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074 - VAPORE


CAPÍTULO SETENTA Y CUATRO

DARLEY CRAIG


Creí tener amigos. Después de cuatro días sin que ninguno de ellos diga nada referente a Máximo estoy enojada con nuestra amistad, a excepción de Alessandro, pero a él no le dicen nada. Saben que me lo diría. Es incapaz de dejar a alguien llorando como lo hacen ellos.

Se pasan de malos.

Pensé en escaparme en algún momento y llegar a casa, ellos pensaron que lo pensaría colocándome a Hugo. Me sigue a todos lados. Los pasillos de la universidad están empapados por las babas que sueltan las estudiantes, también babearon por Derek, y son las mismas que muertas de envidia esparcieron el rumor de que soy una zorra y que juega a dos bandas.

Hugo al escucharlo lo empeoro.

Ya no juego a bandas, ahora me los folló a la vez, teniendo la vagina quemada a causa de un exceso de tríos. Me gustaba más la versión de la mojigata virgen, aunque no sea cierta, me identifico como tal.

Bajo del coche.

A pesar de la distancia ya siento en mi cabeza los murmullos y percibo las miradas en mi trasero de un grupo de pitos.

Antes ya era mirada como si olfatearan mi pureza rota, ahora el número de mirones ha incrementado porque las relaciones sexuales con una promiscua son menos problemáticas que el lloriqueo de una virgen.

Han sido días muy frustrantes.

Me giro pegando el culo en la carrocería y abrazo la mochila ocultando su segunda visión favorita. Hasta me visto con más ropa sin que eso los frene.

A su lado el baboso de Gaspar resultaría un ángel si no fuera porque casi me obliga a tocar su minúscula.

Hugo apoya la mano bruto sobre el coche causando mi pequeño susto, se inclina hacía mí tapando a los mirones y a un dedo de mis labios.

—Mi pequeña puta —se burla de la situación —Desde esta posición pareces completamente entregada. ¿Qué diría el cabrón helado si supiera de lo nuestro? Cierto, él está ocupado con el banquete de mañana.

Olvido los rumores dirigiendo el malestar hacía la boda y el banquete previo. Aprieto con fuerza la mochila. Me quema de pensar. Solo de saber las noches que han compartido quiero llorar.

Tiene que haber pasado algo entre ellos, aún cuando el team Sorek presume de haber bloqueado los posibles encuentros sexuales, me esquivó cuando reuní todo el valor que tenía para confesarme con un beso. Puse el máximo esfuerzo, tan es así que cuando Hugo me mostró la grabación no pude intentarlo de nuevo. Quise creer que la confesión de Máximo era producto del alcohol.

Se equivocó de nombre. Al igual que se equivocan mis amigos al decir que el hombre que me adoptó me ama y que no lo hace como padre.

El día que me besó también fue culpa de la bebida.

Estoy agotada de mi corazón.

—No hables de eso.

—¿Celosa, nena?

—Deja de hablar como un capullo. Das asco.

—Los que dan asco son esos que te miran como si fueras su puta. Les quitaría el pensamiento con una limpia decapitación, pero luego recuerdo las veces en que has baboseado lo mío y se me pasa. Jodete pecas.

—¿Te estás vengando?

Sujetándome de la nuca se devora mi boca con la suya y se cuela tan profundo alcanzando la campanilla con la lengua que provoca arcadas. Es muy violento. Y golpearlo no hace que se detenga.

Al minuto se apiada. Mejor dicho, ha conseguido su objetivo perturbando tanto el ambiente que los pantalones de los mirones aprietan y sus pensamientos han sido drásticamente empeorados.

El objetivo de Hugo es que se mimen con mi imagen.

—Vamos a clase.

Adorna mis hombros con su brazo y me obliga a caminar. Adentro las miradas y balbuceos van en crecimiento. Para mi estabilidad lo mejor que puedo hacer es ignorar la situación. En algún punto se aburrirán o aparecerá un rumor más poderoso que debilite el actual.

Ojalá se olviden. Aunque es muy poco probable, al menos por el tiempo en que Hugo continúe pegado a mi trasero.

La primera hora es calmada. La segunda y tercera igual. El problema llega en la cuarta que toca examen.

El profesor me salta repartiendo la prueba sin corregir el fallo una vez ocupa su lugar al frente.

—Ya sabéis como funciona. Tenéis una hora. A quien pille haciendo trampas lo expulso de mi asignatura y nos vemos el año que viene —estiro el brazo lo máximo que puedo —¿Ocurre algo Darley?

—Se olvidó de mí.

—¿Nadie te ha informado?

—¿Informar de qué?

Mis compañeros esperan expectantes la respuesta, sin embargo, el profesor se apiada recordándoles el tiempo y sacándome del aula. Hugo nos sigue.

—Está mañana a primera hora el rector nos ha informado que ya no estabas matriculada. Hubo alguna clase de problema con los pagos.

—Es imposible. Mis estudios están pagados.

—Deberías ir a informarte.

Acudo al departamento de tesorería. Ahí no solo me confirman las palabras del profesor, sino que me especifican el motivo. Máximo ha reclamado el dinero. Él, que no quería desperdiciar mi inteligencia, el mismo hombre que no me deja llamarme estúpida es el que me perjudica.

Estoy molesta. Muy molesta.

—Quiero ir con ese bobo —le hago saber a Hugo.

—¿A pegar rodillas al suelo? —lo golpeo con la mochila. El maldito se ríe de mi desgracia pasándose de grotesco y lo vuelvo a golpear: —Una chupadita cambia la opinión de cualquier hombre.

—Llévame con él —se esfuma la risa.

—Tengo órdenes —dice con labios apretados —Nos podemos quedar a ser oyentes o irnos a casa, pero con ese gilipollas no vas.

—Por favor. Te compensaré.

Viaja por mi cuerpo y dice:

—Lo siento, nena. Soy leal a mi cachorro.

Tumbada en el colchón, al que no soy capaz de adaptarme, lloró lo que en palabras es imposible describir.

¿Por qué hace esto?

Me enamoré de lo imposible, y lo que era posible me lo ha quitado el hombre que anhelo irracionalmente. Mi posible surgió por él. Quiero dar lo recibido, quiero ser maestra en un centro marginal para dar segundas oportunidades.

Tocan la puerta.

—¡Déjame en paz! —me asusto de mi propio grito.

Hundo la cara en la almohada mientras la mala persona de Hugo vuelve a insistir dispuesto a incrementar la burla. Así no quiero enemigos.

—¿Quieres una? —Alessandro alarga el paquete de galletas.

Froto un ojo y sonrío con lágrimas aliviada de que sea él. Acepto una galleta porque sé que cuando lo rechazan se disgusta.

Se sienta en la cama y comiendo, dice:

—Pedón pof invadir tú edpacio.

Me río un poco.

—Hablar con la boca llena es de mala educación.

Traga lo que masticaba antes de volver a pronunciarse:

—Cuando la gente llora significa que sufre y no me gusta. Quiero que dejes de hacerlo —ofrece una segundo tentempié mientras que mi cara se mantiene mojada —¿Qué hago para que no llores? La comida no funciona contigo.

Lo único que me daría paz es cantarle cuatro grandes verdades al endemoniado de Máximo. Maldecir hasta quedarme sin voz. Odiarlo por interrumpir mis estudios, por el desprecio que he recibido recientemente, por su compromiso y por no amarme a mi.

—Llévame con Máximo.

Medita comiendo galletas.

—Derek está trabajando, Soraya fue con Kora a comprar un vestido para la cena de mañana con los rusos, Hugo duerme tras la dosis... —dobla el papel del paquete vacío y muestra una llave —...y yo casualmente tengo la llave de la moto de Hugo. Nos faltan los cascos. Sé dónde están.

Sujeto con fuerza la cadera de Alessandro, a la vez que mantengo los ojos cerrados y temo por un accidente porque resultaría un indeseado contratiempo. Va a máxima potencia, y parece que nadie le ha enseñado las normas de circulación.

Tras rezar a la virgen por todo el trayecto llegamos.

Estaciona al lado del coche de Gaspar.

Antes lo pienso, antes aparece.

Desde el día de la culebra de Máximo, cada vez que nos cruzamos pasa por el lado agachando la cabeza. Sin palabras. No estoy al corriente de que le pasó, pero apareció dos días después con la cara desfigurada, excusándose con Máximo con la versión de una desafortunada caída donde perdió el ojo con una barra de hierro y se hizo múltiples cortes por el resto del cuerpo, aunque más bien parecen heridas de garras.

Se marcha sin despedirse.

—Seré breve.

Agarro aire y voy al despacho del señor del frío. El lugar es un desastre impropio de Máximo. Papeles desordenados, mayoritariamente hechos bola por el suelo apenas visible.

A su mano izquierda una botella de licor italiano y una copa, al otro su escopeta favorita y, en el centro, una carpeta.

Viste sencillo, de las pocas veces que lo veo sin traje o su ropa de cacería. Un vendaje perfecto decora su cabeza.

—Buenas tardes —saludo malhumorada.

—Siéntate.

¿Y el saludo? ¿Dónde quedan los modales?

—Estoy bien de pie.

—Siéntate —se repite impasible y sin un por favor.

—Como he dicho estoy a gusto de pie.

Llena la copa hasta el borde, se la queda mirando por eternos segundos antes de suspirar y darme un vistazo. Niega de cabeza.

—No mantengo reuniones con alguien de pie. Solo yo puedo levantarme, porque luego pueden confundirse y creerse por encima de mí.

—Te me caíste, papá —esboza una sonrisa espeluznante mientras aguanto de pie, una primera sonrisa que me genera escalofríos aunque sea producto de la embriaguez —Que me haya ido a vivir con mi novio no te daba derecho a destrozarme los estudios.

—Aclaremos algo. Tú no tienes pareja si yo no consiento. Y los estudios te lo puedo regresar con una simple llamada. Depende de ti.

Maldigo la existencia de la botella. Él no es así, ni siquiera debería estar bebiendo a media tarde. Algo pasó con la boda. Me da igual. Es su vida y ahora mismo no quiero sumar en ella.

—¿Qué quieres?

—Esperaba que respondieras al móvil —imposible, Hugo me lo quitó antes de ser encarcelada en la pent-house —Necesitaba tenerte aquí. Siéntate.

—No.

—Cuatro días y ya te has arruinado —exhala profundamente, pega dos dedos en la carpeta y la desliza —Lee esto, después te dejaré en paz.

—¿Para siempre?

—Si.

—Adiós, papá.

Al abandonar grita encendido mi nombre, reclama mi regreso, pero, a contracorriente, lo que hago es correr. Nunca ha gritado a tan alto nivel, mejor dicho, nunca ha gritado.

Culpa del alcohol.

Alessandro viene a por mi cuando me ve salir. Acuna gentilmente mi cara con las manos y trata de calmarme, mi alteración debe ser palpable, al igual que lo es su preocupación.

—Ya ha pasado, Darley —yo creo que solo es el principio.

Un disparo para en seco el corazón.

Máximo ha usado la escopeta.

Las palabras suenan lejanas y en eco, lo hacen a la vez que sale sangre por la comisura de Alessandro. Una mancha roja aparece en su camisa antes de que caiga contra el duro pavimento.

—¡Alessandro!

Definitivamente, Máximo ha enloquecido. Menos mal que se regenera con comida porque acabaría de firmar su decapitación. Tengo que apresurarme por dulces, sin embargo, antes de poder dar un paso, soy agarrada con fuerza por el hombre que acaba de cometer el peor error.

—¡Suéltame! —aprieta más fuerte —¡Haces daño, simio!

Ignora mis reclamos soy llevada a mi habitación y encerrada con él, impide por todas que salga estando en medio. Retrocedo a medida que avanza conservando una expresión rabiosa.

—¡Hay que darle de comer! ¡Si él...!

—¡Olvídate de él!

—Máximo, por favor —digo acobardada, tropiezo cayendo sobre la cama y él se queda parado de pie. Está por encima de mí —Has cometido un grave error...

—Quédate quieta —baja el tono.

Al girarse a razón que no sé, está pasado de copas, voy deprisa hacía la puerta, no lo suficiente para desbloquearla y salir a por Alessandro.

Máximo me hace dar media vuelta, une mis manos al frente y deposita una carpeta gemela a la del despacho.

—Abre la carpeta —ordena autoritario y lo hago, se me forma un nudo en el cuello al ver las primeras palabras. Las lágrimas regresan —Lee, en voz alta.

Ya no puedo más. Ya no lo aguanto. Hace años estos papeles fueron una bendición, pero se han convertido en una pesadilla, a tal punto que desearía que nunca hubiera firmado.

Conociendo mi habitación, y por ende la ubicación de cada objeto voy a por el encendedor. Acercando la llama hay diversión en sus ojos oscuros. El borracho disfruta de mi sufrimiento.

Los papeles arden en mi mano. Los tiro antes de quemarme.

—¡Basura! ¡Eso es lo que eres! —golpeo con el anular en su pecho —¡Bobo! —camina de espaldas en cada golpecito —¡Grano en el pompi! ¡Popo!

A milímetros de chocar contra el final de la habitación me sujeta por las mejillas arrastrándome a la esquina. Lo miro furioso, y él sigue aguantando esa mirada repleta de diversión que me desquicia.

—No te eduque para un lenguaje tan mordaz, preciosa —me quema la cara más que el fuego —Voy a limpiarte esa boquita. Abre la boca y saca la lengua.

Obedezco nerviosa con su comportamiento.

Abro la boca mientras sus pupilas se dilatan y saco la lengua. Mueve sus labios húmedos sin quitarme las manos de las mejillas, suelta saliva con sabor a melocotón por lo largo de la lengua y expande con la suya.

Vamos a pactar algo. Vosotros no me decís que estoy soñando, y yo sueño hasta despertar del trance en la boda de la rusa.

Mezcla nuestras bocas en un profundo beso. El melocotón se convierte en mi fruta favorita a la par que extraño el grappa. Una vez lo probé y juré no repetir, así que conozco el sabor faltante.

Empujo su pectoral y retrocede. Decoro su cara de un guantazo. Queda aturdido, no lo suficiente como para no reaccionar cuando voy a por sus labios. Corresponde cogiendo las riendas. Dueño del control.

Las llamas crecen en las cortinas al igual que lo hacen los besos.

—¿Cuánto has bebido? —necesito averiguarlo, saber a qué nivel me aprovecho de su estado alterado.

—Déjame seguir, cara mia.

—Te casarás.

—Lo haré algún día contigo —quedo boquiabierta. Ahora sí sé que estoy metida en un sueño —Yo te beso, tú me pegas y me besas, muy padre no debo verme a tus ojos como para que me niegues el compromiso. Tampoco espero que me rechaces por lo que va a suceder hoy. ¿Conscientes?

—¿A qué?

—A hacerte mía hasta el amanecer.

—Consiento —río nerviosa.

Subida en sus brazos abandonamos la habitación calurosa, no solo por el fuego que reduce el mobiliario que he tenido desde mi adopción, sino que lo es más por el calor que desprendemos.

Ordena a los empleados apagar el fuego antes de entrar en su habitación.

Soy liberada en la cama y va al enorme vestidor, no obstante, los nervios me hacen ir detrás de él. Abre el cajón de cinturones. De reconocidas marcas italianas y distintos colores, en su mayoría oscuros.

—Prefiero que no uses eso —le hago saber.

Siento alivio al saber que no seré azotada cuando cierra el cajón y abre el contiguo, el de las corbatas. Moja su boca dirigiéndome una mirada juguetona. Mientras desliza las yemas por la diversidad de tejidos me acomodo en el sillón de cuerpo, ya que parece ir para largo.

Se detiene sin elegir.

—He fantaseado atarte con cada corbata y azotarte con cada cinturón, y ahora que la fantasía se cumple solo te quiero a ti.

Se arrodilla frente mí, abre las piernas y huele la feminidad por encima del pantalón antes de romper el botón con los dientes. Estira la prenda por mis piernas conservando la braguita.

Besa encima de la tela.

—Máximo —jadeo.

Coloca las manos en mis rodillas, rasga la lencería y enchufa la lengua en el punto delicado generando sensaciones de vértigo. El órgano del habla se cuela por los pliegues y...

¡Dios! ¡Jesús bendito!

Compro ticket al averno.

Las manos toman decisiones propias yendo a la cabeza de Máximo, pero se replantean la decisión al rozar el vendaje y acaban clavadas en los reposabrazos del sillón estropeando la manicura en el cuero. Al mismo tiempo, el diablo me hace conocedora de mi flexibilidad separando más las puertas, hasta que quedan a la altura de mis dedos.

—¡Máximo! ¡Joder, Máximo! —me saltan lágrimas, él ve una y se detiene ganándose mi reproche —No, no pares, continúa.

Gracias a los pecadores por apiadarse y concederme el capricho mezclado con la entrada de sus ágiles dedos. Mis ruidos se ponen más grotescos, él más intenso hasta que quedo en blanco.

Al reaccionar cubro mi boca por el estropicio que le he causado.

Está empapado. Cabello, cara y el principio de su camisa han sido víctimas de... Ay, no. No puede ser.

¡Qué vergüenza!

Sus manos caen sobre las mías antes de que las pueda usar para esconder la cara más roja que mi pelo. Tiene una mirada furtiva. De cazador. Sin romper la conexión chupa el borde de la camisa.

—Que delicia, pequeña atrevida.

Intento reaccionar, decir algo coherente, porque muy a mi pesar sé que su papel está inducido por lo bebido, sin embargo, antes de detener está locura he perdido al ser regresada a la cama. Es imposible cambiar las reglas, menos cuando queda despojado de cualquier prenda.

—Vapore. Es tú palabra de seguridad. Es muy posible que me descontrole y no mida mi fuerza, es muy posible que te haga daño, pero confía en mí, yo lo último que quiero es causarte dolor.

Esfuérzate, Darley. Esfuérzate.

A pesar de haber tenido orgasmos tocándome con él en la seguridad de mi cama, debo superar la lujuria y meter cabeza fría.

—Tienes que parar —al fin soy capaz —Tengo que ir a por Alessandro, y tú debes pasar la borrachera. No puedo dejar que hagas esto.

—Di la palabra de seguridad —me presiona el labio.

—Recapacita.

—Dila.

—Vapore.

Olvido dónde estoy y lo que pasa con el siguiente beso, no por el beso en sí, aunque ayuda, sino por quedar bajo él. Está en su mejor posición. Intimida, y quiero que continúe así mientras se introduce, incluso después.

Soy consciente que no me enamoré de un crío, ni de un hombre, sino de un ser nacido de la oscuridad. De la guerra. Silencioso, calmado, estratega, a quien temer cuando salta al campo de batalla.

Huele a victoria.

Entra suave y piadosa, aunque dura poco. Rápidamente pierde la compostura guiado por el instinto, le puedo aguantar el ritmo, y cuando necesito respirar uso la palabra de seguridad. Es lo único que atiende, lo único que por minutos lo amansa antes de volver a caer en lo primitivo.

Folla salvaje.

Los embates agresivos no son lo único de lo que debo cuidarme, también debo hacerlo de los dientes. Sangro a causa de algunas mordidas. Debo estar muy mal porque lo disfruto.

Duramos bastante. Creo. Me pierdo del espacio y el tiempo. Una insignificancia de que en el segundo orgasmo me hace olvidar a la par que recibo su semen, el cual lo hace sonreír por no desperdiciarse.

Cumple su palabra. Lo haría si mi cuerpo resistiera, pero el rato en que dispongo energías me cubre de placer. Ojalá hubiera podido aguantar más de una hora.

Despierto cubierta de dolor, no más que el producido al encontrarme sola y sin la compañía de Máximo. Ha despertado antes que yo. Resacoso, habrá maldecido por tenerme desnuda. Quizás ni lo recuerde.

¿Qué pensará de mí?

Recuerdo cada advertencia de Gaspar. Máximo se casará con Ivanna y me convertiré en su puta. Una amante. No quiero acabar en dicha situación, pero, aunque duela, no tengo que ofrecer. De origen humilde y sin un apellido que pueda cambiar la decisión.

Lloro abrazada a la almohada.

No presto atención a mi alrededor hasta que un toque helado me calma, alzo la vista al par de ojos marrones y su sentimiento dolido, tal vez preocupado. Que sea expresivo es nuevo.

—Perdóname, soy muy bestia —percibo su barba en la palma de la mano. Es real —Incoporate. He traído una de mis pastillas para el dolor, yo ya tome la mía, así que no me hagas rabieta.

—¿Es por la resaca?

—No, es que me sigue doliendo el golpe —señala el vendaje de la cabeza —No mezclo la medicina con el alcohol.

Reorganizo las ideas mientras su rostro es adornado por una sonrisa de labios cerrados. No sabía a alcohol, tampoco olía a él. Sonreía al mencionar el tema y, ahora mismo, acaba de decir... Necesito repetirme. Paso a paso, y en bucle. ¿Y la copa? Solo la lleno.

—Estabas fingiendo.

—No, así soy cabreado.

—¿Y la copa?

—Una excusa por si me llegabas a odiar. Sé que cabreado se me reduce drásticamente la inteligencia. Y lo último que quiero es perderte.

—Alessandro...

—Increíblemente sobrevivió —es de las mejores noticias, al decirla pero su humor cambia a mal —Aléjate de él. Y si lo quieres vivo procura que nunca me entere de lo que hicisteis.

—Vas a casarte en una semana —me besa con elegancia —Yo no quiero ser la amante.

—Nunca te daría ese puesto.

Se asegura de que tome la pastilla y me cura los mordiscos antes de ir al vestidor diciendo que me quede a la cama descansando, aunque lo último que hago es hacerle caso persiguiendolo.

—¿Aún tengo que ayudar con la cena? —le pregunto ayudando con la corbata.

—Iremos a cenar a un restaurante.

La realidad me golpea y me pican los ojos, que vaya a cenar con los rusos después de lo que ha pasado es más doloroso, y yo no voy a poder ignorarlo, voy a enloquecer si me mantiene como su hija. Ha dicho que no seré su amante.

—Lo de ayer fue real —digo herida.

—Pietro, tú y yo. Iremos a cenar los tres —se coloca la americana —He ordenado a Gaspar que anule la cena con los rusos, y ahora me voy a reunir con mi hermano para que me ayudé a cancelar la boda.

—¿Tan de repente?

Levanta mi mentón con el dorso, me besa la frente y pregunta:

—¿Me correspondes en sentimiento? —asiento, estoy atontada como para emplear la palabra —Me gustaría saber cuando tú amor paterno se transformó, pero el mío cambió hace cuatro años y desde entonces ha sido un infierno vivir, porque temía que me vieras como el malnacido que te engendró.

—Nunca podrías ser él.

—Ahora lo sé.

Antes de marcharse me comunica que ha solucionado el inconveniente que provocó con la universidad y que podré hacer el examen, también me pide que vaya a desayunar con Pietro. Y que por los buenos santos repase los papeles.

He de recuperar fuerzas para la noche. Por otro lado, desea que pronto pise el gimnasio para adquirir resistencia.

¡Me queman las mejillas!

Desayuno con el pequeño demonio muy felizmente, manteniendo la distancia con la carpeta para no arruinar el sentimiento positivo, aunque para estropear el momento ya está Pietro:

—¿Mi padre sabe que hoy muere?

—Exageras.

—Hugo furioso es muerte asegurada. Mientras que tú te dabas besitos con papá, él estaba muy furioso. Estaba ahí cuando papá disparó.

—Tengo fe en que no hará nada. Y que de hacer algo será con Derek.

—Tal vez sí, tal vez no. Últimamente mi padre está jugando mucho con la muerte. En cualquier momento seré huérfano.

—No digas eso.

Acudo la carpeta para no pensar. Sé que nada malo le pasará al padre, igual que lo sabe el hijo, por algo es apodado el diablo de Tasmania, hay ocasiones en que se endemonia atormentando a cualquiera.

—¿Qué es eso? —pregunta fisgoneando.

—Los papeles de mi adopción. Tú padre no se rendirá hasta que los repase, y lo último que quiero con él es pelear.

No hay nada nuevo en ellos. Los vi el día que fui adoptada, y desde entonces no ha variado. Aquel día cambié de apellido. De Craig a Salvatore. Darley Salvatore. Aunque el cambió nunca figuró en el DNI, tampoco en documentos importantes, hasta el graduado consta el Darley Craig.

Siempre he sabido que era por seguridad. Enzo no hubiera ignorado mi adopción complicando la existencia a Máximo. Un insulto al apellido.

—¿Aquí no debería estar firmado?

Pietro, señala el lugar donde debería estar la firma de Máximo. Tiene razón, no está.

Ambos abrimos los ojos a la vez. Y chillamos:

—¡No soy tú hermano!

—¡No soy tú hermana!

—Que falta de disciplina —Pietro le lanza una fruta a la mujer elegante y de acento ruso que interrumpe —Muy pronto ya no deberé preocuparme de ti, mocoso. Después de la boda irás directo al internado.

—Disculpa, Ivanna. Tú no tienes poder en esa decisión —me levanto despacio, parece que nadie le ha informado sobre el cambio o quizás sí, quizás no lo acepta y por eso ha acudido cuando jamás fue invitada durante el compromiso —Te pido amablemente que te vayas.

—Que modales tiene la sirvienta. En la bratva ya hubieras aprendido la lección vuelta puta con los presos más repudiados.

—¡Seguridad!

La mujer ríe mientras nadie aparece. Vuelvo a intentarlo encontrando rara la situación que por la presencia de la rusa ya era. Es imposible que nadie venga al llamado considerando la presencia del heredero, solo sería viable si no quedará nadie, aunque más raro me parece por la ausencia de un caos previo.

La mafia roja no es silenciosa.

—Cielos, conoce tú lugar. Ellos no están para la amante. Voy a convertir tú vida en miseria en manos de mis hermanos. Te arrepentirás de haber tocado mi hombre, puta.

—¡A ella no la insultas!

Pietro va a por ella, la mujer ya lo espera, antes de que el pequeño sufre en manos de la dichosa lo cubro. Golpe mi cara, la espalda y las costillas. Estira de mí cabello manifestando su odio hacía mi.

Sé que mi cuerpo adolorido no aguantará por mucho, sin embargo, aún cuando ya no tenga fuerzas seguiré protegiendo a mi pequeño.

Un aplauso energético interrumpe el inicio de la paliza. 


****

Voy a decir que yo también soy una niña mala, que necesito que me limpien la boca y que no me importa sacar la lengua. 

Por dios, ese momento, me ha latido algo y no ha sido el corazón. Lo peor es que no hemos visto a DOM Máximo, y aunque no ha aparecido, Darley ha tenido que usar la palabra de seguridad.... Dios... Desperto adolorida. Me apiado de ella. Aunque también albergo sentimiento de envidia. 

¡Maldición! 

¿Le gusto la escena? 

Saben que me pongo mal escribiendo estás cosas y siempre sufro en esos momentos el síndrome del impostor, creyendo que escribo horrible. 

(SI OS ESTÁ GUSTANDO LA HISTORIA NO DEJEN DE APOYARME DEJANDO SU VOTO, ME AYUDAN MUCHO)

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