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065 - EL HOMBRE DE LOS CUERVOS


CAPÍTULO SESENTA Y CINCO

SORAYA AGUILAR


Niego el presente, la realidad. Esto es otra de sus mentiras, una broma pesada de la que reaccionara enseguida...

Enseguida...

¡ENSEGUIDA!

Golpeo su pectoral como hice en la mañana con la variante que en está ocasión no regresa conmigo. Tengo clavado el pitido agudo en las entrañas, pitido que ignoró incapaz de aceptar el final.

—¡Derek! ¡Derek! ¡Derek!

Arturo, Damián, Hugo y Máximo entran. A la par que mi hermano me quita de encima de mi hombre, el no médico prepara el desfibrilador. En la lucha por recuperar sus signos vitales hay lágrimas y gritos, cada uno más desgarrador que el anterior, compartidos entre Damián y yo. Por otro lado, la expresión de Máximo es gélida, tragándose los sentimientos. Sin derrumbarse. Es quien más ayuda a Arturo.

No hay respuesta de mi hombre.

—¡Mentiroso!

La desaparición me lanza a por Arturo, lo suficiente para que queden restos de su piel bajo mis uñas antes de ser desterrada de la habitación por mi hermano. Trato de regresar encontrando la puerta bloqueada.

—¡No me hagas esto!

A medida que suplico se me debilitan las piernas convirtiéndome así en la prisionera del suelo. Familiares y amigos se mantienen en la distancia. Es mejor así. No quiero que empatizen. Jamás lo comprenderán. El amor que nosotros tenemos nunca lo podrá tener nadie.

La cabeza me mata.

Aún recuerdo la primera vez que lo vi. No fue en directo, sino que fue a través de una fotografía. Había un total de tres. Damián, Derek y Máximo. Tenía un objetivo basado en el poder.

Gustosa por los desafíos empecé por la presa más importante. Iba a convertirme en su obsesión y lo logre, no fue muy difícil, tenía tantas carencias afectivas que hubiera seguido la caricia de cualquier extraño.

Derek era mi problema matemático favorito. Cada paso era premeditado. Horas de ensayo y error, solo para que no hubiera fallos en la presentación. No obstante, nunca calculé que pudiera enamorarme.

Quería poder y al final lo único que quería era a él.

Aunque, a día de hoy, a pesar de que mi socio en la sombra no lo confirmará, sé que caí en su trampa.

Mi socio era como un segundo padre para mí. Hubiera dado cualquier cosa para arreglar el desastre que causó...

Aquel hombre...

"Cuándo lo necesites estará para ti"

Corro, empujada por el último brote de esperanza, aunque si dependiera de mí nunca le daría confianza. De los personajes que he conocido o escuchado, de los grandes personajes, él es el peor. Su corazón fue devorado por la podredumbre, igual de podrido que su alma. Corrompe lo que toca, a tal punto que antes del final su presa ha sido torturada sin una gota de sangre.

Saliendo del hospital me sorprende una marea negra. Centenares y miles de cuervos agrupados en árboles, bancos, tejados, ventanas... Las personas tratan de escapar del peligro que emanan.

—¡Ayúdame! —grito a los pájaros a sabiendas que llegará a oídos de aquel despreciable —¡Te daré lo que quieras! ¡Seguro que algo puedo ofrecerte! ¡Ayúdame! ¡Sálvalo!

Ignoro el rato en que grito y las lágrimas que gasto. Continuó suplicando, hasta me convierto en su sumisa pegando las rodillas al suelo. Sin embargo, yo tenía razón, él nunca estará para mi. Ni para mi, ni para nadie.

No tiene corazón.

Clavo las uñas en mis brazos, miro el suelo mojado por mis lágrimas y río enloquecida. Maldita ingenua, soy de lo peor.

¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! ¡Ment...!

¿A quién le gritó?

Alzando la cabeza mi vista queda congelada en los miles de cuervos que han conquistado el lugar mientras las personas están detenidas. La inmensa mayoría han sido capturadas huyendo.

Voy delante de una que parece estar volando por la zancada que estaba haciendo en su corrida particular. Ni siquiera respira. Detenida en el tiempo. Al igual que lo están las copas del viento que estaban siendo movidas por los cuervos, los cuales son el único elemento, a excepción de yo, que se mueve.

¿Quién puede hacer esto?

Mi hombre viene a la cabeza y la posibilidad de un milagro por el cual corro de regreso a la habitación.

Quedo estática en el umbral.

Sobre la piel negra de Derek, en sangre, hay escrito algo que no puedo descifrar por el desconocimiento que tengo del idioma, aunque por el hombre que está murmurando lo intraducible lo catalogo como el lenguaje de los brujos.

Sus ojos eléctricos brillan, y de sus labios malogrados sale sangre negra a causa de las pequeñas heridas que se le generan.

La segunda vez que nos vemos.

La cabeza me pincha.

Habíamos sido embestidos por sorpresa. Al impactar nuestro coche hizo vueltas de campanas, fue tan dura la colisión que cuando el vehículo se detuvo mis padres ya habían fallecido.

Tuve suerte al sobrevivir.

A medida que mi sangre caía en el techo del coche en el exterior se desplegaba más de un millar de soldados. Armados hasta los dientes. Debieron ver movimiento de mi parte porque me exigían salir, no obstante, antes de ser obligada a cumplir llegó el hombre que está hoy presente.

Sus ojos transmitían pura ira.

Antes de que pudieran responder a su presencia con un ataque estaban muertos y antes de que llegará Derek, él y los cadáveres se habían esfumado. Estaba muy débil por el desangre, no tanto para creer que había sido una alucinación, pues ya había sido avisada de la existencia de aquel ser, sin embargo, nunca hubiera esperado su presencia en un ataque organizado por La Orden.

Mi socio en la sombra siempre dijo que ese hombre estaría para mí, pero mi lógica me impedía creer. Los inhumanos guardan rencor a los humanos. Lo entiendo, por lo cual no comprendo porque me salvó, a no ser que fuera una equivocación al ser atacada por un enemigo común.

La piel de Derek recupera su tono habitual.

Los ojos del hombre abandonan el azul y pasan a ser marrones. Usa una larga bufanda para limpiarse la sangre de los labios y así poder aplicar bálsamo. También llevaba bufanda el día que me salvó.

—Llegas tarde —tengo mil cosas que preguntar, y aún así lo primero que hago es reclamar.

Hace un paso con falta de equilibrio y voy a por él, provocando un abrazo que se siente demasiado perfecto como para existir. Huele delicioso. Más o menos. A hogareño, pero también a alcohol.

—¿Estabas bebiendo?

—Ojalá.

—No deberías beber —hago un puchero.

Alcanza mi oreja izquierda con dos dedos solo para retirarlos manchados de sangre. Mientras aplica un leve masaje en las yemas arrastro las mías propias a la oreja. Verifico que el sangrado es mío.

—Y tú deberías dejar la terquedad. Tranquila, sé que al igual que yo te la chupa lo que te digan, pero en tú lugar... No sé. También me la chupa el ponerme en lugares de otros.

—¿Te la chupa todo?

—Algo así.

—¿Y qué haces aquí?

—Vine a limpiar la cagada que te marcaste. Sobra decir que tú número sumiso era completamente innecesario. Estaba de camino. Vivo lejos y mi agenda suele estar ocupada por criaturas de intelecto reducido, pero cuando se trata de ti siempre llegaré a tiempo.

—Eso significa...

—Significa que soy el puto amo —entrecierro los ojos y sonríe, aunque le tiembla ligeramente el labio inferior. En general se percibe su agotamiento —También que salve el culo del niño.

La buena noticia es motivo para que las lágrimas vuelvan aparecer mientras respiro con el corazón aliviado. Sin embargo, la paz dura un segundo, ya que mi sangrado empeora por cada recuerdo recuperado.

—Al igual que me salvaste a mi hace dos años —abre la mirada —Recuerdo como llegaste y ni sudaste al matar a todos, también que eres una basura con el ego por las nubes.

Muerdo el labio ahogando el gemido de dolor en la garganta a la vez que cubro la oreja con la palma. El dolor solo dura lo que el hombre chasquea los dedos. Me quedo contemplando al sujeto.

—¿Quién eres? —pregunto al desconocido.

—Soy el puto amo.

Si, si que lo es. Actualmente es mi creencia, mi dios y lo que quiera el hombre ser después de salvar a Derek.

Se hace un lado abriendo camino entre Derek y yo. Ni siquiera me resisto en ir a su lado cogiendo su mano, la que había sido amputada y que ya ha regenerado, lo único que permanece es la cicatriz del corte. Es diminuta, apenas visible.  Hay está recordando que jugar con cuchillos está mal, más si me ha dicho que es la única arma que lo puede matar.

Finismortis y yo hemos roto nuestra relación. Derek se deberá responsabilizar de ella, guardarla en un lugar que solo él sepa hasta que descubramos como destruirla.

—Voy a gritarte cuando despiertes —le aviso —Mucho. Más de lo que te haya gritado esa mujer tuya ficticia.

Cuando me doy cuenta de que estamos solos decido ir a por el héroe del día.

Dibuja copos de nieve en negro en el rostro de Máximo, después de que haya echo fechorías en la de Damián. La línea es temblorosa.

—Deja de hacer eso.

—Amargada.

—No soy ninguna amargada, también lo haría. Lo que tú te ves agotado.

Ignorada mi petición suma entre las victimas a Alessandro y Hugo en las víctimas. Después uelta el rotulador despreocupado y con la dureza clavada en sus ojos oscuros se acerca. Por un segundo, le creo capaz de atacarme, cosa que hace sin pestañear pellizcando mi vientre y lo repite, provocando mi alejamiento.

—¿Vamos a jugar a preocuparnos? ¿Cuántas horas llevas sin comer, flacucha?

—La situación...

—Agradezco que mi hijo se preocupe por tu alimentación. Desde que estás con él has ganado cuatro buenos kilos y tus huesitos ya no se marcan tanto, huesuda.

—¡Oye, yo no soy huesuda! —le doy mi mejor versión de cara de ardilla. Este sujeto desconocido me indigna. Espera, no tan desconocido, ha mencionado que Derek es su hijo, ¿no? —¿Eres el padre de mis hombres?

—Enzo Salvatore. El mismo, en carne y huesos.

Alarga la mano a la que no dudo en aceptar, no obstante, antes de dársela la retira mientras que su mirada se concentra en un punto fijo. Detecto su estafa a la vez que parece sufrir una desconexión terrenal.

—Derek confesó haber matado a su padre.

—Hay que cuidar tú alimentación.

Ni un centímetro dejo que nuestra distancia se amplíe eliminando la posibilidad de una huida que en realidad no planea. Se adentra en la cocina del hospital moviendo como maniquíes los cocineros que estorban, se remanga y procede a cocinar sin quitarse de encima mi intensidad.

—¿Quién eres?

—Esa respuesta es variable según a quién preguntes. Muchos dirán que soy el amigo, otros tantos el enemigo, muy pocos que soy el último nigromante y yo te responderé que soy un mestizo —corta verduras y salpica la sartén caliente con aceite —Mi padre era nigromante, mi madre humana. Ni por un segundo creas que hay una historia de amor detrás de esa verdad. Quizás esa mujer lo amará, aún así nunca hubiera sido correspondida porque los nigromantes carecían de corazón. El único interés de mi padre fue engendrarme.

—¿Tú tienes corazón?

—Al nacer de una humana fui maldecido con uno. Mil veces he odiado a mi padre por la elección, he detestado mil veces mis sentimientos, pero ahora... —interrumpe el cocinado para mirarme —Tengo una hija por la que agradezco sentir.

—¿La quieres mucho?

—Es lo que más quiero.

—¿Sois muy unidos?

—Solo cuando me doy el lujo de soñar —no puedo saber si está triste o no, pero por el contexto lo intuyo —Creí que no sería tan duro elegir, pero... Ni siquiera había cumplido un mes... La tenía en mis brazos... Me gustaba acariciar sus mejillas rosadas y le gustaba reír, siempre estaba riendo, incluso aquella noche en que la dejé en la puerta del orfanato...

Mi corazón enfurece y grito:

—¡¿Por qué lo hiciste?!

—Es lo que debía hacer.

—¡¿Y la madre?!

Comprendo que no conseguiré ninguna respuesta por más que insista cuando regresa la atención al cocinado, aunque lo que no logro comprender es mi cabreo por lo que hizo.

Hasta la muerte de mis padres tuve una vida maravillosa. Desde el primer segundo de mi nacimiento fui colmada de amor. Nunca tuve carencias. Abrazos y besos a diario. Mis padres eran del tipo que escuchan a sus hijos sin prejuicios. Siempre con consejos, algunos más sabios que otros.

Mi habitación fue rosa chillón por una semana porque mi padre decía que quedaría mejor con las muñecas. Yo le deposite mi fe en su elección, fe que perdí una semana después cuando mi padre me encontró pintando las paredes con rotuladores de un prefecto tono negro. Finalmente, tras un extenso debate, decidimos combinar varios azules y algún mueble negro.

Mi padre dijo que era muy seria para una niña de ocho años, yo le respondí con una sacada de lengua traviesa.

Tantísimos recuerdos que siempre atesorare.

Al punto de la cuestión. Quizás lo que despierta mi furia con este hombre es que le negó esos buenos recuerdos a su hija, aún cuando tiene motivos no dichos por lo que hizo, nada lo justifica.

Un padre no puede abandonar a su hija.

Se disipa el cabreo cuando nos sentamos a comer y me sorprende con la elaboración de un restaurante caro. Una joya gastronómica. Le doy máxima puntuación tras un primer bocado. Además, siendo plato único, está lleno.

—Aún no sé porqué me has ayudado.

—¡Oh, joder! ¡Brutal para ser una mierda vegana!

—¿Sabes qué cargas el mismo lenguaje que Derek?

—Muy orgulloso estoy de ello —expresa arrogante.

—¿Viniste a ayudarme por él? ¿Qué clase de vínculo mantienes con Derek? ¿Te follabas a Enzo? —no parece que le afecte —Que tengas una hija no significa que no pudieras darle caña al padre Salvatore y dijiste hijo al referirte a Derek. Además, a mi favor, Hugo le daba duro a Laura y ahora pierde el culo por Alessandro.

—¡Cállate!

Doy un notorio brinco cuando su plato se hace añicos contra la pared y su mirada encendida en azul no ayuda. A este hombre se le cambia el color de los iris a su antojo.

Del interior de su gabardina saca una petaca y bebe sin fin.

Vuelve a gritar dirigiéndose a la nada:

—¡Soy mejor padre de lo que fuiste tú! —salta de la silla tirándola al suelo y señala la maldita nada —¡Jodete! ¡Estás muerto! ¡Y el cabrón que te mató fue tu propio hijo!

Voy detrás de él y miro donde él mira, como si tuviera la misma capacidad de un nigromante viendo fantasmas.

—Uy, uy, uy. Problemas en el paraíso —doy saltitos —¿Cómo llegaste al punto de odiar a tu ex? Comparte el chisme.

Contiene el aliento y los gritos, aunque la vena marcante evidencia que no se ha quedado satisfecho. Realiza un pequeños ejercicio de meditación y respiración, guarda la petaca y vuelve a hablar, civilizadamente, conmigo:

—En contra de nuestros instintos fuimos amigos, simples amigos, en un breve periodo y en contra de la naturaleza. Los Salvatore y los nigromantes se odiaban, a tal punto que una alianza con La Orden logró extinguir una de las razas más poderosas que existió.

—¿Amigos con roce?

—Tú pregunta debería enfocarse en la matanza.

—Si, bueno. Supongo que hay gente que le interesa la historia y eso, mientras que yo quiero saber sí frotabas barba con el padre Salvatore.

—Derek debe follarte hasta las neuronas. Eso explicaría tus puercos pensamientos, sucia.  

—El chisme es el chisme.

—Aún si hubiera la remota posibilidad de que un hombre me la pudiera poner suficientemente dura jamás sería Enzo. Ese hombre fue peor que Basilio. El abuelo de Derek. Enzo y Basilio eran hombres de abusos, dolor y muerte, hasta de su propio pueblo por simple diversión. No obstante, Enzo fue más cabrón que su antecesor, ya que supo engañar a su pueblo y a uno de sus hijos. Obviamente, ayuda que ese hijo sea el que está más tocado de la cabecita.

—¿Y por qué está aquí? —señalo la esquina vacía con la que mantiene parcialmente su obsesión —Que yo no soy nigromante, ni mestiza, pero tú a mi no me niegas que discutes con su fantasma.

—Antes que nada, hay más criaturas que ven fantasmas, hasta algunos humanos tienen la capacidad. Eso incluye a miembros de La Orden.

—Sigues sin responder.

—Castigo. Cometió un crimen por el cual no descansará en paz mientras yo siga vivo.

—¿Mató a la madre de tú hija? ¿La escondías de él? ¿Dónde está...? ¡Aaaah!

El torturador de mis entrañas regresa con más rabia. El pinchazo me dobla las rodillas al suelo. Reclamo una tregua, una que llega parcialmente cuando el hombre baja al suelo y me acoge en sus brazos, el hombre que ha salvado a Derek, el hombre que me salvó y el hombre que odio, el mismo que inexplicablemente posee la capacidad de calmar a mi verdugo cerebral.

Tampoco debería extrañarme, la cuestión aquí es averiguar porque aquella noche salió en escena y me salvó de La Orden.

—¿Por qué yo? ¿Por qué me salvaste?

—Quemaría el mundo por ti.

Suena la alarma de su móvil y refunfuña, escucho las pisadas que me hacen ver un segundo hombre al que no había prestado atención. Comparte rasgos con Los Salvatore.

—¿Quién es? —pierdo firmeza en la voz.

—Vincenzo Salvatore —responde inexpresivo. 

—¡No me agrada! ¡Él no me agrada! —de repente, abrazo asustada al hombre sin nombre —¡Aléjalo! ¡Qué se aleje!

—Tengo que irme, Soraya. Necesito que me hagas un favor por los dos, por los tres y por todos. Ayuda a ese hombre todo tuyo. Solo cuando esté preparado dejaré que regreses.

—¡Haz que se aleje! 


****

Volví y me fui. Espero actualizar a lo largo de la semana que viene, la siguiente a esa no me busquen que estaré de vacaciones. 

Cosas del capitulo...

¿Se imaginan una cena familiar con los suegros? 

Así no se puede. 

Por otro lado, por si no teníamos suficientes Salvatore, ahora va y aparece uno nuevo que aterra a nuestra querida Soraya. 

¿Quién es Vincenzo? 


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