✘E X T R A: F A M I L I A ✘ Parte 1
Nota rápida antes de que comiencen a leer: Este extra está dividido en tres partes. ¿Sobre qué tratará? Bueno, sobre lo que más me han pedido desde que se acabó la historia. If you know what I mean... Te pido por favor, que me exploten el capítulo de comentarios, ya que odiaría no poder leer vuestras reacciones después de tanto esfuerzo. Además, si veo que les está gustando, puedo subir las otras partes más rápido que, desde ya les adelanto, que no están preparados jeje.
Este extra les encantará tanto como a mí me encantó escribirlo...
Disfruten.
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"Si la química es perfecta, no importa cuántas conexiones hagamos."
Daniel Brito
Una de las pocas veces que mis padres intentaron sacarme de paseo, me llevaron al zoológico. Recuerdo que había un niño en específico que se jactaba con sus amigos de que no tenía miedo al acercarse a la jaula de los leones. Mientras sus dos compañeros estaban a una distancia considerable de la jaula, el chico estaba casi tan cerca que si al león que estaba más cerca, le daba por aproximarse y sacar sus garras de entre los barrotes, le arrancaría un trozo.
A los ojos de los demás, aquello era un acto de valentía, de no temor. A mis ojos, era un acto de estupidez, una mentira.
El chico sabía que si al león le daba por acercarse, tendría el tiempo suficiente para poder escapar. A fin de cuentas, las bestias estaban dentro de la jaula y él fuera.
La valentía era fingida.
<Si no te dan miedo las fieras, ¿por qué las miras detrás de la jaula?>
Bueno, en estos momentos yo me sentía como ese niño. Y Luana no perdía el tiempo para recordármelo.
Me decía a mí misma que no les tenía miedo. Sin embargo, aquí estaba yo, sentada en el columpio de la entrada en la casa de mi madre, mientras Kyan y Erwan permanecían dentro de las cuatro paredes, cada uno en un extremo de la habitación.
Habían pasado dos días desde que había visitado a mi padre a la cárcel, y desde que dije aquellas palabras.
¿Qué los dos me besaran? ¿En qué estaba pensado? Son Kyan y Erwan, dos asesinos, uno estuvo cazando al otro, se enfrentaron. No hay manera de qué se lleven bien, y menos solo para estar conmigo.
Por eso pasaba la mayor parte del tiempo aquí, sentada en el columpio mientras los observaba a través de las ventanas. Ellos no interactuaban. Cada quién estaba en sus cosas. Por suerte elegí venir cuando mamá se había ido de excursión con sus amistades del trabajo. No estaba tan loca como para dejar que mi madre estuviera rodeada de dos asesinos.
<De tres. Querrás decir.>
Cierto, Luana. Me había olvidado de tu existencia.
El punto es, que no sabía como interactuar con ellos luego de aquel día. A penas había intercambiado palabras con Erwan. Kyan, por el otro lado, ni me miraba. Me sentía ahora mismo con miles de cosas en la cabeza. No sabía que hacer para que todo se resolviera, no sabía si debería huir lejos de ellos y retomar mi vida desde cero, no sabía nada.
Todo había sido una rutina en estos días para mí. Sin embargo, esa noche, algo cambió.
—¡Vas a pagarlo muy caro, puta perra!
Me levanté del columpio cuando observé como un hombre bastante corpulento, arrastraba a una chica que no parecía tener más de 15 años. Aquello me pareció tan descabellado que no lo pensé dos veces antes de correr hacia aquellas personas.
—No eres más que una puta barata. —seguía escupiendo aquel hombre— Sí te digo que quiero que el cliente se vaya con un recuerdo memorable, no me refería a que le mordieras la polla.
—Pero es que... —al escuchar la voz de la otra persona, mi cerebro hizo corto circuito.
—¿Acaso te he pedido que hables? ¿O quieres que te corte la polla a ti también? —el hombre se había girado en el acto y agarraba el cuello del chico con brusquedad, tanto así, que el menor parecía que podía romperse en sus brazos—De todos modos, los clientes solo quieren llenarte el culo.
—¡Oigan! —grité mientras me acercaba.
Niña o niño, aquello era violencia infantil, y no dudaba que hubiera prostitución también. No podía dejarlo pasar.
—Deja al niño en paz. —el hombre me observó de arriba a abajo antes de soltar una sonrisa incrédula. Soltó al infante, dejando que el chico cayera al suelo.
—¿Acaso quieres ocupar su lugar? —escupió y comenzó a acercarse a mí.
A pesar de la diferencia de complexiones entre ambos, no sentía ni una pizca de miedo. Porque sabía que Luana saldría a mi rescate en cuanto sintiera que estaba en peligro. Tenía a una asesina dentro de mí, y ya lo había aceptado.
No obstante, cuando aquel hombre levantó la mano y logró darme una bofetada que me lanzaría hasta quedar junto al chico sobre el suelo, el miedo comenzó a resurgir.
¿Luana? ¡Luana! ¡¿Dónde demonios estás?!
No había respuesta.
Oye, no puedes dejarme ahora. Ya te he perdonado por tus mentiras. Sal de una maldita vez.
—¿Quieres ser mi puta también? —cuando el hombre me cogió por la barbilla con tal fuerza que dolía, empecé a entrar en pánico. La mejilla me ardía por el golpe, pero eso era lo que menos importaba. Quería escupirle y salir corriendo, pero estaba en shock.
Una furgoneta se acercó a la calle en que estábamos. Dos hombres se bajaron de ella.
—Llévense a la chica también. —exclamó el hombre antes de entrar en el asiento de copiloto en la furgoneta.
Miré al chico a mi lado. Su rostro estaba magullado, tenía la ceja cortada, el labio partido y un ojo hinchado. Se abrazaba a sí mismo como si quisiera desaparecer. Tenía la ropa rota y marcas de mordidas en el cuello. Me sentía asqueada al pensar lo que podían haber hecho con él.
Lo lanzaron al asiento trasero del vehículo como si fuera una bolsa de basura.
Luego de eso, aquellos hombres se dirigieron hacia mí. Estaba jodida. Me iban a secuestrar. Y Luana me había abandonado. No tenía a nadie que me protegiera.
Me ataron las manos y me subieron junto al menor. Cerraron la compuerta y, para ese momento, ya me había resignado. Quizás merecía esto. Mis manos habían asesinado a muchas personas. Aún podía recordar lo difícil que era sacar las manchas de sangre de mi piel.
La furgoneta arrancó. El chico a mi lado estaba sollozando. Acerqué mis manos aún atadas y sostuve las suyas, intentando aligerar su miedo, a pesar de que yo estaba aterrorizada.
Fue entonces, cuando, en la primera curva, escuché un ruido seco en el techo del auto y me sobresalté. Nos detuvimos en seco cuando alguien de cabellera rojiza se deslizó por el cristal delantero, solo para colocarse de cara a nosotros con el arma levantada en dirección al copiloto. Casi se me salen las lágrimas de felicidad al ver aquella sonrisa aterradora.
—Buenas noches señor corpulento. —exclamó Erwan— Sería tan amable de desatar a la hermosa señorita de atrás y dejarla ir. Es la única persona que me amó aún después de haber visto el monstruo en mí. Es mi razón de vivir.
—Este tipo es idiota. —escupió el hombre de antes— Atropéllalo.
Sin embargo, no hubo respuesta de parte del conductor. Para sorpresa del hombre, el conductor tenía un tiro en la cabeza, al igual que las dos personas que me subieron a la furgoneta.
¿En qué momento...?
—Ay, lo siento. Pensabas que al yo ser uno solo y ustedes cuatro, tendrías alguna oportunidad de vivir. —el pelirrojo hizo una especie de puchero con sus labios— Verás, esa chica no se enamoró de un monstruo, se enamoró de dos. Y para tú desgracia, ella es la razón de vivir de ambos.
La puerta a mi lado se abrió de repente, dejando ver a Kyan con la mandíbula tensa. Me tendió la mano y se relajó al sentir mi tacto.
—¿Estás bien? —masculló y me entraron ganas de llorar.
—Ahora sí. —le sonreí. Kyan me desató y nos quedamos unos segundos en silencio, mirándonos el uno al otro.
Entonces se escuchó un disparo. Pude ver por un milisegundo como la bala había rozado la tela de la chaqueta de Kyan, dejándole un agujero diminuto. Ambos nos giramos hacia Erwan.
—Mala mía. Quería dispararle a él. —el pelirrojo levantó la mano señalando al hombre de la furgoneta— Creo que mi puntería está empeorando.
—Púdrete.
Mis labios se curvaron en una sonrisa y sentí que cómo la vista se me empañaba.
Ya no estaba sola.
<De nada.>
Conduje al chico a casa, mientras Erwan y Kyan se encargaban de deshacerse de los cadáveres y del vehículo. Era extraño que ambos estuvieran trabajando juntos en algo. Aún se seguían lanzando dagas con la mirada pero, al menos, estaban cooperando.
Luego de haberle indicado al chico dónde podía ducharse, me dirigí a la cocina a preparar dos Cola Cao. Estaba temblando y no sabía si era de la brisa de la noche a punto de caer o del pánico que había experimentado.
Me llevé la taza a los labios mientras visualizaba a través de la ventana cómo los chicos limpiaban el vehículo. Kyan llevaba un suéter blanco que se le adhería a la piel por el sudor, y se le transparentaban los tatuajes de sus brazos y resaltaban los del cuello. Con una de sus manos enguantadas se retiró el cabello que le caía mojado por la frente. Mis labios se entreabrieron.
Posé la mirada en el chico de cabello rojizo que se acababa de retirar el abrigo. Su piel pálida brillaba y sentí ganas de recorrerla con mis manos. Se agachó para exprimir le paño con el que estaba limpiando el auto. Sus dedos tomaron con fuerza el paño y lo retorció una y otra vez. Por un momento, imaginé que esas manos me rodeaban el cuello, el látex de los guantes picaba, pero a mí me...
—Hola... —dejé caer la taza sobre la encimera, como si me hubieran pillado haciendo algo ilegal. El chico se sobresaltó.
—Lo siento. —le sonreí, limpiando con un trapo el líquido que se había desbordado.
—No importa.... —murmuró, de pie en el umbral del pasillo. Sus dedos jugueteaban frente a él con el suéter que le había prestado. Le quedaba algo grande ya que, nuestra diferencia de complexión, era más qué evidente. El chico estaba en los huesos, tenía el cabello por debajo de los hombros y agrietado, esa había sido la principal razón por la que había pensado que era una chica en primer lugar.
—Tómate esto. —le alcancé el Cola Cao— Debes tener frío.
Se acercó con cuidado y agarró la taza. Miraba a su alrededor sin parar.
—Si tienes hambre o necesitas algo, puedes decirme. —inquirí, mostrándole una gran sonrisa— ¿Tienes familia?
Asintió.
—¿Dónde viven? ¿Te sabes su número de teléfono?
El chico negó con la cabeza.
—¿Cómo terminaste con esa gente? —pregunté. Se tensó— Si no quieres responder, no importa.
—Mi papá me vendió. —sus palabras agrietaron mi corazón. Siguió bebiendo.
—¿Y tú mamá?
—No tengo madre. —declaró y yo no me atreví a seguir preguntando.
Era solo un niño con el alma destrozada. No me imaginaba todo por lo que había pasado. Teniendo un padre que lo cambiaba por dinero o por drogas, vete tú a saber, su vida no tenía que haber sido fácil. Al menos mi padre hizo todo lo posible para mantenerme a salvo. Lo odiaba, ese era un sentimiento que no podía evitar, era muy pronto, pero eso no quitaba que, en parte, entendía la razón de sus mentiras.
Este chico, no había corrido con la misma suerte que yo.
Debería de llevarlo a la policía para que ellos hagan lo que consideren necesario para su salud y seguridad. Yo no podía hacer nada más que darle un techo para que se refugiara mientras tanto.
Se terminó el Cola Cao y bostezó, distraído.
—¿Quieres dormir? —le pregunté, dejando ambas tazas en el fregadero.
Asintió y lo acompañé a la habitación de mi madre, donde yo había dormido estos últimos días, para que descansara allí. No podía llevarlo a mi cuarto porque Erwan dormía allí, ni a la habitación de invitados, que era donde descansaba Kyan. Yo podía dormir dónde fuera, incluso en el sofá del salón. No era la primera vez que lo hacía.
Me entretuve preparando algo de comer, mientras esperaba que los chicos regresaran. Se habían ido con el auto, a lo mejor lo iban a dejar tirado por allí o le iban a prender fuego, no tenía ni idea.
Regresaron cuando la noche estaba en su máxima potencia. Erwan me saludó, animado como siempre. Kyan solo me miró una vez y siguió su camino hasta las escaleras.
—Esperen. —los detuve— Bajen a comer cuando terminen.
—Cómo quieras, rubia. —me guiñó un ojo.
—Yo prefiero comer en el cuarto. —inquirió Kyan— O no comer, tampoco tengo mucha hambre.
Intentó seguir de largo, pero continué hablando y se detuvo.
—Tenemos que hablar del futuro del chico. —no aceptaba un no por respuesta— Así que los quiero aquí en media hora.
El gruñido que emitió Kyan sonaba como un "si no queda remedio", me molestaba, pero al menos no era una negación. Ambos desaparecieron por las escaleras. Suspiré, ni siquiera sabía que había estado conteniendo la respiración.
Tratar con Kyan estaba siendo una tarea difícil. No sabía por qué tenía ese mal humor todo el tiempo.
<Porque no le agrada tener que compartirte, hermanita.>
Pues qué lo diga, entonces.
<Si no lo hubieras estado evitando, tanto a él como a Erwan, a lo mejor te lo hubiera dicho.>
Me llevé las manos al rostro.
No quiero oír eso. No quiero escuchar su rechazo. Me dolería en el alma. Me niego a perder a uno de los dos. Los necesito en mi vida. Ellos lo son todo para mí, son los únicos que conocen todo sobre mí. Sin ellos me sentiría perdida.
<Pero no puedes obligarlos a que estén en un lugar dónde no quieren estar.>
Eso está claro. Esa es la principal razón por la que los he estado evitando, porque sé que, en el momento en que hablemos, todo se va a ir a la mierda.
Yo los quiero conmigo, pero si ellos no quieren, no puedo hacer nada para evitarlo.
<Puedes secuestrarlos como mismo hizo Erwan contigo. El amor es un sentimiento que se puede imponer.>
No funciona así, Lu.
<A Erwan le funcionó contigo.>
Yo no me enamoré de él solo por las acciones que llevó a cabo mientras me mantenía secuestrada. Mis sentimientos hacia él florecieron al comprender la verdad: él era un asesino. Me di cuenta de que en cualquier momento podría haber decidido poner fin a mi vida, ya que había tenido oportunidades más que suficientes para hacerlo. Sin embargo, en lugar de eso, me rescató en varias ocasiones de las garras mismas de la muerte.
Fue en esos momentos, cuando nuestras vidas pendían de un hilo, que mi corazón descubrió una extraña atracción hacia él, una conexión inexplicable que desafiaba todas las convenciones de la razón y la moralidad. La dualidad de su naturaleza, llena de oscuridad y redención, creó una paradoja emocional dentro de mí, desencadenando una fascinación inquietante y aterradora.
Así que no, a mí nadie me obligó a amarlo. Yo quise hacerlo. Yo decidí rendirme ante mis sentimientos.
(...)
Decidí yo también aprovechar para darme una ducha. Odiaba comer antes de haberme bañado.
Cuando salí del cuarto de baño del primer piso, Erwan y Kyan estaban cada uno sentados en una esquina de la mesa. Mi corazón dio un vuelco. Bajo el agua, había decidido que tomaría esta oportunidad en la que estuviéramos los tres juntos para aclarar todo de una vez por todas.
No podía seguir huyendo de las bestias.
Kyan alzó la mirada y la cruzó con la mía. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal cuando sus ojos bajaron hasta mis labios y luego hacia mis pechos que se me marcaban por encima del pijama. Me abracé a mí misma. ¿En qué momento elegí ponerme esta ropa?
<No lo hiciste tú, hermanita.>
Estás muy presente, últimamente. Déjame en paz.
Carraspeé y Kyan se reacomodó en su asiento, inclinándose hacia delante y apartando la mirada. El pelirrojo me observó y sus hoyuelos se acentuaron.
—Te gusta ver el mundo arder, rubia. —su tono burlón me avergonzó por un momento, pero evité que se me notara.
Me senté en medio de ambos.
—Creo que deberíamos cuidar al chico por un tiempo. —habló primero Kyan. Fruncí el ceño, confundida.
—¿Cómo? —exclamó Erwan, igual de perplejo que yo.
—No podemos llevarlo con la policía, ni a un hospital, ni a un orfanato porque las personas que lo tenían lo pueden encontrar de nuevo.
—Pero... —dije— ustedes los mataron, ¿no?
—Sí, es cierto, pero esto es más grande que eso. —añadió Kyan, con un tono neutro— Me fijé en el tatuaje que tenía en la parte trasera de su cuello. Lo he visto antes. Pertenece a una secta que estuve investigando hace un par de años. Necesitamos a ese chico con nosotros. Podemos protegerlo y él nos puede dar información del grupo criminal.
—Espera, espera. —Erwan soltó una carcajada que no pretendía que fuera graciosa— ¿No estás más preocupado por el hecho de que este chico acaba de ver cómo matamos a varias personas?
—Si lo mantenemos con nosotros, él no va a decir nada. Lo hemos salvado.
—¿Estás hablando en serio? Tenemos que matarlo, este chico ya ha sufrido lo suficiente en esta vida.
—No vamos a matar a nadie inocente. —declaró Kyan.
—¿Y por qué? ¿Porque lo dices tú? No me hagas reír.
—No, porque es lo que deberíamos hacer si vamos a jugar a la familia feliz. —mi corazón se detuvo. Lo miré— Ahora somos tres asesinos conviviendo. Yo necesito matar para calmar mi oscuridad, tú asesinas a rubias como hobby y ella... —nuestras miradas se cruzaron— Bueno, Luana mata cuando quiera.
<Eso es.>
—Y todo el mundo podrá seguir haciendo lo que le plazca, siempre y cuando, no sean personas inocentes. Cada víctima nuestra deberá haber cometido al menos un crimen. Esa es mi condición.
Erwan alzó la cejas.
—Nunca he tenido compañeros de crimen. —apoyó sus codos sobre la mesa y acunó su barbilla con sus manos— Me gusta la idea, pelinegro.
¿Pelinegro?
—Entonces el chico no muere, lo cuidaremos nosotros hasta qué...
—Esperen un momento... —exclamé, mientras mi mente se nublaba. No lograba comprender lo que estaba sucediendo— ¿Qué diablos está pasando aquí? ¿Acaso ustedes no se odiaban?
—No cuando se trata de ti... —respondió Kyan, clavando sus intensos ojos en los míos mientras pronunciaba esas palabras.
—Pero, ¿no me estabas ignorando porque no querías compartirme con él? —pregunté confundida.
La situación parecía tan complicada, tan llena de contradicciones.
—Leah, déjame hacerte una pregunta en cambio. —comencé a jugar con las uñas de mis manos— ¿Nos amas a los dos?
Mi corazón dio un vuelco, mientras una oleada de emociones me invadía por completo. Mi mirada se desvió hacia Erwan, quien observaba la escena con una ceja levantada, como si estuviera disfrutando del drama. Luego, volví a posar mis ojos en Kyan y, con un suspiro, asentí con sinceridad.
—¿Podrías decir a quién de los dos quieres más?
Mis palabras se trabaron en mi garganta, luchando por encontrar una respuesta adecuada. Sentía que estaba enredada en una telaraña emocional, incapaz de discernir con claridad mis sentimientos.
—Es que... siento que... —comencé a explicar, buscando las palabras adecuadas— Siento que cada uno de ustedes ha ocupado un lugar especial en mi corazón, pero por razones diferentes. No creo que mis sentimientos puedan medirse en términos de quién es más amado. Me siento completa cuando estoy con los dos. Cada uno de ustedes me complementa de una manera única, como si fueran las piezas de un rompecabezas que encajan perfectamente a cada lado.
Una lágrima solitaria se deslizó por mi mejilla, reflejando la complejidad de mis emociones. Bajé la cabeza, sintiéndome vulnerable y confundida.
—No era mi intención enamorarme de los dos. Yo... lo siento —murmuré, con la voz entrecortada.
Kyan se levantó de su silla y se arrodilló a mi lado, levantando mi barbilla con ternura. Sus ojos reflejaban comprensión y cariño.
—Leah, has tenido la suerte de experimentar un amor tan profundo por dos personas en tus cortos años de vida... —me sonrió suavemente, y sentí un cálido destello de familiaridad en su expresión— No hay nada de malo en eso.
El silencio se apoderó de la habitación, permitiéndome absorber cada matiz de su expresión. Sus palabras resonaron en mi interior, desafiando las convenciones y las expectativas impuestas por el mundo. Sentí cómo su aceptación disipaba mis miedos y dudas, liberándome de las cadenas emocionales que me ataban. Era como si Kyan, en ese instante, me diera permiso para explorar y experimentar el amor sin restricciones, sin juicios ni condenas.
—Rubia.
Erwan se había colocado a mi otro lado. Ladeé la cabeza y ahí estaba él, de pie junto a mí.
—Somos tuyos y tú eres nuestra. Nos pertenecemos.
—Pero... quererlos a los dos... ¿eso no me convierte en alguien egoísta?
Su mano se enredó en mi cabello.
—Puedes ser egoísta con nosotros. —su dedo índice recorrió mi rostro hasta tocar mis labios— Puedes ser lo que quieras.
<¿Recuerdas cuándo soñábamos de niña encontrar a alguien con quién pudiéramos ser nosotras mismas y que no saliera corriendo? Lo hicimos, hermanita. Ellos son nuestro lugar seguro.>
Continuará...
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