✘V E I N T I O C H O✘
"Sin duda, merezco el castigo más extremo que tiene la sociedad y la sociedad merece, con seguridad, ser protegida de mí y de otros como yo."
Ted Bundy
LEAH
Abro los ojos como si por fin lograra que se despegaran. Me encuentro de pie en un lugar desesperante. Todo es blanco, no hay paredes, no se ve un fin, solo parece un espacio infinito en el que no hay nada más que no sea yo.
—¡Hola! —exclamo con la esperanza que alguien me escuche— ¿Hay alguien?
Pero nadie responde. Intento moverme, pero mis pies parecen pegados con goma al suelo. Mi cabeza comienza a doler. Me llevo las manos al rostro, completamente aturdida y mareada. Este lugar me causa cierta ansiedad.
—Le. —bajo mis manos y una figura femenina se hace visible frente a mí.
Es una chica de cabello oscuro ondeado hasta la cintura. Su rostro pequeño porta facciones infantiles que me causan añoranza. Nariz recta y labios finos, acompañan a sus ojos rasgados de colores diferentes.
No hace falta ser una genio para saber de quién se trata. Ahora que tengo todos mis recuerdos, esas facciones nunca me habrían resultado tan conocidas.
—¿Luana? —ella me sonríe desde su posición. Mi vista comienza a nublarse— ¿Cómo es que...? ¿Estás viva?
—No tenemos tiempo para llorar, Leah.
—Pero... no entiendo. Yo vi como papá te mató. —exclamo con un nudo en la garganta.— No es posible. No puedes estar viva.
—No lo estoy. Solo soy una personalidad más en ti. —se encoge de hombros.
—¿A qué te refieres?
—Fui creada como mecanismo de defensa tuyo, al ver como tu padre me asesinaba. Soy tu hermana y a la vez no lo soy. Mi personalidad se conformó en dependencia de lo que recordabas de tu hermana, añadiéndole el plus de que haría lo que fuera con tal de protegerte.
—¿Lo que fuera? —trago en seco.
Ella sonríe ligeramente.
—He matado por ti, Leah. —se me cae el alma al suelo.
—No es cierto...
—Sí que lo he hecho y no es nada de lo que debas preocuparte. Yo existo para hacer lo que tú —me señala con el dedo— no te atreves.
—Yo nunca mataría a nadie. —me defiendo.
—Lo sé. Pero eso no significa que tus manos no estén manchadas de sangre.
Miro mis manos y veo como la sangre se desborda por ellas y cae al suelo blanco, tiñéndolo de rojo.
—¡Has matado personas con mi cuerpo! —vocifero rabiosa con lágrimas de ira contenidas.
—Ellos te hicieron daño y yo estoy aquí para protegerte. —declara sin compasión alguna en su rostro.
—¡Yo no te pedí que me protegieras!
—Mira, no tengo mucho tiempo, así que escúchame. —intento hablar, pero mis labios parecen sellados por una fuerza invisible— No sé si te has dado cuenta de que tienes a un asesino rondando a tu alrededor.
Frunzo el ceño sin comprender.
—Venga ya, no eres tan idiota como para no darte cuenta. Las llamadas de tu padre, la caja con el arma homicida, las fotos y la carta. ¿En serio crees que papá es capaz de hacer eso desde la cárcel?
Parpadeo repetidamente mientras las piezas encajan en mi cabeza.
—Yo sé ya quién es. Pero aunque te lo diga, no me vas a creer. —inquiere— Lo mejor es que lo veas por ti misma.
Quiero hablar. Quiero gritarle que me diga su nombre. Pero no puedo hacer nada más que asentir con impotencia.
Luana se acerca a mí y me sonríe.
—Recuerda... —levanta la tela de mi blusa, dejando ver el tatuaje ya curado— "One body, two souls..."
Me despierto con un escalofrío tremendo. Levanto mis párpados y la oscuridad de la noche me recibe. No puedo mover mis manos, están atadas en mi espalda. Intento hablar y siento la mordaza en mis labios. Me remuevo sobre el asiento trasero del auto en que me encuentro acostada y logro quedar sentada.
No hay nadie en el asiento del conductor. A través de las ventanillas puedo ver árboles y pájaros volando de un lado a otro, solo siendo iluminados por la luz de la luna.
Giro mi cabeza hacia atrás y mis ojos se abren con gran asombro. Observo como un hombre arrastra el cuerpo de otro, encaminándose hacia la puerta de un lugar con el cartel de "Crematorio Baumschulenweg". Es un edificio con una arquitectura demasiado moderna para el bosque en dónde se encuentra ubicado.
Me quedo estática cuando reconozco a la persona que está siendo arrastrada. El pijama que lleva puesto fue aquel que le regalé cuando cumplíamos cinco meses de pareja y quería que lleváramos algo a juego, aunque solo lo fuéramos a ver nosotros.
Las lágrimas se aglomeran en mis ojos. Odiaba a Max por lo que me había hecho pero no quería que terminara así. Podría fingir que no es su cadáver lo que estoy viendo, pero sería mentirme a mí misma y eso ya se acabó.
El hombre que lleva a Max se detiene y ladea la cabeza un poco cuando el cadáver se atasca con algo en el suelo, lo suficiente para que mis ojos logren identificarlo también. Me escondo, quedando acostada nuevamente en el asiento como por acto reflejo. No puede ser real lo que acabo de ver. Solo es producto de mi imaginación.
<¿Y por qué te escondes entonces?>
Porque...
<No hay peor ciego que el que no quiere ver, Leah.>
No puede ser, esto no puede estar pasando... Él no. Por favor, él no. Dime que no es él, Luana. Dime que él no es la persona de la que hablabas. Por favor.
<No puedo hacer eso.>
Mi llanto se intensifica y mantengo los ojos cerrados ya que no puedo limpiarme las lágrimas con las manos atadas y me molesta tenerlos abiertos con la vista nublada.
Kyan no es un asesino. Él nunca me haría daño de esa forma. Nosotros tenemos una conexión que no entenderías. Él sabe de tu existencia y aún así me acepta.
<¿Y eso no te parece extraño?>
Se me ponen los pelos de punta.
<Él solo quería matarte y, cuando supo que una asesina vivía dentro de ti, se le hizo más difícil. Por eso se acercó a ti para que confiaras en él y te deshicieras de tu personalidad malvada.>
Pero él nunca me dijo que quería hacerte desaparecer. Eso yo solo lo he hablado con el Dr. Hunter en mis sesiones.
<¿Y qué es Hunter de Kyan? A veces pareces tonta.>
Mi corazón se hace añicos cuando me quito la venda de los ojos. No puedo renegar de aquello que se muestra frente a mí. Mi vida comenzó a complicarse cuando Kyan apareció en ella. Me desestabilizó con su mera presencia y destrozó la paz en la que me encontraba.
Echa un mar de lágrimas me doy cuenta de que le entregué mi corazón a un asesino. Eso me hace igual o peor persona que él.
<No vale la pena derramar una lágrima por nadie. A no ser que sea por alguien que hayas matado y tengas que llorar en su funeral para no levantar sospechas.>
¿Cómo puedes bromear en una situación así?
<Para mí esto no es nada del otro mundo. He lidiado con cosas peores.>
Ignoro la punzada curiosa que me atraviesa el pecho con sus palabras. No es momento para pensar en otra cosa que no sea en buscar la forma de salir de aquí.
<Tienes el cúter en el tobillo. Úsalo para desatarte.>
Mi entrecejo se frunce. Me asomo un poco, percatándome de que ya no hay nadie afuera.
Me doblo con cuidado y me doy cuenta de que mis piernas también se encuentran atadas. Intento llegar a ellas pero me es imposible. Pruebo de otra forma y me acuesto boca abajo, subo las piernas y me arqueo, intentando con todas mis fuerzas que mis manos alcancen mis tobillos. Me comienza a doler el cuello y el abdomen, me tomo un momento para descansar y vuelvo a intentarlo. Cuando lo logro, siento como el sudor recorre mi espina dorsal.
Inhalo y exhalo unas cuantas veces, recuperando la respiración mientras uso el cúter para intentar cortar las sogas que me atan las muñecas. Me tenso mientras más tiempo pasa y yo aún no logro liberarme. Me concentro en el objeto filoso entre mis dedos y, aunque me he cortado la piel unas cuantas veces, logro deshacerme de mi atadura.
Rápidamente, corto la que apresa mis pies y hago a un lado la venda en mi boca.
Intento abrir las puertas de atrás, pero están cerradas. Me inclino hacia el asiento del conductor para presionar el botón que las desbloquea pero —¿cómo no?— el auto está cerrado y las llaves no están.
Antes de entrar completamente en pánico, rebusco dentro del vehículo cualquier cosa que me ayude a escapar. En la guantera del auto, encuentro unos cuentas documentos dispersos, trapos, una caja con caramelos, un mechero y... una pistola. La agarro devolviéndome al asiento.
En ese momento, escucho pasos acercarse. Me acuesto en el asiento de nuevo con rapidez, sosteniendo la pistola con fuerza. En el instante en que escucho el pitido que desbloquea las puertas, me apresuro a salir del auto.
—¡Detente! —escucho la voz de Kyan, pero no me devuelvo a verlo cuando mis piernas tocan el suelo.
Intento huir, pero su cercanía me lleva a levantar las manos y apuntarle con el arma en la frente.
—¡Déjame en paz! —exclamo mientras las manos me tiemblan.
—¿Leah? —frunce el ceño— ¿Eres tú?
—Si no me dejas ir, voy a disparar. —inquiero con los ojos nublados. Siento el corazón latiéndome a mil por segundos.
Kyan suelta un suspiro y comienza a levantar su mano también.
—Detente. Voy a... disparar. Lo juro. —pero él no me hace caso.
Junta su dedo índice y el del medio, apuntando en mi dirección, mientras el pulgar se eleva hacia arriba, bajando los otros dos dedos, imitando la forma de una pistola como lo harían los niños pequeños y los lleva a mi frente.
—¿Qué haces? —mascullo sin apartar la vista de él.
—Lo mismo que tú.
—No estoy para juegos. Mi arma puede herirte.
—No lo creo. —inquiere remarcando sus comisuras— Ambas harían el mismo daño.
—¿De qué hablas?
—Dispárame. Venga. —exclama y mis manos no dejan de temblar— Hazlo.
—Lo voy a hacer.
—Vamos.
—Apártate.
—Dispara.
Mi entrecejo se frunce.
—¿No me crees capaz? —cuestiono con la mandíbula tensa. Él no me responde.
<El que calla, otorga.>
Cierro los ojos en el momento en que mi dedo presiona el gatillo de la pistola y siento que mi corazón se me quiere salir del pecho. Espero el sonido del disparo que nunca llega. Abro los ojos y me percato de la expresión calmada en su rostro. Presiono de nuevo el gatillo, varias veces, pero nada.
—Sí te creía capaz. —inquiere mientras me arrebata el arma y nuestros dedos se rozan— Solo que tenías un arma sin balas. Asegúrate de revisar si está cargada antes de amenazar a alguien.
Lágrimas de impotencia comienzan a desbordarse por mis ojos.
—No me mates, por favor. —suplico con falta de aire— Prometo que no diré nada. ¿Sí? Voy a fingir que no te conozco.
—¿De qué hablas, Leah?
—Solo déjame vivir. —me dejo caer en el suelo, a lágrima viva. Estoy harta de verme involucrada siempre con este tipo de personas.
—No quiero matarte. ¿Por qué piensas eso? —exclama y levanto mi rostro para mirarlo.
—Me secuestraste y acabo de ver como cargabas con el cuerpo de Max...
Mierda. A lo mejor él ni sabía que lo había visto. Me doy un golpe mental por ser tan idiota. Acabo de firmar mi sentencia de muerte.
Su expresión se suaviza. Se agacha hasta quedar a mi misma altura.
—No te secuestré a ti, fue a Luana. —confiesa— Y yo no maté a Max, solo me deshice del cadáver para que no te culparan a ti.
—¿Qué? —pregunto incrédula.
—Luana lo hizo.
Me explica todo lo que sucedió. Cómo encontró a Max en su cama muerto y a Luana frente a él cubierta de sangre. Cuenta que parecía que mi ex había muerto a causa de un cuchillo enterrado en el corazón y que, por la cantidad de sangre que había, parecía que hubiera dejado que se desangrara.
<No le creas.>
Me mentiste...
<Confía en mí. Él es el que miente.>
—¿Y cómo me encontraste? —pregunto con cautela.
—Puse un localizador en tu colgante. —confiesa y mis ojos se abren de par en par.
—¿Qué hiciste qué? —exclamo tocándome el collar en el cuello.
—Puedes desactivarlo cada vez que quieras. —se apresura a decir— Solo lo hice por si en algún momento Luana desaparecía contigo y no tenía forma de encontrarte.
La desconfianza se puede leer en mi rostro.
—Mira. —sus dedos se acercan a mí y retrocedo por acto reflejo.— No te voy a hacer nada. —parpadeo y dejo que siga.
Gira el dije de mi colgante y me enseña un pequeño botón que no había visto antes.
—Cuando presiones el botón, el localizador se desactivará. —explica y hace una demostración. Las gemas azules que bordean el corazón se apagan, quedando de un color grisáceo. Me muestra el reloj en su mano y cómo el punto rojo desaparece del mapa.— ¿Ves?
No digo nada.
Kyan acuna mi rostro con sus manos y conecta nuestras miradas.
—Nunca te haría daño. —exclama— A no ser que tú quieras.
Se me escapa un sonrisa espontánea a la par que me limpio una lágrima de mi mejilla.
—¿Cómo puedo confiar en ti? —inquiero en un susurro.
—Prometo que te contaré todo cuando lleguemos a casa. Primero salgamos de aquí, ¿sí? —asiento sin pensarlo mucho más.
<¡No le creas, joder!>
Tú te callas. Ya me has mentido bastante.
<Soy tu hermana, Le.>
No lo eres. Mi hermana está muerta. Así que deja de llamarme así.
✘⛓✘
—Debo de ir al apartamento de Max a limpiar el desastre que dejó Luana. —me informa Kyan al pasar el umbral de su casa.
—¿Y yo?
—Puedes darte una ducha, tomarte un calmante y descansar un rato, si quieres.
—Me prometiste que me ibas a contar todo.
—Y yo cumplo mis promesas. —me deja saber— Solo que mientras más tiempo pase y tus huellas sigan en aquel lugar, menos probabilidades tienes de salir intacta de esto.
Suspiro.
—Tienes razón. —bajo la cabeza y juego con mis dedos. En ese momento me percato de la sangre seca en mis manos. Mi ropa está echa un desastre y cada pedazo de piel que queda a la vista tiene rastros rojos— Creo que debería bañarme.
Kyan sonríe. Se marcha luego de indicarme dónde puedo encontrar todo lo que necesito.
Ya en el baño, me deshago de mi ropa tirándola a la basura. El contraste de mi piel con la sangre seca en ella me provoca arcadas. Me meto debajo del chorro de agua y me restriego con la esponja enjabonada. La sangre parece no querer salir. Me restriego con fuerza, provocando que mi piel enrojezca. Mi muñeca duele como el demonio cuando termino de quitarme la última mancha.
Mi mente divaga sobre la razón por la cual confié más en Kyan que en "mi hermana", y concluyo que no hay razón alguna. Simplemente le creí porque parecía sincero... en cambio, Luana... no ha hecho más que mentirme. Sé que ella asesina personas para protegerme, y eso incluye a Max por lo que me hizo, pero yo nunca le pedí que lo hiciera.
<¿Y crees que el señor sinceridad, no asesina personas también?>
Salgo de la ducha y comienzo a vestirme con la ropa que Kyan me prestó, ignorando la voz de Luana en mi cabeza.
<Si tanto confías en él, ¿por qué no bajas la lámpara que tienes a tu izquierda cerca de la puerta y ves que tan santo es?>
Mis ojos se desvían hacia dónde me indicó Luana, sin poder evitarlo. No obstante, niego con la cabeza y continúo secándome el cabello frente al espejo.
<No seas ciega, Leah. Sé valiente y descubre la puta verdad.>
—¡¿Qué demonios quieres?! —exclamo, con la paciencia agotada— ¿Qué baje una puta lámpara? —me giro y llevo mis manos hacia ella— ¡Pues lo hago! No voy a encontrar una mier...
Silencio.
La pared se mueve hacia adentro y mi respiración se detiene. Lo que veo desde mi posición, ya es suficiente para que entre en pánico. No obstante, cuando me abro paso en la pequeña habitación y observo las fotos de mujeres pegadas en un mural en la pared de mi derecha, todas con una característica en común además de ser mujeres: sus cabelleras rubias, me llevo las manos a los labios con el terror corriendo por mis venas.
Y ahí es cuando me doy cuenta que mi príncipe de cuento es un monstruo terrible que va a acabar conmigo si me quedo a su lado.
<Te dije que no podías confiar en él.>
✘✘✘✘✘✘✘✘✘✘
¡Holiss!
Casi se me pasa nuestro #MartesdeControl pero aquí tenéis vuestro capítulo. Bien intenso.
Espero vuestras opiniones por aquí sobre el capítulo.
XOXO Killer Lady🖤
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