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✘E X T R A: F A M I L I A ✘ Parte 3

"Dos son compañía. Tres es una fiesta."

Damon Salvatore

Subí las escaleras del motel junto al niño, con pasos pesados que resonaban en el estrecho pasillo. La estructura desgastada y descuidada del edificio no dejaba lugar a dudas de que estábamos lejos de los lujos y comodidades a los que estábamos acostumbrados. Era una parada temporal en nuestro camino, una necesidad impuesta por las circunstancias.

Mamá regresaría hoy de su excursión, y nuestra estancia en su casa tenía que terminar. Las restricciones legales y la necesidad de proporcionar una nueva identidad al niño nos habían obligado a cancelar nuestro viaje de regreso a Alemania. No podíamos arriesgarnos a salir del país sin los documentos adecuados, y más si considerábamos que el niño no tenía conexión familiar con nosotros.

Por lo tanto, habíamos tomado la decisión de crearle una nueva identidad, un proceso que sabíamos llevaría tiempo. Alquilamos dos habitaciones en este motel ubicado en las afueras de Beaufort, conscientes de que necesitaríamos al menos unas semanas para completar todos los trámites y papeleo necesarios.

Erwan había sugerido buscar un hotel de mejor calidad, pero en Beaufort las opciones eran limitadas. Además, necesitábamos pasar desapercibidos, evitando llamar la atención y no dejando un rastro evidente de nuestros movimientos en busca de alojamiento.

—Esta es nuestra habitación.

Empujé la puerta que Kyan o Erwan había abierto previamente, revelando un espacio modesto y funcional. Dos camas individuales ocupaban el centro de la habitación, nuestras maletas descansaban encima de una de ellas. Había un sencillo tocador y un armario, proporcionándonos un mínimo de almacenamiento. Agradecí internamente que al menos tuviéramos un baño privado, un pequeño consuelo en medio de las limitaciones de este lugar.

Dirigí una sonrisa reconfortante al niño, consciente de que todo esto era nuevo y abrumador para él.

—Puedes quedarte la cama que quieras. —le dije con suavidad, esperando que se sintiera un poco más cómodo en este extraño entorno.— Solo estaremos aquí unas semanas y luego iremos a nuestro verdadero hogar.

Aunque aún no conocía con certeza a qué casa regresaríamos, decidí dejar de preocuparme por ello. Sin duda encontraríamos algo adecuado para alquilar cuando llegara el momento. Kyan se había encargado de vender su apartamento y de romper mi contrato de alquiler. Lo que le dijo al propietario era verídico: no deseaba continuar viviendo en un lugar donde se había cometido un asesinato. Sin embargo, no era un asesinato cualquiera, sino el de mi amiga Alexa. No quería volver a ese lugar cargado de recuerdos compartidos y momentos especiales que habíamos vivido juntas.

Mi corazón se apretaba al pensar en ella. La vida podía ser muy despiadada. Era injusto que algo tan terrible le hubiera sucedido a una persona tan maravillosa. Al menos me reconfortaba saber que la responsable de todo aquello estaba cumpliendo su condena tras las rejas. No había hablado mucho con Kyan sobre las acciones de su hermana desde aquel fatídico día en que me enteré de toda la historia, y agradecía que así fuera. Él seguía queriendo a Nikolina a pesar de todo lo que había hecho, lo cual explicaba por qué la envió a la cárcel en lugar de haberla matado. Pero yo no podía sentir lo mismo. La odiaba y deseaba que estuviera muerta.

—Esta... —el niño señaló una de las camas, devolviéndome a la realidad.

—Perfecto, yo dormiré en la otra —respondí, tratando de mantener la compostura.

Coloqué las maletas a un lado, en el suelo, y empecé a sacar lo necesario. Decidí no guardar la ropa en el armario, por si en algún momento tuviéramos que huir. Vivir con asesinos no era algo sencillo, y necesitaba estar preparada para cualquier eventualidad.

<Eres una paranoica.>

Soy la voz de la sensatez, querida Lu. Al menos alguien tiene que estar cuerdo en esta familia.

Escuché su risa resonar en mi mente. ¿Cuándo fue la última vez que Luana rió de verdad?

—No pienso dormir con él —la voz de Kyan me sacó de mis pensamientos. Entró en la habitación con los brazos cruzados, su expresión de frustración claramente visible.

Erwan lo siguió, sacudiendo la cabeza en desaprobación. Se podía sentir la tensión en el aire.

—Deja de hacer tanto drama —replicó, sus ojos fijos en ojos grises.

—¿Consideras normal dormir desnudo? —exclamó Kyan, dirigiendo su protesta hacia el pelirrojo. El chico encogió los hombros— Al menos podrías hacer un esfuerzo y ponerte algo de ropa mientras estemos aquí.

—No puedo dormir con ropa.

—¿Ves a lo que me refiero? —ahora Kyan se volvió hacia mí— ¡Simplemente no puedo hacerlo!

Una carcajada escapó de mis labios.

—¿No puedo dormir aquí contigo? —preguntó.

Miré al niño que jugueteaba con sus manos, sentado sobre la cama. No era apropiado discutir estas cosas delante de él.

—Hey. —llamé al niño y el levantó la cabeza— ¿Por qué no te duchas y luego vamos juntos a buscar algo de comer?

El chico asintió.

—Tienes en el cuarto de baño todo lo necesario. —añadí, sonriéndole, mientras pasaba junto a nosotros, dirigió miradas de recelo hacia los chicos y siguió de largo hacia el baño.

—Siento que nos odia —comentó Erwan, haciendo un puchero.

—Ten en cuenta la vida que ha tenido hasta ahora. Los hombres son los que le han causado tanto daño. Debemos ser pacientes con él —dirigí mi mirada hacia Kyan—. Por eso no puedes dormir aquí conmigo. Hasta ahora, el niño solo confía, en cierta medida, en mí.

—Pero ¿tenía que ser una cama doble? —se quejó. Me resultaba divertido ver a Kyan insistir tanto, ya que no era el tipo de persona que se quejaba o perdía el tiempo con lamentos.

—Estas eran las únicas habitaciones disponibles juntas —le recordé lo que nos había dicho la recepcionista.

—¿De qué tienes tanto miedo, perlas? —preguntó Erwan, con los brazos cruzados y una sonrisa extraña en los labios.

—¿Perlas? —Kyan frunció el ceño.

—No creas que no sé que tienes un piercing en la polla.

—¿Qué? —Kyan me miró— ¿Se lo dijiste?

—Oh, Dios. Claro que no.

—Entonces, ¿cómo demonios lo sabes? —Erwan encogió los hombros, desinteresado. Kyan suspiró y negó con la cabeza— Estos van a ser unos días difíciles.

(...)

Había pasado poco más de una semana desde que Erwan había logrado obtener la nueva identidad para el niño. Code Walker, tenía 18 años, su padre estaba desaparecido y su madre había fallecido durante el parto. Su vida entera había transcurrido en un orfanato, hasta que fue expulsado al cumplir la mayoría de edad debido a su mala conducta.

Me estremecía al pensar en cuánto dinero habría invertido Erwan en ese trámite para que se completara tan rápido. No quería ni imaginar los recursos y contactos que debió utilizar para agilizar el proceso. Además, prefería no adentrarme en los pensamientos sobre la vida original del verdadero Code Walker, cuyo nombre y pasado habían sido suplantados.

A pesar de haber obtenido la nueva identidad, aún nos faltaban los documentos legales que nos permitirían abandonar el país sin problemas: pasaporte y visa. Una vez completados esos trámites, podríamos dejar atrás este país de una vez por todas y comenzar una nueva vida.

Nos encontrábamos en el pequeño y modesto cuarto donde los chicos dormían, inmersos en una película proyectada en el televisor colgado en la pared de enfrente. La tenue luz del televisor iluminaba la habitación, creando una atmósfera íntima y acogedora.

Kyan, en un susurro suave, se acercó a mi oído y comentó:

—Parece que le gusta. —me dijo, refiriéndose al niño. Un escalofrío recorrió mi mitad derecha, justo donde él se encontraba, por el cosquilleo que su cercanía provocaba en mí.

Traté de contener la emoción que me embargaba y le respondí en un tono igualmente silencioso:

—Shhh. No lo distraigas. —mi atención se centró en Code, quien estaba sentado con las piernas cruzadas en el borde de la cama, justo frente a nosotros, sus ojos fijos en la pantalla. Aunque al principio había mostrado resistencia a ver una película de ese estilo, argumentando que era algo infantil, ahora parecía inmerso en ella, dejándose llevar por el mundo de colores y fantasía que se desplegaba ante sus ojos.

Una sensación de tristeza me embargó al observarlo. Había tenido que madurar demasiado rápido debido a las duras circunstancias a las que había sido sometido. Sentía una mezcla de indignación y frustración hacia aquellos desalmados que lo habían explotado y prostituido. El dolor y la ira se agitaban en mi interior, al igual que el anhelo de protegerlo y brindarle una vida mejor.

De repente, los dedos de Erwan comenzaron a deslizarse por mi muslo izquierdo, acariciándolo de manera provocativa. Ladeé la cabeza hacia su dirección y me encontré con una mirada fugaz y divertida en sus ojos antes de que pronunciara sus palabras cargadas de tensión:

—Presta atención a la película.

Traté de contener el temblor que recorría mi cuerpo y volví a centrar mi mirada en la pantalla. Sin embargo, sentía los ojos intensos de Kyan clavados en la mano de Erwan mientras esta ascendía y descendía por mi piel. El espacio entre los dos chicos parecía reducirse, convirtiéndose en una prisión angustiante. Me aterraba apartar la mirada de la pantalla y enfrentarme a la realidad que me rodeaba. Pero, a pesar de mis intentos, mi atención ya no estaba en la película.

En ese momento, una mano gélida y atrevida se coló sin previo aviso bajo mi blusa, desatando un estremecimiento en mi ser. Mis sentidos se agudizaron y me enderecé, sorprendida por la intensidad del contacto. Sus uñas arañaron mi espalda con una pasión casi dolorosa, dejando una huella ardiente en mi piel. De manera retorcida, sus caricias frías llegaron segundos después, como si quisiera calmar el fuego que él mismo había encendido.

Era una mezcla salvaje de dolor y placer, una tensión que se apoderaba de mí y desencadenaba una lucha interna entre el deseo y la moralidad.

Me llevé la mano a los labios, conteniendo cualquier gemido que amenazara con escapar. Code no podía sospechar lo que estaba ocurriendo a sus espaldas. De hecho, Kyan y Erwan no deberían estar provocándome de esa manera delante del niño. Era incorrecto lo que estaban haciendo, pero... no podía detenerlos.

Ambos me acariciaban en diferentes partes del cuerpo, rozando el límite sin cruzarlo. Solo se dedicaban a tentarme, a torturarme con sus toques provocativos. Sentía cómo la humedad se acumulaba entre mis piernas y, con desesperación, apretaba mis muslos tratando de mantener la compostura y concentrarme en la película.

Aparecieron los créditos en la pantalla. Ni siquiera me había dado cuenta hasta que ambos retiraron sus manos de mí, dejándome con una sensación de vacío inmediato. Los echaba de menos al instante, como si su contacto hubiera sido una adicción a la que me había entregado sin resistencia.

Code se giró hacia nosotros y clavó su mirada en nosotros. Traté de disimular cualquier indicio de lo que acababa de suceder.

—¿Disfrutaste la película, cariño? —pregunté, intentando desviar su atención. Code negó con la cabeza.

—Mentiroso —exclamó Erwan, provocando que tanto Code como yo lo fulmináramos con la mirada al unísono—. Vaya, parece que son familia, tienen la misma mirada asesina.

—No digas esas palabras delante del niño. —lo golpeé en la nuca.

—Qué tiene 15 años, rubia. Es un adolescente, no es tonto. —sentí como el calor llegaba en mis mejillas, avergonzada.

—Tengo sueño —dijo Code, abandonando la cama y dando señales de querer irse a dormir.

—Vayámonos juntos —respondí al instante, alejándome de los chicos que habían estado jugando con mis emociones apenas momentos atrás.

Kyan rompió su impasibilidad y me miró con una expresión enigmática.

—Que duermas bien, Leah —dijo, mientras Code desaparecía por el umbral.

Erwan, en un susurro apenas perceptible para los tres, agregó: —Sueña con nosotros.

Los miré, sintiendo cómo mi pecho subía y bajaba con rapidez. Ambos habían encendido una llama dentro de mí que parecía imposible de apagar. Con la intensidad de la tensión en el ambiente, salí huyendo de aquellas cuatro paredes, buscando escapar de la tormenta de emociones que me envolvía.

Code se acomodó en su cama, cubriéndose por completo, incluso ocultando su cabeza bajo las sábanas. Apagué la luz y me recosté en mi cama, sintiendo el calor sofocante que me envolvía. No tenía la menor intención de cubrirme, necesitaba aire fresco con desesperación .

Aún sentía la quemazón en mi espalda por el contacto con Kyan, y las caricias de Erwan en mis muslos seguían resonando en mi piel. Me llevé las manos al rostro, suspirando con angustia. ¿Qué demonios acababa de suceder? Ambos me habían tocado, me habían excitado, sabían exactamente lo que estaban haciendo. ¿Acaso deseaban...?

<Por supuesto que sí, hermanita.>

No, no, no. Es imposible. Son Erwan y Kyan.

<Y son hombres. No te engañes creyendo que su condición de asesinos los libra de tener deseos sexuales.>

No me refiero a eso. Ya he estado con los dos. Sé que me desean, al igual que yo a ellos.

<Entonces, ¿cuál es el problema?.>

El problema es que los dos... quiero decir, hasta ahora estaba claro que a ninguno de los dos le importaba que estuviera con el otro. Desde mi primera vez con Erwan, eso quedó bastante claro. Pero ambos juntos, eso es algo que nunca había considerado.

<¡Venga ya, hermanita! No intentes mentirme a mí, yo lo sé todo sobre ti. Sí que has pensado en que los dos te follen a la vez.>

Me giré boca abajo en la cama, sofocando un suspiro.

Está bien, es cierto. Sin embargo, siguen siendo Erwan y Kyan. Ellos se odian, dudo mucho que quieran...

<¿Podrías callarte de una vez y dirigirte a su maldita habitación? Los dos idiotas te están esperando y lo sabes.>

Miré hacia un lado. Code parecía estar sumido en un sueño profundo, ajeno a la tormenta que se desataba en mi mente.

Me recosté boca arriba en la cama, sintiendo cómo la tensión se apoderaba de todo mi ser. Mis puños se apretaron con fuerza contra mis costados, tratando de contener la avalancha de emociones que amenazaba con desbordarme. Mi corazón latía desbocado, como un tambor enloquecido, y mi pulso resonaba en mis oídos con una intensidad abrumadora.

La racionalidad chocaba con mis anhelos más profundos, mientras una voz susurrante insistía en que me atreviera a explorar lo desconocido. Era una encrucijada emocional, una lucha entre el miedo y la pasión desenfrenada.

Pero a pesar de la incertidumbre que me atormentaba, fue mi corazón el que tomó las riendas de mis acciones. Un impulso irrefrenable surgió desde lo más profundo de mi ser, instándome a levantarme en silencio y a dar esos pasos sigilosos hacia la puerta de la habitación de los chicos. Cada paso resonaba en el silencio de la noche, como si mi propio destino se dibujara en el suelo bajo mis pies.

Mientras me acercaba a la puerta, podía sentir el latido de mi corazón resonando en cada fibra de mi ser. La excitación y el temor se entrelazaban en un torbellino de emociones que me envolvía por completo.

Mi mano temblorosa se alzaba con lentitud hacia la puerta entreabierta. Estaba nerviosa, aterrada por lo que pudiera encontrarme al otro lado. Una voz interior me susurraba que tal vez era una locura, que quizás debería retroceder y dejar de lado mis pensamientos impulsivos.

¿Y si estaban durmiendo y yo aquí, actuando como una estúpida?

Sin embargo, antes de que pudiera ceder a mis dudas, la puerta se abrió de golpe, dejándome petrificada en el lugar. Mis ojos se abrieron de par en par, encontrándome con la intensidad de los ojos grises de Kyan que se clavaban en mí. Tragué saliva con dificultad, sintiendo cómo mi garganta se secaba.

—Yo... eh...

Mis palabras fueron interrumpidas cuando Kyan agarró mi muñeca con firmeza, tirando de mí hacia el interior de la habitación con una brusquedad que casi me hizo perder el equilibrio. Un grito escapó de mis labios cuando la puerta se cerró de golpe, resonando en la habitación como un ominoso eco. Mi corazón parecía latir en mi garganta, y mi mente se llenó de un presentimiento inquietante.

Levanté la mirada para encontrarme con el rostro de Erwan, que ahora estaba frente a mí, con una sonrisa pícara que enviaba escalofríos por mi espina dorsal. Su mirada intensa me traspasaba.

—Pero mira quién ha regresado —canturreó con una voz cargada de insinuación, como si supiera algo que yo aún no alcanzaba a comprender.

—Yo ya... —balbuceé, retrocediendo— Yo me iba. Solo fui a buscar algo para beber, así que...

Antes de que pudiera terminar mi frase, mi espalda chocó contra el pecho sólido de Kyan, atrapándome entre su presencia imponente y la amenazadora sonrisa de Erwan. Mi cuerpo temblaba con anticipación, y un sudor frío recorría mi espalda mientras sentía el dedo de Kyan deslizarse por mi cuello, dejando un rastro helado de sensaciones.

—Lo siento, Leah —susurró Kyan, y su tono resonó en mi interior como una advertencia sombría— Pero ya no hay forma de que te marches.

En ese preciso momento, Erwan ensanchó sus labios en una sonrisa macabra, y su mirada ardiente se clavó en mí como una promesa de placer y peligro. Sentí cómo la mano de Kyan se aferraba con firmeza a la parte trasera de mi cuello, ejerciendo una presión sutil pero amenazante. La habitación parecía encogerse a mi alrededor, y el aire se volvió denso con una electricidad cargada de anticipación.

Me sentía como una presa indefensa, atrapada en la trampa de dos depredadores hambrientos. Pero en el fondo, sabía que me había entregado de forma voluntaria a esta situación, que anhelaba ser consumida por la oscuridad que emanaba de ambos.

Los latidos de mi corazón se aceleraron desbocados mientras los labios de Kyan rozaban mi oído, enviando escalofríos de anticipación por todo mi cuerpo. Su aliento cálido y embriagador me envolvía, y me estremecí cuando su lengua comenzó a trazar movimientos lentos y sensuales en mi piel. La firmeza de su agarre en la parte trasera de mi cuello se intensificaba, transmitiéndome una mezcla de placer y dominación.

Mientras tanto, su otra mano descendía por mi clavícula, explorando cada centímetro de mi piel hasta llegar a la fina tela que cubría mi pijama. Un gemido ahogado escapó de mis labios cuando sus dedos comenzaron a jugar con mis pechos por encima de la ropa, acariciándolos con una destreza que me dejaba sin aliento.

—Dime, Leah —la voz de Kyan era una melodía prohibida, susurrada en mi oído con una dulzura perturbadora— ¿Te gusta esto?

Mi mente se nubló con el placer que me embargaba, y apenas pude asentir, incapaz de articular una palabra coherente. Abrí los ojos, consciente de que los había cerrado mientras me perdía en las caricias de Kyan, y me encontré con la mirada penetrante de Erwan. Sostenía una copa de cristal entre sus dedos, y la lujuria brillaba en sus ojos verdes, como si estuviera saboreando el espectáculo que se desarrollaba frente a él.

El bulto de Kyan crecía en mi trasero con cada movimiento, y mi cuerpo ardía de deseo mientras sus manos se deslizaban debajo de mi blusa y tiraban con suavidad de mis pezones, provocando suspiros entrecortados de placer escapando de mis labios. Pero la presencia de Erwan, observando sin intervenir más que para beber, me llenaba de inquietud. Lo deseaba aquí, con nosotros, compartiendo el éxtasis que me envolvía.

Sin poder contenerme más, mis labios buscaron las palabras que ansiaban salir.

—Pelirrojo —murmuré, mi voz apenas un susurro entre gemidos y respiraciones entrecortadas—. Ven aquí y arrodíllate.

El sonido de mi voz pareció cortar el aire, cargando la habitación con una tensión palpable. Miré fijamente a Erwan, desafiante y llena de deseo, mientras Kyan seguía torturándome con sus caricias seductoras.

—Muéstrame por qué debería entregarte mi corazón de forma voluntaria.

La habitación se llenó de una tensión eléctrica cuando los ojos de Erwan se oscurecieron, la diversión que había en su rostro se volvió amenazante, una promesa de placer mezclado con un toque de sadismo. Dejó su vaso con un golpe suave sobre el tocador y se acercó a mí con pasos lentos pero decididos, como un depredador acechando a su presa.

Se plantó frente a mí, tan cerca que nuestras respiraciones se entrelazaron en un juego peligroso. La mano de Kyan chocaba con su cuerpo mientras seguía dedicándome su atención voraz, y Erwan sostuvo mi barbilla con firmeza, dejando un lametón provocativo sobre mis labios. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y de forma automática apreté las piernas, sintiendo cómo la excitación vibraba en cada fibra de mi ser.

Con movimientos fluidos, Erwan se arrodilló frente a mí sin dejar de mirarme, sus ojos ardientes de deseo. Kyan había subido su mano hasta mi boca, obligándome a chupar uno de sus dedos, mientras mi short desaparecía, dejando al descubierto mi ropa interior. Erwan mordió con suavidad por encima de esta, y un gemido incontrolable escapó de mis labios mientras yo, a su vez, hacía lo mismo con el dedo de Kyan. Un gemido ronco y apenas perceptible resonó en la boca del pelinegro.

De repente, Kyan giró mi rostro con brusquedad hacia él y atrapó mis labios en un beso desenfrenado, sin mostrar piedad alguna. Mi cuerpo respondió por instinto, mis labios se movieron contra los suyos en un baile desesperado, mientras la intensidad de la escena se incrementaba.

Erwan aprovechó ese momento para deshacerse de mi ropa interior, dejándome completamente desnuda y vulnerable. Sentir la entrepierna de Kyan rozando mi trasero desnudo aumentaba aún más mi deseo desenfrenado de sentirlo dentro de mí, de dejarme llevar por la pasión que amenazaba con consumirme.

Entonces, el pelirrojo levantó una de mis piernas y la colocó sobre su hombro, abriéndome y dejándome expuesta para él. Aunque no podía verlo debido al beso apasionado de Kyan, podía percibir su aliento cada vez más cerca de aquel lugar entre mis piernas que palpitaba con ansias y excitación.

—Espero que seas capaz de aguantar tanta atención sobre ti.

Y entonces, luego de sus palabras, sentí cómo la lengua de Erwan arremetió sin piedad sobre mi punto más sensible. Un gemido ahogado escapó de mis labios, pero fue sofocado con rapidez por el beso frenético de Kyan. Mis piernas se debilitaron bajo la avalancha de sensaciones y el brazo firme de Kyan me sostuvo con fuerza alrededor de la cintura, evitando que cayera al abismo del éxtasis.

El pelirrojo sabía con exactitud lo que hacía, y solo podía pensar en la creciente marea de placer que se acumulaba en el fondo de mi estómago. Cada lametazo que dejaba sobre aquel punto que tantas veces me había llevado al límite me dejaba empapada, ansiosa por más. Pero esta vez, todo era mucho más intenso, más devorador. Su lengua no me daba tregua, no me permitía prepararme para lo que estaba por venir.

Kyan, en un acto de dominio absoluto, dejó de besarme para quitarme la blusa de un tirón, liberando mis pechos para su deleite. Mis dedos se enredaron en las hebras rojizas de Erwan, aferrándome a él en busca de algún tipo de ancla en medio del torbellino de sensaciones.

—Joder —mascullé, sintiendo cómo Kyan atrapaba mis pezones con más fiereza, llevándome al límite de la sensibilidad y el placer.

Cada parte de mí ardía, cada rincón que estaba siendo atendido por estos dos chicos. Pero ya no podía aguantar más. Mis piernas comenzaron a temblar sin control, y Kyan se aferró a mí con una fuerza renovada, atrapando mi boca de nuevo y mordiendo mi labio inferior en un gesto posesivo justo en el momento en que los espasmos del orgasmo comenzaron a hacerse presentes en mi cuerpo. Sentí cómo un líquido espeso y cálido se deslizaba entre mis piernas, mientras Erwan daba los últimos lametones, prolongando mi éxtasis hasta el límite de lo soportable.

Mi cuerpo se dejó caer hacia atrás, apoyándose en el pecho de Kyan mientras mis pulsaciones se desbocaban, convirtiéndose en un frenesí de latidos desordenados. En ese momento, podría haber muerto y me habría sentido completamente satisfecha.

Sin embargo, para ellos esto no había terminado.

—Ven aquí —exclamó la voz ronca de Kyan, arrastrándome con él hacia el borde de la cama y dejándome caer boca abajo sobre ella. En medio del torbellino de sensaciones, apenas podía ubicar a Erwan en la habitación, mi enfoque había estado centrado en mi propio éxtasis.

—Levanta el culo —ordenó Kyan con autoridad, su tono dejando claro que no había lugar para objeciones. La poca energía que me quedaba fue utilizada para obedecer.

En un abrir y cerrar de ojos, sentí la punta de su miembro jugueteando con mi entrada trasera. Un escalofrío recorrió mi espalda.

—No, no. Ahí no —susurré, apoyándome con las manos abiertas sobre la cama y ladeando la cabeza en su dirección con una mirada suplicante plasmada en mi rostro—. Por favor.

Pero el deseo ardiente y salvaje en los ojos de Kyan no se inmutó ante mi súplica. Sin darle importancia a mis palabras, dio un golpe de autoridad, dándome una nalgada que hizo que diera un respingo y, al mismo tiempo, obedeciera su orden. Mi trasero quedó elevado, expuesto y vulnerable.

En menos de un segundo, sentí cómo su miembro se deslizaba con facilidad en mi interior, pero no en el lugar que temía. Un suspiro de alivio escapó de mis labios, mezclado con un gemido de placer.

—Por ahora. —gruñó Kyan en mi oído, acercándose para susurrar sus palabras llenas de promesa.

Los movimientos de Kyan dentro de mí se intensificaron, las estocadas encontrando ese punto en mi interior que había aprendido a amar. Sus manos se aferraban con firmeza a mi cintura, haciendo que cada embestida fuera más profunda y poderosa. Los gemidos escapaban de mis labios sin restricciones, mezclándose con el aire cargado de tensión.

La perla en la punta de su miembro arrasaba con todo a su paso, provocando oleadas de placer que me dejaban sin aliento. Era mío, y nunca dejaría que me lo arrebataran.

—Rubia —me llamó Erwan, y levanté la vista con dificultad. Lo observé frente a mí, sosteniendo su miembro en su mano extendida—. Abre la boca.

Y así lo hice. Mi boca se movía al compás de cada embestida de Kyan, mientras mi lengua hacía su mejor esfuerzo por proporcionarle placer a Erwan. Pero todo esto era abrumador para mí. Nunca antes me había sentido tan llena, y la arcada amenazaba con unirse al inminente orgasmo que se acercaba, envolviéndome en una embriagadora vorágine de sensaciones.

—Te voy a llenar —gruñó Kyan, su mano abofeteó de nuevo mi trasero, y eso provocó que chupara con fuerza la polla entre mis labios, intensificando el placer para él.

—Hija de...

Pero antes de que pudiera terminar la frase, Kyan explotó dentro de mí, liberando su carga al mismo tiempo en que me dejaba llevar por el placer que se había vuelto a formar en lo más profundo de mi ser. Esta vez, el orgasmo fue diferente, más intenso, más prolongado. Tuve que alejarme del miembro de Erwan para evitar morderlo mientras los espasmos me recorrían. Mi cuerpo temblaba con violencia, sintiéndome vulnerable y avergonzada por la magnitud del placer que me había desbordado. Me dejé caer exhausta sobre la cama cuando Kyan salió de mí.

Pasaron al menos tres minutos antes de que pudiera recuperar mi respiración, tendida sobre las sábanas. Sentía cómo Erwan, su presencia inconfundible, dejaba cortos besos sobre mi espalda en todo momento. Aquello me hizo sonreír, incluso si solo era visible para el colchón que me sostenía.

Cuando sentí que había recobrado algo de energía, me esforcé por ponerme de pie con lentitud, evitando que mis piernas flaquearan debido al agotamiento que había dejado esa intensa pasión. Mi cuerpo aún temblaba ligeramente por la experiencia.

—¿A dónde vas? —preguntó Erwan.

Ignorando su pregunta, caminé hacia el tocador, buscando un respiro y algo de normalidad en aquellos momentos de tensión. Kyan se encontraba de pie junto a la ventana, y un cigarro descansaba entre sus labios. Sus tatuajes resaltaban y acentuaban su figura provocativa, añadiendo un aire de rebeldía a la escena.

<Cabe destacar que está desnudo.>

¿En qué momento se quitó la ropa?

En un intento por recuperar la compostura, agarré el vaso que momentos antes había estado bebiendo Erwan y lo llevé a mis labios, dejando que el líquido descendiera por mi garganta en un intento de aplacar la aceleración de mi corazón. Bebí con determinación, sin detenerme hasta que el vaso estuvo vacío.

—Ayyy... —me removí incómoda en mi lugar, sintiendo cómo el calor de la pasión aún se aferraba a mi piel. Coloqué el vaso en su posición original. Mis ojos se encontraron con los de Kyan, y no pude evitar preguntar—. ¿Desde cuándo fumas?

Él solo se encogió de hombros.

<Déjame salir.> —la voz de Luana resonó en mi mente, exigiendo ser liberada y participar en aquel juego.

Recorrí con la mirada a Kyan y Erwan, notando cómo sus ojos permanecían fijos en mí, la tensión entre los tres era palpable, como una electricidad que cargaba el ambiente.

¿Por qué quieres salir? —le pregunté a Luana.

<Quiero divertirme también.>

Levanté una ceja.

No lo creo.

Decidida a tomar el control de la situación, le arrebaté el cigarro encendido a Kyan y lo llevé a mis propios labios. El chico me observó con detenimiento, sus ojos recorriendo cada uno de mis movimientos con intensidad, registrando cada parte desnuda de mi cuerpo. Inhalé con fuerza, dejando que el humo se filtrara a través de mis labios hacia él, creando un vínculo momentáneo y provocador.

El aire se llenó de una tensión aún mayor. La habitación quedó suspendida en un instante de anticipación y deseo. Y entonces, apagué el cigarro, dejando que el rastro de humo se disipara en el aire.

Entonces sentí como la mano de Erwan agarró mi antebrazo y me dio la vuelta de manera brusca. Mi espalda chocó contra el cuerpo desnudo y musculoso de Kyan, su piel cálida y su aliento agitado rozando mi nuca. La sorpresa y la confusión se reflejaron en los ojos de ambos..

—¿Qué demonios haces? —gruñó Kyan mientras quedaba atrapado entre la pared y mi cuerpo.

Erwan, con una sonrisa burlona en los labios, ladeó la cabeza, disfrutando del caos que se había desatado. Su torso desnudo destacaba la definición de sus músculos, y nos observaba a ambos como si fuéramos sus juguetes favoritos.

—Déjame salir de aquí. —Kyan intentó moverse, pero la presión que ejercía Erwan sobre nosotros solo provocaba que mi trasero se restregara con la entrepierna de Kyan, la cual cobraba vida una vez más.

—No quiero. —respondió Erwan en tono divertido, alimentando el fuego entre nosotros.

El pelirrojo levantó una de mis piernas con su brazo, obligándome a aferrarme a su cuello para mantener el equilibrio. Una emoción nueva y peligrosa se apoderaba de mi pecho mientras nos movíamos en esa danza prohibida. La excitación y el peligro se entrelazaban en un torbellino de sensaciones intensas. Erwan metió la mano en su pantalón y nos mostró su dureza, una exhibición provocadora que no hizo más que aumentar la tensión en la habitación. Kyan se retorció a mis espaldas, luchando contra sus propios deseos mientras Erwan dirigía su miembro hacia mi entrada, desafiante y sin remordimientos.

—Ni se te ocurra. —la voz de Kyan se escuchaba amenazante, pero al otro chico no le afectaba, incluso, podría decir con certeza, que eso había sido como una invitación para hacer todo lo contrario.

Entonces pasó.

Erwan se clavó en mí con su mirada fija en Kyan, desafiante y despiadado. El chico a mis espaldas gruñó, incapaz de resistir la situación que se le presentaba. Su miembro crecía con cada penetración de Erwan y cada roce conmigo.

Algunas cosas eran inevitables, y esa era una de ellas.

La tensión en la habitación alcanzó su punto máximo, como un resorte a punto de estallar. Las emociones se mezclaban en un torbellino de deseo, resentimiento y confusión. Las palabras escaparon de los labios de Kyan, cargadas de rabia y desesperación.

—Eres un puto imbécil.

Erwan se divertía con cada insulto que salía de los labios de Kyan y se movía con más fuerza contra mí, como si eso le encendiera, como si la ira de Kyan fuera gasolina para él.

En un instante de ardiente pasión, Erwan me besó con fuerza, su boca se apoderó de la mía en un beso voraz y posesivo. Agarré el rostro de Kyan y lo obligué a unirse a nosotros, nuestras lenguas se entrelazaron en una mezcla dolorosa de éxtasis y conflicto. El sabor del cigarro y el alcohol se mezclaban en nuestra unión, fundiéndose en una única esencia de desenfreno. Podía sentir el líquido viscoso de Kyan recorrer mi pierna mientras los espasmos del placer comenzaban a invadirme, una sinfonía caótica de sensaciones que se entrelazaban en mi ser. Incluso juraría que Luana, presente en mi mente, también disfrutaba de este torbellino prohibido tanto como yo.

Con una mirada oscura, Erwan se retiró de mi cuerpo, bajando mi pierna y sosteniéndome firmemente con un brazo, mientras con el otro se masturbaba hasta alcanzar el clímax, su liberación explotando sobre el torso de Kyan.

—¿Estás loco, imbécil? —vociferó Kyan, su voz llena de furia y desconcierto.

—Ya nos hemos besado. Somos una puta familia. —inquirió encogiéndose de hombros con indiferencia, una sonrisa burlona en sus labios.— Qué más da una cosa que otra.

En ese momento, mientras los observaba, me di cuenta de que la línea entre lo correcto y lo prohibido se había desvanecido por completo. Era como si las barreras morales y sociales se desmoronaran frente a la fuerza arrolladora de nuestra unión.

Porque así éramos nosotros, tres almas atormentadas que habíamos luchado contra nuestros propios demonios durante mucho tiempo. Estábamos marcados por nuestras cicatrices, hambrientos de conexión y comprensión. Nadie nos entendía como nosotros mismos lo hacíamos, éramos una especie de triángulo retorcido que se había encontrado en medio de la oscuridad.

¿Amor? Quizás no en su forma convencional, pero había una intensidad, una pasión desenfrenada que nos consumía a los cuatro.

¿Deseo? Sin duda, nuestras ansias de placer y satisfacción se entrelazaban en cada movimiento y cada mirada compartida.

¿Obsesión? Era posible, nuestras mentes se habían enredado en una telaraña de dependencia mutua, una necesidad de estar cerca el uno del otro.

Pero, ¿qué importaba eso? Esa era nuestra forma retorcida de sobrevivir en un mundo que nos había tratado tan mal. Éramos la encarnación de todo lo que estaba mal y, al mismo tiempo, éramos lo que el mundo necesitaba para encontrar un sentido en su propia existencia.

Leah, Luana, Kyan y Erwan.

Estos eran nuestros nombres, pero éramos mucho más que eso.

Éramos tres cuerpos fusionados en una danza de pasión y vulnerabilidad, cuatro almas entrelazadas en un lazo irrompible. Juntos, encontrábamos consuelo en nuestras imperfecciones, en nuestras heridas compartidas. Éramos una fuerza única en un mundo caótico, una entidad que desafiaba las convenciones y se aferraba a su propia verdad, sin importar las consecuencias.

Éramos nosotros, y en esa verdad retorcida, encontrábamos un extraño pero profundo sentido de pertenencia.

Fin del EXTRA: FAMILIA

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