066 - MÁS CERCA QUE NUNCA
CAPÍTULO SESENTA Y SEIS
DEREK SALVATORE
Recupero la conciencia escuchando el eco de un llanto que me destruye por cada lágrima derramada, el llanto que escuchaba en mi último aliento, al menos eso era lo que creía.
La Finismortis debería haberme matado, aún así, a falta de saber la localización de mi mujer, estoy mejor que nunca. Quizás es normal, quizás esto es lo que pasa cualquiera que enferma y se recupera. Soy invencible. Ningún virus puede conmigo, aunque en este caso el virus era en forma de puñal y dudo que mi sistema haya logrado recuperarse ayudado por la medicina.
Acaricio la herida de mi dedo con orgullo.
Soy un hombre nuevo.
Hombre que le falta su mujer. Maldita sea, necesito a mi mujer.
Las heridas causadas por los tubos que arrancó sin mesurar la fuerza se cierran en cuestión de segundos. Estiró los músculos tras salir de la camilla cargado de energías. Cada cosa en su lugar.
Odas hace de guardia desde mi hombro.
Voy directo a la sala de espera porque es donde espero que estén los míos, aparte que deberían saber que estoy bien. Están preocupados. Ni siquiera Máximo pudo esconder ese estado de mi cuando quedamos en la habitación el no médico, él y yo.
—Ha fallecido —anuncia mi hermano mayor mientras estoy a su detrás.
Aún cuando tengo a varios de frente parece que ninguno me presta la suficiente atención como para darse cuenta que estoy vivo. Obsesionados con el rostro de Máximo, aunque de no ser el centro por la peste que comunica sobre mi muerte apostaba que no sería el único rostro con el que se distraerían.
Máximo tiene dibujado copos de nieve, Damián corazones, Alessandro mariposas y Hugo un enorme rabo, también una línea discontinua en su cuello y unas tijeras. Joder, ni que se hubieran quedado dormidos mientras que moría.
—¿Dónde está mi mujer? —se tardan en responder, así que levantando el tono vuelvo a preguntar —La puta que os parió a todos, ¿dónde está mi mujer?
Sus sistemas deben haber sido corrompidos por el mismo troyano porque tienen la misma expresión. Hermanos, cuñadas y amigos empezarán a hincharme conjuntamente las pelotas como no reinicien y salten de alegría por mi recuperación, aunque lo que realmente quiero es que muevan el puto culo y me digan donde está mi mujer.
La pregunta es simple, la respuesta debería ser automática.
—Cabrón con suerte —expresa Hugo.
Muy cabrón, igual de cabrón que él, que teniendo marcado el cuello evidencia su repetición con mi hermano. Que haya repetido está bien, ya que, sin contar a la puta cucaracha, nunca ha sido de probar dos veces. El interés no lo ha perdido, cosa que significa que yo no tengo que romperle la cara por culpa de una polla inquieta.
—¿Y mi mujer?
—Muy lejos no estará —Máximo, habla despacio, aún sin dar crédito a mi glorioso estado de salud —No te cabrees, pero la tuvimos que echar de la habitación porque atacó al chico que te ha salvado.
Cierto, él tampoco está, cabe la posibilidad que lo encuentre con mi mujer después de que fuera el único que acudió a sus gritos. No es médico, ni siquiera lo escondió confesando su objetivo vital, sin embargo, aunque no había nada que hacer, se aferró a la idea de salvarme. Quería hacerlo, al igual que yo quiero contribuir en su objetivo, porque cuando mi mujer se rompió le dió lo que más necesitaba, esperanza.
—Si habéis acabado de perder el tiempo buscad a mi mujer —algunos ponen mala cara, me da igual.
Se dividen para encontrarla mientras que la única que no mueve ni un maldito músculo es mi amiga. Mejor dicho, nuestra amiga, de mi mujer y mía, aunque ella diga que me la ha robado. Debe aprender a compartir.
—He dado una orden —le hago saber por sí su neurona aún no ha reiniciado correctamente —Busca a mi mujer.
—Por favor y gracias. Usa las palabras mágicas y lo pienso.
—Un pájaro me ha contado que te metieron la lengua hasta lo más profundo de la garganta y le correspondiste, amablemente, con tú mejor gancho.
Spark tiene razón, las palabras mágicas funcionan, solo he empezado a usarlas y ha salido espabilada a buscar a mi mujer. Ni la bebida energética le hubiera proporcionado tanta energía.
Las cualidades de rastreo dejan mucho que desear después de que hayan pasado cuatro minutos desde que he dado la orden, así que me dirijo al más listo y le pido:
—Odas, busca a mamá.
El águila levanta el vuelo.
Mientras que la inmensa mayoría ha optado por buscar a mi mujer dentro del hospital, sin considerar que alguien ha estado aquí y que la podría haber secuestrado sin problemas, después de todo, ha dejado evidencias en sus rostros, mi hijo nos hace salir del hospital.
Enciendo un cigarro calmado.
Descarto un secuestro. Tendría que estar muerto, así que no me estoy enfrentando a un nuevo enemigo. Y lo prefiero así. Alguien capaz de detener a la muerte es alguien poderoso. Además, con la mierda de La Orden, lo que necesito son aliados, no más expertos palpadores de huevos.
Odas aterriza en un banco y mira a su madre, la cual se encuentra durmiendo con un rostro marcado por el exceso de dolor. Todavía hay lágrimas secas. Cuando le dí la Finismortis no quería hacerla sufrir, aún cuando contemple el escenario en que la usaba contra mí, no lo imaginé con ella sufriendo, ya qué si lo hacía era para encontrar la paz tras deshacerse de su maltratador.
Agradezco no haber muerto porque no se perdonaría.
Cabe la posibilidad de que alguien piadoso la reiniciará confesando mi auténtica identidad, de haberse producido el acontecimiento, considerando mi muerte y el borrón de sus recuerdos, nuestra historia hubiera desaparecido. Seríamos papel meado.
Sentado, espero a su lado. Invierto cada segundo perdiéndome en sus amables facciones.
Al despertar, no tiene prisa para levantar los párpados, aunque cuando lo hace me golpeo mentalmente. Una hostia bien dada. Con la mano abierta. Su irritación es imperdonable. Mancha el azul. El azul que envidian hasta los ojos claros por ser un tono reservado a ella.
Miedosa y precavida estira la mano. Superficialmente, apenas perceptible, la yema de su anular roza la piel de mi pómulo. Suficiente contacto para que se produzca un nuevo llanto.
La empujo a mi pecho y la retengo, dejo que lloré lo que desea mientras que repite, obsesivamente, dos palabras:
—Te odio, te odio, te odio, te odio...
Recuperando los detalles del pasado en los que no aceptó ser mi novia y nos convirtió en su hombre y mi mujer. te odio significa te amo. Sin embargo, ayer no es hoy. Aún así está aplicando la antigua ley. Quiero creer.
Ojalá lo aplicará tan bien en valentía, ojalá que perdiera el miedo y que volviéramos a ser quienes fuimos.
—Te odio.
Hasta que no termina de manifestar su amor hacía mí no la interrumpo con un beso que corresponde a mordiscos. Los picotazos no impiden que haya más besos, ni siquiera cuando ataca a mi lengua, ataque que provoca mis ganas de arrancar su ropa y follarla como si mañana no existiera.
—¡Te odio! —grita a los cuatro vientos.
Beso su cabello, su frente, sus orejas, sus cejas, sus párpados, su nariz y vuelvo a besar sus labios. Aumentando los besos disminuyen las lágrimas hasta que cae la última y se entrega a mi.
Mis manos se ponen en automático agarrando su trasero. Con más entusiasmo cuando no hay freno y gime. Transformamos la pena en lujuria. Huelo sus braguitas empapadas a kilómetros.
—¡Derek! —jode, Alessandro.
A mi que no me digan que estoy en un lugar inapropiado, a mi que me apoyen cuando digo que mi hermano nació con el don de interrumpir cada una de mis endemoniadas calenturas.
Soraya se ríe al mirarlo y procede a ofenderse:
—Estamos buscándote y tú te estabas manoseando con el puerco, eso no se hace Soraya —se me contagia la risa —No es gracioso.
—Tú cara lo es. ¿Quién te pintó? —le cuestiona divertida.
—¿Eh?
—Ve a por un puñetero espejo —digo.
De nuevo con mi mujer y sin nadie que rompa las pelotas, tengo ansias de usar mis manos en su cuerpo, pero, en fin, parece que ella no está para la labor robándome la cajetilla de tabaco.
Empleado como el apoyo de su espalda voy acariciando su pelo mientras da caladas pausadas.
—¿Cómo descubriste mi naturaleza? ¿Te lo confesó mi yo borracho?
—El alcohol confirmó mis sospechas, aunque aún espero que tú yo civilizado... —hace comillas con los dedos —...me lo diga. Sé que tú sabes que yo lo sé, aún así lo quiero escuchar.
—Soy Derek Salvatore. El hombre que nació condicionado por la maldición de su familia. Soy la muerte de los jinetes del apocalipsis. Sin embargo, principalmente, soy tú hombre.
Una semana después de los acontecimientos del hospital, los cuales hemos pactado no volver a mencionar, ya que parece que mi mujer en la ignorancia de los acontecimientos es más feliz y yo quiero que vuelva a tener la Finismortis, aunque a día de hoy rechaza la idea, estamos preparados para retomar nuestra normalidad.
Antes de ponerme a hacer el desayuno paso por el sofá con un vaso de agua helada que vacío sobre el ocupante. Despierta a malas cagándose en mis familiares, muertos y vivos.
—Hay más habitaciones —le hago saber, tal vez es tan sumamente idiota que haya olvidado de su existencia.
Tras seis mañanas en que Hugo ha amanecido en el sofá sigo sin saber si fue cosa de Alessandro o de él. Ninguno de los dos me deja participar. Es frustrante porque como experto que soy necesitan urgentemente de mis consejos, consejos que no me aguardo y que optan por ignorar. Spark tampoco me deja en lo suyo. Afortunadamente, quedan Darley y Máximo.
—Habla con él.
Invade la cocina con total pasotismo a mi buen consejo y se pone a cocinar desayuno para uno, haciendo que yo me encargue del desayuno de mi mujer y mi hermano, aún cuando al principio era su terreno. Hugo disfrutaba cocinar para Alessandro. Es indiscutible.
¿Qué tragedia pasó en San Valentín?
Considerando que mi primera cita con Soraya fue por culpa de Hugo y que está pillado por Alessandro, obviamente, planeó una cita.
—No lo ha tenido fácil. Si quieres...
—Quería su polla y la tuve, no quiero nada más —abre una lata de cerveza y da un trago largo —Es una buena noticia para ti. Él no me quiere, yo no lo quiero, solo fue una follada medio pasable en que ninguno involucró sus sentimientos y, por ende, Alessandro no ha salido herido.
—Miente a quien te crea.
—No es mi tipo.
Oh, por favor. Y una mierda. Que se lo digan a quienes decapitó por meterse con Alessandro para que al menos puedan reírse a cuatro metros bajo tierra.
A media preparación del desayuno soy atacado por los besos de mi mujer y al finalizar el banquete, banquete por Alessandro, el susodicho agradece la comida sin dirigirse ni una vez a Hugo.
—La falta de comunicación es un error en la pareja —les hago saber ganándome un gesto negativo de Soraya —¿Qué?
—Nada.
—Te llevaré al colegio —lo intenta Hugo.
—Iré andando —Alessandro deja de comer, se coloca una de las asas de la mochila y se despide de Soraya: —Nos vemos en clase.
—Al menos lo has intentado —trato de animar.
—Vete a la mierda —aunque nunca me lo vaya a poner fácil.
Empiezo mi jornada laboral después de haber dejado a Soraya en su centro y se haya despedido cuatro veces, aunque en el trayecto de ida me ha dejado un gusto agridulce con sus monosílabos. Si no conociera a mi gente diría que hoy despertaron con actitudes profesionales para joderme.
Esa pequeña diablilla trama algo. La cuestión es averiguar si es contra la pareja o contra mi.
Estoy trabajando mano a mano con Queso. Le molesta el apodo. Por cuestiones obvias nunca he participado en un evento tecnológico, sólo organizaba un equipo para que hicieran un par de presentaciones, literalmente, ellos hacían el trabajo, sin embargo, con el futuro que tengo para Queso me interesa. Acudirá como nunca hice yo, dará la cara como portavoz, aunque reniega de la idea.
Queso es antisocial por elección. Dar la cara, relacionarse, le genera un rechazo profundo y a mi las ganas de golpearlo. Por otro lado, el personal agradece que ahora él sea quien dirige las reuniones.
La secretaria se comunica a través de mi por teléfono:
—Charlotte, señor. Una chica solicita pasar a su despac...
—Yo no solicito, yo voy a pasar.
Los cimientos que tanto me han costado levantar se derrumban mientras que el mundo, lo que es el puto esférico, me aplasta. Me falta el aire cuando irónicamente no lo necesito para existir, pero me falta.
—¿Derek? —Queso, se preocupa.
—Gana tiempo —pido asfixiado, ya que nadie lograría echarla.
No sé qué hace aquí, lo que sí sé es que no voy a quedarme para descubrir dichos motivos que acaban de jugármela. Si ella me descubre aquí, si ella sabe que era el jefe de su padre, si ella conecta... Joder, el fin.
Cada segundo que consigue la cucaracha de mi secretaria lo empleo para encontrar una vía de escape. O mejor dicho, dirigirme hacía ella, ya que la única forma para no ser descubierto es saltar.
Saltar al puto vacío.
¿Cuántas plantas tiene mi edificio?
¡Me cago!
Va a doler. Joder, claro que lo hará. Hubiera sido de agradecer que en mi inmortalidad me quitarán el dolor, pero la maldición es egoísta y voy a sufrir cuando mis huesos queden puré.
La última vez que salté de un lugar alto, no tan alto como esto, se me quitaron la ganas de repetir la experiencia.
Hago añicos el cristal más débil, el viento golpea mientras cuento hasta cuatro y, antes de lanzarme, soy agarrado por Queso.
—¡¿Qué estás haciendo?!
—¡Mi mujer está aquí!
—¡No hay pelea con mujer que valga esto! ¡Te matarás!
—¡Al menos yo tengo un motivo válido para matarme!
Afloja el agarre con tan mala suerte para mí que en vez de precipitarme al vacío lo hago contra el marco. Sangro en el acto. De mientras, Queso ha decidido ausentarse de este plano.
Reacciona cuando agito la mano en sus narices y le hago saber, en susurros:
—No debe saber que soy quien soy.
—¿Y eso por qué?
—Game over.
Me blanquea la mirada.
Desconozco cómo lo logramos, pero, antes de que entre Soraya, Queso ha ideado un plan y lo hemos llevado a cabo. En resumen, estoy escondido bajo mi escritorio mientras el aliado ocupa mi silla.
—Buenos días —saluda Edgar.
—Buenas —le responde Soraya.
En ninguna de las variables que contemplo como resultado del plan esto termina en buenos términos. Evidentemente, me aferro a que siempre que Soraya entró en mi despacho nunca quedé bien.
—¿En qué puedo servir?
—Tengo dos preguntas —si la viera y no fuera solo su voz lo que obtengo de ella, sé que la vería con dos dedos alzados —La primera y no tan importante. ¿Quién eres tú?
—Soy Edgar. El jefe.
—Segunda y más importante, jefecito. ¿Cuánto te mide?
—¿El qué?
—El pollón que se está comiendo mi hombre.
El cabezazo que me doy contra el escritorio nos hace temblar por igual, y de regalo recibo una patada de Queso al levantarse sorprendido de la silla. A los segundos asoma mi mujer con una gran sonrisa.
—He estado muy ciega todo este tiempo. Claro que no me engañas con mujeres, lo haces con hombres —va a por Queso, lo arrincona y el pobre no sabe donde ponerse a la vez que alza las manos —Si la chupa la mitad de bien que come mi coño debes estar muy contento, jefecito.
—Me obligó a todo.
—¡No le des juego! —mi grito llega tarde.
Queso se enfrenta al veneno de mi mujer, el cual aplica rápidamente y sin espacios para protegerse. Rojo. Al punto del tomate maduro. A este paso, con queso y tomate, será una pizza.
—¡Soy una víctima inocente, lo juro! ¡Solo estaba haciendo caso a mi jefe porque es el jefe!
—¿Derek es el jefe?
—¡No! —digo.
—¡Jefe y dueño de la empresa!
—¡Queso! —maldito traidor, lo voy a lapidar.
—¿Queso? ¿Qué queso? —Soraya, cuestiona confusa.
—¡Es el apodo que me dió!
—Oh, oh, oh, ooooh —mueve las cejas y sonríe traviesa —Entiendo, es porque lo soportas.
—Es por queso rayado, porque sus muñecas están rayadas de las veces que ha tratado de cortarse las venas —aclaro.
Soraya le abraza el brazo impidiendo que se mueva cuando levanta la manga comprobando mi argumento. Hay están las rayas. Cada vez más abundantes. Una mejora de puesto y salario no lo frenan.
—Eres horrible, bambino. El pobre lo está pasando mal y tú le pones un apodo espantoso, al menos ten la decencia de ponerlo en inglés. Cheese. Mil veces mejor. Más cool, más diva.
Queso, corrección, Cheese se pellizca y niega al darse cuenta que no está soñando algo hermoso. Las cosas como son. Si en algún punto mi actitud puede provocar pesadillas estás desaparecen con la aparición de Soraya.
—Cheese, lamento que soportes a mi hombre, es por esa razón que voy a liberarte de tan pesada carga. Así que...
—Despide a la cucaracha inglesa, no a él.
—Te libero de la carga. Quiero estar a solas con el impresentable —Cheese, agradece con la mirada y se va. A solas me pica todo el cuerpo por la inquietud —Eres muy exagerado, bambino. Yo no vengo aquí a despedir, ni a imponer, aunque ya que estamos sería muy considerado de tú parte que le dieras el finiquito a la secretaria.
Dicho y hecho, me comunico con la británica mediante el teléfono para que recoja las cosas y se largue.
—¿Algo más quiere el pájaro?
—Contrata a Hugo.
—Tampoco nos pasemos.
Ni siquiera lo puedo imaginar. Además, ahora que está rehabilitado su trabajo vuelve a ser la protección de Soraya.
Abandona la mochila al suelo sacando la caja de tiritas con dibujos de calavera y se acerca. Usando las mangas limpia la sangre. Mientras procede a llenarme de tiritas con estampados de calaveras pienso en su imposible presencia. Intacta. Sin dolor de cabeza. Un día más de nuestro pasado.
—¿Te dije que trabajaba aquí?
—No, que va. Fue otro descuido tuyo.
La única oportunidad fue el día de San Valentín cuando surgió un contratiempo y por cercanía vine personalmente, dejando muy claro que no quería que se me molestará más durante el día. Fue muy estúpido creer que se quedaría en el coche.
—¿Te duele algo?
—Tus mentiras —confirmado, su cabeza funciona —Eres muy hipócrita al decir a los demás que la base de una relación es la comunicación. Aplica tus consejos.
Mierda, mierda, mierda, mierda...
—¿Qué quieres que haga?
Un paso en falso y adiós. Únicamente pienso eso, así que no sé cómo superar la situación sin cagarla más.
—Habla conmigo.
Aunque conozco a alguien que salvaría la situación.
—Ayúdame.
—La verdad es importante. Me dijiste que me acosabas... —mentira, ella dedujo y yo le dejé pensar en pro de mi beneficio —...podrías también haber dicho que tú acosó empezó por mi culpa. Decirme que eras el dictador de mi padre. Que en una de mis visitas ninjas me atrapaste y te obsesionaste.
—No fue del todo así.
—¿Y cómo fue?
Viendo que ha creado su propia historia y considerando que a su yo del pasado no se lo confesé, no veo peligro al decirlo. Al menos, la segunda vez que la ví, ya que la primera vez da para un cuento de terror.
—A veces, aunque le joda a los trabajadores, voy a su zona para ver el avance de su trabajo. Tú padre era uno de mis contables. Dando un vistazo a su trabajo note las dos fotografías sobre el escritorio. Una de tú hermana, otra tuya. Le pregunté tú nombre, él pensó que me refería a tú hermana, muy pronto lo quite del error consiguiendo el único nombre que he retenido sin conocer a la persona.
—¿Le robaste la foto?
—No, la tira a la basura. Y prohibí poner fotos de familiares sobre la mesa. Orden que tú padre nunca cumplió. Tú padre era complicado para mi.
—Un suegro siempre es complicado.
Toca callarse.
¡¿Cómo qué suegro?!
Si, bueno. Lo era. Pero... No entiendo que pasa. Es imposible que... Cállate, cállate, cállate... Puede. Tal vez. Significa que, después de tanto, ¿ha empezado a recordar sin reinicio?
—Hablaste mucho borracho —si, parece que sí, pues ahora es momento de atragantarse las palabras —Siempre fui yo —será que sí, hoy puede que descorche un gran reserva —Ideaste una vida y yo era la protagonista, imaginación que usaste al atreverte a acercarte a mí diciéndome que te recordaba a tú difunta, cosa que no fue así porque siempre fuí yo.
Ni las matapasiones matan tanto como la forma en que acaba de destrozar mis ilusiones de recuperarla. La amnesia perdura. Solo está rellenando los huecos que se generan por mi imperfeccionismo.
—Aplaudo tu astucia, Bird. Ahora que me has descubierto me gustaría saber qué harás conmigo.
—Ya veré.
Las próximas semanas serán un infierno.
Satisfecho de volver a tenerla volando por el despacho, aún cuando debería estar en clase, continúo con el trabajo mientras que no niego distraerme en cuantía con la grata visita.
—¿Quién es Cheese?
—Cheese es un empleado y el hermano pequeño de Spark, aunque no le digas que conoces a Spark o te enviará a un lugar improductivo.
El drama Cheese y Spark nos ocupa la siguiente hora.
—En fin, me voy —anuncia.
—¿Tan pronto? —cuestiono ligeramente decepcionado.
—Verás. En este preciso e indestacable momento yo debería estar en otro lugar llamado escuela. Y, aunque no eres mal profesor, me es imposible creer que tú pudieras enseñarme una lección sin empujarme en el escritorio.
—Soy multitareas, Bird —menciono sugerente.
—Yo multiorgasmica —se levanta de la silla ofreciéndome un primer plano de sus glúteos ceñidos al pantalón. Odio mucho a mi mujer porque después de instalar la idea perversa en mi cabeza se va a largar —Voy a pensar en nuestros problemas, tú encárgate de preparar mi examen práctico. El de conducir, no el cochino, ya vimos en tú drama que estoy lista para ello.
Se cumple el ritual de las cuatro despedidas y, en la última, después de un beso que sabe a insuficiente, señala la ventana rota y dice:
—¿Es tú aire acondicionado o es que prácticas puenting sin cuerda para poner a prueba tú inmortalidad?
—Ambas cosas.
A la tarde, hasta la mismísima polla de trabajar, salgo de la oficina con intención de ir a por Soraya al gimnasio, pero ella está aquí, plantada al lado de mi coche esperando por mi.
Inician los encuentros inesperados. A partir de ahora tendré que controlar las conversaciones hasta en mi casa, ya que puede aparecer en una mala conversación y reiniciarse.
—¿Vienes a por mi polla o por mí? —le abro la puerta del copiloto.
—A por el carnet —responde estática.
—Sube —corre a subir al piloto —Al copiloto. No quiero que conduzcas otro que no sea la joya azul.
Sin darme pelea sube al copiloto y vamos a por el coche que la ha estado esperando desde que salió de fabricación. Especialmente fabricado por ella. El más caro de los modelos existentes. Incluso durante la espera hubieron retoques que subieron su valor físico, aunque no tanto como el emocional, hay tantos recuerdos en él que ni reuniendo las reservas de oro de todos los países se podría comprar.
Freno las intenciones de pilotar de mi mujer cogiéndola de la cintura antes de que ponga pie en el vehículo.
—¿Y ahora qué? —percibo su molestia.
—No quiero que se raye —le hago saber e hincha las mejillas —Soporta, Bird. Hay muchos conductores locos y tú eres novata, aún no tienes las habilidades necesarias para esquivar.
—¡Tú eres el conductor loco!
Tengo que pelear con mi mujer por el hecho que ansía jugar con mis pelotas hasta que le digo que regalaré su carnet a Alessandro, lo cual amansa a la pajarraca subiendo al puñetero asiento de acompañante.
Opto por la carretera del valle familiar para hacer la prueba considerando que es la que condujo. La principal característica son las curvas. Un error y volamos directos al fondo de las montañas.
Antes de bajar e intercambiar los puestos, Soraya ya ha saltado sobre mi estrechando el lugar. Quedo sin aliento cuando sujeta el volante, lo hago porque a su vez ha capturado mi polla con su culo.
—Baja —exigo, suplico ahogado.
—¿Qué? No, claro que no. He estado pensando que lo mejor es que estés al alcance del volante y el freno por si me equivoco —medio gira la cabeza con su mirada de refilón chantajeando —¿Olvidas que yo soy mortal? Si cometo un error tú quedas intacto porque tú cabecita ya está pochada a su máximo, pero yo puedo irme al hoyo.
Maldita falsa inocencia.
Fingiendo sordera por los reclamos de mi polla y después de bajar cinco centímetros la ventana porque la pájara miente con tener frío, estamos preparados, y una mierda, para iniciar la prueba.
Conduce moderadamente a una velocidad menor que de la ficticia tortuga que nos adelanta por la izquierda. Ahí la imagino, hasta el cabrón de mi cerebro se las ingenia para reproducir el sonido de una risa slow motion. Obviamente, el ritmo proviene de la maldad pura de mi mujer más atenta de agravar mi erección.
—¿Vas a tomarlo en serio? —le cuestiono, tengo un par de venas hinchándose y la de la polla está por reventar.
—¿Juzgas mi conducción?
—Lo que juzgo es lo zorra que eres.
Aplasta el freno sin víctimas, aunque lo que más aplasta es mi polla con intenciones hostiles.
—¿Qué culpa tengo yo de tú falta de control? —baila las pestañas con un aleteo gracioso —Cero por ciento implicación. Solo conduzco.
—Aumenta el ritmo —ordeno y lo que aumenta es el vaivén de su trasero —Continúa así y te destrozare con mi tamaño, pero no obtendrás el carnet, ni aunque me ruegues con la boca enchufada a mi polla como un recién nacido mamando de los senos de su madre.
La amenaza ficticia funciona porque se pone a conducir poniendo en práctica la experiencia adquirida en el simulador. Sin fallos. Doma el asfalto, las curvas. Hasta se porta bien con las señales de tráfico.
La joya azul es suya.
—Sin bragas.
Susurra dos condenadas palabras que se convierten en el último detonante para que pase a la acción. Aparto sus pies de las palancas posicionando los míos, apoyo una mano sobre el volante y con la libre rasgo el centro de su pantalón, sin disminuir una décima la penetro con los dedos.
Apruebo las conducción temeraria por la perfecta composición de sonidos grotescos. Cada toque forma una nota. Sin censura. Comparte libremente sin esconder nada por la vergüenza que nunca tuvo.
Su espalda baila al ritmo de mis dedos.
Olvida el presente liberando el volante que mantengo controlado, al igual que lo hago con los pies sobre la palancas, luchando con la presión de los suyos para que no salga volando a causa de un frenazo.
Corto su orgasmo antes de que llegue.
—De...Derek...
Lloriquea, no por mucho. Mi polla pasa del infierno al paraíso en lo que tardo en bajar el pantalón y penetrar su pequeño coño. Sintiendo el calor de sus paredes pongo la segunda mano al volante, sabiendo que mi atención a la carretera desciende a niveles alarmantes, y digo:
—Apodérate de lo tuyo.
La lógica dice que debería ser pausado, pero, aún cuando sus primeros movimientos lo cumplen, los siguientes son los de una fiera poseída por una hambre insaciable. Invita a mi descontrol. Lo consigue. A pequeños despistes la velocidad del coche aumenta.
Muerdo a rabiar su hombro. Donde debería existir dolor hay aumento de la excitación.
Tendría que parar un segundo para finalizar la carrera. Tendría... Empujo hacía dentro al compás de sus botes. Accidentalmente presiono el freno. Grita a causa de la cruda penetración que la puede haber dañado, a la vez que impido que impacte contra el retrovisor y los neumáticos se marcan en el asfalto.
Se mantiene inclinada hacia delante sin darme la cara. Me mantengo en su interior percibiendo un líquido ajeno. Son pruebas de un posible desgarro. Debería comprobarlo.
¿En qué pensaba?
Debería aprender a negarme. Una absoluta pérdida de tiempo cuando me conozco demasiado bien.
—¿Bird?
A falta de respuesta me maldigo. No quería provocar esta mierda. Cuando expreso mi deseo de reventar su coño lo hago en un ámbito metafórico, porque soy consciente de sus limitaciones, al igual que de su mortalidad. Apesto follando.
Apoyo la mano en su hombro y la busco, de nuevo:
—Responde, Bird.
Le tiembla la espalda. Sin el sonido que acompaña las lágrimas sé que está llorando y que soy culpable.
Desplazo la mano precavido llegando a su barbilla. Lentamente la voy incorporando, al igual que salgo delicadamente de su destrozada vagina, faltado de cojones para ver el sangrado que me empapa los muslos.
Cuando nuestros ojos se encuentran un segundo me desprecio por haber empeorado su miedo. Agacha la cabeza sumisa. Intento engañarme para creer que la inclinación proviene del dolor.
—Iremos al médico —razono.
Levanta el mentón confundida, conservando un porcentaje de dolor mientras arrastra las manos a su vientre.
—No quiero ir —le caen lágrimas.
—Oh, joder. Claro que irás. Te he reventado hasta los óvulos —recojo con desagrado el líquido y lo muestro, resulta que no es tan rojo como esperaba, aunque contiene sangre —¿Te has corrido al romperte?
—Perdón.
Siendo víctimas de la amargura inevitable e inexplicablemente nos reímos con fuerza delante del accidente. Ella con lágrimas, yo con alivio, aunque eso no evitará la visita al ginecólogo.
Desquiciado doy vueltas por la sala. Intento por todos los medios no enfocarme en el ginecólogo y la enfermera que tienen a mi mujer abierta, hasta trato de aguantar el impulso de matar cuando introduce algo. No quiero indagar qué es. Conservo un mínimo de cordura sabiendo que es parte de una comprobación profesional, sabiendo que ninguna de sus acciones tiene una raíz perversa.
Es mi castigo por temerario.
Ostia puta, joder. Ve coños a diario. Aún cuando ninguno es comparable al de mi mujer no debería tardar tanto.
—¡Quita las manos de mi mujer! —exploto.
Guardo silencio con la mala mirada de Soraya. Aguanto un poco más por ser el culpable, lo suficiente para que finalice y dé el veredicto, sin embargo, antes de pronunciarse espera a que suba el pantalón a mi pájaro y la ayudé a montarse a la silla de ruedas.
He tenido que ordenarla al llegar porque no podía caminar.
Vamos al escritorio a aguantar el sermón del ginecólogo, al menos intenta hacerlo mientras que da el diagnóstico. Desgarre vaginal. Básicamente, le he roto el coño de un pollazo.
—Es culpa suya, doctor. Es que la tiene grande —Soraya empeora mi remordimiento. Le hace gestos para que comprenda el tamaño —Eso entra en mí cada vez que intimamos.
—Veinticuatro y medio —concreto.
Soraya abre la boca, la enfermera se sonroja y el doctor continúa con el sermón enfocado en mí. A gran resumen debo follar pensando que el coño donde entra mi grandeza es de cristal Murano.
Después del tratamiento y últimas recomendaciones empujo la silla de rueda hacía la salida. Entre cuatro y seis semanas de recuperación. Tendremos que ser imaginativos.
Vibra el móvil con la notificación de una reunión. Cancelaría el asunto si no fuera porque es con Soraya.
¿Cuándo estuvo el móvil en su poder?
—Vayamos a mi cafetería.
Voy a pie y empujando la silla debido a su cercanía con el hospital. A mi presencia sobreviven cinco de sesenta clientes que ignoran que tan cercanos están de la muerte, mejor dicho, no temen morir.
Soraya pide un batido de chocolate y una porción de muerte por chocolate, yo el clásico americano y me doy una oportunidad con una tarta de chocolate negro, después de que la camarera haya dicho que no lleva azúcares añadidos. Lo confirma la ausencia de un vómito.
—De nada —proclama arrogante.
Sin ella yo no podría haber descubierto la singularidad, igual que no sabría nada de mí. Mi forma de amar nunca la hubiera imaginado. Tengo cuatro mil razones para amarla, ni una para odiarla.
—¿Qué nos reúne? —cuestiono.
—Antes que nada quiero mi carnet —entrego uno auténtico ahorrando la prueba con un sujeto aprobado para la tarea. Únicamente pague más por él. Acompañando el plástico la llave del Ferrai y su llavero, el cuervo y la calavera —Me gusta la foto. No quedé como el culo.
—Céntrate.
Se produce una novedad no compartida con la antigua versión. De su bolsillo saca un papel arrugado que contiene una lista de próximos objetivos, la antigua Soraya nunca usó algo similar. Iba de cabeza.
Maxley y el folleto.
Insecticida para la cucaracha rusa.
Chismosear e intervenir con los hermanos Spark y Cheese.
Cincuenta y cincuenta.
Espacio para el drama.
La primera y segunda no tiene mucho misterio, la tercera me alegro de que quiera participar, aunque quiere que le dé una charla a Cheese sobre el suicido sin considerar que mis cualidades de animador apestan. Por otro lado, la cuarta, no la puedo cumplir, no al cien, ya que cancela las mentiras entre nosotros y, lastimosamente, dejar de mentir significa perderla. También significa compartir los problemas y solucionarlos conjuntamente, es por ello que le habló lo poco que sé de La Orden.
—Te informaré del avance, pero no quiero que participes poniendo en riesgo tú vida en esto.
—Vale.
—¿Así de fácil?
—No puedes vivir sin mi. Si tú no estás, ellos ganan, y yo no quiero que ganen aquellos que hacen daño a mis amigos.
—Máximo es la guerra.
—La cara invisible de la guerra, tú la visible. En los documentales siempre sale un grupo en la sombra que es el que se encarga de la estrategia, luego está el que lidera, el escuchado por el pueblo.
—A mi nadie me escucha.
—Yo lo hago.
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F por el coño de Soraya, Amén por esos 24,5
Están sucediendo cosas.
(SI OS ESTÁ GUSTANDO LA HISTORIA NO DEJEN DE APOYARME DEJANDO SU VOTO, ME AYUDAN MUCHO)
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