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079 - EL ÚLTIMO DIA


CAPÍTULO SETENTA Y NUEVE

DAMIÁN SALVATORE


TRES AÑOS ANTES

JULIO


La luz filtrada a través de una grieta dejó de quemar mi piel en la oscuridad desde el día en que sufrí la primera fiebre, la misma a la que después de semanas me he adaptado. Desde hace días soy consciente de que cualquiera de las siguientes respiraciones será la última, mi padre también lo sabe, con ello en mente dispuso todo para que mi final aconteciera entre barrotes mugrientos.

Meses atrás estaría aterrado con la ida de mi muerte, a día de hoy, estoy a un paso de abrazar felizmente la muerte, lo único que lo impide es el deseo de no partir a lo desconocido sin despedirme de Soraya. Ella, la que ha sido mi luz, merece una última fiesta conmigo. Un adiós a lo grande. A la altura de mi divino ego que sin saberlo siempre estuvo conmigo esperando un empujón.

Toso con los pulmones encharcados a causa de las humedades.

Manteniendo la espalda pegada al muro intuyo que está anocheciendo cuando la vaga luz desaparece, no obstante, el inicio de un goteo me hace saber que en el exterior llueve. Intercambiaría el tiempo que me queda por una gota acariciando mi piel. Sería un final poético.

El ruido de la tormenta impediría que se escuchará mi caída, y una vez pasada la tormenta, muy posiblemente, una de las sirvientas sería sorprendida con el hallazgo del cadáver más hermoso. Aunque preferiría que fuera mi padre, quisiera que gritará enloquecido al saber que al final quien impuso las condiciones de mi muerte no fue otra persona que yo mismo.

Oigo los pasos del trabajador que reparte la comida únicamente a los presos afortunados.

Tengo que escapar de aquí.

A cualquier precio.

Ignoro el dolor levantándome con los pies nudos y ayudado por el muro. Casi tropiezo al dar el segundo paso, afortunadamente, caer no es un lujo, no cuando me he propuesto llegar hasta los barrotes antes de que pase el trabajador. Cosa que consigo. Si, así es, he alcanzado lo que me he propuesto, semanas atrás, de este mismo año, me hubiera rendido antes de concretar una meta.

Yo puedo. Si, yo puedo.

Solo he de poner pequeños objetivos y lograré despedirme de Soraya, y si hubiera dispuesto de algo más de tiempo hubiera conseguido avanzar hacía mi hermano sin que el miedo irracional me afectará.

Conseguirlo siempre estuvo en mi.

Golpeo los barrotes haciendo brincar al empleado provocando que derrame la comida por la cual se arrastran los moribundos.

—Maldita sea —refunfuña.

—Eh, tu. Acércate —se agacha apartando las manos esqueléticas. Los jadeos suplicantes se hacen eco mientras insisto: —Acércate, vamos. Acércate

Batallo con los nervios que afloran mientras me ecabazono a no derrumbarme a la par que trato de lograr atención. Solo tengo que someterlo, al igual que he sometido a cada uno de los objetivos marcados por Hugo, desde el día en que me reveló el don latente en mi.

El primer paso es tener autocontrol. Mantener el pulso, la respiración. El segundo es marcar el objetivo. Tercero, entonar sereno. Y, el cuarto, el más importante, tener la orden clara.

—Acércate —exhalo hipnotizante. Olvidando su cometido cumple aproximándose lo máximo que le permiten los barrotes —Sácame de aquí.

La fortuna me bendice. Sin la necesidad de ir a por la llave, ya que la carga entre las demás en el manojo, abre.

Salgo corriendo indiferente a las consecuencias.

¿Qué más puede pasar?

Hoy es el último día.

Moriré brillando.

La seguridad actúa viniendo a por mi como era de esperar, pero no flaqueo, determinante y seguro ordeno abrir el paso. Iluminado, doy la carrera de mi vida. Voluntad inquebrantable equivale a un camino de gloria, y a las divas no hay cosas que más nos complazca que el triunfo.

El ruido atrae a mi padre acompañado por Dumb y Skull, sus matones predilectos, los que me han torturado cumpliendo las órdenes del cabeza de familia, porque soy tan insignificante para él que nunca hubiera llegado a desgastar los puños contra mi piel. En la mayoría de las ocasiones ni estaba presente.

—¿A dónde crees que vas?

—¡No es asunto tuyo, viejo de mierda!

Aquí se acaba mi deseo. Al menos es lo que creo por lo que tardan sus labios rígidos en formar una sonrisa codificada. Nunca lo había visto sonreír, no por el insulto de uno de sus hijos, pero sí ordenando las torturas que me han llevado, a día de hoy, a tener puesta gran parte de la concentración sobre los pies para seguir derecho.

Aprovecho el tiempo que dura su sonrisa transformada en una profunda carcajada para escapar por detrás.

¡Al diablo con él!

Me sumerjo a las profundidades del bosque para atravesarlo con el destino visualizado en mente, lo hago en mitad de una intensa tormenta veraniega.

Hace horas que escapé.

Apenas puedo dar tres pasos que en el segundo ya estoy en el suelo, sin embargo, no desisto. Vuelvo a levantarme para caer. Continúo, lo hago sabiendo que al final cada golpe será agradecido.

Encuentro a Soraya en la parcela de su casa hablando con su padre. Ambos cubiertos por los paraguas.

Apresuro los últimos pasos abalanzado sobre ella.

—¡¿Damián?!

Sin voluntad para impedirlo la aplasto contra el suelo encharcado. Mantengo los brazos envolviendo a la criatura que ilumina. El universo tiene la capacidad de brillar por su existencia.

—Soraya —jadeo y lloro.

—¿Damián qué ocurre? —asustada me coloca la mano en la frente y se escandaliza más, principalmente cuando toso y la pringo con sangre —¡Quemas mucho! ¡¿Qué te ha pasado?!

—He caído —empeora mi llanto.

—Ayúdame papá.

Adrián me aleja de su hija sin que pueda enfrentarlo para regresar a mi lugar seguro. Egoístamente quisiera morir en sus brazos.

—Vamos a llevarlo a la de invitados —sigue Soraya.

—Dile a tú madre que pida una ambulancia.

—¡No, por favor! ¡No! —ruego, solo de imaginar lo que les podría pasar si mi padre se entera donde estoy me planteo el peor escenario. El que no haya mandado a los matones no significa que acepte mi rebeldía —¡Estoy bien! So... Solo... ¡He caído mal! ¡Una caída tonta! ¡No hay que avisar a nadie!

—Muchacho, haré la vista gorda en todas las fiestas que te marques con mi hija porque también fui joven, pero esto no lo pasaré.

—¡Usted no lo entiende!

—Creo entender perfectamente.

—¿Y si primero lo llevamos a la habitación?

—Soraya... —padre e hija comparten una única mirada —Muy bien, a la habitación de invitados se ha dicho.

Soy desnudado por las manos de una madre, curado por la misma mujer ayudada por su esposo y por su hija. Las superficiales palabras no quitan el silencio fúnebre compaginado por llantos.

Quisiera que la belleza con la que se le dotó al nacer no fuera corrompida por las lágrimas que se generan por mi causa. Quisiera que la última vez que la contemplo fuera con su expresión más alocada, pero, al paso de los minutos, me doy cuenta que no obtendré ese último obsequio.

—Necesita ser atendido por profesionales. Cualquiera puede ver la gravedad de la infección —habla Sara.

—Salgamos un momento afuera —solicita Adrián.

El matrimonio y la hija salen.

Experimentando el dolor comienzo a arrepentirme de haber venido, aún cuando quiero gritar hasta desmayar tengo la capacidad de darme cuenta que tras mi muerte a causa del capricho se desatarán nefastas consecuencias.

He de irme con las condiciones de mi verdugo, es por eso que se reía mientras escapaba, él sabía que al final recapacitar como lo estoy haciendo y llegaría a la conclusión que he de regresar.

Soraya entra.

—¿Quieres decirme algo? —pregunta.

—Caí mal.

—Me refiero a algo así como una despedida —hace rato que los ojos no se me abrían al punto de doler. Soraya se sienta en un espacio de la cama —Ambos sabemos que no has caído y que necesitas la atención de los médicos para no morir, aún así te niegas. Te lo pregunto de nuevo. ¿Quieres decirme algo?

A la repetición vuelve a llorar.

—Tus lágrimas son tan molestas —le hago saber —Tienes que ser divina por las dos. Mi muerte era cuestión de tiempo porque tengo la desgracia de que mi padre es un cabrón.

—No debe ser hoy, por favor —ruega, tirándose encima de mi pecho ignorando que me hace daño —Que tú padre sea un cabrón no significa que debas morir.

—Antes vivía aterrado constantemente con la idea, pero, ahora, si hoy me toca morir lo acepto. Ya no me da miedo porque he cumplido mi sueño. He vivido a lo grande por ti.

—¿Qué hay de Derek? ¿De Máximo? ¿De Pietro? ¡¿No querías conocer a tú sobrino?!

—Cuídalos por mi.

—Ah, no. Ni te lo creas —se separa ligeramente negando exageradamente y arruga la nariz —Cuidarlos de mi parte ya es mucho, no quiero encima tener que hacerlo de tú parte. Ni hablar. No, gracias.

—Es el capricho de un muerto.

—El de los caprichos es tú hermano mayor.

—Por favor.

—¡Las divas jamás se rinden! ¡Si la muerte nos persigue le damos un palizón con el bolso!

Me duele reír.

—Tú nunca llevas bolso.

—¡Yo someto a la muerte!

Sería más gracioso si fuera consciente de quién es mi hermano, porque, es cierto, somete a la muerte. Haría lo imposible por ella. No tengo que relacionarme con él para saberlo.

¿Quién no se doblega por ella?

Al cesar las risas la atmósfera se densifica.

—Avisaré a tú hermano. Capaz le haces más caso.

No puedo caer en el engaño de creer que tal vez el dialogo la hará cambiar de opinión. Comprendo que se preocupa, cosa que me encanta, no puedo negarlo, sin embargo, no puedo consentirle que se salga con la suya, no en esta ocasión, ya no es una fiesta de alocado final y comienzo en la playa, contemplando el extenso mar guardián de miles de aventuras.

Mientras su rumbo es salir a realizar la llamada, el mio es volver al estado sereno impidiendo su cometido.

—Detente —ordeno.

El corazón me duele más que cualquier herida al ver como queda anclada en un punto fijo. Quisiera no tener está ventaja tan cruel con ella, no caer en el error de pensar que tal vez nuestra amistad es por la maldición, porque era el deseo que no sabía que anhelaba hasta que la conocí.

Vuelvo a vestirme sabiendo lo correcto.

Andando lento voy a su encuentro. Hablo detrás de ella sin tener agallas suficientes para darle la cara.

—Gracias, Soraya. Tengo tanto que expresar y tan pocas palabras para hacer entender lo que han sido estos meses a tu lado —ordenada a estar detenida no significa que no pueda llorar —Nos quedarán muchos momentos por vivir, pero no quiero que dejes de vivirlos porque yo ya no esté, principalmente cuando nunca te sobrarán voluntarios dispuestos a experimentar tu cercanía.

—¿En otra vida, Damián?

—En otra vida, Soraya.

Antes de ir a reunirme con el destino vuelvo a dar una segunda orden empeorando la amarga despedida.

Ojalá que nuestra amistad haya sido natural.

—Te prohíbo avisar a alguien.

Hace diez minutos que divago por las calles nocturnas y parece que han sido mil años a causa de la dificultad por andar. Avanzando me he dado cuenta de como soy esquivado por los demás aterrados por mi aspecto deplorable, no es agradable y me es imposible no pensar en mi hermano.

La soledad es dolorosa.

Aprovecho la cercanía de un transeunte hablando por el móvil para ordenar que finalice la conversación y entregue el aparato. Con un único número en mente pulso a llamar.

—Estoy listo para morir.

De regreso al punto de partida, en esta ocasión encadenado y amordazado impidiendo una nueva fuga, mi padre, no, mejor dicho, Enzo, porque el título de padre le queda gigantesco, acaba de llegar sosteniendo un bidón de cinco litros de gasolina y en compañía de Dumb y Skull.

—Creí que por una vez no resultarías decepcionante. Que me ofrecerías un asalto para variar. Sorpresa, continúas siendo la misma mierda que parió la puta de tú difunta madre.

Nunca he tenido espacio para el sentimentalismo para la mujer que nunca he podido dar cara, aunque le guardo un pensamiento de honor, porque a diferencia de la madre de mis hermanos mayores, la mía fue asesinada. Nana me contó que, aún siendo el resultado de una violación, mi madre, Andrea, batallo para cuidarme, que en más de una ocasión logro amamantarme a escondidas.

—Mírame a la cara.

Que gracioso es. A pesar de saber que no puedo por la peste de la maldición me esfuerzo en darle la cara, cosa que no logro, aún cuando es lo normal esta vez no puedo por dolor.

—Acaba con mi infierno.

—¿Cómo mi buen gen pudo engendrar a una escoria como tú? ¿Acaso folle mal a la mala puta que te parió?

—Tus genes apestan.

—Skull.

El perro de Enzo me golpea. Solo una vez, estoy convencido que es por el dueño que me quiere consciente.

Me río escupiendo sangre aún sabiendo que es cuestión de minutos que me quemara vivo.

—¿Eres incapaz de pegarme? ¿Quién de los dos es el verdadero cobarde? ¿La víctima que es torturada sin razón o el monstruo que ordena a sus lacayos lo que por falta de pelotas es incapaz de hacer?

—No quiero mancharme.

—¿De verdad?

Desenrosca el tapón del bidón. Al fin se digna a mover un músculo, y lo hace justo al final, vaciando la gasolina sobre mi, sin prisas, disfrutando del momento como un bombón saboreado despacio, el cual no se desea que se acabe y cuando eso ocurre deja un rastro melancólico.

Los sentidos van fallado a medida que soy empapado, la vista se me nubla y hay palabras que dejo de escuchar. El gusto y el olfato se han saturado del combustible. El inmenso dolor cesa.

Alguien aplaude con entusiasmo.

—Eres tan malo, padre. Hay película y yo sin saber, ahora no tengo palomitas. Eso me entristece.

—Alexa, ahora no.

—¿Qué le harás al pobre?

Discuten, generan un ruido espantoso para los tímpanos. Las escenas se intercalan con tomas negras.

Dumb forceja con Giovanni, hasta que le da una impactante cachetada que lo tumba al suelo. Quiero proteger a mi hermano pequeño, no puedo, solo soy un inútil contemplando como le sangra el labio.

—¡Te cortaré la legua!

En la siguiente escena, Enzo está entre Dumb y Giovanni, para el que es su perro adiestrado mueve los labios apresuradamente.

Otro lapsus negro.

Alguien patea el bidón provocando que el contenido se vierta en la zona y me acabe de mojar. Una pequeña llama inicia la última fase. Entre gritos de peleas hay uno que suplicante no logro identificar el propietario una vez soy alcanzado por el fuego.

—¡Apagadlo!

El dolor regresa en su peor faceta. Chillo enloquecido sintiendo la piel deshacerse. Ruego por un disparo letal, pero nadie satisface la demanda, ocupados tratando de controlar el caos desatado.

Skull cae el primero, le sigue Dumb y de últimas, a destacar, Enzo.

Unos ojos negros enfurecidos son mi último recuerdo.

Tengo un bulto sospechoso y cubierto por la colcha a mi lateral izquierda, ejerce algo de dolor por la presión.

Intento hacerlo a un lado descubriendo que es Soraya. Está durmiendo plácidamente después de haber llorado, así lo manifiesta el rastro de lágrimas que la ensucian.

—Es muy terca —giro abruptamente hacía una de las esquina de la estancia, hay está mi hermano sentado en un asiento de terciopelo. Tiene las manos vendadas —Le he pedido que no se durmiera ahí, pero, en fin, ya lo sabes, a la única que hace caso mínimamente es a ella misma.

—Hermano...

—A ella no le gustan las fiestas. Es dulce, inofensiva, su plan de noche ideal es una sesión de películas, manta y palomitas.

—Tengo algo que decir.

—Adrián me dijo lo estúpido que eres. Cuando te sientas mejor procura hacerle un regalo en condiciones —deja una tarjeta de crédito a un mesa baja que tiene a mano —Máximo y yo hemos metido dinero en una cuenta para ti. También debes saber que te encuentras en tu nuevo hogar.

—Ah...

—Tengo trabajo.

Se encamina a su propósito de marcharse y le pregunto:

—¿Es todo lo que dirás?

—¿Quieres que me disculpe? Paso.

—No, tú no deberías disculparte —intento salir de la cama ignorando el dolor, aún así los músculos no me obedecen y tampoco ayuda que el brazo de Soraya me envuelva por la cadera —Maldita sea, es por ti que estoy vivo —lloriqueo.

—Es por Adrián. Le gusta su porquería de casa así que no le hará especial ilusión si decides comprarle una mejor, tampoco quiere saber de coches, barcos y cualquier objeto considerado de lujo. El hombre puede conmigo.

—¿Tampoco le afecta la maldición?

—Ssssht —posiciona el dedo frente sus labios —Ten cuidado con lo que dices y con quien. Esa pajarraca traicionera no sabe lo nuestro —asiento lo que me permite el dolor —Descansa, los médicos vendrán más tarde, pero, por ahora, descansa que es lo que te han impuesto tras primeras curas. No es opcional.

—Enzo... Os daré problemas...

—Uno más no mata.

Me gustaría, aunque quizás a él no, romper la distancia para abrazarlo, pero el dolor lo impide y los efectos de la maldición amargarían el momento. Aunque, aún más me gustaría prolongar el tiempo compartiendo el mismo espacio, es por eso que continuo con la conversación redirigiendo el tema.

—¿No te molesta que sea mi amiga?

—¿Por qué debería molestarme? Sigo siendo el mejor.

—¿Sabes por qué me acerque a ella?

—Damián, debes descansar.

—Quería averiguar porque ella puede estar cerca de ti y yo no, quería romper el miedo que me separa de ti. Siempre he querido ser tú hermano.

—Ya eres mi hermano.

Las lágrimas se me escapan. Acabo de escapar del infierno, no obstante, aún cuando debería ser feliz por ello, mi felicidad surje por su aceptacion.

—Algún día voy a lograrlo.

—Intentalo de nuevo cuando estes mejor. Narcisitamente, creí que estabas enfermo por esforzate, ahora sé que fueron tus heridas, así que estaré esperando a que vengas a joder.

—¿Sabes cuál el mejor desayuno del mundo?

—¡No me rompas las pelotas y descansa!

—Chillón —dice Soraya, con un ojo abierto, es más que evidente que el grito la ha despertado.

—¡Cierra el pico, pajarraca!

—Oblígame.

Ambos se enganchan con la mirada; uno rabioso y frustrado, mi diva, complemente en paz, tal es su tranquilidad que parece otra provocación, una que no pasa inadvertida haciendo que el contrincante se retire exclamando varias maldiciones y dando un portazo que retumba en las paredes.

Soraya me mira radiante.

—Eres mala.

—Cuatro minutos más —se acomoda para seguir durmiendo.

Ha pasado una semana.

Cada tarde soy visitado por Soraya con una sonrisa atrevida después de haber amargado el día a mi hermano. Trabajar para él está siendo gratificante a un nivel avanzado, al que no le resulta tan bueno es, obviamente, a mi hermano, el cual no me visita a pesar de vivir aquí. Soraya dice que está muy ocupado. Exageradamente ocupado. En otras palabras, no le interesa, y creo que, a pesar de sus palabras, aún cuando la causa es la maldición se siente rechazado.

Por otro lado, Máximo está pendiente de mi, en cada comida está presente para ayudarme a comer. Al principio, él mismo me la daba, ya que el pulso lo tenía desbocado impidiendo que pudiera hacerlo yo. Otra que recién conozco y que no deja de vigilarme es Darley, la mejor amiga de Soraya, la hija adoptiva de mi hermano o algo así. Voy poniéndome al corriente de apoco.

A quien no conozco todavía y estoy entusiasmado con la idea es a mi sobrino. Desde el primer me dieron la opción de conocerlo, fui yo el que me negué porque me contemplaba demasiado patético, sin embargo, hoy, aún cuando el dolor persiste y seguirá persistiendo por mucho, quiero hacer el intento de levantarme de la maldita cama y buscar al pequeño demonio de Tasmania. Así lo apoda Máximo dejando entrever que su hijo es un remolino de travesuras.

Quiero hacerlo hoy porque sé que Soraya no vendrá, porque le había prometido un día digno a su hombre, y quiero hacerlo sin ella porque si fallo no quiero que me vea como un gatito lamiendo heridas.

Máximo carga el vaso con agua y me lo entrega.

—¿Estás seguro de que podrás? —me pregunta por el primer paso, el cual es salir de la cama y, de no poder estar de pie, recurriemos a la silla de ruedas que ya se ha encargado de traer.

—Si fracaso estás tú.

—Antes de proceder tengo algo para ti —me entrega un paquete al que yo no había puesto especial atención, pero con las siguientes palabras lo hago, hasta lo estrujo contra el pecho: —Lo eligió Soraya.

—¿Qué es?

—Averigualo.

Sin la intención de romper el envoltorio procedo abrir, aunque los inoportunos temblores en las manos deciden que no, rasgando el papel cuando estaba quitando una de las cintas. No hago drama porque al final lo que importa es el contenido, el mejor contenido que podría existir. Un kimono de motivos floras negro y rosa.

—Esto... Me podrías... Me podrías ayudar a vestir —digo, con un toque tímido.

—Será un placer.

Ayudado me quito por partes el pijama que he llevado la semana, Máximo procede seguro, hasta que llega la parte inferior, provocando que me quemen las mejillas con el pantalón y luego empeore con el calzoncillo, principalmente porque mi hermano no puede evitar mirar el pene.

—Quisiera no ser impertinente... Casi que es imposible no hacerlo con este osado tema. ¿Te duele?

—Con el kimono no porque no hay presión.

—¿Y los calzconillos?

—Mi talla aprieta y dos tallas más grandes se me caen, así que cuando uso el kimono no llevo. Aunque el movimiento al andar sea molesto al menos no resulta doloroso.

—Hablaré con el sastre.

Guiado por las instrucciones que le doy es capaz de colocarme el kimono correctamente.

Máximo realiza una cuenta atrás una vez estoy listo. Me impulso hacia arriba quedando de pie al finalizar. Las piernas me tiemblan mientras el dolor me impacta en los cinco sentidos, a la par mi hermano me ayuda a aguantar, sujétandome permite que me adapte de apoco.

Las consecuencias del fuego tardarán en irse e igualmente los médicos ya han avisado que quedarán marcas. Al menos conservaré la belleza del rostro, ya que fue extinguido antes. Derek lo apagó. De no haber sido así estaría muerto y mi funeral sería indigno para una diva como yo, porque lo que más atormenta a alguien de mi brillante reputación es perder la hermosura.

Pactando con Máximo realizo un primer paso tormentoso, dolor que comparto al apretar el brazo de mi hermano, sin embargo, conservando la frialdad no emite ningún sonido sufrido.

—¿Te ves capaz de llegar?

Observo la distancia de tres pasos más y trago largo convenciéndome a mi mismo que es posible. He dado un paso, puedo con tres más. Sé que puedo. Es lo que más he aprendido.

—Si.

A ritmo lamentable progresamos. Y, ciertamente, me siento feliz haciendo esto por quien me ayuda. A pesar de que las circunstancias son malas estoy disfrutando de mi familia.

No es algo nuevo. Hace años, cuando aún vivía en la mansión, Máximo siempre se aseguraba de cuidarnos lo que no hacia nuestro padre, pero luego se fue a estudiar en el extranjero y no regresó. Nunca lo he reprochado. De haber sido yo antes más valiente no estaría aquí.

Máximo empuja la silla de ruedas.

Veo la luz desde otro angulo fuera del dormitorio y mis pulmones agradecen respirar un aire menos viciado. Como nunca antes había estado en el interior recibo una visita guiada.

Detrás de una de las puertas encontramos a Darley limpiando. La chica sonríe al ver que estoy fuera.

—¿Preparado para conocer a tú sobrino? —la amabilidad que contiene se transmite por el aire cálidamente. La chica parece contener la solución al congelamiento que sufre Máximo —Está en la parte trasera del jardín con Hugo.

—Gracias por cuidarme, Darley. Eres toda una diva —le sonrío, al menos lo intento generando una mueca esperando que sea entendible.

—¿Nos puedes preparar algo suave de beber?

—¿Limonada?

—Pensaba más en una infusión.

—Limonada e infusión.

Máximo la persigue con la mirada hasta que ya no puede por abandono de la estancia. Si intenta esconder su gusto esta fracasando en la mansión porque nunca contemple a alguien tan obvio, aunque no tengo antecedentes en los que fijarme, más allá de la mala opción de Derek. Si algún día me llega la oportunidad de amar no serán mis ejemplos a seguir.

Hugo y Pietro juegan a futbol. El primero entrena al segundo que serio completa cada orden.

—¿Juega a fútbol?

—Lo educo en casa. No soportaría que los demás se burlarán de su trastorno, los niños pueden ser muy crueles. Si eso sucediera dudo que con mi temperamento actuará de forma racional.

—No tengo un recuerdo de ti cabreado.

—Escapo de los conflictos por el bien común.

Pietro mete un gol por la escuadra. Lo celebra pasando el pulgar por el cuello y poniendolo hacia abajo. Como si diera orden de decapitacón. Imagino quien le enseñó la celebración.

El juego queda interrumpido cuando Hugo se da cuenta de los espectadores, lo hace señalando hacía mi. Ha llegado la hora de conocer a mi sobrino. El corazón sería incapaz de latir más rápido. Frenético, desbocado. Se detiene cuando un par de ojos que recuerdan a los de sus padres me observan, aunque lo que tiene y no comparte es la sonrisa, la más inocente que he conocido, haciendo evidente la buena infancia que está teniendo. Me alegra confirmar que tiene un gran padre.

Pietro agita las manos y Hugo traduce, más bien inventa:

—Mira a quien tenemos aquí. El llorón de mi tio que no se ha dignado a visitarme desde que nací, puto maricón.

—Hugo, el vocabulario —le reprende Máximo.

—¿Quieres chupar polla?

—Te echaré de casa.

—¿Tú y cuántos más?

Mientras que mantienen una conversación, indecente por parte de Hugo y replicante por el propietario de la casa, Pietro los ignora acercándose precavido, haciendo gestos que soy incapaz de comprender, sin embargo, lo que sí comprendo es que le aflige no poder comunicarse conmigo.

—Soy idiota, Pietro. Pero muy precioso. No tanto como tú. Anteriormente solo había sido eclipsado por Soraya —llena de aire la mejillas y se palma el torso con fuerza —¿He dicho algo malo? —asiente efusivo.

—Se la quiere robar a Death.

—Me gustaría que te deshicieras de la idea —le digo sin tapujos a lo que responde con una indignación de brazos cruzados —Soraya es para tú tío. Egoistamente y deseando la felicidad de mi hermano no permitire que te interpongas entre los dos, a no ser que no se la merciera. No es el caso.

Agrande la mueca pero no hay puchero que pueda cambiarme la opinión. Además, Soraya se la pasa reclamandolo como su hombre, aunque tenga al hombre desesperado creyendo en la friendzone.

Daré batalla a quien se oponga a la unión. Esto no es por haberme salvado, esto es porque he sido espectador de su aislamiento. Ahora que tiene a alguien lo minimo que puedo hacer es impedir que se lo dañen.

Hace un gesto que si comprendo. Me manda a la mierda levantando el dedo del centro y entra en la mansión.

—Creo que me he ganado su desprecio.

—Tranquilo, se le pasará —dice Máximo.

La relación con Pietro va mejorando conforme pasan los días. Casi siempre que estoy con él está Hugo o el padre para traducir, pero cuando no es posible nos comunicamos escribiendo. Me cuesta aprender el idioma de signos. Después de dos semanas soy un fracaso.

Aplico la crema hidratante y el protector solar, finalizo con esto mi rutina facial de mañana. Un gusto de ser libre es poder cuidar mi belleza, aunque la excelencia se la lleva el vestidor de kimonos y los calzoncillos a medida. Que el sastre tomará la medida del miembro fue uno de los peores momentos "tierra trágame", aunque dicen que no debería pasar vergüenza, sino orgullo.

Saliendo del dormitorio mi segundo hermano pasa por delante como si el diablo le persiguiera.

—Buenos días —le saludo.

Algo no cuadra.

Se detiene un segundo.

—Hablaremos por la tarde.

—¿Hice algo que no debía?

—Me gustaría saber que pretendes hacer de tú vida. Eres libre, te toca elegir el futuro —mira el reloj en la pulsera —Mierda, llegaré tarde. Soraya te espera en el comedor desayunando.

Al irse me toco la parte de las cervicales que normalmente quedan entumecidas por la inclinación, hoy no. Entonces caigo en cuenta de la diferencia de anteriores escenarios en que estaba demasiado cerca. Santa divinidad, no he temblado, ni un poco, he estado frente a él sin temor.

¡¿Por qué?!

—B de bello, i de invencible, c de chisme, h de historia, i de.... Meh, olvidalo. ¡Bichito! —Soraya me atrapa por detrás —He ordenado churros con chocolate. Espabila que se enfrían.

—Voy —digo, despejando la mente.

Darley, Máximo y Pietro ocupan sus lugares. La pelirroja es habitual en las comidas cuando no está el segundo hermano.

La mesa es un buffet de alimentos de la máxima categoría, la gran mayoría son sanos sin apenas dejar espacio a los dulces, me he dado cuenta por la repetición de estos días, sin embargo, el espacio para hoy ha sufrido una alteración para que los nuevos residentes sean los protagonistas; churros y chocolate, el desayuno de los dioses. También hay una caja colorida y con gran lazo, caja por el cual Soraya me pica las manos y me riñe por querer abrir.

—La sorpresa tras desayunar.

Considerando que es la máxima jerarca procedo a obedecer disufrtando de los churros y el chocolate. Al saborear el primero añoro nuestras escapadas nocturnas, por condiciones físicas no pueden producirse, pero quiero creer que, una vez recuperado, mi hermano no las impedira.

—No será costumbre —advierte Máximo, por el desayuno atipico.

—Claro que no, habrá más dulce —Soraya le sonríe —Seguro que el gran y poderoso señor de la casa necesita un dulce de naranja para sonreir, pero te lo niegas por el riesgo a adicción.

Entiendo la referencia.

—Los dulces son para entre horas —y él no lo hizo.

—Y le gustan de licor —Darley menos.

El que si ha entendido al igual que yo es Pietro. Mi sobrino niega sutilmente con los morros ensuciados de chocolate.

—Caerás en la tentación. Tarde o temprano, yo lo conseguiré.

—Aquí estoy para ayudar —digo yo, y también Pietro, el cual lo confirma con un alzamiento de pulgares.

Seguidamente Soraya me hace saber que su padre le gustaría tener un encuentro conmigo. Quiere comprobar en primera persona que estoy bien. También echarme la bronca del siglo. Eso dice Soraya, otra cosa es que sea cierta, porque con la diva uno nunca llega a estar seguro.

Considerando que aún me canso enseguida, que el dolor revive por momentos y que Máximo considera a Adrián bienvenido, a veces coinciden en la empresa de mi hermano, lo invitará. Espero que acepte. Quisiera agradecerle adecuadamente que diera aviso de mi estado. Vivo por eso, aunque de no haber sido por la falta de lucidez también hubiera empleado mi cualidad especial en él y la esposa.

Terminado el desayuno es el momento de abrir la caja.

—Es sorpresa que no es lo mismo que regalo —aclara Soraya.

Defino el lazo con la yema del índice tratando de no hacer un número, aún si el espéctaculo es parte de una diva. Como ya he dicho quiero recuperarme en brevedad por si podemos mantener operativo el club de los kimonos, aún si eso significa añadir nuevos miembros.

Descubro la sorpresa quitando la tapa. Al interior de la caja hay una serpiente de unos cincuenta centímetros, de escamas negras y grisáceas, sacando la lengua desde el rincón. Ocupa el podio de belleza, obviamente, justo despues de Soraya y yo, pero el tercer puesto es bien digno para él.

—¡Apofis, la encarnación del caos! —Soraya exclama entusiasta.

—Eso eres tú.

—Yo soy fan del orden cronológico —subo los ojos al techo. Ni de lejos el término combina con ella —¿Que ha sido eso, bichito?

—¿Qué tipo de serpiente es?

—No sé.

—Recuerda lo que te dijo el venedor. Es importante, podría se venenosa y matar a alguno de los presentes. No queremos eso.

—Pero yo no la compre —encoje los hombros.

—Al que se lo adoptaste.

—Voy a llorar, primer aviso. Si no quieres ser el papi de Apofis me pondré muy triste. Mi dulce carita se corromperá, lágrima a lágrima —hace un puchero perfectamente logrado de ojos aguados —A la de cuatro.

—Seré su papi.

—Genial, esa es la actitud —la expresión le regresa a la normalidad —Le gusta comer insectos y ratas, no descarto que personas, aunque eso ya será cuando sea una serpiente de cuatrocientos metros.

—Las serpientes no crecen tanto.

—Ni que yo fuera experta —protesta.

—Yo no digo que...

—Yi ni digi qii —hace una pedorreta, a continuación traslada la personalidad infantil a madura —Damián, es una disculpa. Me quedé quieta, de no haber sido por mi padre habrías muerto en manos del tuyo. Cuando más lo necesitabas yo... No puede hacer nada por ti. Perdóname.

—La culpa es mia. Yo te lo pedí.

—Tendría que haber echo más.

—Hiciste suficiente.

La abrazo rogando para mis adentros que no quedé lejos el día en que al fin conozca el peso de nuestro apellido, el mismo día en que lo haga, sin dejar pasar el instante, sabrá porque no actuó, le quitaré la culpa que siente y que en ningún aspecto debería cargar. A partir de hoy, me prohibido a mi mismo usar el don con las personas que quiero, no solo por lo vivido, sino porque no quiero que el poder que cargo manche de alguna forma nuestra amistad. Vamos a pelear, reír y llorar, y lo haremos lejos de ordenes que sometan. A buenas y malas, así son las auténticas relaciones, tanto en amistad como en familiar.

Darley llega a decirme que mis hermanos esperan por mi para hablar del futuro que ni he pensado. Ni creo que lo vaya a hacer. Quiero vivir sin planes, quiero vivir el presente sin la existencia del mañana. Morir sin arrepentimiento, morir sin miedo, sin la inquietud de dejar un pendiente.

—Estoy durmiendo —le digo a la pelirroja.

—Te dejarán tranquilo cuanto antes te reúnas con ellos —tampoco es que me hayan agobiado con el tema, solo fue esta mañana que se mencionó, sin embargo, Darley lo dice por algo. Siendo mis hermanos ella los conoce mejor —Digas lo que vayas a decir no serás juzgado, y si es muy complicado siempre puedes recurrir a la baza del enamoramiento de Soraya. Tú hermano se pone muy nervioso.

—También puedo hablar de ti.

—¿De mí?

—Si, le gustas a Máximo.

Amplia la abertura de los párpados y se le separan los labios sorprendida por una realidad sonada. Humildemente, hasta se sonroja, agitando el tema negando lo que sin evidencias contundentes se sabe.

—Máximo es mi padre.

—De papeles.

Darley no es como Soraya que siempre está dispuesta a dar guerra, aún si sabe que no tiene razón, así que, contrario a ella, procede a huir de la típica conversación que le perseguira hasta permitirse escuchar.

Máximo está sentado en el sillón con el vaso servido por un licor de hierba italiano conocido como grappa, por otro lado, el segundo hermano está de espaldas con la vista puesta al exterior a través del ventanal.

—Sientate —demanda el impertinente.

—¿Te quedarás ahí de pie?

—Aprendí de las reuniones que de espaldas las cosas fluyen —no se ha percatado de nuestra cercaní en la mañana —Hagamos esto rápido. Pega el culo al sofá.

Me quedo de pie haciendo un gesto para que Máximo no se chive.

—Hemos debatido tú precario historial acadamico —inicia Máximo. Que aburrido, que tostón, hay que animar el ambiente. Necesito fiesta —Planeamos que inicies los estudios... —inserto censura por ser un esplendido discurso para dormir —Comportate, Damián.

—Vaís a perder el tiempo comigo.

—¿No quieres estudiar? —pregunta mi hermano.

—No —camino hacia él.

—¿Trabajar?

—Menos.

Desde atrás cubro sus ojos con las manos. Suspira profundo y se le contraen los músculos tensos, seguradamente, por no haber prestado atención, por seguir creyendo en la persistencia del miedo.

—¿A qué juegas?

—¿Quién soy?

—El inútil de Damián —retiro las manos, una la llevo al pecho fingiendo ser ofendido con su suave veneno. Sobreviviendo a Soraya lo demás queda en mal chiste —Mantente al sofá.

Aplasto sus hombros con los codos provocandole gruñidos. No me quedo ahí, sino que sigo y sigo, lo fastidio con cualquier ocurrencia, y permanezco aún cuando las venas las tiene a punto de colapso.

—¡Maldito hijo de puta, dejame en paz! —se gira rabioso —¡¿Sabes lo insoportable que es la situación?! ¡La culpa no es tuya, es esta cagada de maldición, pero ya que esta no te cagues encima de lo cagado!

—¡Qué peste! —dramatizo.

El silencio entre los dos nace al segundo que procesa la situación como lo haría uno de sus órdenes de última generación, y antes de que habrá la bocaza pronunciando la conclusión lo abrazo.

Justo como siempre soñé. Sin temblores, sin miedos justificados. Percibiendo el perfume de mal gusto. Ay, no. Que desastre. A este hombre destinado a estar con la diva de las divas le falta coquetería. Tengo que remangar el kimono poniendo solución. Colonias, moda y una sesión de spa, consejos que lo empoderen en el mundo de los bellos.

Será otro día, hoy quiero disfrutar del abrazo correspondido.

Estoy en casa. 


****

Yo la más emocionada. Y mira que me consumió escribir la primera del capítulo, pero mamá no crío una perra débil, así que, aquí tenéis capítulo. Con este cierro por el momento el pasado. De momento. Ya regresaremos. 


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1. Cuando el capítulo llegue a 400 Votos tendrán nuevo capítulo. 

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