frente al espejo, tomando una respiración profunda al sentir como las lágrimas se aglomeraban en sus ojos.
—Vamos, Camila. Sonríe. —se dijo a si misma forzando una sonrisa— Tú puedes.
Dejó el bolso sobre el lavamanos para luego comenzar a desvestirse. Guardó su short negro cachetero y su blusa blanca de tirantes corta que a la luz del sol, se traslucía y mostraba el color de su sujetador. Sacó un vestido azul con mangas, largo hasta las rodillas y se lo colocó pasándoselo por su cabeza. Se quitó las botas negras de tacón alto que tanto le gustaban y las sustituyó por unas zapatillas sencillas. Recogió su cabello en una coleta baja y lavó su rostro hasta que cualquier rastro de maquillaje desapareciera de él. Por último, decoró su cuello con una cadena que tenía una cruz como dije.
Luego de que no quedara ni un pelo de su look anterior, salió del cuarto de baño con el bolso colgado en su hombro.
—¡Qué tengas un buen viaje! —exclamó el chico mientras ella se dirigía a la puerta de salida del local.
No le sorprendió que el joven ya no le preguntara por el cambio brusco en su atuendo. Lo había hecho las primeras veces que ella había visitado el local, pero al obtener cero respuestas de su parte, ya ni se molestaba.
En su camino de vuelta por el sendero desolado, Camila sintió que alguien la observaba. Cada cierto tiempo, giraba su cabeza en busca de alguien a su alrededor, pero ella estaba sola. No era la primera vez que le pasaba. Llevaba días sintiéndose así.
Antes de entrar a casa, la chica reparó nuevamente su atuendo por si encontraba alguna falla que pudiera delatarla. Todo parecía bien, no había ni una sola hebra de cabello fuera de lugar.
Al abrirse paso en su hogar, su madre la recibió con una abrazo y un beso en la mejilla.
—¿Cómo le fue hoy a la princesa de esta casa? —cuestionó su madre mientras sonreía.
—Muy bien, madre. Saqué sobresaliente en la evaluación de la clase de Psicología Criminal. —eso había sido una mentira horrible. Ni siquiera había tenido ninguna evaluación hoy. Pero a su madre siempre tenía que darle una buena noticia.
—¡Esa es mi niña! —y la abrazó de nuevo, con más fuerza.— ¿Escuchaste eso, Dominic? La niña obtuvo...
—Lo oí. —su padre la cortó. La sonrisa de su madre casi que llega a desvanecerse, pero pronto sus comisuras se elevaron de nuevo.— Dile que venga a saludarme.
Siguió la voz de su padre hasta su estudio, dónde se encontraba leyendo el periódico.
—Buenas tardes, padre. —se inclinó un poco al colocarse frente a su escritorio.
Los ojos de su papá la recorrieron de arriba a abajo, no como lo hacían los hombres que la veían en la calle —eso hubiera sido demasiado retorcido—, no admirando a su única hija, sino tratando de buscar alguna falla en ella.
Falla que no encontró porque, luego de unos segundos, le señaló hacia el sobre que se encontraba en la mesa.
—Puedes tomarlo. —inquirió.
La chica se movió hasta agarrar el sobre con una leve sonrisa.
Con este dinero podré comprarme más ropa. —pensó Camila.
—Gracias a Dios por haberme guiado por el buen camino. —masculló sosteniendo el crucifijo en su cuello junto con el sobre.
—Amén. —habló su padre.
Se giró con la intensión de caminar hacia la puerta, pero la voz de su progenitor la detuvo.
—Un momento. —el corazón de Camila se aceleró mientras se devolvía— Acércate.
La chica se inclinó hacia adelante mientras ocultaba sus manos temblorosas en la espalda. Su padre frunció el ceño buscando algo en el rostro de su hija. Levantó la mano y tocó su mejilla. Camila se estremeció.
—¿Qué es esto? —preguntó el hombre dejando ver una mota de brillo en su dedo pulgar.— ¿Has estado usando maquillaje?
—Por supuesto que no, padre. —intentó que su voz sonara lo más creíble posible.
—¿Y cómo llegó a parar esto a tu rostro?
Camila maquinó una mentira lo más rápido posible. Todo estaba saliendo perfecto, no podía joderse por un maldito brillo.
Sus padres eran cristianos. Tenían una devoción poco sana hacia Dios, creían en la biblia y en todo lo que estaba escrito en ella.
Pero, además de eso, su padre especialmente, se había apegado a ideas y costumbres antiguas, como por ejemplo: las mujeres que al vestirse enseñan mucha piel son solo las prostitutas, el maquillaje se hizo para aquellos que no aceptan lo que Dios les otorgó, la relación entre personas del mismo sexo es algo del diablo, la mujer debe tener presente que su marido tiene completo poder sobre ella y no al contrario...
Lo único que Camila veía bueno de las creencias de su padre era que consideraba la fidelidad a la pareja como algo sagrado.
—Leah llevaba brillo en su rostro de ese color. —habló la chica rápidamente— Seguro se me pegó uno cuando me despedí de ella.
Su padre entrecerró los ojos en su dirección, hasta que pasaron unos segundos y se sacudió las manos alejando la mirada de la chica.
—Puedes irte.
Camila no lo pensó dos veces y se apresuró hasta salir del estudio. Corrió hacia su habitación y se encerró dentro, dejando caer su espalda en la cama. Justo en ese momento, las lágrimas que tanto se había esforzado por contener, comenzaron a desbordarse por sus ojos.
No solo lloraba por como eran sus padres con ella, o por tener que esconder lo que realmente le gustaba a ella para no decepcionarlos, o por tener que fingir ser dos personas diferentes cada día, no solo lloraba por eso, también lloraba por sentir lo que sentía hacia su mejor amiga.
Porque sí, aunque sus padres la criaran con la idea de que lo último que debería hacer era fijarse en una chica, Camila se había enamorado de Leah.
Había intentado ocultarlo desde que se dio cuenta de sus sentimientos, pero aquel día mientras ella y Leah peleaban sobre el sofá como dos niñas pequeñas, actuó desde lo más profundo de su alma y la besó. Aquel beso se sentía muy distinto de los anteriores, su corazón parecía una locomotora en ese momento y nunca había estado tan segura de lo que quería en la vida.
Pero entonces su amiga la alejó y la miró como quién acababa de cometer un grave error. Al menos, eso fue lo que ella sintió.
Se odiaba por haber hecho eso. Nunca tenía que haberse lanzado de esa forma ni de ninguna.
En ese momento, su teléfono sonó dentro del bolso. Aún acostada en la cama y con él enganchado a su hombro, sacó su móvil y leyó el mensaje que le acababa de llegar.
Desconocido: ¿Por qué lloras, preciosa? Nadie merece tus lágrimas.
—No me lo puedo creer... —masculló sentándose de golpe.
Camila: ¿Eres tú de nuevo?
No era la primera vez que a Camila le llegaba un mensaje como ese. De hecho, ya habían pasado varios días desde que alguien parecía estar acosándola. Había perdido la cuenta de cuántos números había bloqueado, pero esa persona no parecía tener la intención de dejarla en paz porque siempre conseguía un nuevo número.
Camila se levantó de la cama y abrió las ventanas. Recorrió con la vista su patio delantero, pero no había nadie. Era imposible que alguien que no la estuviera viendo supiera que estaba llorando.
Desconocido: No seas mala conmigo. Solo hago esto porque quiero hacer lo que sea para hacerte feliz.
La chica volvió a bloquear el número con la llegada del nuevo mensaje.
—Mi vida no puede ser peor. —murmuró con la cabeza contra la almohada.
Su teléfono volvió a sonar, esta vez con la entrada de una llamada. Cuando Camila vio al remitente, bufó.
—Oh vale, sí que puede serlo.
Respondió al tercer tono y mantuvo una larga charla con el chico con quién estaba liada.
Porque Camila había cometido un grave error, uno de tantos.
No recuerda el día en que comenzó, o quizás sí. Fue en aquel preciso momento cuando se dio cuenta de sus sentimientos hacia Leah.
Era de noche. Leah, Max y ella estaban viendo una película en la habitación de su amiga. Los tres se llevaban muy bien ya que venían del mismo pueblo y la amistad había surgido antes de pisar suelo alemán.
Leah no había parado de sonreír en toda la película, y cada vez que lo hacía, el corazón de Camila latía con más fuerza. Le gustaba verla reír. Y por primera vez, esa noche, vio con otros ojos sus labios y quiso saber que se sentiría besarlos. Envidiaba a Max por poder besarla y ella no.
Pensar esas cosas le aterraban. ¿Cómo iba a envidiar a uno de sus mejores amigos por algo como eso?
Antes de que la película culminara, Camila se disculpó y salió de la habitación apresuradamente, fingiendo ir a por agua. Se encerró en el cuarto de baño del salón y lloró en silencio. No quería tener esos sentimientos, quería arrancarlos de su pecho, pero ¿cómo dejar de sentir?
Habían pasado unos pocos minutos cuando alguien llamó a la puerta.
—¿Camila? —era la voz de Max— ¿Estás ahí?
Ella no le respondió. Se apresuró a secarse las lágrimas y a fingir que nada había pasado.
—¿Camila?
—Aquí estoy. Dame un momento.
Abrió la puerta luego de lavarse el rostro.
—¿Te pasa algo? —preguntó el chico. Ella negó con la cabeza.— ¿Estás segura? Creo que te escuché sollozar.
—Qué estoy bien. —insistió con una sonrisa en el rostro.
Max se quedó en silencio, solo se dedicó a mirarla y a esperar una reacción de su parte. La chica no pudo aguantar más y las comisuras de sus labios se bajaron al mismo tiene que ella se echaba a llorar a los brazos de su mejor amigo.
—No estoy bien, Max. —confesó ella entre lágrimas.
—¿Qué sucede, renacuajo? —Max le sobaba la espalda a la chica, estrechándola más a él.
—Acabo de descubrir... que me gusta alguien que no debería gustarme. —las palabras salieron de sus labios como si se estuviera quitando un peso de encima.
—¿Acabas? —el chico se separó un poco de ella, quedando ambos de frente. Ella notó como él tenía su ceño fruncido. Esto no le iba a gustar, pero ella no quería ocultarlo. Alguien necesitaba saberlo. Mejor él que Leah.
—Sí. Esta noche me di cuenta de mis sentimientos. —murmuró, apartando la mirada de él. Hubo un largo silencio hasta que Camila decidió continuar.— Me gusta...
Sus palabras quedaron en el aire cuando Max la tomó por sorpresa y la besó. Los ojos llorosos de Camila se abrieron entre el asombro y el miedo. Ella no hacía más que parpadear repetidamente sin poder creérselo mientras el novio de su mejor amiga intentaba que sus lenguas se encontraran.
Sabía que Max había malentendido las cosas. No había que ser un genio para darse cuenta de eso. Él creía que Camila estaba por él, cuando la realidad era que estaba por su novia.
Pero eso no le restaba importancia al hecho de que Max había sido capaz de engañar a Leah. Mientras él la besaba, a Camila se le había caído un mejor amigo. Ya no veía a Max de la misma forma. Lo odiaba por haberle hecho esto a Leah. Llegó a hacerse muchas preguntas: ¿Y si esta no había sido la primera vez? ¿Y si su amiga vivía engañada?
Leah no se merecía a Max, pero no bastaba con decírselo, ella no le iba a creer. Lo mejor era provocar que él la dejara y ya luego, ella le contaría todo lo que había pasado.
Era una plan horrible, pero para Camila era el perfecto.
Porque Camila no pretendía terminar aquello ahí. Ella quería llegar a todo con Max. A fin de cuentas, era lo más cerca que iba a estar de su amiga sexualmente.
Pero ella prefería vivir engañada de que lo hacía por el bien de Leah, cuando lo hacía por su propio bien.
Con el tiempo se dio cuenta del error que había cometido: Max no dejaba a Leah y ella seguía enamorada de su amiga. Tanto así que ya le fastidiaba estar con Max, pero dejarlo sería aceptar que se había equivocado desde el principio.
No sabía como salir de aquella situación.
Estaba oficialmente jodida.
✘✘✘✘✘✘✘✘✘✘
¡Hola!
Se suponía que actualizaría ayer porque era #MartesDeControl, pero lo olvidé.
Dejenme sus opiniones del capítulo por aquí.
Os amo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro