082 - EJÉRCITO DE MANZANAS ROJAS
CAPÍTULO OCHENTA Y DOS
SORAYA AGUILAR
¡MANZANAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!
Reclamo nada más despertar.
Maldigo la vía que me estorba y se me clava después de un bruto levantamiento que hacen doler varias partes del cuerpo, no tanto cómo el que sentí al ser interrumpida del mayor deseo que he tenido.
¿Y ahora? ¡¿Dónde está ella?!
Aquí en el dormitorio no, desde luego, solo está Odas y el doctor con cara de ogro diciendo no sé qué mamadas. Que siga diciendo, lo único que me importa es regresar a mi máximo momento de felicidad, el único que he tenido, justo cuando creí que iba a saborear la joya roja.
Volveremos a encontrarnos. En esta o en otra vida, pero nuestra unión se producirá por juramento. Quien se interponga se convertirá en mi enemigo. Del mismo color que ella me teñiré de ser necesario.
Dirijo la mano a la vía cuando el primer obstáculo en formato tío cañón se interpone prácticamente sobre mí. Huele a testosterona, a macho peludo, a jamón ibérico encima de una tostada follada por un tomate recién cogido de la huerta más preciada en costa mediterránea. Con aceite de oliva virgen extra, tan virgen como yo cada vez que aparece el empotrador. De postre quiero manzana.
Quiero echar un polvo en un manzanal.
Nueva meta desbloqueada.
El doctor insiste en estar encima con la gran mano sobre la mía impidiendo que me quite la vía. El semblante serio tiene chorreando mis hormonas. Tan de cerca, con los labios a casi rozar, embaucada por su mirada me confieso amante del verde de sus ojos que recuerdan a las hojas de un manzanero. Además, sus gruesos labios tienen la tonalidad de la fruta.
Contraigo los labios recortando el espacio. Antes de averiguar si su comisura saben a manzana retira la mano del agarre y la emplea para cubrirme la boca. Su expresión no ha variado ni un centímetro.
Odas chillón agita las alas.
—Ángel, no eres mi tipo —confiesa firme.
—Auch, qué malo.
—Y yo no me parezco al tuyo —sale de la cama —No te quites la vía y reposa, te queda por recuperarte. Avisaré a Hugo, Derek tuvo que irse por un asunto urgente. Tienes el móvil a la derecha por si lo quieres llamar. ¿Necesitas algo para cuando regrese?
—Una manzana.
—Tienes que comer más que eso.
—Dos. Tres. Cuatro. Cinco manzanas —le muestro los cinco dedos.
—Procura contactar con Derek —suspira resignado.
Creo que no cumplirá y me quedaré sin manzanas, así que recurro a la estrategia que nunca falla. Nada más estar sola marco a Derek.
Un tono.
Dos tonos.
Tres tonos.
Cuatro tonos.
Salta el buzón de voz.
—Me urge un ejército de manzanas para dominar el mundo. No me sirven las verdes, las quiero rojas, intensas. También, en menor importancia, pero casi igual de urgente, una polla. Digo, eso no dije. Un hombre. Eso dije. Si no eres tú será el primero que caiga. Bromeo. O tal vez no —se me escapa la risa —Ahora en serio. Regresa, deberías estar aquí. Pero si no es con un cesto de manzanas ni aparezcas.
Si no ha quedado suficientemente claro le lleno el WhatsApp de puros iconos de manzana roja. Ni verde, ni amarilla. Roja. Para cuando Hugo aparece debo haber mandado un millón de manzanas.
—Me pegaste el susto de la vida —no hay manzana. Arturo ya me está fallando —Me dan escalofrío de solo imaginar en el lugar que estuviste, me pongo enfermo de ver cada herida y que... Esos hijos de puta. Los que te persiguieron. Lamento ser tan poca cosa por el mundo al que entraste.
—Te perdono si me traes una manzana.
—A ti no te gustan las manzanas.
—Ahora sí.
Hago puchero esperando que reaccione y vaya a por la susodicha, pero antes que eso ocurra entra Arturo. El doctor carga una bandeja que contiene lo que ridículamente nombra desayuno equilibrado. Me la entrega. Tras revisar el contenido me embriaga la felicidad. Cortó una manzana roja en trozos pequeños para mi. Que romántico.
Tiro al suelo lo demás quedándome con lo que interesa.
—La comida no se desperdicia —me riñe el idiota.
—Estoy con él.
—¿Arrimáis cebolleta a escondidas? Que guarros, y que malo para mi pobre mordisquitos que te ama tanto. Hablando de él. ¿Qué hace que no viene a verme en mi delicado estado? ¿Ya no me quiere?
Los dos hombres enmudecen. Cada uno parece más cabreado que el otro. No podría importarme menos mientras degusto la fruta.
—Alessandro no quiere verte así —confiesa Hugo —Ha estando deprimido desde que supo lo que te había pasado. No se lo consideres, es muy duro para él después de lo que le hizo su familia.
—¿Qué le pasó? —pregunta Arturo.
—Alessandro es un Santoro y la combinación de una entidad inhumana que a día de hoy desconocemos. Aunque él apuesta que es un zombie —explico estando al corriente —Los Santoro son una de las cinco familias más importantes para la Orden, pero eso tú ya lo sabes.
—Tener un hijo con un inhumano lo consideran una aberración.
—Ser un chupa pacifista no es mejor —Hugo lo mira mal.
—Estoy cómodo con lo que soy.
—Mientras miles de vidas padecen en el campo de batalla tú estás en el mundi de yupilandia —Hugo se ha informado bien, igual que yo.
—Tengo entendido que el de las drogas eras tú.
Observo la pelea en modo espectadora sustituyendo las palomitas por los trozos de manzana. Espero la siguiente escena expectante. Más con la soltada de factos que se ha producido. Sin embargo, antes riño a Odas, ya que la miserable ave casi me roba un trocito de fruta.
Hugo agarra al doctor por la sudadera y lo estampa contra la pared, tiemblan las cuatro. Lo agarra con rabia, enseñando los dientes que aprieta con la fuerza que no acaba de liberar.
En el momento en que decide golpearlo la puerta se abre al completo.
—¡Algo ocurre!
—Ahora no, mordisquitos —protesto.
Alessandro mira el puño de Hugo y le pone mala cara, suficiente para dejarme sin espectáculo. Da un empujón al doctor al soltarlo. Seguidamente Alessandro estira de él para que se apresure a seguirlo.
¡Eso sí que no! ¡Desgraciados, los chismes se comparten!
Arranco la vía y salto de la cama, demasiado rápido, afortunada que soy por el doctor. Gracias a él que no caigo de morros al suelo.
—Me llevas al chisme o voy solita, pero yo sin chisme no me quedo.
—Espero por tu bien que no vuelvas a necesitar atención.
—¿Y eso por qué?
—A la próxima te ato en la cama.
—¡Qué pervertido!
Apresuro la marcha haciéndome la miserablemente ofendida, aunque en realidad lo hago por el chisme. No quiero llegar tarde y quedarme sin él.
Saliendo del piso observo la actuación de la guardia que impuso por mi seguridad Derek. Están sacando sus pertenencias.
—¡Divina! —Damián agita la mano.
Me uno al grupo compuesto por Alessandro, Damián, Hugo y Máximo. Arturo también lo hace.
—¿Qué está pasando? —pregunto, independientemente a si ya lo estaban contando. Que empiecen de nuevo por no esperar.
—No estoy muy segura, divina. Estaba calentando la cama con mis esposas cuando se armó el jaleo. Estoy muy ofendida. Así imposible que procree —se toca el pectoral disgustado —Soy Conquista. Mis hijos conquistarán el mundo al igual que hizo su hermoso padre a través de grandes aventuras. Espero que más de uno me venga como yo lo hice. Casado. Ah, y que no se te olvide. Serás la madrina de cada uno.
—Mucho trabajo, paso.
—¡Divina! —agudiza.
Espero que Máximo sí sepa que ocurre. Pero él dice:
—Tuvo la descortesía de no invitar a ninguno de sus hermanos. Hubiera sido un orgullo presenciar a mi hermano casarse. Y fueron tres veces.
—Ay, deja el drama. Estás más que invitadísimo a la boda con Daniela —le da un empujoncito en el brazo.
—Nada de eso responde a mi pregunta —les expreso el disgusto con una mueca.
—Pequeña, ya deberías conocerme lo suficiente para saber que si supiera lo que ocurre ya lo hubiera compartido. Yo venía a pasar el día con Alessandro. Me interesa mucho saber de él.
—Ya te dije que te alejarás de mi chico, lo disparaste —Hugo presiona el pulgar en su traje.
—A mi no me molesta que venga —defiende Alessandro.
—Gek! Ek sal sy piel afsny en dit kook!
(¡Loco! ¡Le cortaré la polla y la cocinaré!)
Damián se endereza, pierde el color y se esconde tras Máximo, esperando un milagro que lo haga invisible. Muy poco probable, casi imposible, ya que hoy eligió un kimono rosa chillón. Ni los reflectores en la noche son tan visibles como él.
Los gritos de la africana no cesan mientras baja las escaleras.
Ignorando a su esposo muestra la pantalla a Máximo. Este le toma con cuidado de la muñeca acercando más el aparato. No acaba de creerse lo que ve.
—Tu hermano se puede ir a la mierda —dice, finalmente en español.
Clavando los codos en los hombros de Máximo, Damián se asoma a ver el misterio que guarda el móvil.
—Si es su voluntad no hay nada que pueda yo hacer —su atención recae en mí mientras se ajusta la corbata, incómodo —¿Sabes algo de mi hermano, pequeña?
Me fijo en si ha respondido a mis manzanas. Las ha dejado en visto. Él mismo, no sabe hasta qué punto puedo ser insistente. Envío otra tanda de soldados rojos antes de responder a Máximo:
—No.
—Exijo saber qué pasa —dice Hugo.
—Mi hermano ha ordenado una retirada de toda la guardia. Quizás sea un malentendido. Estamos en un proceso de cambios. Muchos empleados han decidido irse, otros están siendo evaluados y los que quedan están pasando por terapia de choque para superar su miedo a la muerte.
—¡¿Y qué hay de nosotras?! —Samiya sorprende a Máximo al tirar de su americana — ¡Ninguna le tememos! ¡¿Entonces?! ¡¿A qué se debe que nosotras también hayamos recibido la orden?!
—Tranquilízate, Samiya. Cómo ya bien he mencionado debe tratarse de un malentendido que puede arreglarse. Pero, por ahora, lo mejor será acatar. Mi hermano puede ser muy impredecible.
—Unos días de relax en el spa, vroue —Damián le dura la sonrisa romántica lo que tarda Samiya en darle una mirada matadora —Vivir preocupada no le hará nada bien a tu cutis.
—Si todos se largan me quedaré. Si todos son idiotas de pensar en que es correcto dejarla desprotegida, yo seré quien ponga la inteligencia. Ni yo, ni mis hermanos nos vamos a ir.
—Habla por ti —Kora carga dos maletas rosas fucsia, la persigue Liang con una tercera del mismo color —Yo me vuelvo a nuestro hogar con Damián. Ya me he cansado de cuidar a la niña.
—Te recomiendo no hablar así de ella —la sangre de los presentes se congela con el tono de Máximo —Te debo apreció por ser mi cuñada, pero tras tu poca profesionalidad pendes de un hilo en la organización.
—Si, señor —Kora retoma su marcha cabizbaja.
—Te daré amor en casa —trata de animarla su esposo.
—En china tenemos un proverbio que dice. Incluso la liebre muerde cuando es acorralada —me habla Liang —Te pido disculpas por su comportamiento. Ella puede ser muy complicada.
Liang sigue los pasos de Kora.
—Samiya, te lo ruego. Ven también a casa —le suplica Damián —¿Realmente no quieres estar conmigo? ¿Quieres el divorcio? Cada vez te siento más lejos, y eso ya no me está gustando.
—Tengo trabajo que cumplir.
—Te despido.
Samiya suspira antes de abandonarnos dejando a su esposo una expresión dolida tras la negativa. Se hace el fuerte, aun así sus ojos manifiestan el claro deseo de deshacerse en lágrimas.
—Iré a ayudar a Kora y Liang —se apresura en huir.
—Y yo pasaré mi tiempo libre con Alessandro. He realizado una lista de los mejores restaurantes —comunica Máximo y al mencionado le brillan los ojos —Ninguno incluye menú degustación.
—Menos mal, es que ahí sirven aire —se queja Alessandro.
—Culpa mía, no volverá a suceder.
—Todavía no he dicho que pueda ir —Alessandro besa la mejilla de Hugo haciéndolo cambiar de parecer —Lo quiero de vuelta por la tarde.
Solo quedamos Arturo, Hugo y yo, el próximo médico es el primero en hablar dibujándome una mueca:
—A la cama. Tú recuperación depende del descanso.
Busco la salvación en Hugo sin suerte:
—Te obligaré si lo desobedeces.
—Vosotros estabais discutiendo —les recuerdo, pero ni con esas se ponen en desacuerdo. No es momento para descansar, sino que lo es para averiguar qué está ocurriendo tras la retirada de la guardia —¿A nadie le preocupa que yo vaya a quedar desprotegida? ¿Tan poco me queréis?
—Yo siempre te protegeré —declara Hugo.
El aburrimiento se adueña de mí. No encuentro satisfacción en los vídeos de TikTok, así que recurro a los grabados con Derek, los únicos que me obligan a tapar la risa observando lo juvenil y espontáneo que es. Nadie aceptaría al verlo así que su identidad es el jinete de la muerte. Tacharían de loca a quien se le ocurriría decir semejanza verdad oída como barbaridad.
Abro la aplicación de mensajes comprobando que de nuevo ha dejado en visto las manzanas. Lo que le ocupa no le da tiempo para contestar, y tampoco siento que esté en peligro como en Italia. Sin embargo, tan pegado a mí, no entiendo el que se haya ido cuando estoy herida, cuando más lo necesito. Con él permanecer en la cama no sería un calvario, no por el sexo, el cual dudo que me diera por mi estado, sino porque siempre encontraría la manera de distraerme.
Te extraño.
Demasiado.
Digo que no lo siento, que no puedo albergar sentimiento por quien no he conocido a consecuencia del teatro, no obstante, es un engaño, la verdad es que él se ha instalado en mi corazón y no quiere salir.
Entre medio de su papel de actor me dejó ver su auténtica personalidad. De ello yo me he atrapado.
¿Cuándo vuelves?
Han pasado cuatro días desde que desperté y tengo un odio generalizado por el color azul gracias a los vistos. Mensaje que escribo, mensaje dejado en visto. Me estoy empezando a mosquear.
Inconscientemente acaricio el colgante.
Arturo me trae la comida sin aprender la lección.
El menú de hoy incluye: judías blancas estofadas, revuelto de champiñones, tomate al horno y una manzana. Una dichosa manzana verde. No quiero esa mierda.
Lanzo todo al suelo.
—¡¿Verde?! ¡¿En serio?! ¡Roja! ¡La quiero roja! ¡¿Qué no entiendes estúpido psicópata unineuronal?!
Al momento en que se pone a limpiar lo ataco con la almohada empleando suma violencia. Golpe tras golpe. Chillando histérica. Hasta que en uno de los ataques es capaz de desarmarme. La agresividad no se disipa. Estoy tan furiosa, tanto que lo sigo agrediendo salvaje.
Me regresa a la cama colocado encima y amarra mis muñecas por encima de la cabeza con su mano. Notoriamente cabreado, de esos cabreos varoniles que hacen que un hombre luzca más atractivo a través de su expresión ruda. Por otro lado, la sangre que emana de los rasguños que le he causado no afloja el deseo.
No me importaría follármelo. Aquí y ahora.
—Escogió un mal momento para irse. Tienes las malditas hormonas desatadas —se queja impidiendo el beso —¿Cuándo menstruas?
—Oye, eso es privado —me ofendo a la de cuatro.
—Solo descarto posibilidades.
—Nosotros nos cuidamos.
Es imposible que esté embarazada. Imposible no, sería un milagro. Ni siquiera me quedé cuando nos despistamos en el tratamiento, menos lo estaré ahora que lo llevamos religiosamente.
A lo largo de la relación Derek ha manifestado el deseo de engendrar, también ha sido el primero en querer esperar. Somos jóvenes. Perdón. Soy jovén, él es un treintañero al que pronto le aparecerá la primera cana, sin embargo, de igual forma quiere esperar a que yo crezca más. Además, antes de nada, debemos estabilizar lo nuestro. Detener la montaña rusa.
La puerta se abre dando paso a Hugo.
—¡Aléjate de mi hermana!
Arturo se sale alzando la mano como gesto de rendición antes de que se forme la guerra que Odas espera emocionado, yo también. Es muy sano ver a dos apuestos y ardientes hombres pelearse por una.
—Te pido que controles tus ganas de matarme, Hugo.
—Mi hermano puede ser muchas cosas pero en ninguna es asesino —le hago saber a la par que lo defiendo —Amante de los problemas, de las peleas y de actitudes peligrosas, pero no asesino. Más respeto.
—Lo lamen... —Hugo le rompe el labio.
—Nos vamos.
Cogiéndome de la mano y con Odas subido en él, quedan atrás las horas en que Arturo aguardaba en el pasillo de pie, haciendo fracasar cada intento por escapar. Será más fácil con Hugo.
Si Derek no viene a mi, yo iré a él.
Hugo aplasta el último cojín tras mi espalda asegurando la comodidad que, según él, merece la jefa. Activa y por pasiva pide que descanse. Si desobedezco habrán consecuencias que, en fin, no comprendo porque creen que voy a temer posibles represalias cuando ninguno es mi hombre.
—Cualquier cosa me avisas —ya estoy pasando del discurso es por tu bien cuando menciona eso último.
—Quiero manzanas rojas.
—Deberías comer más.
—Y tú deberías saber callar y traerme las puñeteras manzanas. Que no es tan difícil —me molesta que crean saber lo que me conviene —Voy yo misma a comprar la dichosa si me dejas.
—Descansa, iré yo.
Al fin una buena noticia.
Espero diez minutos después de escuchar el cierre de la entrada, procedo a salir en cautela, aunque no hay nadie. Alessandro volvió a ser secuestrado. Máximo se trae algo con él, lo averiguaré, porque el chisme no escapará de mí, pero, antes de ir a por él, lo primero es ubicar a Derek. Tengo idea de quién puede aportar algo.
—Hacemos esto para encontrar a papá —Odas chilla y me aseguro que no vuelve a repetirse con un gesto que demanda silencio.
Avanzamos posiciones, él volando y yo de pie.
Enganchamos las orejas a la puerta para averiguar si hay movimiento al exterior cuando nos sobresaltan los ladridos de Boss. El perro brinca hacía mi, me cubre de babas a lengüetazos, por otra banda, Odas ha volado hacía el cajón donde Hugo guarda las chuches caninas. El cajón está prohibido para Alessandro, aunque Hugo, más listo que nadie, dispone de escondites con más, por sí, de la noche a la mañana, por arte de un glotón desaparecieran. Dicho esto, el águila regresa entregando la bolsa de chuches con las que compramos al Braco de Weimar.
Vía libre de guardias que ya se han retirado tras la orden corremos por las escaleras abajo. Saltando los escalones, sin torpezas por el dolor que deciden exagerar otros. Si duele, al igual que lo hace las picaduras de mosquitos, y no por eso en verano me quedo en casa. Me gusta salir con el buen tiempo, achicharrarme en la arena de la playa y refrescarme de las llamas abrasadoras con una sumergida al mar. Tengo que negociar con Derek.
¡El caribe me espera!
Nos plantamos en equipo de tres en el número de Spark, preparo la entrada triunfal y, gracias a la política de puertas abiertas, accedo a la vivienda sin mayor complicación que abrir la puerta.
—¡Con permiso!
Odas, Boss y yo abrimos las bocas llegando en el momento perfecto para arruinar el besuqueo de Gentleman y Spark. La rubia se sonroja molesta a la vez que el inglés sonríe divertido.
—Es de putas si la primera vez es en el sofá —expreso.
—Eran besos —se avergüenza la rubia.
—Mi hombre me folló en la cama de la cabaña tras llevarme en brazos por un camino de rosas azules y con el cielo estrellado expresado en el techo con lucecitas, también sufrió un trágico accidente —me encanta recordar esa parte. Sobre todo porque es una prueba acorde a la verdad, a la falta de experiencia y lo emocional que era para él el momento de estar con quien había anhelado en la distancia por tres años —Si tu hombre no te da ni una cuarta parte es que no es el indicado.
—Por eso no iba a ser nuestra primera vez —habla él insolente.
Huele a podrido.
Honestamente, después de verlo coquetear con la venenosa, quiero que la pareja de mi amiga no sea él. Quiero un macho con pelo en los huevos. Un líder. Suena a buena oferta. Sería imperfecto con problemas, más de otros que suyos propios, aunque habría uno que destacaría, una prohibición autoimpuesta. De fácil gruñido, pero de un corazón que le impediría jugar a dos bandas. No digo que Gentleman lo haga, ni siquiera están, pero ya que habla de amor que se centre, al menos lo que dure, porque la rubia necesita ser querida tras lo vivido con la arpía.
Tengo material para un nuevo libro.
—Tenemos que hablar de las normas que pusiste —se acerca la rubia, solo para alejarse del inglés, tratando de disimular lo que no se puede. Ha sido una pillada en la masa de ley —Hay que cancelar la política de puertas abiertas. No puedes entrar como Pedro por su casa.
—¿Quién dice que no?
—Pudieron haber sido más que besos. Y si... Podría haber estado desnuda y en otra situación. Ya me entiendes —expresa nerviosa.
—No, no entiendo. Necesito más precisión.
—Por favor, Soraya.
—Este bloque es una mega mansión. Todas las zonas comunes son de uso libre para los habitantes. Si quieres que el británico te haga un vainilla, porque no rinde para más, tienes habitación.
—No seas mala con él.
—¿Me equivoco? —me dirijo a Gentleman —Los azotes que no escuecen siguen siendo parte del vainilla. No te imaginas la cantidad de personas que se cree qué eso ya es un nivel superior.
—No quiero tratar a mi pareja como yegua.
—¿Estáis saliendo ya?
—Hace unos días —corrobora Spark —Me dolió lo que hizo aquella noche al coquetear con Poison frente a todos, pero yo me estaba viendo con otros, y si bien era cosa de aquel ser no cambia las cosas. Hemos hablado de lo que queremos. Él me gusta, yo le gusto. Nos estamos dando una oportunidad sin rencores. Por favor, apóyame o quédate a un lado, déjanos vivir esto.
—No tienes que pedir permiso —no quiero peleas. Y, aunque no me gustará la actuación del inglés, confío en el olfato que tiene Derek con el amor, dicho esto, sé que el sentimiento es mutuo —Gentelman es simpático.
—¿Es tú forma de llamarme feo? —pregunta el sentido.
—Yo no pongo palabras en boca de otros. Si tienes problemas de autoestima tira a la basura los espejos.
—¿A qué habéis venido? —interroga Spark.
—Odas y yo estamos buscando a Derek, Boss se ha vendido —el perro mueve la cola —Una de las razones por la que te hice su secretaria es para que me lo tengas controlado.
—No sé nada de él. Estamos trabajando sobre lo que ya teníamos.
—La respuesta fue muy mecánica.
—Es para no maldecirlo.
Boss se pone a rascar y ladrar en la entrada mientras evaluó si la respuesta de la rubia es cierta, al minuto ingresa Hugo. El corazón me late desbocado con la mirada enfadada que me da, se tranquiliza cuando se le pasa y se emociona cuando muestra la mano con una manzana roja. La sonrisa arrogante que lo acompaña remueve cosas en zonas inferiores. Ni la inundación de Noe.
¡Emergencia, necesito bragas limpias!
Me coloco frente a él.
Cautivada por sus radiantes ojos grises toco los laterales de su mano con ambas mías a mitad de camino de conseguir la fruta. Rozo la piel roja al igual que lo hacen nuestros labios. Una fricción húmeda de la que no pasamos y que prolongamos por más de tres minutos, sin llegar a cuatro, porque antes de que eso suceda él es quien da el paso hacía atrás.
—Volvamos a casa —me ofrece la mano que acepto.
Rodeada por un centenar de manzanas rojas, al menos ese era el número al principio, me planteo la medida que debería haber usado inicialmente para buscar a Derek sin complicarme la existencia. A mi defensa, sin manzanas servidora no puede pensar con claridad.
Operando con el móvil busco la aplicación de rastreo que me instaló en su día Derek para salir con Alessandro y que yo no me preocupará, claro que nunca llegué a emplearla porque no soy acosadora, tal vez en un par de ocasiones, unas cuántas más, nada grave como para obtener la etiqueta de stalker.
—No está —digo para mi.
Vuelvo a revisar.
No recuerdo haber eliminado el programa, debe haber sido Derek, es el único que puede tumbar las contraseñas, aun así no existiría motivo por el cual hacerlo, a no ser que no quiera ser localizado. Al menos por mi.
¿Hice algo mal?
No, yo no puedo ser el problema. Tengo lagunas con el último suceso, pero aun así me garantizaron la preocupación de mi hombre, ni una palabra contra mí, se fue con pesar porque algo le urgió.
¿Será la Orden?
Descartado. De ser así no sería tan estúpido de... Mejor no lo descarto tan deprisa. Tiene afición en querer solventar las cosas sin ayuda. Creí, por semanas, cooperando juntos pensé que se apoyaría más en mí, sin embargo, visto lo visto, está claro que tengo que zarandear su cabecita.
Obtengo semillas de los restos de manzana y tiro el sobrante. Seguidamente inicio nueva novela. Voy a estar intercalando esta con la que ya estaba escribiendo aprovechando que ha regresado la inspiración.
La protagonista es empoderada, aunque antes de serlo ha tenido que lidiar con pérdidas, ya que sin ellas no hay poder, porque es en el dolor donde nacen las auténticas leyendas. Es la mujer de los hilos. Brillante, igual que una chispa en una oscuridad profunda surgida de la ansiedad, la cual combate, día tras día, principalmente desde las dos muertes que le doy para fortalecerse. Por otro lado, el protagonista masculino, su atractivo es feroz. Amado por los pueblos. Líder de líderes. Combatiente de primera fila. Creo que es de la milicia. El noventa por ciento de las veces discuten, el otro diez se lo dejo para que follen. La desgracia se soporta con revolcones.
El olor a manzana provoca abandonar el escrito. Entre las que están por sacrificarse busco mediante el olfato la que huele de forma tan especial, ocasionando un cabreo sin igual, al saber que ninguna es y que Hugo ha jugado con fuego al entregarme mediocridad.
Armada con un bolígrafo voy al rescate.
Hugo está en plena producción de dulces para su amado Alessandro ya rodeado por los primeros. A primera vista no encuentro a su rehén, muy pronto descubro el engaño, pues la preciosa ya ha sido torturada, a tal punto que ella y sus hermanas se han transformado en un apfelkuchen. Una deliciosa tarta alemana de manzana que mi imaginación ya ha querido adelantarme el sabor.
Mi religión aumenta.
Una mano se convierte en el mayor de los peligros. Antes de que toque un pelo a mi damisela en apuros la salvó. Apuñalo al necio. Atravieso su extremidad con el bolígrafo generando un lago azul.
Alessandro no se abstiene de chillar.
Planeado la escapatoria me adueño del plato. Delirio al ser golpeada con el aroma entrando directamente a las fosas.
—¿Qué te hice yo? —Alessandro llora con hipo.
—Aléjate de mis manzanas.
—¿Qué pasa contigo, loca del coño? —lo protege Hugo, el cual ha acudido a su auxilio con papel de cocina —Compartir es vivir.
—Hasta la polla de Derek te comparto si la quieres. Pero nunca, escucha bien, nunca mis manzanas. Son mías. Quien no soporte tendrá que lidiar con consecuencias más nefastas que un ridículo apuñalamiento.
Han pasado dos días.
Estoy eliminando los restos de pulpa de la última semilla antes de envolverla junto a otras en un papel húmedo, posteriormente, la introduzco en una bolsa de plástico de cierre hermético y la guardo a la nevera, en el mismo cajón que las demás. El proceso se conoce como estratificación fría, simula el invierno, sin este paso ninguna de las cien semillas germinará, aunque planeo obtener cuatro mil. Tengo que hacer más que eso porque no todas saldrán.
Cansada del sobreesfuerzo recupero energías con una manzana y un zumo de manzana que ha hecho Hugo antes de ir a comprar más manzanas. Tras que las primeras durarán menos de veinticuatro horas y dijera que debía controlar, decidió no volver a contradecirme. Por otra banda, Alessandro ha aprendido a no meter las manazas en ellas y Arturo no opina de mi dieta.
La felicidad reina en mi hogar.
No le pido más a la vida.
Recibo una notificación en el móvil.
Al abrir la aplicación todas las creencias se detienen, la manzana cae entre los dedos y las neuronas batallan para razonar aquello que sin creer tengo que volver a leer con la esperanza de una equivocada lectura.
Soraya.
No sé por dónde empezar, han sido días complicados, y lo que estoy apunto de soltar no es algo que no duela. No me fuí por una urgencia, deberías saber que mi única urgencia siempre serás tú. O al menos así era hasta ahora.
Tras el último desastre he tenido días para pensar en el rumbo en el que se dirige la relación. Me he dado cuenta que no hay. No puede haber futuro cuando empecemos con los pies torcidos, no puede haber futuro cuando tenerte te expone el peligro, no puede haber futuro si lo que recibo es miedo.
Gran parte de esto es mi cobardía.
Tengo la polla corta.
Perdón.
Te escribo ahora porque antes no tuve agallas, aun así está decisión la escogí en el mismo momento en que ordené la retirada de la guardia. La pent-house, el Lamborghini, los bienes materiales y la tarjeta te la puedes quedar, a mi me sobra. Tampoco los quiero por los recuerdos que aportan. Haz con ellos lo que consideres.
Abstente de buscarme.
Entiendo que al igual que yo no estás viendo que la decisión sea la más lógica, es que no lo es. Somos una perfecta combinación. Pero que algo sea perfecto no significa que deba permanecer.
Lo mejor es dejarte. Que lo dejamos.
Algún día nos reiremos de esto.
Te lo prometo.
Posdata. ¿Tienes algún desorden mental con las manzanas? Mejor no respondas. Estás loca. Otra razón para terminar. Gracias por hacerlo fácil.
Me aferro a la camisa sintiendo un punzante dolor. El corazón quiebra como lo hace un plato de una vajilla buena. En mil pedazos. Y duele. De una forma que debería ser prohibida.
¡Duele demasiado!
Con la cara empapada experimento un revoltijo en mis entrañas que me apresura al lavabo más cercano. A un milímetro de no levantar la tapa procedo a vomitar. Ruego por no hacerlo. Incluso así no perdona.
Afuera escucho rodar las manzanas por el suelo.
Hugo me encuentra en una posición humillante.
Es mi apoyo, al igual que lo ha sido tantas otras veces. Siempre agradecida de su atención. Recoge mi cabello para que no se pringue a la par que anima en echar todo, hasta la bilis con tal de quedar a gusto.
Tras un asqueroso espectáculo lo único que quedan son lágrimas.
Estamos en el suelo del cuarto, Hugo pegado en la pared mientras que me abraza tratando de encontrar mi consuelo. Jamás existirá.
—Tranquila, todo pasará. Es una fase —dice sin saber el fruto del sufrimiento.
—¡Me ha dejado! ¡Derek, me ha dejado! —le informo destrozada.
Nunca contemplé la posibilidad de que fuera capaz.
Siempre fue él quien me buscó.
****
Que nadie le quite las manzanas a esa loca.
Me dolió que lastimará a bebé Alessandro. Es el más inofensivo de todos y le hace daño, esto estuvo feo. Muy feo. Maldita Soraya.
El poder de las manzanas.
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